Cuatro personas expertas en el ámbito de la resolución de conflictos y la construcción de paz y de espacios de diálogo nos aportan su visión del conflicto político y social que se vive actualmente en Cataluña. Se trata de miradas provenientes tanto del análisis como del ejercicio práctico del trabajo para la paz: Paul Ríos (País Vasco), María Jimena Duzán (Colombia), Tom Woodhouse (Reino Unido) y Mariano Aguirre (España-Argentina) nos ayudan a identificar los rasgos del conflicto catalán que podemos encontrar en otros contextos y, al mismo tiempo, posibles salidas al callejón sin salida actual.
1. ¿Qué es lo que más le sorprende del conflicto catalán?
Paul Ríos, activista por la paz y los derechos humanos. Fundador y excoordinador de Lokarri
Me resulta chocante que, con todo lo que ha ocurrido en los últimos años, no se haya llegado a un grado de violencia intenso, porque viendo los hechos desde fuera, lo “normal” hubiera sido una escalada de algún tipo de enfrentamiento en claves violentas. Puede que sea porque hay un cierto rechazo que está en el ADN de la sociedad catalana a emplear la violencia y un cierto convencimiento de que ese no es el camino para solucionar lo que está pasando ahora y ver que hay alternativas mejores. Tiene que haber un factor cultural dentro de la sociedad catalana que reprime ciertas tendencias que suelen llevar a actos de violencia fuertes.
Tom Woodhouse, profesor emérito de Resolución de Conflictos en la Universidad de Bradford (Reino Unido)
Lo que más me llama la atención es la rapidez con que los acontecimientos pueden polarizar y dividir a las personas. Personalmente visito con frecuencia Barcelona, una ciudad que me encanta y en la que tengo grandes amigos, de todo el mundo. Siempre me ha parecido que Barcelona y Cataluña son lugares cosmopolitas y abiertos en cuanto a sentimientos, valores y comportamientos. En los últimos años, sin embargo, puede observarse que estas cualidades están en retroceso, ya que, indudablemente, la sociedad se ha polarizado más política y socialmente como consecuencia del referéndum sobre la independencia.
María Jimena Duzán, periodista y excónsul de Colombia en Barcelona
Me sorprende porque es un conflicto cultural. Los años que viví aquí avizoraba que se venía. El legado de Pujol ha sido crear una cultura catalana cuyo centro fuera únicamente lo catalán, y eso me impresionaba. Yo venía de un país tan complicado como Colombia que me parecía sorprendente que eso no hubiese generado un conflicto, porque me parecía que lo que estaban haciendo era crear una nueva generación de jóvenes que tenían en su cosmogonía cultural a lo catalán por encima de todo lo demás. Hay una poderosísima admiración que creció en ese mundo y ahora está pidiendo la independencia.
Mariano Aguirre, asesor de construcción de paz, Oficina del Coordinador Residente, Naciones Unidas, Colombia
Durante el franquismo Barcelona representaba lo que ahora se denomina cosmopolitismo: una sociedad abierta, multicultural, opuesta al conservadurismo cerrado del régimen en Madrid. Posiblemente esa imagen de Barcelona ocultaba la cultura también conservadora del sector rural de Cataluña, a la vez que el patriotismo cerrado de la élite y sectores de la sociedad urbana. Aun así, durante la transición y ya en la democracia, Cataluña cumplió ese papel de sociedad abierta, puente del resto de España con Europa, receptora de inmigrantes de otras partes del Estado (y más tarde de inmigrantes de otros continentes), conectada al Mediterráneo y al Norte de África. Con estas influencias, es sorprendente, aunque no inexplicable, que parte de los políticos y de la sociedad catalana se adhirieran a una concepción cerrada del nacionalismo.
2. ¿Qué aspectos del conflicto pueden asociarse con tendencias globales y cuáles son únicos del caso catalán?
Paul Ríos
Vivimos en un mundo globalizado donde hay una cierta tendencia a la uniformización y eso lleva a que la identidad sea un tema muy importante. Hay la necesidad de tratar de recuperar o preservar la identidad y el sentido de comunidad, lo que te identifica como miembro de un grupo, frente a una cierta desorientación de las personas. Se ha vendido la idea de que lo importante es trabajar para una cultura universal, pero esto encierra una falsedad. Esta cultura universal significa asumir una cultura única o predominante, que puede ser la que proponen los grandes Estados, y asumir con dificultad que haya otras formas de identificarse con una comunidad. Esto está pasando a nivel internacional y creo que lo que está ocurriendo en Cataluña puede deberse en cierta manera a esto, porque hay una identidad que se ve en peligro. Estos conflictos se manifiestan en cada lugar de manera diferente, en unos casos pueden ser más violentos, en otros hay maneras de aislarse del mundo, de confrontación con el Estado o la cultura dominante, etc.
