En enero de 1916 el Gobierno británico aprobó una ley del servicio militar que establecía que todo hombre soltero de entre 18 y 41 años de edad podía ser reclutado para el ejército. Una segunda ley amplió el reclutamiento obligatorio a los hombres casados. En cualquier otro lugar de Europa estas medidas no hubieran generado polémica alguna. En efecto, en el continente europeo, el servicio militar obligatorio se había convertido en un elemento más de la vida nacional, apoyado tanto por la derecha como por la izquierda. La derecha nacionalista lo veía como un arma contra el enemigo extranjero, mientras que la izquierda socialista, particularmente potente en Alemania y Francia, lo favorecía porque consideraba bueno contar con un “ejército de ciudadanos” dispuesto a defender al pueblo contra los enemigos de clase del propio país.
Pero Gran Bretaña era diferente. Estando aún presentes las tristes memorias de las patrullas de reclutamiento forzoso del siglo XVII y principios del XVIII, la creencia de que el servicio militar debía ser únicamente voluntario era casi universal. Algunos miembros del Partido Conservador comenzaron a apoyar el reclutamiento obligatorio durante la Guerra Bóer y, en 1902, se creó la Liga del Servicio Nacional, que, irónicamente, sostenía que Gran Bretaña debía tomar ejemplo de la “excelente política” del Káiser e impulsar un militarismo sano y masculino. Pero el Partido Liberal, en el poder desde 1906, siguió oponiéndose firmemente a toda forma de obligatoriedad con el apoyo de los cuarenta parlamentarios laboristas, excepto uno, y también del pujante movimiento socialista.
Así pues, ¿qué motivó el cambio radical de 1916? En primer lugar, las esperanzas y predicciones iniciales de que para la Navidad de 1914 la guerra ya habría terminado se desvanecieron rápidamente, al tiempo que aumentaba el número de bajas y el reclutamiento voluntario no era suficiente para mantener el ritmo de la contienda. Tras la coalición de emergencia de guerra, establecida por conservadores y liberales, la presión en favor de la obligatoriedad se incrementó. Una propuesta inicial de los Conservadores fue el reclutamiento obligatorio únicamente de “caballeros”, un ejemplo para las clases inferiores descrito como “el ejemplo más rotundo de los ricos sirviendo a los pobres desde que Cristo predicó este principio”. Pero la idea no despertó demasiado entusiasmo entre las clases acomodadas. Si bien un referéndum popular habría descartado cualquier propuesta de obligatoriedad, enviándola al limbo, a finales de 1915, en los círculos políticos, los partidarios de reclutamiento obligatorio eran ya quienes marcaban la pauta. El primer ministro Asquith terminó cediendo y la primera ley de servicio militar obligatorio de Gran Bretaña obtuvo la sanción real el 27 de enero de 1916, con la oposición de únicamente 38 parlamentarios.
La Gran Bretaña fue la primera nación que incluyó la objeción de conciencia en su legislación
Desde el principio se creyó necesario establecer exenciones para los hombres empleados en sectores civiles vitales, como la agricultura y la minería. Mientras el proyecto de ley se tramitaba en el Parlamento, un reducido grupo de parlamentarios, liderado por Arnold Rowntree y Edmund Harvey, ambos miembros de la Sociedad Religiosa de los Amigos (conocida también como los cuáqueros), propuso una cláusula de conciencia que ampliara las exenciones a los hombres que pudieran demostrar una objeción moral al servicio militar. Pese a haber sido redactada apresuradamente, haber sido objeto de una áspera lucha y estar llena de ambigüedades que complicarían la aplicación de la ley en los siguientes tres años, la cláusula obtuvo el apoyo de la mayoría parlamentaria y Gran Bretaña fue la primera nación que incluyó la objeción de conciencia en su legislación.
