México: trazando oportunidades por la paz

De la rabia a la organización. Juventud mexicana en la reconstrucción de paz

El objetivo del presente texto es rescatar el papel de los y las jóvenes mexicanas en los procesos de reconstrucción de paz necesarios y urgentes en México. Los niveles de violencia alcanzados actualmente tienen afectaciones graves en la experiencia de la vida cotidiana de la juventud. El miedo y el terror sembrado, la desconfianza en las instituciones y la desesperanza generada por los gobiernos producen que ser joven sea una condición de riesgo y despojada de privilegios, pero, al mismo tiempo, es una condición llena de posibilidades de resistencia.

El México actual no puede desmarcarse de dos eventos fundamentales para comprender la organización y movilización de los y las jóvenes mexicanas en los últimos años. El primer evento es la desaparición de 43 estudiantes en Ayotzinapa, en el Estado de Guerrero en 2014. Este hecho desencadenó un malestar colectivo que agudizaba la inconformidad con el gobierno de ese momento. Cabe mencionar sin embargo que previo a la toma de poder de dicho gobierno, había surgido otro movimiento, #YoSoy132, como oposición a Enrique Peña Nieto. El #YoSoy132 exigía la democratización de los medios, la economía y la educación. El hartazgo ya estaba presente y, al ser expuesta la participación del Estado en la desaparición de los normalistas, se produjo una indignación como no se había visto en muchos años.

Al ser estudiantes quienes desaparecieron se creó un elemento identitario de suma relevancia para que, a partir de este momento, los jóvenes comenzáramos a experimentar otro tipo de sensibilización como no nos había tocado experimentar antes. En los imaginarios de los y las mexicanas resurgió el dolor vivido en 1968 con la masacre de Tlatelolco y se activaron movilizaciones estudiantiles. La condición de estudiante, de nuevo se volvió una condición de riesgo. Ello se reafirmó en 2018 con un segundo evento significativo: la desaparición forzada de tres estudiantes de cine en la ciudad de Guadalajara. Los chicos se encontraban realizando un video como parte de su formación profesional cuando fueron capturados por miembros de un cártel del narcotráfico. La historia oficial o “verdad histórica” de la Fiscalía de Jalisco es que fueron asesinados y deshechos en ácido sulfúrico. Sin embargo, la ambigüedad en las pruebas y la escasa precisión en los datos de la investigación hicieron que la rabia y el malestar con el Estado incrementaran.

¿Cómo nos cuidamos en un país en donde la dignidad humana, la seguridad y las libertades no son prioridad?

En los casos de los 43 normalistas de Ayotzinapa y los tres estudiantes de cine, un elemento que generó velocidad en la difusión de los casos fue que las familias y amistades de los implicados se activaron de inmediato para visibilizar los hechos y demandar justicia. A partir de la descolocación generada por los sucesos relacionados con la desaparición forzada de estudiantes, el entramado de relaciones entre los jóvenes se movilizó para generar un sinfín de estrategias para enunciar la rabia sentida por la violencia estructural evidentemente implicada en los hechos. Por otra parte, la organización entre los jóvenes sirvió para repensar cómo podemos ir haciendo para poner el cuidado al centro, es decir, ¿cómo nos cuidamos en un país en donde la dignidad humana, la seguridad y las libertades no son prioridad?

Estos hechos produjeron una ruptura de lo cotidiano, en las universidades, en las calles, en las redes sociales. Dentro de las universidades se realizaron paros activos, asambleas, charlas para pensar en acciones colectivas. En las calles los actos simbólicos, las marchas y las consignas no faltaron para enunciar el malestar en el espacio público. Las redes sociales se llenaron de información de los casos, de carteles de búsqueda, y se gestaron debates y discusiones en torno a los hechos. Sin duda, las familias han sido las más afectadas y las más implicadas en estos procesos, y el papel de los y las jóvenes es crucial para comprender cómo se sostienen estos movimientos de indignación. Cabe señalar que las universidades, las calles y las redes sociales son espacios de privilegio, de manera que los sectores más movilizados son también aquellos más privilegiados.

Paulatinamente la implicación en lo político se extiende a medida que las afectaciones lo demandan. El incremento de la violencia y el miedo desmedido con el que vivimos se van convirtiendo en un asunto generalizado, a tal punto que a pesar de que aún se guarden muchos silencios y se preserven los privilegios de unos cuantos, hoy en día se abren diálogos que quizá en otras circunstancias no se estarían suscitando. La sensación de terror, descontento, desilusión y hartazgo nos han hecho nombrar y visibilizar necesidades compartidas.

Ante el escenario de violencia en el que nos encontramos, se ha pasado de la indiferencia a la indignación. Es notorio como hay cada vez más implicación con los hechos políticos y económicos que atraviesan al país. Ya no es tan común escuchar “no me interesa la política” como solíamos escuchar cuando éramos niños y niñas ya que, conforme hemos ido creciendo, nos hemos ido dando cuenta de lo peligrosa que era esa indiferencia en un país que nos exige utilizar todas las herramientas, acciones, reflexiones y resistencias que están a nuestro alcance.

