¿Cómo se configuran las identidades de las personas en la diáspora? ¿Cómo se vinculan las acciones y compromisos de las comunidades diaspóricas con la construcción de paz y democracia? ¿Qué papel juegan las memorias, individuales y colectivas, en esta construcción de identidades y compromisos? Son preguntas que se han puesto sobre la mesa en la conferencia Diasporic Heritage and Identity, celebrada en la Universidad de Ámsterdam del 20 al 23 de junio, en la que hemos participado desde el ICIP y en la que se ha evidenciado que hay que seguir profundizando en la importancia de la agencia de las personas migradas y refugiadas en la construcción de paz y en las transformaciones políticas y sociales, en sus países de origen y en las sociedades de acogida.
Incluir la voz de aquellas personas que han tenido que abandonar sus países y que todavía mantienen un vínculo y compromiso otorga una mayor legitimidad a los procesos de paz, ya que los hace más inclusivos y participativos.
Cómo definimos a las diásporas
Algunas reflexiones y aprendizajes que nos llevamos de la conferencia de Ámsterdam se centran en qué entendemos por diásporas y su relación con la construcción de paz. El primer reto aparece a la hora de definir el concepto. Desde el ICIP, entendemos las diásporas, como «comunidades minoritarias expatriadas que se han dispersado de su país de origen, tienen una memoria colectiva […] y están comprometidas con el mantenimiento o restauración de su patria a través de actividades transnacionales, y tienen una identidad colectiva, conciencia de grupo»[1]. Esta mirada global incluye a las personas migradas, las personas exiliadas y también a aquellas personas que se han acogido a mecanismos de protección internacional y tienen el estatus de refugiado. Así, partiendo de la importancia de nombrar las diferentes realidades, nos parece conveniente destacar el término “exilio”, una violación de los derechos humanos en sí mismo, en los términos recogidos en el Informe final de la Comisión de la Verdad de Colombia, en el capítulo “La Colombia fuera de Colombia”: “Aunque la salida [del país] ayudó a salvar la vida, produjo al mismo tiempo un enorme daño individual y familiar, y por sus dimensiones y persistencia en el tiempo implica un profundo impacto social y colectivo”.
Sin embargo, no todas las personas exiliadas y que deben salir forzadamente de un país se reconocen como tal u optan por no solicitar medidas de protección internacional, por lo que pasan a alimentar las estadísticas de población migrante. Lo que sí está claro, es que el exilio cambia la textura de la comunidad en la diáspora por su experiencia traumática y forma parte de ella desde unas vivencias diferentes.
Las diásporas, así, son diversas y heterogéneas, tanto como las sociedades de origen. Y también lo es su contribución a la construcción de paz. Hazel Smith, referente académica, describe que las personas en la diáspora pueden ser tanto peace-makers como peace-wreckers. Esto significa que algunas personas pueden tener un compromiso y emprender acciones para promover el diálogo, las negociaciones de paz o la implementación de acuerdos, por ejemplo, mientras que otras pueden contribuir a la perpetuación o agudización de los conflictos, financiando acciones armadas o alimentando los discursos belicistas.
Sin embargo, esta mirada dicotómica deja fuera a grandes grupos de población que no tienen voluntad o capacidad para desempeñar un rol activo, o que tienen un potencial limitado de influenciar y generar cambios. Es el caso de una mayoría, menos visible, que decide no formar parte activa de asociaciones u organizaciones. Si bien se dan casos de personas que, en un momento puntual, se vinculan a algún proceso de construcción de paz o de acciones transnacionales desde la diáspora, en numerosas ocasiones, después de un corto período de tiempo abandonan la iniciativa, ya sea por agotamiento, sobrecarga emocional, frustración, o miedos.
La identidad y el compromiso
La propia noción de diáspora como grupo con un compromiso y solidaridad colectiva se desdibuja y reconfigura. Cuando hablamos de diásporas y paz necesitamos un análisis constante de contextos, intereses, necesidades y emociones; necesitamos identificar dónde queda el individuo dentro de la colectividad, poner a las personas en el centro.
La conformación de las identidades juega un papel central en las personas en la diáspora, en el tejido social y comunitario del grupo, en el compromiso y en el rol activo para las transformaciones en el país de origen y también en las sociedades de recepción. Muchas identidades diaspóricas están vinculadas al desplazamiento, al trauma y a la violencia, a la salida forzada. Especialmente en el caso de las primeras generaciones, las emociones y la nostalgia son parte central de esa identidad. En el caso de sus hijos e hijas, marca la doble identidad -el hecho de reconocerse tanto del país de origen como del país de recepción- y el sentimiento de no encajar en ninguna de las dos sociedades.
¿Por qué unas personas deciden movilizarse y otras no? La identidad diaspórica no necesariamente se traduce en un rol activo en procesos de transformación social y política, pero puede ser un elemento de resistencia y compromiso. En los países de recepción, encontramos experiencias contra el racismo y la discriminación, y de lucha decolonial, desde las nuevas generaciones. Y no podemos olvidar cómo la comida, la música, la literatura, los olores o las texturas son elementos centrales para la construcción y mantenimiento de estas identidades y al mismo tiempo se convierten en formas de resistencia, a menudo desapercibidas, en contextos en los que hay que reclamar constantemente el reconocimiento de la existencia ante otra identidad dominante.
La memoria
La memoria juega un papel central en este accionar, a través de iniciativas de construcción de narrativas y storytelling, el arte, la cultura o la comunicación. El caso sin precedentes de la Comisión de la Verdad de Colombia con el exilio y la diáspora colombiana pone de manifiesto la importancia de construir narrativas y verdades plurales, incluyendo a las vivencias y experiencias de aquellas personas que han debido huir del país. Asi mismo, para las personas en la diáspora participar en un proceso de verdad puede convertirse en una experiencia transformadora e, incluso, sanadora, si se hace a través de la escucha activa, el cuidado y poniendo a las personas en el centro. Y, de nuevo, tienen un papel clave los rituales, reconectando por ejemplo a través de la comida, los objetos, o las artes como el teatro, la pintura o la literatura.
Incluir las voces de las comunidades diaspóricas en la construcción de narrativas y memoria permite también que las narrativas hegemónicas no eclipsen o se sobrepongan a las experiencias de las personas. De ahí que los procesos desde la ciudadanía, que promuevan una participación amplia y activa son esenciales para la construcción de paz y, sobre todo, para reconocer las experiencias individuales más allá de los marcos institucionales.
Debe ser un compromiso de todos aquellos actores que contribuimos a la paz incluir a las diásporas en estos procesos e incentivar su reconocimiento.
Sílvia Plana, responsable del área «Memoria, convivencia y reconciliación» del ICIP.
[1] Según el programa Diasporas for Peace – DISPEACE del Peace Research Institute Oslo – PRIO