En el quincuagésimo aniversario del Acontecimiento que significó el 68 vuelven las interpretaciones para todos los gustos. Las hay que tratan de reducirlo únicamente a lo ocurrido en Francia, país que fue sin duda el epicentro de aquel año, ya que fue allí donde la movilización llegó a su cenit mediante la huelga general más masiva en su historia. Sin embargo, se olvida la dimensión global que tuvo aquel año, sobre todo si lo extendemos a años anteriores y posteriores en lo que una creciente corriente de la historiografía ha definido como “los años 68”. Las hay también que se limitan a sostener que se trató de una mera rebelión juvenil y universitaria olvidando que, si bien una nueva generación estudiantil fue protagonista de muchas de las revueltas en distintos lugares del mundo, también hubo una participación de amplias capas de la clase trabajadora y de otras generaciones, no sólo en Francia sino también en Italia y en otros lugares del mundo. Otras limitan su alcance a una revuelta cultural, algo innegable, pero buscando así negar su dimensión profundamente política, que llevó a cuestionar los regímenes entonces dominantes tanto en Francia como en Checoslovaquia, México, Italia y otros países.
Más allá del debate en torno a las (re)interpretaciones del 68, parece ya difícil negar el lugar que ocupan en la historia aquellos “años 68” como una “revolución en y del sistema-mundo”, tal como sostiene Immanuel Wallerstein. Porque es cierto que no culminaron aquellas revueltas, ni siquiera en Francia, en revoluciones triunfantes, pero sí se vivieron como un momento histórico de ruptura con los consensos dominantes de aquel entonces entre y dentro de los dos grandes bloques –el occidental y el soviético- y en medio del desafío que los movimientos antiimperialistas, con el pueblo de Vietnam como principal referente, estaban practicando frente a la congelación del statu quo mundial por parte de las entonces dos superpotencias. Fue, en resumen, como lo definieron Maurice Blanchot y Herbert Marcuse, un “Gran Rechazo” al orden global que se había ido instaurando desde finales de la Segunda Guerra Mundial, volviendo a poner en el centro del debate la posibilidad de “cambiar el mundo” y “transformar la vida”.
Más allá de las (re)interpretaciones del 68, parece ya difícil negar el lugar que ocupan en la historia aquellos “años 68” como una “revolución en y del sistema-mundo”
También cabe resaltar la dimensión que tuvo en esa revuelta global la crítica a los grandes partidos de la izquierda, tanto la socialdemocracia como, de forma más desigual, los partidos comunistas occidentales, por considerarlos integrados en el sistema y actuar como “partidos de orden” frente a esos movimientos. Fue ese rechazo el que generó la búsqueda de otra política y, con ella, la proliferación de nuevas organizaciones con referentes ideológicos maoístas, trotskistas, consejistas o libertarios que apostaron por proyectos revolucionarios que creían posibles –como también lo temieron muchos de sus enemigos-. Sin embargo, muy pronto se encontraron con una contraofensiva desde arriba que tuvo sus inicios en el golpe de estado de Pinochet en septiembre de 1973 y, luego, en la derrota de la revolución portuguesa en noviembre de 1975, para dar paso luego a la onda larga neoliberal en la que todavía estamos tras el agotamiento del ciclo de expansión económica de postguerra.
Es, por tanto, necesario recordar la conmoción global que significó aquel Acontecimiento y la centralidad que tuvo el Mayo-Junio francés dentro del mismo, pero sin subestimar la relevancia de la primavera checoslovaca (que luchaba por una democracia socialista), el septiembre mexicano (que se enfrentó a “la dictadura perfecta” del PRI), el “mayo rampante” italiano (enfrentado a la “estrategia de la tensión” del Estado) o la confluencia entre el movimiento por los derechos civiles, el estudiantil y el del rechazo a la guerra de Vietnam que se dio en EE.UU. En todos estos lugares y muchos más se dieron algunos rasgos comunes: la “liberación de la palabra” (Michel de Certeau), las prácticas asamblearias, la ocupación de las calles y en muchos casos de los centros de trabajo y estudio, el ensayo de experiencias comunitarias alternativas, la enorme creatividad en muy diferentes ámbitos,…; la conformación, en suma, de una subjetividad rebelde y antiautoritaria compartida.
