La violencia política en el País Vasco, durante los largos años de violencia liderada por ETA, provocó polarización política y social. Dada la complejidad del análisis que la confrontación social exige – un análisis mucho más matizado y mucho más detallado- resulta poco acertado afirmar que se dio un proceso de polarizada confrontación entre dos comunidades. Sin embargo la polarización política sí fue mucho más evidente y a ella nos vamos a referir exclusivamente en las líneas que siguen.
El final de la violencia en el País Vasco ha desactivado la polarización política existente y hoy en día ésta ha disminuido sensiblemente en lo que se refiere al enfrentamiento entre partidos políticos. Pero veamos en primer lugar como funcionó en los tiempos de la violencia.
Tanto en el discurso como en el debate parlamentario no fue igual ni el grado ni las razones de radicalización de cada partido político en el escenario político. Los grupos políticos ligados o que formaban parte de la Izquierda Abertzale (en adelante IA) ejercieron, en general, su habitual y casi constitutivo discurso exclusivo, excluyente y maniqueo. Pero además, en particular, y en la medida en que la IA toleró, legitimó, soportó, apoyó (elíjase el o los verbos más adecuados) la violencia de ETA, se vio obligada a articular un discurso equivalente al ejercicio de esa violencia. Es decir, se vio abocada a establecer un discurso de descalificación del “otro”, de los otros partidos -y también del Estado- suficientemente omnicomprensivo y total para poder así compensar su justificación (o tolerancia) de la violencia. La argumentación funcionaba más o menos así: la violencia podía ser negativa pero debía entenderse y aun tolerarse en cuanto que no era peor a la maldad de los otros partidos que la condenaban. La asignación de esa maldad absoluta con su función compensatoria se articulaba a través de dos frentes.
El enfrentamiento interpartidista durante los años de la violencia fue absoluto; el rechazo a todo lo que provenía de la izquierda abertzale se fundamentó en la estrategia de la contaminación
El primero tenía carácter más esencialista. Los otros partidos por definición -incluidos los otros partidos nacionalistas vascos- siempre llevan a cabo políticas negativas en todos los campos: social, cultural, económico, etc. Por tanto su maldad congénita deslegitimaba su crítica, incluida la de la violencia de ETA. La segunda estrategia discursiva era más instrumental. Esos partidos -nuevamente incluidos los partidos vascos- apoyan, toleran, legitiman la política opresora y criminal supuestamente antiterrorista del Gobierno español. Por tanto esos partidos tampoco tienen legitimidad en la crítica sobre la violencia de ETA en cuanto que participan en esas otras políticas represivas violentas; a su vez, la represión de la violencia de ETA la justifica o al menos la hace comprensible.
El enfrentamiento interpartidista durante los años de la violencia fue absoluto. De la Izquierda Abertzale respecto al resto de los partidos. Pero si el grado de descalificación de la IA en aras de lograr la deslegitimación compensatoria de los partidos era muy fuerte, la respuesta de esos partidos frente a la IA tenía similar contundencia y extensión descalificatoria. El rechazo y crítica a fondo en todos los contenidos y propuestas provenientes de la IA se asentaron en la estrategia de la contaminación. Todo lo que propone y demanda la Izquierda Abertzale –sin excepciones- es y tiene que ser negativo y rechazable en cuanto a que proviene de una organización que justifica la violencia
Pero también, y por causa de la violencia en el seno de los demás partidos, se radicalizó la confrontación. Los partidos constitucionalistas -Partido Socialista, Partido Popular- descalificaban sistemáticamente y en todo al Partido Nacionalista Vasco (PNV) por no ser suficientemente contundente tanto en la condena de la violencia de ETA como en las medidas políticas y policiales para acabar con ella. Aunque quizá de forma más moderada, se usaba la misma estrategia de contaminación aplicada a la IA respecto a la violencia de ETA.
La violencia dio asimismo un argumento para la confrontación ideológica de fondo. El nacionalismo vasco en general se demonizó, se declaró rechazable y despreciable en la medida que la violencia era la inevitable expresión del mismo. Del mismo modo, desde el PNV, sin matiz ni excepción alguna, se descalificó a los partidos constitucionalistas usando el argumento de la violencia, alegando la radicalidad y los excesos en la represión de los gobiernos constitucionalistas.
