Judith Butler (Cleveland, Estados Unidos 1956) es considerada hoy en día una de las intelectuales más influyentes del mundo a partir de sus aportaciones en los ámbitos de la teoría feminista, los estudios de género, la política, y la ética. Crítica con las estructuras de poder, en esta entrevista Butler reflexiona sobre los conceptos de seguridad, libertad y violencia, y sobre la creciente vulnerabilidad en tiempos de pandemia mundial.
El feminismo defiende una alternativa a la visión tradicional de la seguridad, un enfoque centrado en las personas y basado en la comunidad, que tenga en cuenta el impacto diferencial de la violencia sobre las mujeres y otros grupos minorizados. ¿Comparte este punto de vista?
Lo comparto, pero también me suscita algunas preguntas. Por ejemplo, ¿por qué el Estado está cada vez más preocupado por la seguridad en lugar de estarlo por prestar atención sanitaria, refugio y educación a toda la ciudadanía, tanto a los ciudadanos de pleno derecho como a los que no tienen? Estoy a favor de enfoques de base o fundamentados en la comunidad para acabar con la violencia contra las mujeres y las minorías, incluidas las personas trans y queer, pero creo que las autoridades locales, estatales e internacionales pueden apoyar estos esfuerzos. Por tanto, no siempre comulgo con la idea de que el verdadero cambio pasa necesariamente por las comunidades, y no por los gobiernos, los Estados o las autoridades internacionales. Seguramente necesitamos estas instituciones para ayudar a proteger los derechos humanos y el medio ambiente.
¿Cuáles son los principales obstáculos para conseguir unas políticas de seguridad diferentes de las predominantes?
Quizás la primera pregunta que nos debemos hacer es si se invoca la «seguridad» por razones adecuadas. Veo, por ejemplo, que la represión de protestas y manifestaciones en varios países (como últimamente ha pasado en Rumanía y Polonia contra las personas LGBTQ) se justifica haciendo referencia a la «seguridad». Y en Estados Unidos, el movimiento Black Lives Matter también ha sido vigilado y reprimido en nombre de la «seguridad». Por lo tanto, está bastante claro que a veces «seguridad» significa «la segura continuación del régimen en el poder» y, entonces, lo único que está en peligro es el poder de los que tienen el poder. Esto no es una cuestión de seguridad, sino de política partidista y de mal uso de los poderes del Estado. También creo que considerar a los migrantes como una amenaza para la «seguridad» es una afirmación falsa que en realidad transmite el miedo de perder la homogeneidad étnica o racial. Por lo tanto, hay que desvincular la «seguridad» de estos usos tan engañosos, para que podamos ver lo que todavía valoramos del término.
«Seguridad» significa a veces «la segura continuación del régimen en el poder» y, entonces, lo único que está en peligro es el poder de los que tienen el poder
El término «seguridad» tiene, pues, muchas interpretaciones, al igual que la «violencia». Por ejemplo, en relación al Black Lives Matter, el movimiento denuncia como violencia del Estado cuestiones como las políticas de salud pública o el encarcelamiento masivo. Asimismo, sus críticos, los acusan precisamente de promover o incitar a la violencia contra agentes de policía y las fuerzas de seguridad. ¿Cómo tenemos que hacer frente a estas diferentes interpretaciones de los términos, que pueden ser engañosas, como usted decía?
Bueno, términos como «democracia» y «libertad» también pueden ser utilizados por aquellas personas que están muy interesadas en su destrucción. En mi opinión, lo importante es no renunciar a estos términos. Debemos luchar para consolidar el significado y la dirección de los conceptos clave de la democracia y para hacer de la noviolencia una práctica política centrada en sus formas sistémicas. El grueso de información sobre las protestas del Black Lives Matter confirman que los activistas del grupo iniciaron muy pocos episodios de violencia y que la magnitud y la fuerza del movimiento reside en su carácter radicalmente noviolento. De hecho, el movimiento tiene como eje la lucha contra la violencia, que incluye la brutalidad policial y los asesinatos de la policía, pero también todas las dimensiones del estado carcelario, como la detención y el encarcelamiento.
¿El ideal de seguridad sería una vida sin miedo? ¿O esta idea no es realista porque el miedo es un elemento central de la experiencia humana?
Solo conocemos la experiencia humana a través de las experiencias sociales e históricas que tenemos al alcance. Por lo tanto, si nos acostumbramos a vivir con el miedo como forma de vida o como parte de cualquier forma de vida, tendemos a generalizarlo o, incluso, a universalizarlo como componente necesario. Por supuesto, creo que tenemos razones para temer a los incendios, las inundaciones y los accidentes, pero incluso los desastres naturales se viven de una manera diferente en función de si vivimos en un mundo que proporciona amparo, atención médica y refugio –un mundo que comparte el luto de las pérdidas que sufrimos– o, por el contrario, en uno que las reduce a una estadística demográfica.
En el libro Marcs de guerra (publicado en catalán por el ICIP), afirma que la vulnerabilidad es una característica de nuestras vidas compartidas e interdependientes. El problema es cómo se distribuye y se explota desigualmente esta condición inevitable de fragilidad. ¿Qué piensa de la vulnerabilidad, en el contexto actual de pandemia mundial?
