El servicio militar que debían cumplir los jóvenes durante los años sesenta, en la dictadura franquista, era concebido por algunos de ellos como la ocasión de formarse en el uso de armas. Significativamente, algunos de los jóvenes que pensaban de esta manera eran militantes o compañeros de viaje de organizaciones políticas clandestinas que actuaban contra el franquismo. Si así lo entendían era porque tenían en mente que la salida del franquismo podría pasar en algún momento por la lucha armada, por algún tipo de enfrentamiento en el que sería necesario utilizar armas. Las que fuera, las que tuvieran a su alcance.
Esta mentalidad existente entre personas jóvenes contrarias al franquismo y que intentaban desarrollar alternativas al régimen desde las universidades, desde las fábricas o los barrios, o incluso sin llegar al activismo, nos tiene que hacer pensar en cómo estaba de incorporada la idea del enfrentamiento armado en la sociedad de la época. No parece difícil de entender si pensamos en la guerra que había acabado con la República, en la represión franquista, en las herencias de las dos guerras mundiales, en los procesos de descolonización, en la Guerra Fría, incluso en la aparición de colectivos que optaron por la acción armada en diferentes lugares de Europa a finales de la década de los sesenta.
En determinados sectores activistas lo que se conocía, lo que se estudiaba, lo que se teorizaba, era la vía violenta para la revolución y la transformación social. Se tenía presente que el orden establecido lo era, en parte, en función de su poder militar. Por ejemplo, fueron las armas las que acabaron con la Primavera de Praga en 1968 o con el Chile de Allende en 1973. ¿Era posible pensar en una revolución, en cambiar el mundo de base, sin seguir la vía armada? ¿Tenía futuro una vía pacífica? En un mundo tan violento y con experiencias como las citadas había quien no lo veía. La opción noviolenta en contraposición con la violencia estaba presente en pocos colectivos. Principalmente en espacios vinculados al cristianismo de base si pensamos en las décadas de los cincuenta, sesenta y setenta.
Desde los valores cristianos creció la convicción que era posible cambiar el mundo desde el activismo noviolento, y esa mentalidad empezó a llegar a otras maneras de pensar
Un caso concreto tal vez nos puede ayudar a ejemplificar esta evolución. En el año 1975 se empezó a rodar Can Serra. La objeción de conciencia en España (1975-1976). Este documental recoge el testimonio de un grupo de jóvenes que optaron por no hacer el servicio militar obligatorio, desobedecer el Estado y trabajar para su sociedad fomentando la educación y la atención social. Lo hicieron desde el barrio de Can Serra en l’Hospitalet de Llobregat. Un barrio, crecido con la llegada de migrantes de diferentes lugares de España a partir de la década de los sesenta, con carencia de servicios de todo tipo. Los objetores tenían previsto trabajar durante un año en el barrio, de acuerdo con el movimiento vecinal y la parroquia. Durante ese tiempo se documentaría su tarea. Después ofrecerían una rueda de prensa para presentar la alternativa que planteaban a un estado que cuestionaban por militarista y represor. Contaban con que al hacer pública su situación serían encarcelados, y así fue.
La película quería contribuir a difundir su voz y se organizó un plan de difusión. De este tipo de películas se acostumbraban a hacer una o dos copias del negativo; es posible que de ésta se llegaran a hacer diez. El formato convencional era el de 16 mm, pero de ésta también se hicieron en Super 8 mm, un formato doméstico que podía facilitar la proyección. Un proyector de S-8 estaba más al alcance que uno de 16 mm. La película fue muy difundida por los canales habituales del cine clandestino de la época y sirvió no solo para explicar la situación que se vivía en Can Serra, sino también para explicar qué era la objeción de conciencia en España con el testimonio de Pepe Beunza, considerado el primer objetor de conciencia al servicio militar en España con voluntad de transformación política, y para denunciar el militarismo que a su entender dominaba el mundo impidiendo el buen desarrollo de la vida.
Desde esos espacios de ideas y valores cristianos empezó a crecer la convicción que era posible cambiar el mundo desde el activismo noviolento, sin que fuera necesario pasar por las armas. Y esa mentalidad empezó a llegar a otras formas de pensar. La década de los años ochenta parece clave para señalar un cambio que acabará teniendo grandes dimensiones. Gandhi empezó a ser alguien a quien leer más allá de la tradición a la que se perteneciera, el movimiento por los derechos civiles y Martin Luther King (pese a su asesinato) mostraban otro camino que daba frutos, el movimiento antinuclear señalaba que en el nuevo mundo la guerra no tendría ganadores y las ideas de Einstein, Rusell y, especialmente, E.P. Thompson estaban muy presentes.1
La sociedad, mayormente, se ha hecho noviolenta. El rechazo a la violencia hoy es generalizado, ya sea por principios o estrategia
Podemos destacar también otros nombres que desarrollaban su actividad en Catalunya y que con sus reflexiones, y con su activismo, contribuyeron a este cambio: Vicens Fisas, Pepe Beunza, Manuel Sacristán, Francisco Fernández Buey… En un lugar como Can Serra se encontraban personas de diferentes corrientes de pensamiento y actuación (cristianas, marxistas, libertarias, antinucleares, ecologistas, etc.) que trabajaban cotidianamente por construir alternativas al franquismo. La movilización de los objetores contribuyó a la unión en el antimilitarismo y la noviolencia. También las movilizaciones contra la OTAN, contra el armamento nuclear, el feminismo… Podríamos decir que se fue consolidando la idea de que la noviolencia busca desarmar la violencia que se ejerce desde estados, gobiernos, agentes económicos y empresariales… para construir sociedades sin opresión.