Tom Woodhouse
Está claro que las tendencias globales están generando presiones que amenazan con fragmentar y desestabilizar las comunidades. La administración Trump continúa desafiando los fundamentos de un orden mundial liberal que, pese a todos sus defectos y carencias, ha conseguido que vivamos en un mundo relativamente pacífico desde 1945. En la política interna y nacional de muchos países de Europa (y en el Reino Unido, donde vivo, y especialmente en relación con el Brexit), ha surgido un desagradable clima de discurso público demagógico, emocional e irracional. Así que, claramente, hay tendencias globales que están jugando un papel considerable. Pero debemos tener cuidado de no caer en la trampa del fatalismo, asumiendo que estas tendencias globales inevitablemente degradan y dañan el tejido social y político. Las sociedades pueden ser notablemente resilientes con su capital político, cultural y social positivo, tolerante e inclusivo. Cataluña, a pesar de sus dificultades actuales, dispone de un gran capital en este sentido.
María Jimena Duzán
A nivel global, la polarización está de moda y se basa en la exaltación de las peores pasiones y sobre todo del odio. La política hoy se hace como un espectáculo, donde las redes sociales son un instrumento primordial. La polarización se está metiendo en todas las atmósferas de la política y Cataluña no es la excepción. Tampoco España, donde ha revivido un nacionalismo de banderas españolas en muchas partes, que me sorprendió. A mí todos los nacionalismos me afanan, incluido el catalán, y la contraparte ha sido que se ha exacerbado el nacionalismo español. Una de las cosas que yo siempre había admirado de España es que hubiera permitido las autonomías, pero eso está cambiando en muchos aspectos con este florecimiento de banderas que atropellan a uno por todas partes. Eso me parece muy complicado y muy particular del conflicto catalán y español, porque aquí hubo un acuerdo después de la dictadura. Se sentaron unos señores – porque no había señoras- y dijeron: “Vamos a establecer unas autonomías” porque cada autonomía tiene una diferencia cultural, política y social. Así se estableció cada una con sus propias características y ese fue el pacto. La España de hoy es producto de ese pacto, que es muy interesante para todas las personas que venimos de fuera, pero de pronto ese pacto ya no es suficiente. Hay que hacer otro.
Mariano Aguirre
El nacionalismo ha sido un componente esencial de la formación del estado moderno. Las declaraciones sobre el fin del nacionalismo, tanto desde la izquierda como desde el liberalismo, fueron erradas porque negaban los componentes históricos, de identidad, los vínculos sociales, las narrativas históricas (reales o míticas) que generan vínculos entre individuos, familias y grupos sociales de diferentes características. Estas narrativas han dado lugar a naciones y estados (dos espacios no siempre coincidentes) y al concepto mismo de ciudadanía, fuertemente vinculado al estado y -cerrando el círculo-, a la nación.
En el curso de las últimas décadas el nacionalismo ha tenido dos desarrollos muy relevantes. Por un lado, la tendencia a cerrarse en sí mismo, con un discurso melancólico sobre el pasado, ante la complejidad del mundo moderno (complejidad que incluye, entre otros componentes, más migraciones, desafíos a las costumbres en terrenos como la familia, el papel de la mujer, la gestión del medio ambiente y las demandas de igualdad). Por otro, la propuesta de construir un mundo post-estatal y post-nacional, en el que el patriotismo constitucional (abierto, cosmopolita) de cada entidad estatal sea instrumental para generar un mundo cooperativo e igualitario. El nacionalismo español (encarnado por “Madrid”) se ha identificado con la propuesta conservadora reaccionaria. Agraviado, el nacionalismo radical catalán se ha embarcado en la misma tendencia.
Cataluña es campo de batalla del debate entre dos diferentes concepciones sobre “cómo estar (nacionalmente) en el mundo”. De un lado están el nacionalismo español y el radical catalán. Del otro, los cosmopolitas sin (todavía) una clara representación política. A esto se añade la complejidad de que se trata de un estado independiente, sino una comunidad autónoma dentro de un estado que, a la vez, es parte de la Unión Europea.
3. ¿Qué factores pueden ayudar a superar el conflicto?
Paul Ríos
Siendo sincero, y desde cierto desconocimiento, ahora no veo ningún espacio de oportunidad para que el conflicto se pueda solucionar. Posiblemente lo habrá, pero exige un conocimiento de la realidad y de las dinámicas que hay que solamente se puede tener desde Cataluña. Ante esto, si se confirma que no hay un espacio de oportunidad claro, la estrategia debería ser evitar la escalada. Si las cosas ya están suficientemente complicadas lo que habría que hacer es no añadir nuevas dificultades. Hay que buscar estrategias que impidan que se produzca un nivel de división social interno que lleve a un punto casi de no retorno. Se puede dar una ruptura de visiones de futuro entre personas que piensan de manera distinta y una ruptura de narrativas que impida vivir en comunidad de manera colaborativa y constructiva. Ese es el riesgo que se puede correr, que te encuentres con dos sociedades diferentes conviviendo en el mismo territorio. Cuando esto se produce es muy complicado volver a retomar los lazos y los espacios de colaboración.