Me impacta que, en Estados Unidos, las formas de desigualdad social arraigadas desde hace tiempo hayan generado minorías, principalmente las personas negras y de otros colectivos racializados (incluidos los indios), y son quienes más están sufriendo el Covid-19 en relación con el resto del país. Las cifras muestran que un número desproporcionado de personas de estas comunidades sufren formas más graves de la enfermedad y mueren más rápidamente y en mayor medida. ¿Cómo pensamos sobre su vulnerabilidad ante la enfermedad? Por un lado, todos somos vulnerables y el virus entiende de clases ni de razas. Por otra parte, hay una vulnerabilidad socialmente constituida que refleja una desigualdad social de larga duración, incluida la falta de un acceso equitativo a la atención sanitaria. Así pues, podemos ver que la vulnerabilidad tiene esta doble dimensión: universaliza, pero también deja al descubierto las desigualdades radicales entre nosotros. Es posible que, como han defendido algunos responsables de la salud pública, solo abordando en primer lugar la desigualdad social podamos abordar eficazmente la pandemia. Al fin y al cabo, empezamos a ver cómo se hará la distribución de la vacuna. ¿Las personas empobrecidas o sin hogar se identificarán como las más necesitadas? ¿O se les volverá a abandonar?
Si somos capaces de identificar Estados, instituciones y políticas como reproductores de la violencia, es necesario que nos opongamos a estas estructuras como parte de nuestra práctica noviolenta
También en el contexto de la pandemia ha resurgido el debate sobre cómo priorizar la seguridad pública sin entrar en conflicto con los derechos humanos. Para hacer frente al Covid-19 hemos visto limitación de derechos, retórica bélica y un papel protagonista de las fuerzas militares. ¿Qué opina del equilibrio libertad-seguridad? ¿Existe el riesgo de que estas medidas excepcionales sirvan de precedente para otras crisis?
El problema no es una tensión entre la «seguridad pública» y los derechos humanos, sino la amenaza de que la «seguridad pública» se amplíe para excluir muchos derechos básicos e, incluso, criminalizar los propios derechos humanos. Asimismo, tal vez también podemos incluir la «salud pública» como categoría que a veces se invoca falsamente para justificar la represión de los movimientos feministas y LGBTQ, al igual que los movimientos antirracistas y que luchan por los derechos de los migrantes. El modelo de eugenesia ha dominado la política reaccionaria contra la migración. Últimamente, la monarquía británica ha intentado recurrir a la misma categoría al pedir que la serie de Netflix, The Crown, incluya un anuncio de «salud pública» que especifique que la serie es ficción, no basada en hechos reales. Para responder a su pregunta, lo que debería preocuparnos es que el refuerzo de los poderes estatales bajo la pandemia no se abandone en un mundo post-pandémico. Cuando los derechos reproductivos y la libertad sexual se convierten en cuestiones de «salud pública», están sujetos a la regulación y la criminalización. De hecho, el ámbito de la ayuda humanitaria, que podríamos enmarcar en el ámbito de los derechos humanos, ya ha sido criminalizado en el Mediterráneo, lo que constituye un precedente terrible.
Usted no solo defiende la igualdad, sino también lo que llama «la igualdad radical de merecer ser llorado». ¿Qué implica este ideal?
Supongo que es una manera de preguntarnos cómo sería el mundo si realmente pensáramos que todas las vidas son igual de valiosas. Si nos oponemos a la facilidad y el descaro con que la policía mata a las minorías, o a las políticas migratorias y de atención sanitaria que las dejan morir, entonces lucharemos por cambiar estas instituciones para que cada vida sea tratada de la misma manera. Ser una persona que merece ser llorada equivale a ser, en este mundo, una vida de la que lamentaríamos la pérdida. Demasiado a menudo vivimos en un mundo en el que algunas vidas no se consideran dignas de luto, ni verdaderamente vividas ni verdaderamente humanas; son fáciles de perder, si es que no están ya perdidas.
La amenaza actual es que la seguridad pública se amplíe para excluir muchos derechos básicos y hasta criminalizar los derechos humanos
En lugar de insistir en la dimensión de los cuidados, como otras teóricas feministas, usted centra la atención en la capacidad individual y colectiva de resistencia y acción para lograr una distribución más justa de las condiciones sociales. ¿Cuáles son los medios para canalizar esta capacidad hacia la transformación de la estructura de poder? ¿Deben implicar la noviolencia?
Estoy a favor de los cuidados y me gusta especialmente el nuevo The Care Manifesto [El manifiesto del cuidado], publicado por Verso (y que espero que se publique en catalán). Sin embargo, con demasiada frecuencia los cuidados se consideran una disposición ética o, incluso, una prerrogativa maternal y creo que se debe actuar de manera que los cuidados no se restrinjan a las mujeres ni al ámbito doméstico. Demasiado a menudo pensamos en la noviolencia como una posición moral personal, pero si somos capaces de identificar Estados, instituciones y políticas como reproductores de la violencia, es necesario que nos opongamos a estas estructuras mayores como parte de nuestra práctica noviolenta. Para lograrlo, hace falta un movimiento de resistencia fuerte y transformador.
Los regímenes autoritarios ganan terreno. ¿Cómo percibe el futuro? ¿Tiene esperanza en un cambio importante en la política internacional?
Ahora mismo me alientan los ideales democráticos radicales encarnados en los movimientos sociales, las luchas estudiantiles continuadas contra el legado del apartheid en Sudáfrica, Ni una menos en Argentina y en toda América Latina porque ambas luchan contra la desigualdad y la violencia, el Black Lives Matter en Estados Unidos (y su alianza con la lucha palestina por la libertad y la dignidad), Extinction Rebellion y otros movimientos de justicia climática. Estos movimientos mantienen vivos los ideales cuando los Estados los comprometen a menudo en la práctica. Mi apuesta es que los regímenes autoritarios continuarán cayendo: Netanyahu, Bolsonaro y Orban, por ejemplo. La cuestión es si los movimientos sociales y los sistemas electorales pueden llegar a aceptarse mutuamente. Aquí es donde las negociaciones pueden ser difíciles. Pero tengo esperanza.
Fotografía: © Agence Opale / Alamy Stock Photo, con la cortesía de Angle Editorial.