El anarquismo como emancipación humana y como alternativa social, cultural y económica es una idea hija de la Ilustración europea. Se inscribe dentro de las corrientes racionalistas que creen en la educación del individuo como herramienta fundamental para la transformación de la sociedad. Los anarquistas luchan por una sociedad futura en la que no tienen lugar ni el Estado ni el autoritarismo, ya que es una sociedad estructurada a partir de pequeñas comunidades autosuficientes y respetuosas con la naturaleza, preconizada ya desde los socialistas utópicos. Una idea de base comunitarista (no por eso necesariamente antiindividualista) que se verá fortalecida por la contribución del sindicalismo revolucionario que utilizó la acción directa y las tácticas insurreccionales en sus reivindicaciones. A nivel político los anarquistas no diferencian entre fines y métodos, ya que una lucha ya es en sí misma un fin.
Lógicamente, en la denuncia anarquista del autoritarismo del Estado moderno aparecen ya los conceptos asociados al ejército y a la guerra, una constante en los años de la aparición del internacionalismo obrero a causa del crecimiento de los modernos nacionalismos europeos, la emergencia de las independencias americanas y el contexto colonial africano y asiático. El proletariado urbano y amplios sectores de campesinos empobrecidos de todo el planeta serán carne de cañón de todas estas sangrías de población joven y de devastación en amplias zonas de la Tierra. La protesta obrera se canaliza así a partir de las propias organizaciones incipientes (sindicatos, mutuas, etc.), con el apoyo de una literatura pacifista que pronto será reproducida en publicaciones clandestinas o en folletines que circulan de mano en mano1. Comprobamos cómo el antimilitarismo anarquista siempre ha ido ligado al anti estatismo y al pacifismo, ya que combate la existencia de la institución militar -considerada por ellos como uno de los pilares fundamentales del Estado moderno. Este antimilitarismo anarquista ha adoptado diversas formas a lo largo de los años, muy ligadas a la propia tradición libertaria europea y americana: desde la objeción de conciencia, la insumisión a las levas, la insubordinación y, naturalmente, la desobediencia civil tan arraigada desde Thoreau, Mc Say, Spooner, Tucker, etc.
Si consultamos la Enciclopedia Anarquista organizada por Sebastien Faure en los años 20 en París constatamos que, en torno al ejército, el militarismo, el pacifismo, la bandera, la patria, etc., hay un buen número de entradas de diversos autores. La mayoría coinciden en señalar su preocupación por el hecho de la guerra y siempre la vinculan al problema social. Su análisis rechaza el problema nacionalista o colonial para incidir en el problema de la desigualdad interna de las naciones, es decir, se denuncia el militarismo en dos vertientes: un ejército de guerra, más o menos numeroso pero con un arsenal científico destinado a la destrucción del enemigo; y una guardia (o policía) formidable, organizada en todo el territorio y destinada a obtener la obediencia a través de la coacción o el miedo de los más desfavorecidos. Así, para muchos anarquistas, para transformar la sociedad en base a la justicia, la libertad y el bienestar social, hay que garantizar la desaparición del ejército armado ya que inmediatamente comportará la desaparición de «las patrias» y los Estados por falta de apoyo. Es más, los anarquistas, partidarios de la acción directa, proclaman: «¡Pacifista, pero no pasivista!»; un concepto expresado por Paul Gille que enlaza con los presupuestos de la mayoría de teóricos libertarios, que no descartan el uso de las armas en acciones de revolución social o en actos de autodefensa o de desobediencia a la fuerza armada del Estado.
El antimilitarismo anarquista siempre va ligado al anti estatismo y al pacifismo, porque combate la existencia de la institución militar
Los internacionalistas españoles y catalanes también defendieron esta postura antimilitarista y denunciaron la complicidad de la burguesía del país con el ejército colonial. En sus publicaciones aparecen artículos, versos o ensayos donde se clama a la resistencia antibelicista de diversos sectores. Un ejemplo es el texto del etnógrafo Cels Gomis titulado A las madres (1887). El argumento enlaza con la propuesta de las primeras anarcofeministas y malthusianas francesas, como Madaleine Vernet o Maria Huot, a favor de que las mujeres no tengan hijos para que sean destinados a las guerras nacionalistas o colonialistas europeas. En nuestro entorno encontramos la misma argumentación de la mano de las fundadoras de la Unión Progresiva Femenina, es el caso de Amalia Domingo Soler y su poema Patria. La inclusión del libro de lectura Pensamientos Antimilitaristas en los cursos de la Escuela Moderna de Ferrer i Guàrdia dice mucho de las aspiraciones de los racionalistas científicos de principios del siglo XX.
