Un célebre pedagogo, Ph. Perrenoud, se pregunta en su último libro cuál es la orientación fundamental de la educación y si los centros están educando para la escuela o para la vida. Concluye que seguimos educando para la escuela y que problemas más frecuentes y habituales de la vida raramente son tratados en la escuela. Ponía el ejemplo de los conflictos y el escaso peso que tenía su tratamiento en el conjunto del currículo.
Viene esta reflexión recordando lo que está sucediendo en Catalunya y la forma en que se ha afrontado y se afronta el conflicto. No somos políticos, somos educadores y lo que nos preocupa es que nuestros alumnos y alumnas aprendan y hagan propia una forma pacífica de transformación de los conflictos, algo que, en nuestra opinión ha faltado por completo en ambas partes enfrentadas. No nos interesa quién tiene razón, no es la manera adecuada de gestionar los conflictos. Nos preocupan mucho más los enfoques y planteamientos que no se han dado, los errores que se han cometido y, sobre todo, la forma de evitar las consecuencias dañinas para la convivencia en la escuela y en cualquier otro escenario.
Para ello queremos, además, ayudar a nuestros alumnos/as a desarrollar su capacidad crítica para que puedan valorar los hechos y las informaciones que les llegan, sin dar por cierto aquello que procede de “los nuestros”, o justo lo contrario. Nuestra tarea como educadores, y como sociedad, no acaba aquí. Queremos acompañarlos también en su desarrollo moral para que sean capaces de construir su propio sistema de valores.
En el conflicto que nos ocupa ha predominado un enfoque reactivo, de renuncia a iniciativas para gestionar el conflicto, para limitarse a “reaccionar” ante lo que pasaba, especialmente por parte del gobierno central. Desde este enfoque, se ha recurrido al uso de la violencia en sus diversas formas: violencia física sobre las personas, violencia legal aplicando el artículo 155 o procesando y encarcelando a determinadas personas más significadas por su actuación concreta. Y se nos ha olvidado lo que ya nos decía Bakunin hace mucho tiempo: “un problema resuelto a la fuerza sigue siendo un problema”.
Se ha enfocado la relación y el enfrentamiento desde un planteamiento de “yo gano, tú pierdes”, y ello por ambas partes. Desde la toma de decisiones de forma unilateral, al margen de toda norma y reglamento, hasta la proclamación de la eliminación y descabezamiento de la otra parte. Y, si algo está claro, es que este planteamiento sólo nos lleva a que ambas partes pierdan y ninguna gane. Es necesario otro planteamiento, muy claro, de “yo gano, tú ganas”, en la que ambas partes puedan reconocer sus legítimos intereses y necesidades, buscando el máximo acuerdo que sea posible.
Se nos ha olvidado lo que ya nos decía Bakunin: “un problema resuelto a la fuerza sigue siendo un problema”
Sólo desde un cambio de enfoque puede lograrse la superación de la polarización política y social, la recuperación de una convivencia basada en el respeto que haga posible el acuerdo. Y se echa en falta a personas y organizaciones preocupadas por tender puentes, por recuperar otro tipo de relación que permita abordar de forma diferente las diferencias que existen, para buscar y encontrar otras respuestas y para disponer de modelos de transformación positiva. La enseñanza de la manera de gestionar los conflictos que tratamos de enseñar a nuestros alumnos y alumnas puede ser también de aplicación a esta situación.
Pero ¿cómo vivir y convivir con respeto con las personas que sienten, piensan, creen y opinan de manera diferente? En primer lugar, no es necesario que seamos iguales, sino asumir y respetar la diferencia y buscar los elementos mínimos e imprescindibles para una convivencia pacífica.
En algunas reuniones de amigos, en algunos grupos de whatsapp, en algunas pausas compartidas con los compañeros/as de trabajo ha podido haber momentos de crispación que han llevado a silencios forzados o a rehuir el tratamiento de determinados temas. La estrategia de evitación no previene necesariamente el conflicto, que puede permanecer latente, ni recupera relaciones maltrechas. Tampoco previene ni resuelve conflictos utilizar la violencia verbal ni el argumento de la fuerza (en lugar de la fuerza de los argumentos).
