Este número del Por la Paz dedica los artículos centrales (Cockburn, Zajović, Moreno, Blasco y Magallón) y la entrevista (a Adilia Caravaca, presidenta de WILPF, organización galardonada con el Premio ICIP Constructores de Paz 2014) al feminismo pacifista, al papel de las mujeres en la práctica sobre el terreno y en los estudios sobre la paz. La tesis central continúa siendo, lamentablemente, una que se repite desde hace décadas: cien años después del Congreso de La Haya, que movilizó a miles de mujeres europeas para intentar impedir la Primera Guerra Mundial – después de una aportación importante en el terreno de la práctica, la movilización social y la acción colectiva, y también en la investigación para la paz y los estudios sobre la paz- existe una persistente falta de atención y de reconocimiento de estas iniciativas. Y, sin embargo, como muestran los artículos, las aportaciones han sido bien significativas, como la idea y la práctica de política transversal que a mediados de los años noventa crearon un grupo de activistas feministas de Bolonia.
Las mujeres continúan sin habitación propia y sin que se alcance la plena igualdad, también, en el mundo del estudio y de la práctica para la paz. A pesar de lo que hemos predicado, no hemos marcado bastante y definitivamente la diferencia. Dicho de otra manera, la invisibilización del papel de las mujeres continúa siendo norma estadística, incluso dentro del movimiento para la paz y de la comunidad de estudios sobre la paz. Y no será por falta de referentes: desde Bertha von Suttner, Virginia Woolf, Alva Myrdal o Betty Reardon, hasta Petra Kelly, las mujeres de Greenham Common, la Women’s International League for Peace and Freedom (WILPF) o la misma Cynthia Cokburn. Ni tampoco será por falta de voluntad, al menos retórica. La presencia de mujeres continúa siendo mayoritaria en los niveles de base de los movimientos sociales para la paz y minoritaria en los niveles de decisión. La esencia del problema, o mejor dicho de la solución del problema, no está en la voluntad sino, como ha denunciado desde hace tiempo la teoría feminista, en las reglas de juego y en las estructuras sociales generales, que se reproducen también -al menos parcialmente- en la esfera del compromiso para la paz a pesar de la voluntad explícita de intentar evitarlo.
Las mujeres continúan sin habitación propia y sin plena igualdad, también, en el mundo del estudio y de la práctica para la paz
Por ejemplo, fijémonos en Naciones Unidas, que ha desplegado un programa específico sobre el tema a partir de la Resolución 1325 sobre Mujer, Paz y Seguridad, con actividades de ámbito mundial, regional, subregional y nacional. La web de mantenimiento de la paz de la ONU dice literalmente: “las mujeres se encuentran desplegadas en todas las esferas – policía, contingentes militares y personal civil – y han tenido un efecto positivo en las situaciones donde se llevan a cabo operaciones de mantenimiento de la paz, tanto en apoyo de la función de las mujeres en el proceso de consolidación de la paz como en la protección de los derechos de la mujer. En todas las esferas del mantenimiento de la paz, el personal femenino ha demostrado que puede desempeñar las mismas funciones que sus homólogos masculinos, con el mismo nivel de eficacia y en las mismas condiciones difíciles. Es imperiosamente necesario, desde el punto de vista operativo, que contratemos a personal femenino de mantenimiento de la paz.»
Ciertamente, según los datos de NNUU ha habido progreso: en 1993 las mujeres representaban el 1% del personal uniformado desplegado, mientras que el 2012 eran el 3% del personal militar y el 10% del personal de policía, en un contingente desplegado de unos 125.000 efectivos. Y no será por falta de esfuerzos y de promoción, tanto de la ONU como de algunos estados miembros, responsables finales de las decisiones. En unos meses podremos evaluar la iniciativa «The Global Effort», creada por la División de Policía de Naciones Unidas con el objetivo de alcanzar el 20% de los contingentesde policía en el mundo. Veremos.
¿Qué hay que hacer, pues, en el mundo social y de la investigaciónde insistir, de denunciar, de crear incentivos y programas de promoción, constricciones diversas y mecanismos de seguimiento? Hay que ser radicales, ir a las raíces, a las estructuras que perpetúan la desigualdad, revelarlas y afanarse por destruirlas. Para conseguirlo nos puede ayudar lo que durante los años ochenta del siglo pasado dijo Petra Kelly, hablando como generación comprometida con el cambio: «si ahora no hacemos el imposible, tendremos que enfrentarnos con lo impensable». Y lo imposible nos interpela a todos, pero en particular a los varonesVirginia Woolf osó decir en el libro Tres Guineas «como mujer, no pertenezco a ningún país. Como mujer, no quiero pertenecer a ningún país. Como mujer, el mundo entero es mi país». ¿Qué osaremos decir los varones del mundo de la paz para acabar realmente con el déficit de presencia del pensamiento y de la práctica de las mujeres en nuestro campo? En todo caso, existe una certeza: osar es precondición para poder.
Fotografía : RAWA / CC BY / Desaturada. – Manifestación de la Asociación Revolucionaria de Mujeres de Afganistan (RAWA) en Peshawar –
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