Tom Woodhouse
Una idea clave que puede tener relevancia para Cataluña es que las sociedades en conflicto transitan por unas etapas identificables. Si las cuestiones en disputa en un conflicto no se abordan y gestionan de manera inteligente, el conflicto puede, en el mejor de los casos, quedar enquistado o, en situaciones graves y en el peor de los casos, conducir a la hostilidad y a la violencia. Por supuesto, esta progresión no es inevitable y todos los conflictos se pueden gestionar de forma noviolenta.
A nivel político un modelo conocido sobre cómo se comportan las personas en los conflictos se basa en una secuencia de escalada de cuatro etapas. Ésta va de un escenario de discusión sobre las diferencias (etapa 1) a la polarización (etapa 2), en que las percepciones negativas del otro comienzan a definir el relato, y sigue con la segregación (etapa 3), en que las partes se separan, la comunicación se rompe y las actitudes se endurecen. Los conflictos que han llegado al nivel 3 (segregación) son proclives a convertirse en conflictos enquistados, en que no se satisfacen los intereses de ninguna de las partes (podríamos llamarla etapa 3,5) o, en última instancia, pasar a los niveles dañinos de hostilidad y violencia (etapa 4).
Me parece claro, como alguien que ve el conflicto desde fuera, que la situación catalana, si buscamos modelos analíticos que nos ayuden a entenderlo y abordarlo, está en las etapas 1-2 del modelo que acabo de explicar. Si bien es altamente improbable y ciertamente no deseable que la situación en Cataluña degenere a los niveles destructivos de la etapa 4 del modelo, surge la pregunta de cómo hacer que las dinámicas que están presentes en las etapas 1-2 del modelo (discusión y polarización) conduzcan a una transformación constructiva.
La transformación de la percepción de la situación en Cataluña, pasando de una lucha que hay que ganar a un problema que hay resolver, lo sitúa en un paradigma de resolución de problemas en que se pueden definir resultados integradores, noviolentos y pacíficos. Hay formas concretas en las que este proceso puede ser parte de la configuración de una resolución política. Por encima de todo, la política y la sociedad catalanas han avanzado históricamente ligadas a un compromiso con la resolución pacífica de la diferencia.
Sería oportuno y productivo para todos los que están involucrados en centros y redes de paz y transformación del conflicto, en España y en Cataluña, reflexionaran sobre lo que significa estar en paz y compartir sus conocimientos sobre competencias, herramientas, mapas y marcos que pueden ser útiles en la situación actual. En este sentido en los últimos años, la comunidad de investigación sobre paz y conflicto ha comenzado a dejar atrás la pregunta «¿por qué el conflicto?» para centrarse en identificar «¿qué crea y mantiene la paz?».
María Jimena Duzán
Cuando las cosas no funcionan hay que refundarlas de nuevo. Las autonomías llegaron como a un tope de su expresión política. Si se arregla el tema de Cataluña, no sabemos cómo, ¿Eso va a parar ahí? ¿Las otras autonomías van a quedar quietas? ¿Qué va a pasar con los fundamentos del pacto [de la transición]?
Mariano Aguirre
Habría que volver atrás y revisar “el conflicto”. Por ejemplo, ¿Quieren los independentistas realmente un estado catalán o una situación diferente dentro del Estado español? ¿Es viable buscar la independencia cuando alrededor de un 50% de los ciudadanos de Cataluña se oponen a esa opción? Una cuestión clave (y dejada de lado) es la vida de las personas. O sea, por debajo de las grandes visiones (independentismo vs defensa de la unidad del estado español), ¿cuáles son las aspiraciones de las personas para sí mismas y las generaciones futuras? Si, entre otras cosas, quieren libertad para ejercer legítimamente su identidad catalana, española y europea, contar con protección social y garantías de sus derechos y libertades, tener oportunidades igualitarias para alcanzar un nivel aceptable de bienestar económico, disfrutar de libre movimiento en España y Europa, entonces, ¿dónde están los espacios comunes de negociación?
Salvo posiciones extremistas, nadie quiere la guerra, ni la miseria para Cataluña ni el hundimiento de España. Viendo las experiencias de convivencia de identidades diferentes en marcos estatales como el suizo, el de Quebec en Canadá y el escocés en el Reino Unido, y después de la grave y hoy promisoria experiencia de Euskadi, ¿no pueden sociedades avanzadas y democráticas como la catalana y las del resto de España alcanzar acuerdos negociados en nombre de una vida buena, cooperativa y decente para todos?
Fotografía: De arriba a bajo y de izquierda a derecha encontramos una imagen de Paul Ríos, Tom Woodhouse, María Jimena Duzán y Mariano Aguirre.
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