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Por qué la crisis de refugiados no es una crisis de refugiados

En el contexto del proyecto europeo de investigación “La acción colectiva y la crisis de los refugiados” 1, he estado unos meses realizando entrevistas a activistas que trabajan en la denuncia, la solidaridad y el apoyo a las personas migradas y refugiadas 2. Por una parte, en Barcelona, Madrid y la Frontera Sur española; por otra, en París y Calais y toda la región de Pas-de-Calais (Francia). Y, finalmente, en Bruselas. En Barcelona, he hablado con gente de organizaciones como Stop Mare Mortum, SOS Racismo, EICA, Fotomovimiento, así como con personas activas en los barrios del Raval o la Sagrada Familia y con otras sin ninguna afiliación concreta. También con algunas personas vinculadas a la política más institucionalizada, tanto con respecto a los partidos más sensibilizados con esta temática, como con el Ayuntamiento de Barcelona. Aunque no todas comparten un mismo análisis de las causas y las soluciones, hay un punto donde la coincidencia es prácticamente unánime: la crisis de los refugiados no es, en realidad, una crisis de refugiados.

Este término, popularizado por los medios de comunicación a partir de la primavera y el verano de 2015, es todavía la expresión más usada para referirse al incremento del número de personas que en los últimos tiempos están llegando a la Unión Europea solicitando asilo. Desde entonces, la gran mayoría de los actores, tanto políticos como ONG, organizaciones internacionales, periodistas y profesores universitarios de diferentes disciplinas, han utilizado una y otra vez la misma expresión. Y lo siguen haciendo. A menudo, cuando la oímos o leemos, sabemos instintivamente que no nos gusta, pero quizás no sabemos explicar exactamente por qué. Como veremos, hay muchas respuestas complementarias. Algunas de las críticas se centran en la palabra “crisis”, mientras otras lo hacen en el concepto de “refugiado” o incluso en la conjunción de los dos términos. Además, se cuestiona la ausencia de palabras que expliciten las causas y los responsables de esta situación.

Aunque no todo el mundo comparte un análisis de las causas y las soluciones, hay un tema donde la coincidencia es prácticamente unánime: la crisis de los refugiados no es, en realidad, una crisis de refugiados

En primer lugar, la palabra “crisis” tiene connotaciones negativas y es tremendista, predisponiendo al oyente o al lector a un estado de ánimo contrario. A nadie le gustan las crisis, son cosas que se tienen que combatir. Además, llevan incluido un elemento de cantidad. Hay demasiadas (o, dependiendo del tema, no las suficientes). Desde esta perspectiva, hay que hacer un gran esfuerzo mental por darse cuenta de que la presencia de gente venida de otros países es una oportunidad para la sociedad de acogida. Abdelraouf, un ingeniero sudanés que llevaba ya más de un año en Calais intentando llegar al Reino Unido, me lo ilustraba gráficamente: “Las autoridades francesas e inglesas están desperdiciando diez mil profesores de árabe”. En Grand-Synthe y en Norres-Fontes, poblaciones próximas donde los activistas han encontrado en ocasiones la complicidad de los responsables municipales, me hablaban de actividades en las escuelas, donde las personas refugiadas compartían sus experiencias en la guerra o durante su viaje hasta Europa, así como los métodos de resolución de conflictos por vías noviolentas que se crean en los campos. Una riqueza potencial de un valor incalculable, que la palabra “crisis” hace muy difícil apreciar.

Por otra parte, la perspectiva dominante en la opinión publicada es totalmente eurocéntrica. Es decir, si comparamos la realidad europea con la cantidad de personas desplazadas y refugiadas, por ejemplo, en los países de Oriente Medio, la situación en Europa no sería una crisis. Teniendo en cuenta el número de personas refugiadas en Líbano o en Jordania 3, ¿cómo podemos hablar de crisis de los refugiados en Europa? De nuevo, nos encontramos con personas de primera y de segunda categoría, en un mundo donde lo que importa es lo que pasa en Occidente. Así, sólo reaccionamos ante los atentados que vemos en Francia o en Bélgica, olvidando que la inmensa mayoría de los ataques yihadistas tienen lugar en países musulmanes. Eso lo saben bien los activistas, pero también las personas que sobreviven en los campos, y que muy a menudo vienen de culturas donde la hospitalidad es una parte esencial del trato al extranjero.

Hay que hacer un gran esfuerzo mental por darse cuenta de que la presencia de gente venida de otros países es una oportunidad. Una riqueza potencial incalculable, que la palabra “crisis” hace muy difícil apreciar

Aquellas personas que han sido voluntarias en campos de refugiados admiten la existencia de una crisis a nivel humanitario. Desde esta perspectiva se pone el acento en las políticas migratorias, de asilo y de acogida de los países de la Unión Europea. Serían estas políticas las que están en crisis, porque no son capaces de hacer frente de una manera efectiva y al mismo tiempo digna a la llegada de las personas refugiadas. A menudo persiguiendo intereses egoístas y miopes, se han externalizado las fronteras a países como Marruecos o Turquía (pero también en Francia, en el caso del Reino Unido, que no forma parte del acuerdo de Schengen) sin conseguir disuadir a quienes huyen de la guerra. De esta manera, como consecuencia de ciertas políticas, las personas refugiadas se acumulan en campos improvisados con una verdadera necesidad de ayuda humanitaria, que es cubierta parcialmente por los voluntarios llegados desde los lugares más diversos. Aquí los activistas lo tienen claro. En palabras de Natalia, voluntaria en campos de refugiados de varios países y activista en Stop Mare Mortum: “Estamos haciendo el trabajo humanitario que tendrían que estar haciendo los Estados y la Unión Europea”.