La teoría de los conflictos propone la cooperación, el diálogo, la escucha activa, reconocer legitimidades, tratar de entender a la otra parte, comprender y respetar sus emociones. Es necesario reconocer la legitimidad de cada una de las partes respecto a sus posiciones y planteamientos y buscar la parte de verdad que pueda haber en ellos. Esto implica renunciar a los juicios de valor sobre la otra parte, a las descalificaciones y búsqueda de intenciones ocultas en el otro, y, sobre todo, renunciar a “echar leña al fuego”, es decir, a eliminar todas aquellas declaraciones o acciones que no contribuyan a relajar el ambiente y, por tanto, sirvan para enconar todavía más la situación. Nadie está en posesión de toda la verdad y es justo que las dos partes enfrentadas reconozcan la legitimidad de la otra parte en relación a sus aspiraciones.
Solo desde un cambio de enfoque puede lograrse la superación de la polarización política y social, la recuperación de una convivencia basada en el respeto que haga posible el acuerdo
Las emociones son otro punto clave para evitar o relajar la polarización. La situación política y social que vivimos está tan cargada de emociones que hay un cierto bloqueo racional. Además, se pone de manifiesto la tendencia a pensar no solo que nuestras ideas y creencias son mejores que las de los demás y por lo tanto las suyas están equivocadas, sino a despreciar al otro por no darse cuenta de ello. En este sentido, hemos podido vivir en primera persona el distanciamiento con personas amigas con las que cada vez nos ha resultado más difícil abordar algunos temas porque las emociones han hecho saltar todas las alarmas y hemos decidido protegernos. Solo podremos resolver esta situación desde el respeto y la voluntad de encontrar puntos en común por lo que no podemos renunciar al diálogo, ya sea para hablar de lo que nos separa o para decidir, de mutuo acuerdo, de qué modo abordarlo o si queremos o podemos hacerlo.
La falta de reflexión es otro de los elementos que alimentan la polarización. La podemos vivir en una discusión “en directo”, pero se evidencia de manera contundente en la inmediatez en escribir o responder a un twit. En este sentido vale la pena darle la vuelta a un dicho popular “piensa mal y acertarás” y transformarlo en “piensa más y acertarás”.
Además, la incertidumbre no ayuda a mantener la calma y aquí no podemos obviar el papel que juegan los medios de comunicación. Respecto a la situación en Catalunya estos medios han tomado partido claramente por una u otra posición, ya sea con informaciones que a veces son opiniones, con medias verdades e incluso falsedades, lo que contribuye a consolidar y aumentar la división social. Por otra parte, disponemos de mucha información, a menudo en tal cantidad, que es difícil procesarla y, lo que es más importante aún, discriminarla. Las redes sociales, la retransmisión en directo todo lo que ocurre, la actualización continua de las noticias en los periódicos digitales no facilita que podamos analizar la situación de manera reposada. ¿Cuántos momentos de tensión entre familiares, amigos y colegas se han desencadenado por un rumor basado en información poco consistente, en un “fake” o en un hecho aislado sin contextualizar? Entramos en un círculo perverso que debemos romper: necesitamos calma para analizar críticamente lo que ocurre e información veraz y objetiva para poder mantener la calma ante situaciones complejas.
Nadie está en posesión de toda la verdad y es justo que las dos partes enfrentadas reconozcan la legitimidad de la otra parte en relación a sus aspiraciones
En las relaciones personales y también en las sociales debemos insistir en la búsqueda del acuerdo sobre la acentuación de las diferencias, el reconocimiento de la otra parte sobre el menosprecio o la marginación de esta, la renuncia a la fuerza y el recurso a la palabra y al diálogo sobre el abuso de poder o la violencia. No se trata de quedar por encima o de demostrar quién tiene la razón. Por el contrario, se trata más bien de reforzar y recomponer lazos y vínculos, de crear condiciones para que podamos convivir pacíficamente, reforzando lo mucho que nos une y hacer hueco a las legítimas diferencias que existen entre nosotros.
Y es que es esto lo que más nos cuesta: aceptar que las personas y los grupos son muy diferentes, que sus posiciones y pensamientos son también legítimos y que sólo desde la pluralidad y el respeto a la diferencia es desde donde puede construirse la convivencia. Esto es lo que nos falta, lo que nos produce miedo y, como reacción puramente emocional, nos lleva a plantear el uso de la fuerza, consciente o inconscientemente, para conseguir mis objetivos por encima de todo.
La violencia no nos lleva a nada. Más bien nos lleva a dificultar más las cosas. Usemos la palabra, usemos el diálogo y, así, no tendremos que darle una vez más la razón a nuestro gran poeta Antonio Machado cuando nos decía que “en España, de diez cabezas nueve embisten y una piensa”. Usemos nuestro pensamiento para llegar a acuerdos, no para reforzar el enfrentamiento.
Fotografía: Huelga general del 3 de octubre de 2017 en Barcelona en contra de la represión policial del 1 de octubre: Art Maximo
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