En un contexto global marcado por diferentes conflictos sociales, nos podemos preguntar qué papel juega o puede jugar el arte contemporáneo, con el objetivo de incidir en la articulación de una nueva realidad. Una de las primeras barreras que deberíamos romper para cuestionar si el arte puede incidir en la transformación de la realidad y, por eso, participar en la resolución de conflictos, es afrontar que la creatividad artística es parte de la creatividad social. Una de las incipientes definiciones de creatividad pasa por entenderla como una cualidad humana intransferible, y que se puede definir como la capacidad mental para imaginar, generar ideas y resolver problemas1. Aunque esta podría ser una definición aplicable a una gran mayoría de las actividades humanas, ya que todas requieren dosis de creatividad, en el arte no acaba de encajar.
El arte más que resolverlos, plantea nuevos problemas o propone nuevas preguntas que pueden ser útiles para la transformación de la realidad. De este modo, si se espera del arte algún tipo de utilidad concreta, como en este caso contribuir a la resolución de conflictos o al menos introducir cambios, debe asociarse a otras creatividades procedentes de otros ámbitos disciplinarios. Debe socializar el hecho creativo, compartiendo, colaborando, implicándose en otras formas de acción colectiva de carácter social y político. De hecho, el arte ha sido asociado tradicionalmente a un tipo de creatividad personal, de raíz psicológica y entendida desde el hecho extraordinario (inspiración, genialidad), para generar ideas, comunicarlas y plantear alternativas a situaciones que pueden o no afectar la realidad social. Por tanto, debemos partir de la idea que la creatividad artística que aquí nos ocupa no es un tipo de creatividad diferente de la social, sino que adquiere sentido cuando se expresa y se acoge desde el contexto social. Se produce en el marco de una interconexión entre sujetos creadores, infraestructuras, instituciones y relaciones colectivas.
Aunque la creatividad también se puede desplegar en contextos de destrucción y violencia, las producciones artísticas y culturales florecen y se expanden en períodos de paz y estabilidad. A lo largo de la historia buena parte de la producción artística se ha nutrido del conflicto, unas veces representando objetivos bélicos y otras señalando de forma crítica hechos o elementos específicos. Los mismos museos, que se erigen como templos de la sociedad civil para simbolizar el bienestar social, el consenso y la paz, son infraestructuras, muchas de ellas, construidas a partir de los botines de guerra, de saqueos, de invasiones o de expropiaciones culturales. El proyecto expositivo “1516-2016 Tratados de paz”2, reunió unas 400 obras de artistas clásicos y contemporáneos sobre la dicotomía paz-guerra. Una exposición organizada a partir de obras cedidas por diferentes museos europeos, y que incidía en esta simbología ambigua que hay detrás de la seguridad, la abundancia y la representación de un mundo feliz, que el propio museo representa. Como se decía en la presentación: «La paz no es sólo la representación utópica de nuestras sociedades, es también la otra cara de la guerra.”
La creatividad artística adquiere sentido cuando se expresa desde el contexto social, en el marco de una interconexión entre creadores, infraestructuras, instituciones y relaciones colectivas
A lo largo de la historia las relaciones del arte con los conflictos armados ha sido significativa y se ha convertido en una fuente de producción prolífica, que en el contexto más contemporáneo se canaliza desde un frente de crítica social, poniendo en evidencia el sistema postcapitalista, economicista o imperialista que hay detrás del escenario de los conflictos contemporáneos. En los años 60, coincidiendo con el fin de las vanguardias artísticas, esta crítica al sistema se instaura como un mecanismo de producción cultural y artística. Una de las autoras que ejemplifica de modo muy directo un posicionamiento contra la guerra, es la artista americana Martha Rosler, que con su trabajo inicial House Beatiful: Bringing the war Home, realizado entre 1967 y 1972, combina por medio de collage imágenes de la guerra de Vietnam con imágenes de interiores domésticos extraídas de los medios de comunicación. Pone en evidencia la relación conflictual entre la cotidianidad acomodada, tranquila, de los que viven en un país implicado de forma directa o indirecta en un conflicto bélico, y las imágenes del lugar donde se llevan a cabo las acciones devastadoras. Se convierte en una crítica a la sociedad americana pero también un retrato de las luchas sociales en las que la artista estaba implicada: las movilizaciones contra la guerra (primero contra Vietnam, posteriormente contra la de Irak), el lugar de las mujeres (comprometida con los movimientos feministas) o la desigualdad social en los contextos urbanos (a partir de trabajos posteriores sobre la periferización de la gran ciudad).
Este es un ejemplo concreto para decir que el trabajo de esta artista hubiera sido un hecho anecdótico y estéril de no ser por su conexión con las movilizaciones feministas, antibelicistas o de defensa de los derechos de vivir dignamente en las ciudades. Esta función crítica del arte ha sido uno de los principales baluartes que, desde finales de los años 60 hasta la actualidad, han continuado numerosos artistas como Hito Steyerl, Muntadas, Marcelo Expósito, Hans Haacke, Alfredo Jaar, Daniel García Andújar, María Ruido, Teresa Mulet, Democracia, por citar algunos que trabajan sobre conflictos, tensiones y violencias contemporáneas desde una carga politicosocial que desborda el territorio específico del arte.