En las siguientes décadas este proceso no se invirtió, se amplió y agudizó. Las movilizaciones contra la OTAN y las armas nucleares contribuyeron a ello. Este proceso no se daba solo en Catalunya, era internacional. Una buena muestra de ello fue la emergencia del llamado movimiento altermundista en el cambio de siglo y su posicionamiento claramente a favor de la noviolencia. Se optó por la desobediencia civil y la resistencia noviolenta como vías de actuación2. Después llegarían, por ejemplo, las grandes movilizaciones contra la guerra en Irak en 2003 en diferentes lugares del mundo y en Barcelona como una de las ciudades destacadas.
En el inicio de la segunda década del siglo XXI las movilizaciones sociales multitudinarias han vuelto a emerger en Catalunya, en el marco del 15M y del movimiento independentista, y la noviolencia ha sido la actuación mayoritaria. La sociedad, mayormente, se ha hecho noviolenta. El rechazo a la violencia hoy es generalizado, ya sea por principios o estrategia. Eso no significa que no existan colectivos que continúen defendiendo la violencia, e incluso la puedan practicar, pero la amplia mayoría de movilizaciones que hemos vivido en los últimos años se podrían definir como noviolentas. La Plataforma de afectados por la hipoteca se convirtió tras las movilizaciones del 15M en un modelo de actuación noviolenta utilizando un amplio repertorio de actuación que podía incorporar desde la negociación en la entidad bancaria, a su ocupación, hasta los escraches o el parar desahucios. Podríamos decir algo parecido de las movilizaciones asociadas al independentismo. Seguramente la mayor muestra la vimos en la defensa de los centros de votación el 1 de octubre de 2017.
Una sociedad que se cree democrática debería ver las acciones de movilización noviolenta, desobedientes o no, como un malestar que hay que afrontar y resolver
A la noviolencia hoy se le reconoce un gran valor por lo que supone de construcción en positivo de alternativas a la realidad existente. No obstante, la noviolencia es cuestionada desde dos posiciones muy diferentes por quienes consideran que la violencia podría ser una mejor opción, o cuanto menos que debería ser contemplada, y por quienes llegan a considerar que la noviolencia es violencia. Las actuaciones noviolentas, desobedientes o no, son rápidamente cuestionadas, incluso criminalizadas, si el poder al que desafían considera que son un riesgo para su estabilidad.
Considero que sería necesario tener un debate público profundo sobre si las acciones noviolentas, desobedientes o no, suponen un ataque a la democracia o un intento para profundizarla. La historia de la que hemos hablado aquí nos haría pensar en cómo la noviolencia ha estado al lado de procesos que han buscado aumentar la democracia y profundizarla, crear sociedad más libres, justas e iguales. Una sociedad que se quiere democrática debería ver las acciones de movilización noviolenta como muestra de un malestar que hay que afrontar y resolver más allá de los votos, las mayorías y las minorías. Y conviene insistir en que la legalidad o la legitimidad no dependen de mayorías.
En el actual momento histórico, el apoyo social a la noviolencia, incluso a la posibilidad de practicar la desobediencia civil noviolenta, nos debería llevar, como sociedad, a pensar en su aceptación y hasta su regulación. Aceptar como sociedad la desobediencia civil noviolenta, o pensar en alguna posible vía de regulación, implica asumir la necesidad de pensar y repensar nuestra legalidad, nuestras legitimidades, nuestras concepciones éticas sobre lo que es justo, bueno, correcto, etc. Las leyes no son justas por el simple hecho de ser leyes, ni lo que podemos considerar justo deja de serlo porque una ley diga que es ilegal. No deberíamos perder ni una ocasión más para plantear un verdadero proceso de reflexión y debate sobre el lugar de la noviolencia, incluso de la desobediencia civil noviolenta, en una sociedad que se quiere democrática.
1. Para profundizar en estas cuestiones pueden interesar las obras de Enric Prat: Moviéndose por la paz (Hacer Editorial, 2006) y Activistes per la pau (Publicacions de l’Abadia de Montserrat, 2008)
2. Para profundizar en el altermundismo, la noviolencia y la desobediencia civil puede interesar Guía para una globalización alternativa de Francisco Fernández Buey (Ediciones B, 2004)
Fotografía : Cartel sobre la objeción de conciencia. Muestra gráfica-artística, 1978.
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