El pasado viernes 11 de octubre el Comité Nobel noruego anunció la decisión de otorgar el Premio Nobel de la Paz 2024 a la organización japonesa Nihon Hidankyo. Este movimiento de base de supervivientes de la bomba atómica de Hiroshima y Nagasaki, también conocido como Hibakusha, ha recibido el premio por sus esfuerzos por conseguir un mundo libre de armas nucleares y por demostrar mediante testigos que este tipo de armas no deben utilizarse nunca más.

Si hay alguien que hace tiempo que merecía una distinción como ésta es el colectivo de Hibakusha, que lleva décadas ofreciendo su testimonio en todo el mundo con el objetivo de que su historia no se repita. Estos testimonios históricos han contribuido a generar y consolidar una oposición generalizada a las armas nucleares en todo el mundo en base a sus historias personales, creando campañas educativas a partir de su propia experiencia y haciendo públicas advertencias urgentes contra la propagación y el uso de este tipo de armamento.

Hace diez años tuve la oportunidad de viajar con un grupo de ocho Hibakusha a bordo de Peace Boat, una ONG que promueve la paz, los derechos humanos y la sostenibilidad a través de programas educativos en un barco de pasajeros que viaja por el mundo. Pasar más de tres meses a bordo de un barco y visitar con este grupo de Hibakusha más de una quincena de puertos -desde India a Venezuela pasando por Suecia o Islandia- fue sin duda una experiencia que me cambió la vida. De hecho, verles dar testimonio en torno al mundo y la pasión con que lo hacían a pesar de su avanzada edad, fue un hecho que me hizo replantear mi carrera periodística y dedicarme de una forma más firme al mundo de la construcción de paz.

En este viaje de Peace Boat, el número 87, viajaban Hibakusha como Miyake Nobuo, Hironaka Masaki, Ito Masao, Horie Soh, Morita Hiromitsu, Kamada Hiroe, Mitamura Shizuko y Kotani Takako. Aunque tenían entre 70 y 86 años y sobrevivieron a un ataque nuclear ya todas sus consecuencias, su energía y determinación era contagiosa. Todos tenían su historia y todos la compartían una y otra vez como si fuera la primera vez que la contaban. El mayor, Miyakesan, tenía 16 años cuando la bomba explotó en Hiroshima. Fue expuesto en el bombardeo atómico mientras viajaba en un tranvía que se dirigía hacia el hipocentro; se encontraba a 1,8 km de distancia. Afortunadamente sobrevivió tras la decisión instantánea de saltar del vagón en el que viajaba en el momento de la explosión; muchos de los que se quedaron a bordo murieron, pero él sobrevivió; el hecho de hacerlo cuando ya era un joven adulto hizo que mantuviera un recuerdo claro y vivo de la fatídica jornada y también de todas las consecuencias posteriores: el dolor que sufrió su familia y conocidos, las penurias económicas derivadas de la tragedia, o todos los problemas a los que tuvo que enfrentarse durante su juventud cuando durante muchos años haber estado expuesto a la radiación era un gran estigma en el Japón de la posguerra, algo que debía esconderse si se quería seguir teniendo una vida normal y conseguir cosas tan básicas como un trabajo o una pareja. El reconocimiento y las ayudas llegaron décadas después.

En este viaje, vi a Miyakesan dar testimonio al menos en una decena de ocasiones. Siempre me maravilló la contundencia de su mensaje, su claridad y el fuerte grito con el que terminaba cada una de sus intervenciones: “¡No más Hiroshima, no más Nagasaki, no más Hibakusha!”, gritaba en inglés al finalizar su testimonio con una voz fuerte y clara. Después de cada una de estas intervenciones nos explicaba que se sentía «un poco cansado», pero a pesar de ello siempre era el primero en ofrecerse a contar su historia, ya fuera delante de un grupo de cien estudiantes de un instituto de Motril oa un alcalde en su pequeño despacho de Catania. Este viaje, por cierto, quedó en parte documentado en el documental I was her age de Emma Baggott, que puede verse en este enlace.

Finalmente, Miyake falleció en octubre del pasado año con 94 años. En estos días somos muchos los que le recordamos y hemos pensado lo feliz que sería al saber que el colectivo que él representa ha obtenido el premio más prestigioso del mundo de la paz. Pero Miyake es sólo un ejemplo de los cientos de Hibakusha que durante décadas han ayudado a describir lo indescriptible, a imaginar lo imaginable ya entender algo mejor el incomprensible dolor provocado por las armas nucleares.

Con la entrega del Premio Nobel a Nihon Hidankyo ya todos los Hibakusha, el Comité Noruego quiere reforzar su mensaje en un momento en el que el uso de armas nucleares está dejando ser un tabú. Nos encontramos en un momento clave, en un momento en que las potencias nucleares están modernizando y mejorando sus arsenales, cuando parece que nuevos países se están preparando para adquirirlas y cuando existe la amenaza de utilizarlas en las guerras en curso.

En este momento de la historia de la humanidad, cuando están a punto de cumplir 80 años del lanzamiento de las dos primeras bombas atómicas, vale la pena recordarnos lo que son este tipo de armas: las más destructivas que el mundo ha visto nunca. Unas armas que han evolucionado, que son extremadamente más potentes que las que se lanzaron a Hiroshima y Nagasaki y que en pocos segundos podrían matar a millones de personas y afectar al clima de forma catastrófica.

Es este contexto es importante tener presente más que nunca el mensaje de los Hibakusha: todos debemos hacer lo que está en nuestras manos para conseguir que lo que Miyakesan llamaba en cada una de sus intervenciones se cumpla: que nunca haya más Hibakusha y que Hiroshima y Nagasaki no se repitan nunca más en ninguna parte del mundo. Bienvenido sea un premio que refuerza un mensaje tan necesario como éste en un momento tan delicado como el que estamos viviendo todos juntos.

Chema Sarri, técnico de comunicación del ICIP

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