El arte comprometido no puede actuar de manera desconectada, pensando que su objetivo es un museo; debe formar parte de una acción social más compleja y extradisciplinaria
En este texto se quieren hacer explícitas dos ideas en la relación entre el papel del arte y los conflictos, una es que la capacidad y la acción crítica es un componente de gran valor para la acción social; la otra es que el arte comprometido no puede actuar de forma desconectada, pensando que su objetivo es acabar en un museo, por mucho que el museo sea fruto y reflejo de las contradicciones y conflictos contemporáneos. Si el arte quiere ser un elemento útil en la articulación de una nueva realidad, más allá de señalar sus miserias, debe formar parte de una acción social más compleja y más extradisciplinaria, en el sentido de extralimitarse y reconfigurarse en territorios más cooperativos y dialógicos, para participar en una “movilización global para sabotear la realidad”3.
La precariedad como uno de los principales conflictos latentes
Desde aquí quisiera redirigir la noción de conflicto violento hacia una situación cotidiana próxima y globalizada, la que se define desde la precariedad. Este es uno de los temas que está generando –y se prevé que genere- más conflicto en nuestro entorno inmediato y más allá. Una situación que afecta de forma creciente a muchas personas y que es fruto directo de la alianza entre el neoliberalismo y los poderes públicos en las décadas recientes4. Una versión continuada de la lucha de clases que hace visibles sus frutos por medio de la dualidad social y global entre las conjunciones riqueza-poder y pobreza-invisibilidad. Una vez desmantelado el estado del bienestar, la nueva economía global implica dolorosas renuncias, menos seguridad y menos protección social5.
Para entender a qué nos referimos con el concepto de precariedad, tomemos los argumentos de Judith Butler que plantea dos grandes grupos de personas que sufren grados de invisibilidad y vulnerabilidad, y la opinión de los cuales, por consiguiente, cuenta poco. Uno de estos grupos son las víctimas de vivir en zonas de guerra u ocupación, expuestos a la violencia y la destrucción, con escasas posibilidades de salvaguardarla. Muchas de ellas viven en situación de desplazamiento forzado o en la temporalidad de las zonas limítrofes esperando que se abran las fronteras. El otro tipo de sujetos precarios son aquellos que forman parte de los trabajadores prescindibles y descartables, la estabilidad personal de los cuales peligra por el hecho de hallarse en una situación de vulnerabilidad y amenaza extremas. Como dice Butler, “la supervivencia no puede ser objetivo o fin de la vida misma”6.
El arte que trabaja para la transformación de la realidad debe ser comprometido, activo y crítico, consciente de su capacidad de incidencia política y moral
Si retomamos el tema inicial de la creatividad de las personas y la creatividad social o colectiva, hemos de pensar que cualquier sujeto para crear, pensar y proponer debe tener cubiertas unas mínimas necesidades de bienestar social, y que éstas deben estar protegidas a escala institucional. La creatividad social no está disociada de esta cuestión, no puede existir si no cuenta con sujetos con capacidad de desplegar su creatividad o, digamos, la vida en condiciones. No es una cuestión dicotómica entre espacio privado versus espacio público; es que, para poder tener un presencia en el espacio público (en el sentido de poder participar activamente en el espacio social), hay que tener cubiertos unos mínimos, no se puede estar en una situación de precariedad o de invisibilidad social.
Para afrontar la pregunta ¿Qué puede hacer el arte en este contexto?, de entrada deberíamos hablar de un tipo de arte comprometido, activo y consciente de su capacidad de incidencia política y social, y por tanto crítico. No en un arte que es útil al servicio de unos programas que desbordan buenas intenciones humanitarias, a menudo paternalistas, y que en muchos casos se resuelven por medio de microtalleres. Estaríamos hablando de un arte que a menudo deja de plantearse como una cosa diferenciada y desconectada de otros planteamientos con voluntad social. Hay que desestresar el término arte para que sus metodologías y particularidades investigadoras puedan formar parte de acciones más conjuntas, más híbridas y sobre todo menos artísticas. Un arte que en ciertos momentos colabora, y en otros se fusiona en una acción social específica, y que trabaja para la transformación de la realidad desde la recuperación de la esfera pública y la responsabilidad de las instituciones. Menos hablar e imponer, y más escuchar al otro, al que es diferente. Para entender el tipo de arte al que hacemos referencia podemos acabar con una cita de Joseph Beuys: “Vivimos todavía en una cultura que nos dice: existen aquellos que son artistas y los que no lo son. Esto es verdaderamente inhumano, es de ahí de donde surge el concepto de alienación entre los hombres.”7.
1. Ver: Torre S. y Violant, V. (2003) Creatividad aplicada. Barcelona: PPU/Autores.
2. Tratados de Paz es un proyecto que contó con diversas exposiciones y diferentes comisarios, presentadas en el marco de Donosti Capital Europea de la Cultura 2016. La exposición 1516-2016 Tratados de Paz tuvo como comisario a Pedro G. Romero, y fue presentada en dos museos de la ciudad: Museo de San Telmo y el Centro Cultural Koldo Mitxelena.
3. LOPEZ Petit (2009) La movilización global. Breve tratado para atacar la realidad. Madrid: Traficantes de sueños.
4. FISHER, Mark (2016) Realismo Capitalista. ¿No hay alternativa? Buenos Aires: Caja negra.
5. ZIZEK, Slavoj (2016). Problemas en el paraíso. Del fin de la historia al fin del capitalismo. Barcelona: Editorial Anagrama, pp.50.
6. BUTLER, Judith (2017). Cuerpos aliados y lucha política. Hacia una teoría performativa de la asamblea. Barcelona: Paidós.
7. BEUYS, J., HARLAN, V. (1992). Qu’est-ce que l’art? París: L’Arche.
Fotografía : Prioryman
© Generalitat de Catalunya