Pero, ¿cómo iba a diferenciarse a los auténticos objetores de conciencia de los vagos, espabilados y/o cobardes? El Gobierno asignó esta ingrata tarea a una red de tribunales que estableció por todo el país. Los elegidos para juzgar las tiernas conciencias fueron los hombres mayores y respetables de cada comunidad: alcaldes, sacerdotes y clérigos y un representante militar, cuya misión era hacer que el mínimo número de jóvenes posible se colara a través de la red. Aunque estaban facultados para otorgar exenciones absolutas del servicio militar, este tipo de exenciones fueron muy infrecuentes. La mayoría de solicitudes eran rechazadas directamente o quedaban condicionadas a que el solicitante se alistara en el recién creado cuerpo militar no combatiente o a que aceptara efectuar trabajos alternativos de apoyo a los esfuerzos bélicos.
Ello tuvo como efecto la creación de dos clases de objetores: aquellos cuya conciencia les permitía aceptar un servicio militar en unidades no armadas en las que no se les requería que mataran y otros cuya objeción a participar en la guerra, directa o indirectamente, era absoluta. Estos últimos eran, naturalmente, los que planteaban mayores dificultades a las autoridades civiles y militares. Cuando los tribunales los asignaban a cuerpos no combatientes, estos objetores se negaban a incorporarse, por lo que eran arrestados y “considerados soldados”, les gustara o no. No obedecían las órdenes y sufrían un trato cruel y degradante en la cárcel o bajo detención militar. En 35 casos, como mínimo, fueron condenados a pena de muerte, que les fue conmutada en el último momento. Casi un centenar de hombres murieron como consecuencia directa de la brutalidad a que fueron sometidos en el ejército o en la cárcel y muchos más padecieron problemas de salud física o mental de los que nunca se recuperaron completamente.
Se crearon dos clases de objetores; aquellos cuya conciencia les permitía aceptar un servicio militar que no requería matar y otros cuya objeción a participar a la guerra era absoluta
Entre 16.000 y 20.000 hombres —el número ha aumentado tras las nuevas investigaciones que han desvelado casos que hasta el momento no constaban como tales— se declararon objetores de conciencia. Probablemente más de la mitad de ellos eran miembros de las iglesias tradicionales y de sectas fundamentalistas, como los testigos de Jehová (entonces conocidos como los estudiantes de la Biblia), los hermanos de Plymouth y los cristadelfianos. El grupo religioso más numeroso era el de los cuáqueros (si bien un tercio de cuáqueros en edad militar se incorporaron al ejército voluntariamente y muchos otros se unieron a la Unidad de Voluntarios de Ambulancias). El mayor grupo de objetores por motivos políticos más que religiosos era el de los miembros del Partido Laborista Independiente, fundado por el socialista pacifista Keir Hardie, que, en abril de 1913, escribía: “Los trabajadores del mundo no tienen motivo alguno para luchar entre ellos. No tienen país. El patriotismo es un término que no tiene ningún significado para ellos”.
Pero tratar de establecer una diferencia nítida entre objetores políticos y religiosos es no entender la naturaleza de la tradición radical británica. En efecto, muchos socialistas, como Keir Hardie, eran socialistas cristianos y muchos jóvenes cuáqueros eran miembros del Partido Laborista Independiente. Los marxistas se codeaban con los metodistas en los vibrantes movimientos inconformistas británicos. La objeción religiosa y política se integró totalmente en la bien organizada coalición formada por la No-Conscription Fellowship (N-CF) (Asociación contra el reclutamiento obligatorio) y el Comité de Servicio de la Sociedad de Amigos, la organización que hacía un seguimiento de cada objetor, publicaba informes sobre malos tratos y brutalidades y hostigaba incesantemente al Ministerio de Guerra para que fueran liberados los miembros encarcelados por segunda y tercera vez.