Ante el escenario de violencia en el que nos encontramos se ha pasado de la indiferencia a la indignación

Del mismo modo en que nos enfrentamos a la desaparición forzada de miles de jóvenes en el país, en los últimos años la violencia feminicida ha incrementado brutalmente, afectando gradualmente y en particular a la vida de las mujeres jóvenes. El asesinato de Lesvy Berlin en la UNAM, la universidad más reconocida de nuestro país, hizo resonar la indignación y la rabia y llevó a tejer la activación de múltiples redes de mujeres. El #NiUnaMenos, que ya había sido promovido por las argentinas, se volvió emblema de una demanda necesaria y urgente en nuestro país que ha servido en el proceso de visibilización de la incapacidad institucional y la tremenda ola de feminicidios donde ni siquiera las universidades y espacios de alto reconocimiento son espacios seguros. El caso de Lesvy es uno de los miles que acontecen en nuestro país. Hoy en día se registran nuevos feminicidios a diario, de manera que el estado de alerta nos convoca a movilizarnos.

Es importante hablar de los movimientos de mujeres en los últimos años ya que el feminismo ha ido configurándose de otras formas y con otros significados en el sentido común de las mexicanas. Feminismo solía ser una mala palabra, tintada de radicalismo o exageración, mientras que hoy en día vemos chicas de 13 años asumiéndose feministas con toda la seguridad de que son ellas quienes deben velar por sus derechos. A partir del surgimiento del debate sobre la despenalización y legalización del aborto, las reflexiones en torno a la decisión sobre nuestros cuerpos se han convertido en un parteaguas para identificar donde están las posibilidades de defenderlo. En muchos casos, la organización y el cuidado entre mujeres ha sido la respuesta. Hace unos años, en las marchas y espacios de encuentro feministas veíamos las mismas caras casi todo el tiempo. Recientemente, la necesidad de cuestionarse las verdades absolutas que nos han enseñado culturalmente se ha convertido en parte de procesos críticos y autocríticos.

Es evidente que el discurso y las prácticas feministas permean las vidas de las jóvenes. Vemos como en todas las universidades y fuera de ellas, se forman colectivos feministas, seminarios, encuentros, etc. Y cada vez hay más exigencias de protocolos de atención a la violencia de género, así como más demanda de capacitaciones para el profesorado en materia de perspectiva de género y de materias especializadas en el tema, cosa que antes parecía un sueño lejano para las universitarias mexicanas. Vemos encuentros de mujeres organizados por las compañeras zapatistas, espacios autónomos, colectivos y espacios continuos de formación política entre mujeres de todas las edades. Estas acciones impulsadas por los feminismos generan prácticas de cuidado que en definitiva son distintas a los discursos hegemónicos y paternalistas respecto a la seguridad y el cuidado. Las resistencias feministas se caracterizan por poner la politización, la sororidad y los afectos en el centro, lo cual sin duda nos habla de reconstrucción de paz. Las estrategias de cuidados feministas son clave para la rearticulación de la colectividad mexicana, ya que los feminismos nos han ido enseñando sobre los significados y la potencia de proteger la dignidad y la igualdad como principios rectores de nuestro actuar.

Uno de los grandes aportes de la juventud para un México menos violento ha sido el cuestionamiento de las relaciones de poder que nos enseñaron a naturalizar

Estas redes han producido en los últimos años nuevas formas de protesta y organización para exigir y demandar una vida digna. El objetivo no es buscar respuestas y soluciones proporcionadas por el Estado, sino tomar y apropiarse de los espacios y construir nuevas formas de conectarnos y de hacer vida. Las huelgas y paros activos del #8M son un ejemplo de esto. El Día Internacional de la Mujer (8 de marzo) ha sido resignificado por los feminismos, no como una celebración que reproduce prácticas y discursos patriarcales, sino como un recordatorio de la deuda histórica que tiene la sociedad con las mujeres, con un sentido politizado.

Los imaginarios asociados a la juventud han generado la creencia de que es una etapa en la que se expresa indiferencia ante lo que acontece en el entorno, a que las preocupaciones están orientadas a la socialización, en divertirse y no responsabilizarse de la propia vida y de lo común. Sin embargo, los contextos actuales han producido que los jóvenes crezcan ante adversidades y peligros que han favorecido la construcción de un pensamiento crítico desde una edad más corta. Así, las juventudes mexicanas están sumamente conectadas con las necesidades de un país donde se desborda la violencia y donde hay que buscar estrategias para articular resistencias.

