En agosto del 2015, la canciller alemana Angela Merkel enunció que la normativa de Dublín “no funcionaba” y que hacía falta “una respuesta común para toda Europa” ante la llegada de refugiados en territorio comunitario. Poco después era el comisario europeo de Migraciones, Dimitris Avramópulos, quien declaraba que el viejo Dublín había muerto. Sin embargo, la Unión Europea (UE) continúa, a día de hoy, incapaz de articular una verdadera política común de asilo. La respuesta europea a los centenares de miles de personas que se han jugado la vida para intentar llegar a territorio comunitario ha estado marcada por la urgencia, la unilateralidad y los discursos populistas. Nunca como ahora ha habido una ausencia de liderazgo tan clara en la Unión. La canciller alemana ha perdido el consenso que la había erigido en el poder hegemónico de la UE. Incluso en los peores momentos de la crisis económica y financiera, mientras la eurozona se partía en dos mitades desiguales de países deudores y acreedores, Merkel siempre contó con un grupo reducido de gobiernos que asumían y defendían sus políticas de austeridad, algunos incluso con más vehemencia que la propia canciller. En cambio, la decisión de Berlín, el verano del 2015, de abrir las puertas a la llegada de refugiados de la guerra de Siria, esperando que la mayoría de socios europeos actuarían en consecuencia y se solidarizarían con el gesto alemán, acabó aislando a Merkel, debilitada en casa y en la Unión. Y, en consecuencia, no ha habido respuesta europea.
Mientras los discursos políticos hablaban, en el mejor de los casos, de “crisis migratoria” o “crisis humanitaria”, cuando no se trataba directamente de la argumentación de la derecha populista que se ha acabado imponiendo incluso en países con una larga tradición de acogida, un nuevo muro se ha ido levantando en la Unión Europea. Y lo han levantado, precisamente, aquellos que fueron los primeros en hacer caer el Telón de Acero. Hungría cerraba fronteras con barreras de alambre y cables cortantes para “detener la invasión” y “la delincuencia” y preservar “los valores cristianos de Europa”. Desde julio, una nueva ley autoriza las expulsiones sumarias de inmigrantes, que son trasladados a la frontera sin que ni siquiera se estudien sus casos. Nuevas patrullas se han desplegado a lo largo de las vallas construidas en los límites de Hungría con Serbia y Croacia en una auténtica cacería de personas.
La respuesta europea a los centenares de miles de personas que se han jugado la vida para intentar llegar a territorio comunitario ha estado marcada por la urgencia, la unilateralidad y los discursos populistas
La división entre estados miembros de la UE llevó también a la reinstauración temporal de controles fronterizos dejando en suspenso el Acuerdo de Schengen para la libre circulación de personas. La Comisión Europea se quedó sola defendiendo un plan de realojamiento de 160.000 refugiados entre todos los países miembros que no se ha podido aplicar por la oposición de algunos Estados. Seis países se reparten hoy la mayor parte de las sólo 5.651 personas realojadas hasta ahora, según cifras publicadas por el ejecutivo comunitario a finales de septiembre. Según el ACNUR en el Líbano -un país de poco más de seis millones de habitantes- hay en estos momentos 1.200.000 refugiados sirios, el 70% de los cuales viven bajo el umbral de la pobreza. La Unión Europea, que se enfrenta sólo a una ínfima parte del conjunto de la crisis humanitaria que suponen los 60 millones de desplazados que hay en el mundo, ha visto cómo se tambaleaban algunos de sus pilares fundamentales, como la libertad de movimiento, cuando ha tenido que articular una respuesta conjunta a la emergencia.
¿Cuál ha sido la solución comunitaria? Externalizar responsabilidades políticas y humanitarias. Bruselas optó por ponerse en manos de una Turquía alejada, cada vez más, de los estándares democráticos y que, a cambio de 3.000 millones de euros, se comprometía a aceptar el retorno de los migrantes que llegaran a la costa griega. Un trato que Amnistía Internacional calificó de “golpe histórico a los derechos humanos” pero que la UE no ha tenido ningún problema de replicar en el reciente acuerdo firmado con Afganistán para la deportación de migrantes y demandantes de asilo que no consigan regularizar su situación y que se verían obligados a volver a un país que vive una guerra civil encubierta. Las ONG de la región han advertido que el retorno forzado de centenares de miles de afganos, que ya ha empezado desde Pakistán, puede provocar una crisis humanitaria grave y más inestabilidad política en las zonas fronterizas del sur del país.
El mar Mediterráneo es la frontera del mundo más peligrosa de atravesar; la responsabilidad europea en las muertes en el Mediterráneo es innegable
Preocupación y compromiso
En el último Eurobarómetro de primavera1, presentado por la Comisión Europea, la inmigración se mantenía como la principal preocupación por un 48% de los ciudadanos de la UE (10 puntos por debajo que en la oleada anterior, de finales de 2015), seguido por el terrorismo (39%). Aun así, una gran mayoría de europeos (67%) se mostraban partidarios de una política común de inmigración en la Unión. Si los estonios (con un 73%), los daneses (con un 71%) y los checos, letones y húngaros (67%) eran, según el Eurobarómetro, los que más percibían la inmigración como un problema, los españoles (34%) y portugueses (17%) eran los que menos. No obstante, la constatación de la preocupación no quiere decir que no haya voluntad de implicación. El mayo pasado, Amnistía Internacional publicaba su nuevo Índice de Bienvenida a los Refugiados2, que revela cómo las políticas gubernamentales no siempre sintonizan con la opinión pública. Según este estudio, una de cada diez personas alrededor del mundo acogería a una persona refugiada en su casa. El porcentaje se eleva hasta el 29% en el Reino Unido y el 20% en Grecia y, en cambio, es sólo del 3% en Polonia. El apoyo al acceso al asilo es especialmente intenso en España (el 78% está muy de acuerdo), Alemania (69% muy de acuerdo) y Grecia (64% muy de acuerdo). En general, una gran mayoría de los encuestados querrían que su gobierno hiciera más para ayudar a las personas refugiadas. El Índice ponía al descubierto “la vergonzosa manera en que los gobiernos han jugado con la vida de personas que huyen de la guerra y la represión adoptando políticas a corto plazo” -aseguraba el secretario general de Amnistía Internacional, Salil Shetty-, pero también la disparidad de opiniones que fracturan internamente una UE dividida por las diferentes políticas de inmigración y asilo.
El Índice de Bienvenida a los Refugiados de AI revela cómo las políticas gubernamentales no siempre sintonizan con la opinión pública
El mar Mediterráneo es, según un informe de la Organización Internacional para las Migraciones, la frontera del mundo más peligrosa de atravesar y la responsabilidad europea en estas muertes es innegable. La incapacidad de reaccionar con contundencia ante una tragedia que ya hace años que dura, la tacañería de discutir fondos y recursos para las operaciones de salvamento en el Mediterráneo, la indiferencia demostrada frente a cada grito de ayuda del gobierno italiano o griego en los últimos tiempos, las condiciones inhumanas de muchos centros de acogida y de internamiento, y la insistencia en el discurso de la seguridad en lugar de apostar por reglas de acogida compartidas, son parte de este fracaso europeo.
1. Eurobarómetro realizado por la Comisión Europea.
2. Resumen del Índice de Bienvenida a los Refugiados publicado por Amnistía Internacional.
Photography (CC) : Irene Colell Fotografia
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