La declaración de cese definitivo de la actividad armada por parte de ETA el 20 de octubre de 2011, tres días después de la celebración de la Conferencia Internacional de Aiete en San Sebastián, abría la puerta a un proceso de paz que, esta vez sí, parecía irreversible. Generó una sensación de alivio no sólo a aquellas personas que habían vivido condicionadas por su amenaza, sino a la sociedad en general, para la que la violencia se había vuelto insoportable hacía ya décadas. La posterior legalización de Sortu, a su vez, garantizaba la representación de todos los proyectos políticos con lo que se daban los elementos necesarios para poder abordar un escenario de proceso de paz. Se daban las condiciones mínimas para abrir los diálogos necesarios encaminados a abordar cuestiones como el desarme de ETA, la situación de las personas presas, la reconciliación y el marco político de convivencia.
Sin embargo, los deseos de avanzar en esa dirección se han visto lastrados por dinámicas del pasado que siguen pesando en el presente: la negación al diálogo para abordar un proceso de desarme ordenado de ETA, que ha obligado a buscar otras vías como el apoyo internacional para verificar la irreversibilidad de su decisión; la negación del diálogo para revisar y adecuar la política penitenciaria al actual escenario de cese definitivo de la violencia; la falta de avances significativos en la consecución de consensos políticos en torno al marco de convivencia; y las detenciones y juicios políticos a un sector de la sociedad son algunos ejemplos de esas dinámicas que persisten.
Además, para una parte de nuestra sociedad todo lo anterior resulta muy ajeno, bien por no haberlo vivido de cerca, por considerar que se trata de temas que pertenecen a un pasado que no es el suyo, porque tras el cese de la violencia de ETA entienden que ya hemos alcanzado la paz o bien por considerar que es algo que escapa de su ámbito de incidencia. Sin olvidar que la profunda crisis económica es una realidad local que ha modificado el orden de prioridades sociales.
Tan importante como buscar soluciones a los problemas de convivencia es cuidar el modo en que lo hacemos; renunciando a dinámicas de imposición y exclusión, y apostando por la inclusión y la colaboración
Pero a pesar de este contexto de dinámicas antiguas y de nuevas realidades sociales, de resistencias y dificultades, se han dado avances en el ámbito de la memoria de las víctimas y en el de la convivencia o lo que se ha llamado reconciliación. Estos pasos han sido posibles gracias a la generosidad de muchas personas que han padecido de forma directa la violencia, gracias al compromiso de ciudadanas y ciudadanos anónimos, y gracias al sentido de responsabilidad de las instituciones vascas. La creación, a principios de 2013, de la Secretaría para la Paz y la Convivencia del Gobierno Vasco –con el objetivo de definir e implementar políticas públicas de memoria, Derechos Humanos, convivencia y educación para la paz–, así como el Programa para la Promoción de la Convivencia, puesto en marcha en ese mismo año por la Diputación Foral de Gipuzkoa, son un ejemplo del compromiso institucional en este ámbito. Pero no es el único. Porque si bien es cierto que durante muchos años han sido los movimientos sociales los que han liderado iniciativas de construcción de paz –las cuales han contribuido a que el respeto a los Derechos Humanos y la utilización del diálogo como medio de resolución de conflictos sean social y políticamente aceptados–, en este nuevo escenario, están siendo los ayuntamientos los que están asumiendo en una gran medida este liderazgo, construyendo convivencia de abajo arriba, trabajando a nivel local, pero pensando a nivel global.
Son varias las experiencias que se han puesto en marcha en los últimos años, cada cual muy distinta de las otras pero todas extremadamente interesantes. Estamos hablando de procesos que todavía están en marcha, en los que cada municipio se ha ido adaptando a las necesidades y realidades locales, y cuyo resultado final es impredecible. Pero son procesos en los que el camino emprendido, el de la escucha y el diálogo, se convierte también en objetivo. Porque tan importante como buscar soluciones a los problemas de convivencia que vivimos es cuidar el modo en que lo hacemos. Y ello supone renunciar a dinámicas de imposición y exclusión, e implica apostar por la inclusión y la colaboración. Significa renunciar a resultados cortoplacistas y efectistas, para apostar por resultados con impacto mucho más profundo y duradero.
Hay que recordar que, a pesar de que durante años la sociedad vasca ha vivido en un contexto de polarización ideológica, donde subyacía la exigencia de posicionarse “con los nuestros” o “con los otros”, paralelamente se han compartido espacios como los afectivos, los lúdicos, los culturales, los deportivos… Existía la necesidad de participar en espacios comunes donde respirar, relajarse y disfrutar. Existía un pacto no explicitado de hablar sólo de lo que nos unía, por miedo a la fractura, aunque no siempre era posible proteger esos espacios y en ocasiones la polarización atravesaba y atomizaba incluso los lugares comunes.