A partir del cese definitivo de la violencia la confrontación y debate entre los partidos se lleva a cabo sin descalificaciones totalizadoras previas
Esta polarización entra en una fase de declive a partir del cese definitivo de la violencia por parte de ETA. Cese definitivo, no disolución, lo que hace necesario un pequeño paréntesis reflexivo. A estas alturas resulta muy poco comprensible la continuidad de ETA. Parece que la única razón de tal continuidad es que ETA siga creyendo que puede negociar su autodisolución a cambio de una liberación de sus presos, pretensión que resulta desde hace muchos años absolutamente inviable y que, una vez más, argumenta a favor de la afirmación de que ETA perdió todo sentido de la realidad circundante hace muchos, muchos años.
Sin duda esta crisis de la polarización se debe a que ni ya la Izquierda Abertzale necesita su discurso equivalente y compensatorio, ni los otros partidos necesitan la estrategia política de contaminación antes señalada. En consecuencia, la confrontación y debate entre los partidos se lleva a cabo sin descalificaciones totalizadoras previas. Resulta relevante destacar que el mismo uso del discurso nacionalista entra en una fase de desactivación. Indicábamos que la acusación al nacionalismo vasco llevaba incorporada la acusación de ser partidario, tolerante o ayudante de la violencia. La contaminación era total. Ahora ya no es así. Pero lo que interesa destacar no es sólo que va desapareciendo el argumento contaminador antinacionalista, sino que se genera una notable moderación y también disminución de la reivindicación nacionalista independentista. Parecería como si la desaparición de la violencia no sólo desactivase la virulencia de la exigencia nacionalista sino que redujese esa misma demanda.
Hoy el debate interpartidista se articula a partir de las concretas propuestas políticas sociales y culturales que cada partido formula. Por eso las posibilidades de acuerdo (en algunos casos estables) entre unos y otros aumentan sensiblemente y, en consecuencia, entramos en un escenario de normalización en la confrontación política.
Donde sí sigue existiendo un cierto grado de polarización es en el supuesto de las consecuencias de la violencia. Nos referimos a los presos de ETA; a la disolución de ETA; a la reparación de los daños causados, y a la necesidad de procesos de reconciliación entre grupos especialmente afectados por la violencia. Como nuevo paréntesis, aclarar que no nos referimos a un proceso de enfrentamiento derivado de un proceso de paz inconcluso o no cerrado satisfactoriamente. Conviene recordar que, al margen de la retórica, el fin de la violencia de ETA no se ha debido a ningún proceso ni acuerdo -ni nada parecido– de paz. Proviene de una decisión unilateral sin contraprestación alguna.
El fin de la violencia de ETA provocó una notable disminución de la polarización interpartidista; se ha pasado de un escenario de confrontación total a unas relaciones normalmente conflictivas
Ello implica que en el actual debate político aparezcan enfrentamientos que, en cierto modo, aumentan la polarización solo sobre cómo resolver el tema de estas consecuencias. La posición de la Izquierda Abertzale es débil porque no puede argumentar a favor de determinadas medidas compensatorias a la concesión del cese de la violencia -presos por ejemplo-. Y esta debilidad es recordada y usada por los otros partidos en su confrontación con la IA. Al tiempo se sigue demonizando y usando en parte la estrategia de contaminación del escenario anterior, puesto que se considera que el reconocimiento absoluto del error y el daño causado por parte de la IA por su apoyo a ETA es la única forma de que entre en igualdad de condiciones en el debate político. Sigue así existiendo esa tendencia a descalificar cualquier propuesta o reivindicación proveniente del nacionalismo radical ya que sus organizaciones políticas siguen ahora por omisión, indirectamente, legitimando esa violencia histórica.
Desde el otro lado, desde el discurso de la IA, las posibilidades de descalificación utilizando el tema de las consecuencias, resultan menos operativas. En este momento es poco útil para su estrategia hacer referencia a una maldad congénita de partidos -de los otros partidos- en cuanto que no solucionan esas consecuencias de la violencia porque hoy en día resulta evidente que, salvo el Partido Popular y su correspondiente Gobierno, el resto de los partidos están intentando poner en marcha los procesos de arreglo de las consecuencias.
En síntesis, se puede afirmar que el fin de la violencia de ETA provocó una notable disminución del proceso de polarización interpartidista que se daba en el País Vasco. Se ha pasado de la existencia de un escenario de confrontación total a unas relaciones normalmente conflictivas. Únicamente algunos debates sobre las consecuencias de la violencia han supuesto, sólo en algunos casos y sólo por parte de algunos partidos, el mantenimiento de algunos focos de polarización.
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