En las guerras clásicas el campo de batalla era el espacio físico en donde se llevaban a cabo los enfrentamientos armados o se libraban las batallas entre los ejércitos. Hasta la Segunda Guerra Mundial las batallas tenían lugar en espacios no poblados y la mayoría de las víctimas eran militares. En los conflictos armados actuales la población civil se ha convertido en objeto de guerra, en escenario de guerra o en campo de batalla; cada bando se enfrenta al otro mediante el ataque a la población que se identifique con el bando contrario o enemigo. Todos ellos intentan conseguir su sumisión mediante la generación de terror y miedo sobre la población.
Cada día en Siria, Yemen, territorios ocupados de Gaza, Irak, Libia, Somalia o Ucrania, se emplean armas explosivas en zonas densamente pobladas causando un inmenso daño a la población civil. El uso generalizado de armas explosivas por fuerzas militares gubernamentales y grupos armados en ciudades, pueblos y aldeas produce como resultado miles de muertes y heridos entre la población civil, la destrucción de infraestructuras esenciales y la destrucción de los medios para sustentar la vida de las personas.
En todos estos países hay unos patrones de muerte y destrucción que se repiten; todas las partes armadas utilizan armas explosivas contra la población civil. Lanzan explosivos desde sistemas aéreos o des de tierra, como bombas, cohetes, misiles, morteros, artillería o artefactos explosivos improvisados, como coches bombas. En algunas ocasiones, por ejemplo en Siria, el ejército de El Asad ha lanzado aviones barriles con explosivos llenos de metralla de fragmentación sobre algunas ciudades, cuyos efectos son devastadores sobre las personas a corto y largo plazo. Todos estos artefactos explosivos impactan en espacios que congregan a muchas personas: viviendas, mercados, escuelas, jardines, hospitales, centros de salud, edificios públicos o lugares de culto; pero también impactan en infraestructuras que pueden ser vitales como el sistema de potabilización y canalización de agua, el suministro de electricidad y el alcantarillado, calles, carreteras, aeropuertos o puertos, y en infraestructuras productivas como comercios, empresas o tierras agrícolas.
Más allá del sufrimiento físico y mental sobre las víctimas, los bombardeos destruyen y dañan infraestructuras vitales para la población civil
En el conflicto de Siria, en la ciudad de Homs, donde las tropas gubernamentales y las milicias han estado luchando por el territorio metro a metro, el uso de explosivos ha provocado que casi todos los hogares de la ciudad vieja hayan sido destruidos. En la antigua ciudad de Alepo barrios enteros han sido destruidos y, durante semanas, sus habitantes no han tenido acceso al agua. En todos estos hogares residían personas cuyas vidas también han sido destrozadas.
El impacto devastador del uso de explosivos sobre la población es incalculable. Según la Oficina para la Coordinación de los Asuntos Humanitarios de Naciones Unidas (OCHA), tan sólo en 2015, 1,2 millones de sirios se han visto obligados a huir de sus hogares, algunos de ellos por segunda o tercera vez, añadiéndose a los 7,6 millones de personas que ya han sufrido desplazamiento. A principios de julio de 2015 el número de refugiados sirianos en otros países alcanzó la cifra de cuatro millones, la población de refugiados más grande de un solo conflicto en todo el mundo de los últimos veinticinco años 1. A lo largo de los cuatro años de guerra en Siria se han producido más de 250.000 muertes y más de un millón de heridos.
12,2 millones de sirios, de los cuales más de 5,6 son niños, siguen necesitando asistencia humanitaria, una cifra doce veces superior al número de personas que lo requerían en 2011. De estos, se estima que unos 4,8 millones se encuentran en zonas de difícil acceso o en zonas sitiadas entre los bandos armados. Los datos indican también que entre el 80 y el 90% de los muertos y heridos por el uso de armas explosivas son civiles.
Las peores consecuencias humanitarias de los bombardeos podemos observarlas en su uso frecuente en zonas en la que se confunde a los combatientes con la población civil. A modo de ejemplo, tomemos los daños sufridos por la población de Gaza en la que, durante el verano de 2014, la principal estrategia militar israelí fue la de los bombardeos. Según la OCHA, más del 85% de víctimas mortales palestinas (1.845) eran civiles, de las que el número de niños muertos superó los 400. Por contra, entre las fuerzas israelís se produjeron 67 muertes, de las que 64 eran soldados, dos civiles y un ciudadano extranjero. En cuanto a heridos, hubo 9.536 entre la población palestina de los cuales 2.877 eran niños. Casi el 30% de la población de Gaza ha sido desplazada (520.000), incluyendo a cerca de 65.000 personas cuyos hogares han sido destruidos o dañados sin posibilidad de ser reparados y, por tanto, sin posibilidad de retorno. Si la estrategia militar israelí no hubiera consistido en bombardear ciudades, el daño sobre la población civil hubiera sido mucho menor 2.
