Decía Séneca que “ningún viento es favorable para quien no sabe adónde va”. En el conflicto más complejo del mundo actual, el que enfrenta al Estado de Israel con Hamás (y, de rebote, con gran parte de la población palestina), está claro que no hay una solución militar y, sin embargo, el estado sionista se empeña en pensar que el diálogo no es posible y la aniquilación del enemigo sí lo es, mientras la rabia y el odio se acumulan entre muchos palestinos, provocando violencia sobre violencia. Además, hace mucho tiempo que un buen número de ciudadanos europeos vive con el sentimiento de que la situación está cada vez más enrocada y cada paso en la mala dirección de Israel —construcción de asentamientos en territorios ocupados palestinos, un muro que no respeta las fronteras originales de Cisjordania y saca fuentes de agua a Palestina, desobediencia a las resoluciones de Naciones Unidas, etc—provoca en los territorios ocupados una reacción de crecimiento del odio y de las posiciones más radicales e incluso de respuesta terrorista, haciendo así cada vez más difícil la solución de los dos estados que la ONU prescribió en 1948.
La capacidad que tiene este conflicto de polarizar opiniones y adhesiones hacia uno u otro bando no tiene parangón con ningún otro. Es obvio que la influencia económica, cultural y política de Israel en Occidente, o la emigración masiva de población palestina, parte de la cual malvive en varias regiones del mundo, promueven esta polarización ideológica —y también emocional, no lo olvidemos—, y esto dificulta, precisamente, la resolución de un conflicto que desde la construcción de paz nos negamos a ver como irresoluble.
Es necesario, eso sí, honestidad intelectual para proclamar que la victoria de Israel y la derrota o disolución de Palestina para resolver el conflicto de forma permanente —tesitura en la que nos encontramos ahora mismo— no es posible. El paradigma a construir es muy diferente: la seguridad de ambos pueblos depende irremediablemente de la seguridad del otro. Tanto el no reconocimiento del estado de Israel por parte de Irán y sus aliados como las acciones de Israel para ir haciendo inviable desde hace años un Estado Palestino imposibilitan un camino de solución a medio o largo plazo. Dos estados en convivencia pacífica sólo podrán convivir en condiciones de mutuo reconocimiento y seguridad mutua.
Hay una solución política a este grave conflicto, sí, pero pasa necesariamente por el reconocimiento del otro en igualdad de derechos, por la convivencia con seguridad mutua y por un cambio cultural de percepción del otro que, sí, será lento pero es posible: no es necesario elegir un bando y demonizar al otro. Hacerlo así impide cualquier camino de paz. Ambas comunidades deben poder construir su estado en convivencia con el otro estado.
¿Por dónde podemos empezar, para cambiar esa retórica que propugna el aniquilamiento del otro? Pues, de entrada, escuchando las voces que desde Palestina e Israel trabajan por la paz (no todo el mundo cree en la violencia para resolver el conflicto), y dándoles cobertura. Después, previendo y rechazando, públicamente, las actitudes antimusulmanas o antisemitas, como forma de combatir la polarización. Y, además, poniéndonos junto a las víctimas de la violencia, acompañándolas en su dolor. Esto es lo que proponemos desde el comunicado que ha hecho público el ICIP (Instituto Catalán Internacional para la Paz) para responder a la desorientación y al desánimo que dan alas a las fuerzas que se oponen a la paz.
Y si, además, pogamos en valor el trabajo de Naciones Unidas, imperfecta, pobre y débil pero imprescindible, y haremos un gran favor al progreso de la humanidad.
Xavier Masllorens, presidente del ICIP
Artículo publicado en el diario Crític (21/11/2023)