Durante muchos años los movimientos sociales han liderado iniciativas de construcción de paz pero ahora son los ayuntamientos los que están asumiendo en gran medida este liderazgo
Ahí radica la importancia de los procesos de diálogo local. Porque estas iniciativas que se están desarrollando tanto a nivel ciudadano como a nivel político pretenden no sólo reconstruir los lugares comunes, sino también crear espacios donde, ahora sí y de forma explícita, abordar todo aquello que nos pesa, nos duele y nos enfrenta. Y para ello se toma como punto de partida aquello que nos une: el deseo de mejorar la convivencia, de poder expresar en libertad puntos de vista diversos y hasta antagónicos, de ser escuchadas y escuchados con respeto y sin ser agredidas. Por ello, en estas iniciativas, el cuidado del espacio y del proceso de diálogo propiamente dicho cobra una importancia vital.
En este sentido, la presentación de la iniciativa Glencree 1, en junio de 2012, fue fuente de esperanza e inspiración. Tras cinco años de trabajo discreto y confidencial, víctimas de diferentes violencias dieron a conocer su particular proceso de diálogo. Relataron cómo desde el conocimiento mutuo, fueron capaces de reconocerse y de hacer suyo el sufrimiento ajeno, más allá de las divergencias ideológicas legítimas.
Los distintos procesos de diálogo que se están llevando a cabo a nivel ciudadano están construyendo, cada cual a su ritmo, su propio recorrido y suponen un ejercicio de convivencia real y vivencial con aquellos que todavía percibimos como “los otros”. Y aunque no representen absolutamente toda la pluralidad de la sociedad (en los procesos a nivel políticos sí participan todos los representantes políticos del ayuntamiento), estas iniciativas sí son representativas de la misma. Entre los perfiles que pueden encontrarse en estos diálogos locales se encuentran, cara a cara, personas que han padecido la violencia de forma directa, otras que han sido “agentes activos del conflicto”, gente que ha sufrido o sufre persecución y amenaza de muy diversa índole, responsables políticos, sindicales, institucionales, del mundo empresarial, de la iglesia, así como ciudadanas y ciudadanos que han sentido sus vidas y relaciones condicionadas por todo lo ocurrido. En definitiva, son personas que, desde su propia experiencia, han decidido asumir el compromiso social de contribuir a la convivencia de su municipio en un contexto paradójicamente difícil, en el que se percibe desafección social con respecto a este tema.
Los procesos de diálogo local van construyendo espacios comunes y generando movimiento desde la base en el marco de la convivencia
En un primer momento la discreción ha sido imprescindible, más aún en un panorama de ausencia de consensos políticos, donde el miedo a ser manipulado o utilizado por el otro cobra gran peso, donde la carga de nuestra propia historia y del entorno más cercano ha impedido durante mucho tiempo empatizar con el sufrimiento de quién estaba más alejado de nuestros planteamientos políticos, donde acercarse al otro ha sido entendido como una traición a nuestro grupo de referencia y a su sufrimiento o como una renuncia a los propios planteamientos ideológicos. Por ello, en estos procesos la discreción ha sido imprescindible para cuidar el espacio, para generar las condiciones necesarias de seguridad y confianza que han permitido hablar con honestidad y libertad; poner en duda certezas hasta ahora inamovibles basadas en gran parte en el desconocimiento mutuo y los estereotipos construidos; escuchar de forma profunda para entender a pesar de no compartir; explicitar los propios límites y reconocer los ajenos; buscar soluciones diferentes a las propias pero que tienen algo de cada una y cada uno. Esta confianza ha ido permitiendo, en definitiva, renunciar a los resultados previstos y apostar por el proceso y la colaboración.
Algunas de estas experiencias ya van viendo la luz, como en Errenteria, un icono del pasado que ahora simboliza el futuro en voz del grupo de diálogo que ha venido trabajando estos últimos años en este municipio: “Hemos podido compartir nuestras vivencias más profundas, nos hemos sentido escuchadas y escuchados con respeto, hemos sentido que nos creían, nos hemos sentido reconocidas y reconocidos, y hemos sido capaces de transitar por la senda de la empatía hasta hacer nuestro el dolor del otro”. El impacto social de estas iniciativas municipales es difícil de medir, pero siguiendo con el ejemplo de Errenteria, y tal y como sus protagonistas expresaron, algunos de los consensos políticos logrados en materia de convivencia en el seno del ayuntamiento no hubieran sido posibles sin la existencia de este espacio de diálogo ciudadano.
Casi un lustro después de la declaración de cese definitivo de la actividad armada por parte de ETA, a falta de avances en las otras grandes materias, los procesos de diálogo local van construyendo espacios comunes y generando movimiento desde la base en el marco de la convivencia. Ojalá estas experiencias se multipliquen y contribuyan a poner las bases de un futuro compartido.
1. Sobre la experiencia Glencree, se ha publicado el libro Ondas en el agua, de Carlos Martin Beristain, Galo Bilbao y Julián Ibáñez (ICIP y Angle Editorial), disponible en pdf y ePub.
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