La población civil es la que se lleva la peor parte de la violencia, no solamente en tanto que muchas personas mueren o quedan heridas, sino porque a todos los sufrimientos que conlleva vivir en medio de una guerra hay que sumarle los padecimientos de pobreza, inseguridad, malnutrición, escasa atención médica o el saqueo. Agencias de ayuda humanitaria estiman que el 80% de la población de Yemen necesita algún tipo de protección o ayuda humanitaria, lo que representa un aumento del 33% respecto a las cifras anteriores al conflicto.
Consecuencias a largo plazo
Más allá del sufrimiento físico y mental inmediatos sobre las víctimas, los bombardeos destruyen y dañan infraestructuras civiles como hospitales y escuelas, o servicios, como el sistema de recogida de basuras, todos ellos vitales para la población. Este tipo de daños afecta a la capacidad del Estado y de las administraciones locales para prestar servicios básicos como educación o sanidad. Ello tiene como efecto no poder recibir una atención médica adecuada, el cierre de muchas escuelas y universidades, la falta de combustible o los daños sobre vehículos como ambulancias que impiden el traslado de enfermos a centros médicos. Cuando las familias huyen y abandonan sus hogares, se produce un éxodo de trabajadores, incluyendo médicos, enfermeras o profesores, profesionales sobre los que recae el funcionamiento del país.
Detrás de cada estadística sobre las consecuencias del uso de armas explosivas en zonas pobladas hay miles de historias individuales que sería necesario recoger y recordar
Desde un enfoque de desarrollo, Siria ha retrocedido a lo largo de estos años de guerra hasta los niveles de hace cuatro décadas. Desde el inicio del conflicto en 2011, se estima que la esperanza de vida se ha acortado en casi trece años y la escolarización se ha reducido en más de un 50%. En Siria también han retrocedido los doce indicadores de los Objetivos de Desarrollo del Milenio. La economía siria se estima que se ha contraído en un 40% desde 2011, lo que lleva a la mayoría de los sirios a perder sus medios de subsistencia. A finales de 2013, se estimó que tres de cada cuatro sirios vivían en la pobreza, y el 54%, en la pobreza extrema 3.
El uso generalizado de armas explosivas también deja restos explosivos dispersos por el territorio, lugares muy contaminados que continuaran siendo una amenaza grave para la población si no se retiran. El proceso de retirarlos puede durar décadas, con el consiguiente riesgo de provocar más muertes, heridos y la limitación de acceso a ciertos espacios como tierras de cultivo o escuelas. Estos restos de explosivos pueden obstaculizar iniciativas de paz en el postconflicto, actividades de ayuda humanitaria o de desarrollo e impedir el regreso de desplazados, refugiados y su reasentamiento, puede retardar la reconstrucción y la reanudación de la vida diaria.
En todas partes en donde hay conflicto se están utilizando armas explosivas incluyendo zonas densamente pobladas. El desastre humanitario que conlleva representa un gran desafío al deber de protección de la población civil, que emana del derecho internacional humanitario, en virtud del cual están prohibidos ciertos tipos de ataques, cuando son «indiscriminados» o que se dirigen deliberadamente contra civiles. Pero no existe una frontera clara que impida específicamente el uso de armas explosivas en áreas pobladas y por eso es necesario desarrollar y ratificar un compromiso internacional a este efecto, la protección de civiles.
A menudo resulta difícil relacionar las estadísticas con las historias personales. Resulta difícil en espacios tan cortos como este dar a conocer la vida de las personas que hay detrás de las cifras, y más aún cuando éstas están muy lejos. Pero detrás de cada estadística, detrás de cada titular, artículo, reportaje o informe sobre las consecuencias del uso de las armas explosivas en zonas pobladas, hay cientos de miles de historias individuales que sería necesario recoger y recordar. Estas historias personales pueden humanizar las estadísticas, humanizarnos a nosotros y ayudarnos a presionar a los organismos internacionales hacia la adopción de unos compromisos políticos que refuercen la protección de la población civil ante el uso de armas explosivas en zonas pobladas.
1. Véanse los datos de la Oficina para la Coordinación de los Asuntos Humanitarios de Naciones Unides (OCHA)
2. Veáse el informe de la OCHA ‘Occupied Palestinian Territory: Gaza Emergency
3. ’Veáse el informe de la OCHA ‘Syria Crisis: Regional Overview’
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