Vaya por delante que, antes de expresar opiniones sobre la invasión rusa en Ucrania, es necesario hacer algunas advertencias previas. La primera es que los acontecimientos y el volumen de cambios de guion están siendo enormes, por lo tanto, toda reflexión corre el riesgo de quedar obsoleta muy rápidamente. Además, resulta imposible abstraernos de la carga emocional que tiene para los europeos vivir una guerra en nuestro continente. No pretendo menospreciar la importancia y gravedad de otros conflictos en el mundo, pero es absurdo negar que aquellos que suceden más cerca nuestro nos impelen de manera más directa. Para acabar con los preámbulos, la situación produce un estado de alarma todavía más grande, especialmente para aquellos nacidos de los años setenta o antes, dado que nos socializamos con el miedo cotidiano de un posible ataque nuclear en cualquier momento fruto de la Guerra Fría, y esta situación nos la recuerda.

Entrando en materia, no quiero eludir señalar el principal responsable de la guerra que estamos vivimos ahora: Vladimir Putin. Decidió, primero, reconocer las autoproclamadas repúblicas de Donetsk y Lugansk y, posteriormente, iniciar un ataque militar sobre Ucrania con el pretexto de proteger las poblaciones de aquellos territorios. Pese a todo, es preciso realizar una advertencia adicional: a pesar de que Putin sea el responsable no debemos confundirnos tildándolo de loco. Putin puede hacer errores de cálculo, claramente ahora los ha hecho, pero es un actor racional, hace cálculos respecto de lo que puede llegar a conseguir y los costes que implican. En este sentido, la posibilidad de hacer uso de armamento nuclear es altamente remota, como todavía lo es más que decida hacer cualquier tipo de ataque a un territorio de un país miembro de la OTAN.

Para continuar con el cuadro a brocha gruesa que nos pintan algunos medios: Ucrania es una gran democracia, Zelinski un líder ejemplar y la resistencia militar ucraniana conseguirá la victoria militar. Nada es tan sencillo. Blanco y negro son útiles si queremos auto convencernos de nuestra posición, pero algunas noticias parecen más próximas a la propaganda de guerra que a la información veraz. La realidad es mucho más gris.

Armar militarmente a Ucrania no es una decisión fácil, y los argumentos en contra son importantes. Primero, implica un movimiento ascendente en la escalada militar. En segundo lugar, transmite la idea de que ante el riesgo militar la única solución es armarse, y no lo es, si bien es el que ha elegido la sociedad ucraniana. Una consecuencia inmediata es que varios países europeos han anunciado ya incrementos en el gasto militar. Pero debemos ser conscientes de que la respuesta armada no permite aspirar a una victoria militar y, por el contrario, habrá más muertes, de civiles, de militares y de civiles ejerciendo de militares. La única esperanza de armar a Ucrania radica en ver más cerca una victoria política. En otras palabras: por un lado, la resistencia armada alarga la guerra, y permite que Rusia se debilite en las negociaciones diplomáticas; por otra parte, permite vislumbrar que la capacidad de control político de Rusia sobre Ucrania y sobre su población -en caso de una más que probable victoria militar de Putin- se verá seriamente limitada. E insisto: los expertos militares nos han dejado claro que las armas no van a permitir una victoria militar ucraniana.

Por lo tanto, ¿todo son noticias terribles? ¿No hay escenario positivo en el corto plazo? Ciertamente, la guerra es una catástrofe, nadie la gana, la perdemos tod@s. Por decisiones políticas, que perfectamente podrían haber sido otras, miles de personas inocentes perderán la vida, y otras quedarán marcadas por el trauma que esta guerra, como todas, implica para quienes la sufren.

En este escenario, como siempre que estalla una guerra, quienes defendemos y trabajamos por la transformación pacífica de los conflictos estamos señalados y se nos pregunta: ¿Y ahora qué?

Pues ahora el riesgo de no hacer nada es demasiado alto. Porque estaríamos enviando el mensaje – a Putin y al resto del planeta- que el uso de la fuerza militar es suficiente para saltarse el derecho internacional, que con la fuerza de la violencia todo vale. Pero, al mismo tiempo, cuando estalla una guerra, l@s pacifistas ya hemos perdido. Y en estos momentos dirigirse al pacifismo en busca de respuestas es injusto: quien alerta del peligro del gasto militar o la injusticia no puede ser responsable de encontrar soluciones una vez se ha hecho lo contrario de lo que defendía.

Así que de nuevo: ¿Y ahora qué? En el corto plazo poco podemos hacer: apoyar a las poblaciones ucraniana y rusa que están en nuestro entorno, los que están y los que vendrán, también a los que desde allí se atreven a expresarse contrarios a la guerra y que se arriesgan a ser encarcelados por hacerlo. Y defender mecanismos para garantizar que quien ha utilizado la violencia no logre la victoria: sanciones, presión política.

Pero sobre todo lo que debemos hacer es trabajar para evitar el estallido de nuevas guerras y más teniendo en cuenta el grado de destrucción que hemos alcanzado. Qué paradoja: en la capacidad para construir instrumentos con los que hacernos daño somos una civilización admirable. En cambio, en nuestra capacidad de profundizar sobre mecanismos para garantizar una gestión no violenta de los conflictos todavía estamos en parvulario.

La Unión Europea es el resultado de dos terribles barbaries, la Primera y la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, conforma el ejemplo más exitoso de lo que Karl Deutsch llama comunidad de seguridad, es decir, un grupo de países con una arquitectura de seguridad tan fuerte que prácticamente han desterrado la violencia como mecanismo para resolver sus conflictos. Éste es un proceso largo y difícil, y obviamente con Rusia no se puede construir una institución como la Unión Europea. Pero sí debemos ir hacia arquitecturas institucionales que garanticen la seguridad de todos los países del continente europeo y que garanticen una gestión pacífica de los conflictos. La alternativa es incrementar el gasto militar y acercar, quizás fatalmente, una nueva guerra. Nos jugamos mucho. Y debemos empezar a trabajar ahora, no cuando vuelvan a sonar los cañones.

Pablo Aguiar, responsable del área “Diálogo social y político” del ICIP

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