Dentro de este magma social que agrupa amplios sectores del proletariado urbano autoorganizado, el sentimiento antimilitarista es una constante. Más aún si lo asociamos al impopular «sistema de quintas» que afectó el siglo XIX español y que, más tarde, presentó aspectos de revuelta urbana tan impactantes como el de julio de 1909 en Barcelona y alrededores y que se conoció popularmente como la Semana Trágica, el detonante de la cual fue la negativa a embarcar por parte de los reservistas hacia la guerra de Marruecos.
El movimiento anarquista internacional presentó, pues, desde sus inicios muchas propuestas a favor de la deserción del ejército. Se organizó activamente creando redes de acogida de los desertores exiliados en diversos países. Por otra parte, la prensa hizo también de altavoz de este sentimiento y acogió de forma ecléctica una multitud de críticos de izquierdas -no necesariamente anarquistas-, desde Herbert G. Wells hasta Oscar Wilde, Romain Rolland, Bertran Russell, Jules Verne o el popularísimo Anatole France, que hacían campaña por la paz desde el campo de la literatura. Naturalmente, la prensa también se hizo eco de las ideas del anarcocristiano ruso Lev Tolstoi -sobradamente reproducido y difundido- y, como no, de Mahatma Gandhi, que al mismo tiempo propugnaba la práctica de la acción directa a partir de sus campañas noviolentas de desobediencia civil. El debate en el seno de las agrupaciones anarquistas estaba servido y, durante los años anteriores a la Gran Guerra y en el transcurso de esta, llegaron a su punto más intenso.
Kropotkin con su postura aliadófila se enfrentó con la mayoría de anarquistas, partidarios del antimilitarismo obrero
La disputa más sonada fue la que enfrentó al geógrafo ruso Piotr Kropotkin y algunos de sus seguidores, contra la mayoría de los anarquistas de todo el mundo, entre los cuales destaca el italiano Enrico Malatesta. Encontramos detalles de la postura de Kropotkin en la esmerada biografía que le dedicó George Woodcock2, donde reflexiona sobre su posición aliadófila que impacta en el movimiento obrero del momento. Kropotkin desconfiaba de los alemanes por el apoyo y protección que éstos siempre habían brindado al zarismo y se alineó con las posturas de los exiliados rusos en la acogedora Francia o Inglaterra (Bakunin, Herzen, etc …) dónde éstos actuaban sin coacciones y habían conseguido crear organizaciones y publicaciones.
Kropotkin publicó diversos escritos en contra de la escalada armamentística alemana ya en los meses anteriores a la Primera Guerra Mundial, hecho que causó una gran confusión entre los anarquistas. Fue uno de los peores momentos de su vida porque perdió a muchos amigos amados, entre los cuales Malatesta. El incidente más destacable fue el que se produjo en el grupo «Libertad». La mayoría de sus miembros estaban en desacuerdo con Kropotkin pero haciendo uso de la no coacción de la libertad decidieron publicar su texto en el diario Freedom. En octubre de 1914 aparece una primera carta dirigida al profesor Steffen de Noruega donde el geógrafo ruso defiende su postura aliadófila y ataca el antimilitarismo obrero, a la cual le siguieron dos escritos más en la misma línea.
La reacción en forma de artículos y cartas de protesta no se hizo esperar y éstas también fueron publicadas. En una de ellas Malatesta afirma: «De hecho, Kropotkin renuncia al antimilitarismo porque cree que se tienen que resolver las cuestiones nacionales antes que las sociales. Nosotros pensamos que las rivalidades y los odios nacionales son el mejor medio de que disponen los amos para perpetuar la esclavitud de los trabajadores, y nos tenemos que oponer con todas nuestras fuerzas. En cuanto al derecho de las pequeñas nacionalidades de conservar, si lo quieren, su lengua y sus costumbres, se trata tan sólo de una cuestión de libertad y sólo tendrá una solución auténtica y definitiva cuando, una vez destruidos los Estados, todo ser humano, todo individuo, tenga el derecho a asociarse con cualquier grupo y a separarse del grupo cuando quiera (…) Nunca había soñado que Kropotkin pudiera invitar a los obreros a hacer causa común con los gobiernos y los amos».