Tratar de establecer una diferencia nítida entre objetores políticos y religiosos es no entender la naturaleza de la tradición radical británica
A la cabeza de la N-CF estaban dos hombres del Partido Laborista Independiente, Fenner Brockway y Clifford Allen, a los que pronto se unió el eminente filósofo Bertrand Russell, que se encargaba de editar la revista mensual de la asociación, titulada, irónicamente, The Tribunal. Contaban con el apoyo de un grupo de mujeres cuáqueras y sufragistas, entre las que destacaba Catherine Marshall, una excepcional organizadora, que lideró la campaña cuando todos los hombres fueron encarcelados. El eje religioso/político queda perfectamente ilustrado a través de los comentarios del manifiestamente ateo Russell, que describía a sus camaradas encarcelados como “hombres vigorosos y valientes, llenos de auténtica religión”. Su objetivo común era “traer el Reino de los Cielos a la Tierra, ni más ni menos”.
En la campaña hubo también situaciones divertidas. Cuando algunos miembros de la N-CF fueron procesados en virtud de la Ley de Defensa del Reino, el fiscal era un tal Mr. Archibald Bodkin, que más adelante sería nombrado Sir. En un momento de irritación, Bodkin se quejó en voz alta de que “la guerra sería imposible si todos los hombres opinaran que la guerra era un error”. La N-CF le felicitó por esta declaración que, de manera tan nítida y concisa, expresaba su propio punto de vista y confeccionó pósteres con las palabras de Bodkin, subrayando que habían sido pronunciadas por el fiscal del Estado. Ello provocó que el Gobierno denunciara los pósteres, con lo cual la N-CF solicitó el arresto de Mr. Bodkin como autor de las palabras subversivas. The Tribunal planteó que el deber patriótico de Mr. Bodkin era procesarse a sí mismo y, poniendo de manifiesto su generosidad, la N-CF se ofreció para —en caso de que el fiscal fuera condenado— ocuparse de la manutención de su mujer y sus hijos mientras él estuviera en la cárcel. Las autoridades tuvieron que desistir.
Al término de la guerra, la N-CF celebró un congreso final con la participación de 2.000 refractarios a la guerra recién liberados de la cárcel o del servicio no combatiente. Clifford Allen les dijo:
“Todos nosotros debemos ser conscientes de lo terrible que resulta la comparación entre la angustia de los que han muerto y han sido mutilados en la guerra y el sufrimiento al que hemos sido sometidos nosotros… Ninguno de nosotros osaría comparar nuestro padecimiento con el de los hombres que realmente participaron en la guerra. Muchos de ellos están muertos. Nosotros, en cambio, todavía tenemos las oportunidades que nos brinda la vida.
Y Bertrand Russell añadió:
“La N-CF ha alcanzado una victoria absoluta en su defensa de la libertad de no matar o no participar en matanzas. Todo el poder del Estado no ha podido obligar a los miembros de la N-CF a matar o a ayudar a matar. Obteniendo esta victoria, habéis obtenido una victoria aún mayor: habéis obtenido una victoria del sentido del valor de la persona, de la realización del valor de cada ser humano. Es esto, por encima de todo, lo que debemos reivindicar y plantear al mundo, este sentido de que cada ser humano, cada individuo que crece y vive, posee, en sí mismo, algo sagrado, algo que no debe ser deformado y destruido por imposición de fuerzas externas”.
Un siglo más tarde, es un mensaje que deberíamos seguir proclamando a los cuatro vientos.
*** David Boulton es autor del libro Objection Overruled: Conscription and Conscience in the First World War, encargado por Bertrand Russell y publicado por primera vez en 1967. The Observer lo describió entonces como “destinado a convertirse en el relato clásico acerca de los hombres que lucharon por el derecho a decir no a la guerra”. En 2014 se publicó una versión ampliada y actualizada, disponible en la Quaker Centre Bookshop de Londres
Fotografia : Ben Sutherland / CC / Desaturada.
– Monumento a los objetores de conciencia en Londres –
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