Ante cualquier crisis, el presente se transforma, volviéndose inestable y peligroso. Se trata de un cambio repentino en temas económicos, políticos, sociales, medioambientales, de seguridad… que sucede de una forma abrupta e inevitable, y se convierte en una emergencia. En nuestro caso, la situación es un poco diferente, ya que las causas de esta emergencia humanitaria son bien conocidas: las guerras, principalmente. En este sentido, hay que relacionar cuestiones como el comercio de armas con la aparición y el desarrollo de los conflictos armados, así como sus efectos en términos humanos. Lo interesante de esta conexión es que, de repente, aparecen unos responsables. En otras palabras, la emergencia humanitaria no es en absoluto un fenómeno natural e imprevisible, sino que es consecuencia de unas políticas concretas 4.

Quizás el problema es que no pensamos en las personas refugiadas como actores, como sujetos, sino como objetos, como algo que nos afecta a nosotros. Si cambiamos el enfoque nos será más fácil apreciar que son personas que tienen necesidades, derechos… y que no son demasiado diferentes de nosotros. Nos recuerdan así una capacidad de empatía que quizás teníamos olvidada. Desde esta perspectiva, las personas refugiadas vendrían a ponernos delante de un espejo. Quizás sí que estamos ante una crisis, pero de valores. El hecho de que políticos e instituciones no estén tratando con humanidad a las personas que huyen de contextos donde literalmente ya no es posible vivir de una manera digna muestra que los valores que tradicionalmente los europeos han pretendido exportar por todo el mundo están hoy en crisis. Y sin embargo, las personas refugiadas siguen llegando al continente europeo. Se trata, así, de una oportunidad de enderezar políticas absolutamente equivocadas e, incluso, de salvar el proyecto europeo.

La emergencia humanitaria no es un fenómeno natural e imprevisible, sino que es consecuencia de unas políticas concretas

Otro término muy popular (sobre todo en los países francófonos) es el de crisis migratoria. En este sentido, muchos activistas critican la distinción entre refugiados y migrantes. A nivel jurídico, la diferencia tiene consecuencias, porque las personas refugiadas tienen más derechos que las personas migradas, que quedan a expensas de lo que decida cada Estado. Por ello, añade la crítica, a las instituciones les interesa calificar a estas personas como migrantes (malos, que vienen porque lo han decidido libremente, ¡cómo si esto fuera un crimen!) y así los pueden devolver a sus países de origen sin incumplir la legalidad internacional. En cambio, si son refugiados (buenos, que vienen porque no tienen más remedio), tienen el deber de acogerlos y ofrecerles todas las prestaciones que contempla el derecho de asilo. En un intento de superar esta división, activistas de la red Migreurop, entre otros, han propuesto el término “exiliados”, que ha hecho fortuna en la lengua inglesa (exiles) y en la francesa (exiliés), y que no distingue si las causas que han obligado a las personas a marcharse de su casa son económicas o políticas (o medioambientales, etc.).

En definitiva, la lengua importa. Las palabras no son neutras y es importante como llamamos a las cosas. En el caso que nos ocupa, la expresión ‘crisis de los refugiados’ no es la más adecuada. Por lo contrario, hay que utilizar formulaciones que contextualicen la situación de las personas refugiadas, asumiendo nuestras responsabilidades, teniendo también en cuenta las causas que les han hecho marcharse de su casa y de su país, y enfatizando que son sujetos activos y que tienen, por lo tanto, derechos. Como nosotros. Además, hace falta superar las perspectivas eurocéntricas y buscar un enfoque más global, sin olvidar que en las relaciones de interdependencia de la época en la que nos ha tocado vivir lo que hacemos tiene consecuencias. En otras palabras, el incremento de la llegada de personas refugiadas desde la primavera de 2015 no era una situación imprevisible, sino en gran parte un efecto de las políticas occidentales llevadas a cabo los años precedentes. Ojalá llamando las cosas por su nombre seamos capaces de encontrar salidas a la altura de nuestras posibilidades, que son todas 5.

1. El proyecto europeo de investigación “La Acción Colectiva y la Crisis de los Refugiados” forma parte del ERC Advanced Grant Project “Mobilizing for Democracy”, dirigido por Donatella della Porta.

2. Siguiendo el uso que hace el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, en este texto la palabra “refugiado” designa a aquellas personas que cumplen los requisitos para pedir el asilo y conseguir, por lo tanto, el estatus jurídico de refugiado.

3. Según las Naciones Unidas, en el Líbano hay más de un millón de personas refugiadas provenientes de Siria, además de 450.000 palestinos. Por otra parte, los refugiados que viven en Jordania incluyen 630.000 sirios, así como más de dos millones de palestinos y 200.000 iraquíes. Sin embargo, otras estimaciones ofrecen cifras muy superiores.

4. Por ejemplo, la operación militar Mare Nostrum rescató a 150.000 personas entre octubre de 2013 y octubre de 2014. Era evidente que el fin de esta misión haría aumentar el número de muertos en el Mediterráneo. Se pensaba que así los inmigrantes dejarían de arriesgar su vida. No fue así. Por otra parte, tratados como los de Dublín o Touquet han tenido como consecuencia una concentración artificial de la población refugiada en lugares como Idomeni o Calais, provocando unas tensiones en el ámbito local que una política europea verdaderamente solidaria hubiera mitigado en buena medida.

5. En este sentido, defiendo que era factible acoger de una forma solidaria y equitativa a todas las personas que pidieron asilo en la UE el año pasado. Pensemos que, según datos de Eurostat, en 2015 la media europea de peticiones de asilo fue de 260 por cada 100.000 personas. Eso quiere decir que hubiera bastado con que cada población de 5.000 habitantes acogiera a 13 personas, es decir, a cuatro familias.

Photography : UN Photo/Rick Bajornas

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