¿Pueden las prácticas artísticas contribuir a la transformación de los conflictos? ¿Qué papel puede tener el arte en la articulación de una nueva realidad? ¿Cuáles son las relaciones entre creatividad artística y creatividad social? Dedicamos el tema central de este número de la revista Por la Paz a reflexionar en torno a estos interrogantes con el fin de mostrar que el arte puede ser una herramienta eficaz en la construcción de la paz. Creemos que, por su naturaleza conectada con la intuición, la emoción y la imaginación, las prácticas artísticas pueden generar transformaciones que paren dinámicas violentas y ofrecer espacios de creación que contribuyan a volver a articular la convivencia rota. Para contar con respuestas diversas hemos pedido textos a personas vinculadas al mundo del arte que proyectan su actividad en ámbitos relacionados con los movimientos sociales, con el de los procesos de transformación de conflictos o con la recuperación de los impactos de la violencia. También hemos incluido varias experiencias de acciones artísticas dirigidas a la mejora de la convivencia, la recuperación de la memoria y la cicatrización de las heridas abiertas por la violencia en un determinado tejido social.
En el primer artículo, Ramon Parramon caracteriza la creatividad como una cualidad humana que se puede definir como la capacidad de imaginar, generar ideas y resolver problemas. El arte, como expresión creativa, plantea sobre todo preguntas que pueden ser útiles para la transformación de la realidad. Por eso este autor afirma que el papel del arte en los conflictos es aportar capacidad de acción crítica y que el arte comprometido no puede actuar de manera desconectada de una acción social más compleja. Es decir, que la creatividad artística transformadora no es un tipo de creatividad diferente de la social y que, precisamente, toma sentido cuando se expresa y se acoge desde el contexto social. Creatividad social y artística establecen sinergias en procesos de conflicto, resistencia, memoria y reconciliación. Constatando este hecho, Cynthia Cohen avista un futuro para las artes en la construcción de la paz dado que, en los ámbitos convencionales de la construcción de esta, se acepta cada vez más que las aproximaciones únicamente racionales no son suficientes para generar cambios que paren la dinámica del conflicto violento. Mientras que la experiencia estética, al involucrar los sentidos y las facultades cognitivas, emocionales y espirituales, genera oportunidades únicas de aprendizaje, empatía, imaginación e innovación individual y colectiva que son aspectos fundamentales en la construcción de la paz.
Las prácticas artísticas pueden generar transformaciones que paren dinámicas violentas y ofrecer espacios de creación para articular la convivencia rota
El trabajo para contribuir a la recuperación de poblaciones afectadas por traumas derivados de conflictos violentos es uno de los ámbitos de construcción de la paz donde las prácticas artísticas han hecho aportaciones destacadas. Marián López Fernández Cao explica cómo el arte puede conseguir restablecer un orden y una serenidad donde el dolor ha fragmentado los seres humanos y su percepción del mundo. El proceso creador permite generar sentido y crear narrativas, dando salida a lo que estaba internalizado; permite compartir, enseñar las heridas. El lenguaje simbólico puede ayudar a expresar aquello que es inexpresable. El ámbito del arte, pues, puede ser un espacio seguro en el que alguien que ha sido tratado como un objeto descartable, puede volver a sentirse humano; pensar que puede amar y volver a ser amado. La creación como alentador de procesos individuales y relacionales amplía su radio de acción en las dinámicas ciudadanas que incorporan el arte y el activismo. Por otra parte, Alex Carrascosa hace una propuesta de modelo artivista basado en las tecnologías sociales que trabaja con componentes que él llama æfectivos y creactivos, es decir que ponen en juego los afectos, la creación, la efectividad y el activismo. La Asamblea artivista tiene un formato proactivo de relación y sinergia ciudadana e intercultural que combina tres elementos: la cabeza (la razón, las ideas, el pensamiento), el corazón (la vivencia emocional) y las manos (la capacidad creadora). Con este modelo el autor nos propone situarnos ante el contexto de conflicto como lo hace un artista ante su próxima obra.
Más allá de las reflexiones más teóricas, el monográfico también se adentra en dos experiencias concretas donde el arte ha jugado un papel primordial en la construcción de la paz. La primera surge del Centro de Defensa de los Derechos del Niño y el Adolescente (CEDECA) de la favela de Sapopemba en Saõ Paulo, Brasil, que tiene como objetivo avanzar en la ocupación de espacios impregnados de cultura de violencia. La experiencia de organización del acontecimiento Rap em Festa les permitió entender que la cultura y el arte son el mejor camino para construir consenso entre los jóvenes porque generan interacciones que pueden crear diálogos, acuerdos de convivencia y respeto en territorios de guerra. El CEDECA se enfrenta con estas herramientas a desafíos que van desde la disputa de espacios con las bandas criminales, la actuación de las fuerzas policiales, los prejuicios generacionales y raciales hasta el arraigo de la cultura machista y homófoba.
La conexión entre la creatividad artística y la creatividad social puede ser un elemento crucial en la aminoración de la violencia y sus impactos
La segunda experiencia es la ocupación del espacio urbano con la realización de una acción artística –la performance denominada Cuerpos Gramaticales– en la Comuna 13 de Medellín, Colombia. Esta acción surge hace 15 años, impulsada por Agroarte, en un contexto de conmemoración y dignificación de personas desaparecidas en la Comuna 13 como resultado de varias operaciones de ataque indiscriminado contra la población civil por parte de fuerzas de seguridad y paramilitares. Cuerpos Gramaticales es una acción con una gran potencia simbólica que busca la expresión del sentimiento en relación con el territorio y la recuperación de la memoria colectiva de las comunidades, activando la resistencia y forjando memoria de futuro.
Finalmente, la entrevista con Roberta Bacic nos pone en contacto con la experiencia de creación de arpilleras, una forma de artesanía textil que permitió en su origen que grupos de mujeres chilenas denunciaran las violaciones de derechos humanos durante la dictadura de Pinochet y elaboraran las experiencias dolorosas de pérdida y represión con un lenguaje a su alcance. El arte textil de las arpilleras se ha extendido a muchos países y ha tenido la función, a través de la creación de grupos mayoritariamente de mujeres, de reforzar los lazos de comunidad, de apoderar a las participantes y de generar un espacio de expresión que contribuye a rehacer la vida individual y colectiva interrumpida por la violencia.
Las reflexiones y experiencias que presentamos en esta entrega de la revista Por la Paz nos permiten constatar que la conexión entre la creatividad artística y la creatividad social puede ser un elemento crucial en la aminoración de la violencia y sus impactos, porque las prácticas artísticas y las dinámicas sociales se potencian mutuamente en el proceso de crear la paz.
Fotografía : Peter Thoeny
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