Las universidades siguen siendo nodos importantes para la organización frente a las violencias. Desde otros frentes también hay acciones en espacios autónomos, jóvenes indígenas que mantienen en pie de lucha levantamientos de sus abuelos, jóvenes que se unen a colectivos de madres que buscan a sus hijos e hijas desaparecidas, propuestas políticas alternativas a los partidos compuestas por jóvenes, como además del uso politizado de los medios y las redes sociales. Se abren múltiples posibilidades de espacios críticos orientados a la reflexión y organización en torno a diversos temas: la violencia de género, los cuidados colectivos desde la autogestión, los procesos de gentrificación cada vez más comunes en las ciudades mexicanas, la desaparición forzada, la movilidad urbana, la crisis ambiental, es decir, una diversidad de problemáticas que están constantemente entretejidas. Las artes, el periodismo, la investigación, las producciones audiovisuales, el uso de big data y herramientas de geolocalización son algunos de los conocimientos de colaboración interdisciplinar que son puestos a la disposición de la colectividad orientadas a la configuración de una mejor ciudad y un mejor país para todas y todos. Son sustanciales en la construcción de la memoria histórica de todas estas acciones colectivas.

La construcción de paz en México ha de partir de las acciones más cotidianas y desde el sentido común, con los cuidados, la amistad, la sororidad y la solidaridad al centro

Más allá de la participación estudiantil desde las universidades, desde colectivos autónomos o de las herramientas profesionales que usamos los y las jóvenes para resistir ante la violencia, es importante enunciar el valor de la autocrítica en nuestras relaciones sociales y nuestras actividades cotidianas. Se reconoce que uno de los grandes aportes de la juventud para un México menos violento ha sido el cuestionamiento de las relaciones de poder que nos enseñaron a naturalizar, a cuestionar los ideales heteronormativos o a incluso cuestionar el sentido de nuestra educación, por ejemplo. Estos elementos transforman las interacciones que van construyendo nuestra vida, por ello, el ejercicio de la autocrítica nos lleva a relaciones más solidarias y de cuidado mutuo. Dicha cotidianidad crítica va cambiando los imaginarios que rodean a la juventud, permitiendo pensarla no como una sola, sino como una pluralidad de posibilidades donde entra la capacidad de encontrarse con otros y otras para cuestionar, repensar, reconstruir y construir un país más digno para todas y todos.

No podemos ignorar que, en la misma medida en la que la participación en los procesos de organización ha incrementado, la polarización de discursos se ha hecho más presente en las conversaciones actuales produciendo tensiones entre las formas en las que nos identificamos. No parece haber matices en las formas en las que nos posicionamos frente a algo, o se es “de derecha” o se es “de izquierda”, o se es “radical” o se es “tibia”, no dejando cabida a la comprensión de procesos complejos, dejando fuera todos los factores para definir si algo es negro o es blanco y no pudiera ser de cualquier otra forma. Así, cuando de hablar de un tema de interés común se trata, parece ser que hay una necesidad de imponer un pensamiento sobre los otros, se trata de convencer más que de construir. Vemos la presencia de discursos de odio dirigidos a quien identificamos en el otro polo, lo cual también se ve reflejado en las identidades juveniles, en las luchas que se eligen y en las formas en las que nos posicionamos políticamente. El reto al que nos enfrentamos es poder configurar referentes y sentires comunes desde la aceptación de la diferencia. Más allá de que las discusiones y reflexiones en torno a lo común se vuelvan terrenos de disputa, habremos de encontrar estrategias para co-construir; de lo contrario, estaremos perdiendo una de las más grandes batallas, que lleva a no ser capaces de diferenciar los matices entre las diferentes tensiones en las que nos vemos inmersos como sociedad.

Independientemente de los discursos que estén en disputa, está claro que hay una fuerte implicación de las juventudes en el desarrollo social de nuestro país. Cuestionar las decisiones y acciones del Estado se ha vuelto un asunto cotidiano, desde publicar sentir-pensares en Facebook o Twitter como detonadores de encuentro y de diálogo, o realizar actos simbólicos en las calles. Se debe reconocer que la mayoría de los espacios de organización están ocupados e impulsados por jóvenes. Restablece la esperanza pensar que en unos años será esa colectividad la que sea capaz de dirigir a nuestro país. Los movimientos sociales, las acciones colectivas y cualquier tipo de proceso organizativo es crucial y abre la posibilidad de un México más crítico, más sensibilizado y más solidario con las herramientas para levantarse del horror al que se enfrenta. Es fundamental tener presente que la construcción de paz en México ha de partir de las acciones más cotidianas y desde el sentido común, con los cuidados, la amistad, la sororidad y la solidaridad al centro.

SOBRE LA AUTORA
Psicóloga por el ITESO, Universidad Jesuita de Guadalajara, México. Sus intereses son los procesos colectivos, los feminismos, la gentrificación y la relación entre la tecnología y los afectos. Ha participado activamente en distintas movilizaciones en su ciudad, desde los feminismos y en la organización interuniversitaria frente a la desaparición forzada. Es parte del equipo de Signa_Lab ITESO, laboratorio de experimentación e investigación de redes.

Fotografía #YoSoy132

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