Los talibanes han ganado la guerra. ¿Y ahora qué? Ahora toca negociar. Una tarea ciertamente compleja, cargada de dilemas morales y estratégicos. Es más fácil iniciar la guerra que ponerle fin. Pero ahora mismo no hay muchas alternativas disponibles, para unos y para otros: se necesitan múltiples negociaciones a múltiples niveles.

Jonathan Powell, que fue jefe de gabinete de Tony Blair y pieza clave en las negociaciones con el IRA, recoge muy bien los dilemas de los gobiernos en relación a la negociación de conflictos en el libro Dialogar con terroristas: cómo acabar con los conflictos armados, que el ICIP acaba de traducir al castellano. El libro describe experiencias de negociación en una docena de conflictos armados de todo el mundo. Powell es un firme defensor del diálogo, incluso con los grupos más extremistas.

La comunidad internacional, efectivamente, se encuentra ante el dilema de aislar el nuevo régimen, tal y como hizo durante el primer gobierno talibán (1996-2001) -o mantener algún tipo de interlocución para tratar de influir en sus decisiones . Las motivaciones de mantener canales de comunicación pueden ser por intereses geopolíticos -para mantener influencia en el tablero de ajedrez del centro de Asia-, por compromiso humanitario con las personas que quieren huir y, sobre todo, con las personas que no podrán salir, y por intereses menos loables como por ejemplo la prevención del flujo de población refugiada. Las Naciones Unidas, concretamente, se juegan el prestigio si no son capaces de encontrar una manera de liderar y ejercer un papel de garante de los derechos humanos y mantenimiento de la paz.

Por otra parte, los talibanes también se enfrentan a múltiples dilemas de negociación. En primera instancia, tendrán que resolver las disputas de poder internas. Los talibanes no son una organización monolítica sino más bien una federación. En su interior hay facciones más moderadas y más radicales y deberán conciliar sus expectativas.

En paralelo, también deberán decidir si comparten el poder con otros grupos políticos del país y establecen una especie de gobierno de transición. En caso contrario, es posible que se organice una oposición armada con el riesgo de iniciar una nueva guerra civil.

En tercer lugar, el nuevo gobierno necesitará establecer relaciones diplomáticas y garantizar un mínimo de apoyo internacional (financiero, técnico y humanitario) para hacer funcionar la administración pública de un país en ruinas. La última vez que gobernaron sólo contaron con el reconocimiento de Pakistán, Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos. Ahora saben que con sólo eso no es suficiente. También han aprendido que si quieren colaborar con otros poderes regionales como Rusia y, sobre todo, China, deberán negociar, ceder y demostrar su compromiso y su capacidad de cumplir con los acuerdos.

Finalmente, las negociaciones más importantes: entre gobernantes y su propia población. No nos referimos a unas negociaciones directas, pero el nuevo gobierno deberá determinar una manera de gestionar la crítica. No nos engañemos: como cualquier régimen autoritario, la represión probablemente será la opción preferida. Pero la represión tiene un coste que los talibanes deberán calibrar.

En definitiva, a estas alturas en Afganistán nadie tiene mucho interés en el diálogo y la negociación, pero parecen factores inevitables. A la hora de la verdad la cuestión no es si es necesario o no negociar, sino saber encontrar el momento y acertar con la metodología y con la agenda de la negociación… aspectos que no son nada fáciles: el año 2001 los americanos tuvieron la opción de negociar la rendición de los talibanes. Tenían la sartén por el mango pero rechazaron la oportunidad, por soberbia. 20 años después, con una tragedia humanitaria en la espalda, terminaron negociando con sus enemigos un acuerdo muy cuestionable.

Kristian Herbolzheimer, director del ICIP

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