Fueron la brecha y el subsuelo abiertos por el 68, los que crearon el marco adecuado para la irrupción de los “nuevos movimientos sociales”, como el feminismo y el ecologismo
Centrándome más en el caso de Francia, fue en ese país donde todos esos rasgos se manifestaron de forma más extensa y masiva, si bien no llegaron a alcanzar la fuerza suficiente para conducir al menos a la caída del régimen gaullista. Con todo, sí se desarrollaron a lo largo de los meses clave de mayo y parte de junio dos dimensiones que, empleando las caracterizaciones de Boltanski y Chiapello, se pueden definir como la “crítica social” y la “crítica artista” del capitalismo: la primera iba dirigida a la denuncia del mismo como fuente de miseria y de desigualdades, pero también del egoísmo; la segunda se centraba en el rechazo del mismo como fuente de desencanto y de opresión en las distintas esferas de la sociedad y de la vida cotidiana. En resumen, apuntaban a la crítica de la explotación y de la alienación, queriendo ir por tanto más allá del compromiso fordista-keynesiano hegemónico entonces y de la “liberación” a través del consumo para reivindicar una autonomía en torno a un “nosotros” (que entonces era todavía machista) frente a la heteronomía sistémica.
Fueron la brecha y el subsuelo (Edgar Morin) abiertos por el 68, pese a su derrota política (con las consiguientes frustraciones, desesperaciones y cooptaciones por el sistema de muchos de sus protagonistas) los que crearon el marco adecuado para la irrupción de los denominados convencionalmente “nuevos movimientos sociales”. Porque si bien no cabe calificar aquel acontecimiento de feminista, “sin el 68 no se hubiera producido el feminismo como fenómeno de masas”, ya que “forzó a una generación de mujeres a arreglar sus cuentas con la política” (Lidia Cirillo), llevando hasta las últimas consecuencias la fórmula “lo personal es político”. Lo mismo podría decirse del ecologismo, apoyándose en la crítica del urbanismo capitalista y de la vida cotidiana, de la que Henri Lefebvre fue pionero, así como en la denuncia de la sociedad del espectáculo y de consumo, procedente sobre todo de la Internacional Situacionista. Un ecologismo que, especialmente en Alemania y Gran Bretaña, se fusionó con un pacifismo radical, convertido en protagonista de un potente movimiento de rechazo a la amenaza de guerra nuclear durante los años 80 del pasado siglo.
Las brasas del Mayo del 68 continúan vivas y siguen generando movimientos potencialmente antisistémicos que buscan escapar del orden alineado
Todos estos procesos fueron seguidos, aunque con mucha menor extensión e intensidad, en la sociedad española de aquellos años, especialmente por la nueva generación que fue accediendo a la universidad y a los centros de trabajo. Las particulares y duras condiciones en las que luchábamos contra la dictadura franquista no facilitaron una explosión de la protesta similar a la que se produjo en países como Francia o Italia. Pese a todo, desde 1965 se había desarrollado un movimiento estudiantil capaz de acabar con el sindicato vertical del régimen y de ir poniendo en pie un sindicalismo democrático que contó con el apoyo de la mayoría del estudiantado. El año 1968 fue precisamente la culminación del ascenso de un ciclo de luchas que quizás ha tenido en el recital de Raimon el 18 de mayo en la Facultad de Ciencias Políticas y Económicas de Madrid el acto que más ha quedado en la memoria colectiva. Llegaría luego el aumento de una represión que acabaría proclamando un estado de excepción en enero de 1969 tras el asesinato pocos días antes del estudiante Enrique Ruano, militante del Frente de Liberación Popular, por la policía franquista. En la justificación de esas medidas de excepción el entonces ministro de Franco Manuel Fraga Iribarne no ocultó el temor al efecto contagio declarando que “es mejor prevenir que curar, no vamos a esperar a una jornada de mayo para que luego sea más difícil y más caro el arreglo”.
Hoy, cincuenta años después y más allá de las trayectorias personales tan dispares de quienes formamos parte de la “generación del 68”, nos queda un legado, bien definido en estas palabras de Daniel Bensaïd: “Lo que interesa no son las cenizas de Mayo del 68, sino sus brasas, las reapariciones de los posibles vencidos y rechazados”. Unas brasas que continúan vivas en las olas de protestas que se han ido sucediendo desde entonces y que siguen generando movimientos potencialmente antisistémicos que buscan, como se proponía en un Manifiesto publicado el 9 de mayo de 1968 en Francia, “escapar por todos los medios de un orden alienado pero tan fuertemente estructurado e integrado que la simple contestación corre el riesgo siempre de ser puesta a su servicio”.
Fotografía : 31 de mayo de 1968. Manifestación Gaulliste en las calles de Toulouse.
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