La Conferencia de Seguridad de Munich (MSC, por sus siglas en inglés) es un encuentro anual que reúne a cerca de medio millar de actores clave en asuntos de política exterior, seguridad internacional y defensa. Asisten decenas de jefes de Estado y de gobierno de todo el mundo, ministros de Defensa y de Asuntos exteriores, diplomáticos, representantes militares, empresarios del sector, expertos y organizaciones no gubernamentales. Fue impulsada en 1963 por el ex-militar alemán Ewald-Heinrich von Kleist para definir las políticas de seguridad de los Estados Unidos y sus aliados, y con el fin de la Guerra Fría se convirtió en el principal foro sobre la cuestión.
La 59ª Conferencia se ha celebrado del 17 al 19 de febrero y, si bien se debatieron varios retos mundiales candentes -desde la seguridad económica hasta la seguridad climática, ambiental y alimentaria- la mayoría de los debates se centraron en la guerra en Ucrania, y desde una óptica de seguridad nacional e internacional limitada a las doctrinas de defensa.
Cuando se cumple el primer año de la invasión, el primer ministro ucraniano, Volodímir Zelenski pidió en su intervención “velocidad en la entrega de armas” y Olaf Scholz y Emmanuel Macron incentivador la producción. Asimismo, el Alto Representante de la Unión Europea para Asuntos exteriores y Política de Seguridad, Josep Borrell, afirmó que eran necesarios “menos aplausos y mejores suministros de armas”. Como respuesta a corto plazo abogó por el Fondo Europeo de Apoyo a la Paz, “que puede comprometer sus recursos para proporcionar rápidamente municiones a Ucrania”. A medio plazo, dijo Borrell, la solución pasa por “aumentar mucho más la capacidad de nuestra industria de defensa”.
En la misma línea, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, pidió un esfuerzo conjunto para aumentar la producción de municiones y el Secretario de Estado de los Estados Unidos, Antony Blinken, inició una discusión sobre los incentivos para mantener abiertas las líneas de producción militar.
En las palabras de cierre, el presidente anual de la MSC, Christoph Heusgen, concluyó que la cita había demostrado una “fuerte solidaridad transatlántica” y dijo que Europa en general, y Alemania en particular, necesitaba un aumento indudable del gasto en defensa para poder responder mejor a los nuevos desafíos.
Si bien la conferencia tiene por eslogan “paz a través del diálogo”, paradójicamente los mecanismos diplomáticos han desaparecido del léxico y de las prioridades, y el rearme y el fomento del complejo militar-industrial han sido los elementos decisivos y comunes de los discursos. ¿Sin embargo, en qué paz pensamos si se deshumaniza la guerra? ¿Dónde quedan los aprendizajes de otros conflictos? ¿De qué seguridad hablamos cuando queda fuera del análisis quien empuja el arma y quien recibe la bala? ¿Cómo se pueden vislumbrar los límites y nuevos escenarios más favorables si la carrera armamentista es, por naturaleza, abusiva y cegadora?
La MSC ha vuelto a poner el acento en la seguridad del Estado, y no en la seguridad de las personas. El encuentro ha resultado –un año más- una cita clave para los lobbies del sector armamentístico y su resultado principal ha sido la construcción de un corpus justificativo para la política de armamento de la OTAN y el esbozo de una estrategia común contra Rusia y China. La falta de seguridad y de ayuda -más allá de la militar- para las poblaciones del este de Ucrania o el Oriente Medio delata el cuestionable compromiso de Europa con sus valores o su falta de voluntad para redefinirlos.
Por este motivo, de manera paralela al encuentro, miles de personas participaron este fin de semana en una marcha pacifista por el centro de Munic, en el que se pedía detener el rearme y buscar la paz en Ucrania a través del diálogo, y no por la vía militar.
También vale la pena destacar intervenciones que, a pesar de ser minoritarias, defendían la urgencia de eludir una visión militarizada. Es el caso de Francia Márquez, vicepresidenta de Colombia, que pidió a los líderes mundiales implementar “un nuevo orden internacional que ponga la vida en el centro”. Márquez sostuvo que seguir discutiendo quien pierde y quien gana en una guerra no aporta ninguna solución: “Quien pierde en una guerra es la humanidad. ¿Necesitamos implementar una visión desmilitarizada de la cooperación porque la verdadera seguridad no se resuelve con armas.” Por lo tanto, en defensa de un derecho a la seguridad (o de una seguridad de derechos), debemos preguntarnos: ¿Queremos personas al servicio de los Estados, o los Estados al servicio de las personas?
El primer ministro sueco, Ulf Kristersson, afirmó durante una mesa redonda que, según su opinión, Europa ya tenía una arquitectura de seguridad: “Tiene más sentido hablar de utilizarla que de cambiarla”, añadió. Sin embargo, con la intensificación de la competencia entre las grandes potencias, el aumento de las tensiones geopolíticas y el descontento creciente con el orden basado en el Tratado sobre la No Proliferación de armas nucleares, debería ser un imperativo humanitario universal prohibirlas y apostar por el desarme progresivo. Lejos de centrar los esfuerzos diplomáticos en alcanzar este objetivo, el encuentro deja más preguntas que respuestas sobre una solución para esta guerra, y sobre la arquitectura de una seguridad real, colectiva y común que sirva, a su vez, para prevenir la erupción o escalada de nuevas crisis y conflictos armados. Sin un orden renovado y reformado, esta ilusoria seguridad europea seguirá siendo huidiza. Debemos apostar por estrategias de paz, y no por juegos de guerra. Y para que se lleven a cabo desde el terreno, y no a puerta cerrada.