La disputa siguió en torno a Freedom, que había sido fundada por el propio Kropotkin. Éste encolerizó y, gravemente enfermo pero fiel a su idea, decidió desvincularse de la publicación, que continuó con su línea antibelicista. Al anarquista ruso le dejaron de lado Jean Grave, Carlo Malato y Paul Reclus (hijo de Élisée, también geógrafo).
Los libertarios antimilitaristas sólo podían admitir un tipo de lucha, una guerra de liberación de los oprimidos contra los opresores
En 1916, en plena guerra europea, el agitador francés Jean Grave visitó a Kropotkin en Brighton y juntos redactaron el controvertido Manifiesto de los 16 en que defendían la guerra. Lo firmaron anarquistas muy comprometidos, como Guérin, Cherkezof, Malato, Recluso, Cornelissen… hasta 153. El texto apareció en La Bataille Syndicaliste y, significativamente, el viejo luchador James Guillaume, que en ocasiones se había manifestado a favor de la guerra, no lo firmó. En España, Ricardo Mella secundó la postura de Kropotkin.
La respuesta llegó pronto por parte del grueso del anarquismo europeo y americano. El ya citado Enrico Malatesta y Alexander Shapiro, elegidos en la Asamblea de la Internacional Anarquista de 1907, firmaron una declaración. Se añadieron Domela Nieuwenhuis, Emma Goldman, Berkman, Bertoni, Ianomvski, Charles Albert, André Colomer, Marcel Dieu (conocido como Hem Day), Coatmeur Gerard Hervé y muchos más. Más tarde, Luigi Fabbri, Sebastièn Faure, Émile Armand, Han Ryner y otros. Rudolf Rocker, a pesar de manifestarse en contra de la guerra, no pudo firmar el texto porque estaba internado. Las redacciones enteras de las principales publicaciones también se añadieron al no a la guerra, como la ya mencionada Freedom, la americana MotherEarth, la francesa Le Libertaire y todos los individualistas reunidos en torno al diario, también francés, L’Unique.
Cabe añadir que en abril de 1915 se había celebrado en Ferrol, Galicia, un Congreso Internacional por la Paz impulsado por la CNT y organizado en el Ateneo Sindicalista. Colaboraron los seguidores de las posturas de Freedom encabezados por Malatesta: Eusebi Carbó, Àngel Pestaña, Antonio Loredo, Mauro Bajatierra, José López, Bouza, y muchos más. A pesar de la prohibición gubernamental, las detenciones de los militantes obreros y las deportaciones de los extranjeros, se celebraron dos sesiones donde hablaron delegados españoles, franceses y portugueses. Participaron también destacados anarquistas de toda Europa, Argentina y Brasil.
Entre muchas argumentaciones, los libertarios antimilitaristas afirmaban que sólo podían admitir un tipo de lucha, una guerra de liberación «desencadenada por los oprimidos contra los opresores, los explotados contra los explotadores», para fomentar y extender «el espíritu de la rebelión» y luchar contra toda forma de autoridad, de las cuales el Estado es la encarnación más significativa.
1. Queda fuera del alcance de este artículo citar las diversas fuentes donde los internacionalistas rechazan las acciones de los militares y los llamamientos explícitos a la deserción y al abandono de las armas.
2. Woodcock, G. y Avakumović I. The anarchist prince: A biographical study of Peter Kropotkin, New York: Schocken Books, 1971.
3. A pesar de ser 15 firmantes el texto se conoce como ‘Manifiesto de los 16’ porque inicialmente se pensó que Hussein Dey sería un autor más, cuando en realidad era el nombre de una localidad.
Fotografia : Wikimedia Commons
– Alexander Berkman hablando en un acto anarquista en Union Square, NYC 1914 –
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