En el campo de la cultura de paz es una constante explicar que el conflicto no es negativo, que es natural en las sociedades y que las dificultades afloran cuando no somos capaces de gestionar ese conflicto positivamente. La máxima expresión de un conflicto mal gestionado es la aparición de la violencia. Pero los conflictos son fruto de las diferencias: en intereses, en ideología, o por cualquier otro motivo y, por lo tanto, forman parte del funcionamiento normal de cualquier sociedad compleja. Lograr gestionar siempre positivamente los conflictos es un reto, tanto individual como colectivo, que la humanidad va aprendiendo a ritmo de caracol.
En el ámbito político otro de los restos más recientes es el de ser capaces de gestionar la polarización. Estados Unidos de América, Brasil o el Reino Unido han sido ejemplos en fechas próximas, aunque se trata de una realidad que se extiende por la mayoría de democracias del planeta. Pero existen diversos tipos de polarización, y conviene tenerlo en cuenta. Para tratar de ser sintéticos nos referiremos tan sólo a los dos más relevantes.
Por un lado, tenemos la polarización ideológica, es decir, la dinámica según la cual partidos políticos o ciudadanos adoptan un posicionamiento extremado respecto de determinados temas de la agenda política. Este hecho tiene consecuencias para el sistema, pues puede dificultar las posibilidades de acuerdo, y derivar en otros perjuicios. Pero no necesariamente. Conviene no olvidar que ser extremado ideológicamente tiene mucho que ver con el contexto histórico, político y social en el que se vive. Hubo un tiempo en que luchar por la abolición de la esclavitud o reclamar el sufragio femenino eran muestras de extremismo político exacerbado. La consecución de muchos derechos y avances sociales tienen como antecedente la lucha de personas y colectivos que fueron estigmatizados como extremados hasta lograr su éxito. La polarización ideológica no es necesariamente negativa, ni positiva tampoco.
Por el contrario, sí que hay otro tipo de polarización que siempre resulta negativa. La polarización emocional, también llamada afectiva, o simplemente nociva, un problema que se extiende en nuestros sistemas democráticos. Esta polarización se da cuando sentimos desafecto (o en grado máximo, odio) hacia las personas con planteamientos políticos que no son el propio. En vez de aceptar la diferencia como un síntoma de riqueza, la polarización nociva convierte al diferente en enemigo, deteriora el debate político, dificulta la posibilidad de consensos y genera riesgos de fractura social. La polarización afectiva estigmatiza al rival político hasta el punto de caricaturizarlo y elude completamente la autocrítica del «bando propio». Tratar de comprender las razones que llevan a otros a pensar diferente es siempre un ejercicio positivo. No resulta sencillo establecer límites al respecto, obviamente el incumplimiento de la ley o la falta de voluntad de aceptar la legitimidad de los postulados políticos propios son dos de ellos.
Veamos un caso concreto, en Cataluña vivimos una situación de alta polarización ideológica. ¿Pero se produce también una alta polarización emocional? Para analizarlo desde el ICIP (Instituto Catalán Internacional para la Paz) hemos realizado la encuesta «Polarización y Convivencia en Cataluña». Tanto el resumen de los resultados como el análisis pormenorizado ofrecen señales de alerta y también de moderada satisfacción.
Las valoraciones globales de la convivencia en Cataluña son buenas, con una puntuación media de 7,1 sobre 10. Aun así, existen diferencias en la percepción de la convivencia entre las personas a favor y en contra de la independencia de hasta casi tres puntos dependiendo de la identidad («solo español/a» = 4,94 y «solo catalán/a» =7,77). Además, en relación al procés, un porcentaje importante de personas se han sentido muy agredidas (7 o más sobre 10) en entornos cercanos (10% en la familia; un 13% en el trabajo, y un 16% entre las amistades).
Gráfico 1. Percepción de agresión en el entorno social
Repasemos ahora la polarización ideológica. El procés es el tema percibido como más divisivo para los catalanes. En torno a este tema frecuentemente se simplifica hablando de dos bloques enfrentados pero los resultados nos muestran que en realidad existen tres grupos, casi estancos: muy a favor, muy en contra y a la misma distancia de ambos. Pero en el resto de temas los resultados presentan una sociedad dividida en diferentes grados, en diferentes cuestiones y con fidelidades cruzadas que permiten albergar las posibilidades de acuerdos. Los posicionamientos en el eje independencia/contra la independencia no determinan la opinión de los ciudadanos en el resto de temas de la agenda política[1].
En el ámbito de la polarización afectiva la encuesta identifica las emociones que nos generan aquellos que piensan diferente puntuándolas del 1 al 10 (siendo 1 «Nada» y 10 «Mucho»)[2]. De nuevo resultados ambivalentes: por un lado, la nota más alta es el «Respeto»: 6,1; aunque un 22% lo sitúan en niveles inferiores al 5. Por otro lado, la nota más baja se corresponde con el «Desprecio» 3,7, pero aquí también un porcentaje relevante del 15% puntúa con notas iguales al 7 o superiores.
Gráfico 2. Emociones hacia los que nos sentimos diferentes
El análisis de los resultados revela que contar con posicionamientos extremados respecto de la agenda política, incluyendo el conflicto territorial, no implica un mayor grado de polarización afectiva. No existe una relación directa entre los que se sitúan en los extremos ideológicos y quienes odian a los que opinan diferente políticamente. Así lo muestra el trabajo pormenorizado de Berta Barbet, quien al examinar los datos afirma: «La gente que se sitúa más en los extremos en los diferentes debates no es más proclive a tener emociones negativas hacia quien piensa distinto y la diferencia en las emociones positivas es muy pequeña y estadísticamente insignificante, por lo tanto, probablemente inexistente» (Barbet, 2020).
Sin embargo, sí se detecta correlación entre las personas más polarizadas emocionalmente y quienes perciben que su forma de vida o cultura están amenazadas. Las posibilidades de que una persona tenga sentimientos negativos hacia quien piensa diferente es más del doble si percibe que su modo de vida está en peligro. Entender el origen de esos temores, y tratar de revertirlos, puede ser una senda más prometedora para reducir la polarización afectiva que alarmarse por la existencia de posicionamientos políticos extremos.
Gráfico 3. Emociones negativas hacia quien piensa distinto según sensación de amenaza cultura (1, mínima sensación de amenaza, 10 máxima sensación de amenaza)
Para concluir, estudios científicos recientes muestran que en los momentos electorales el grado de polarización afectiva aumenta (Hernández, Anduiza y Rico 2020). Pero hasta ahora estamos mucho más dotados para identificarla que para revertirla. Por eso es importante que profundicemos nuestro conocimiento acerca de ella. Para tratar de hacerle frente, los resultados de la encuesta realizada y la experiencia de organizaciones como Braver Angels en Estados Unidos, o More in Common, sugieren que debemos fomentar tres actitudes:
– Aumentar la curiosidad por las opiniones políticas diferentes. Renunciar la caricaturización del oponente político y esforzarnos por comprender sus «porqués»
– Mantener el respeto hacia las personas, independientemente de las opiniones que sustenten.
– Ser capaces de realizar autocríticas de los posicionamientos propios, pues ninguno puede aspirar a estar en posesión de una verdad absoluta.
Nuestra salud democrática depende en buena medida de ello, la nuestra y la del resto de países de nuestro entorno. La suerte (y a la vez desgracia) es que no estamos solos en este viaje.
Pablo Aguiar, coordinador del área de trabajo del ICIP «Diálogo social y político»
(Artículo publicado en el blog Piedras de Papel, ElDiario.es. Marzo 2021)