Joan Botam, sacerdote y capuchino catalán
Durante la Primera Guerra Mundial se podían encontrar, como mínimo, tres ramas del pacifismo internacional. La primera, el pacifismo científico o realista -que analizamos con la figura de d’Alfred Fried-, se caracterizaba por la creencia que la paz sólo se podría garantizar con la organización del mundo y la investigación científica. La segunda, el pacifismo feminista -que hemos tratado con este artículo-, estaba representada por las mujeres que ligaban su subyugación al militarismo y al gasto militar. La tercera es el pacifismo religioso de los cuáqueros, menonitas o tolstoyanos. De esta vertiente del pacifismo hablamos en esta entrevista con el sacerdote y capuchino catalán Joan Botam, que ha impulsado numerosas iniciativas vinculadas a la paz y el ecumenismo.
Botam (Les Borges Blanques, 1926) es doctor en teología y fundador del Instituto Víctor Seix de Polemologia y del Centro Ecuménico de Cataluña. Ha representado a Barcelona en la Cumbre del Milenio de líderes religiosos y espirituales de las Naciones Unidas.
Uno de los grupos fundamentales para entender el pacifismo religioso durante la Primera Guerra Mundial son los cuáqueros. ¿Cuáles son sus características?
Los cuáqueros son pacifistas noviolentos a ultranza, por espiritualidad de constitución personal, sin fronteras. El nombre de cuáqueros viene del verbo inglés to quake, que significa ‘temblar’. Los cuáqueros tienen una experiencia humana y creyente tan sensible que cuándo prueban la comunicación, la proyección o el diálogo ‘tiemblan’, porque son conscientes de la presencia del infinito de Dios, del absoluto de Dios. Es la criatura ante el creador, la limitación ante el absoluto. Y esta sensación la tienen desde sus orígenes en Inglaterra, en el siglo XVII, con George Fox, su fundador.
Con el estallido de la guerra, en 1914 se crea el movimiento pacifista FOR (Fellowship of Reconciliation) a iniciativa de dos cristianos, Henry Hodgkin (un cuáquero inglés) y Friedrich Siegmund-Schultze (un luterano alemán). Usted ha conocido personas muy vinculadas. ¿Qué filosofía hay detrás?
La FOR -más adelante IFOR- es un movimiento de reconciliación heredero de un pacifista de excepción, como es Jean Goss-Mayr. A él lo conocí junto con su mujer Hildegard, hija de un pacifista austríaco [Kaspar Mayr, fundador de la rama austríaca de la IFOR]. Jean Goss-Mayr era un ferroviario francés, un hombre carismático con un empuje y convencimiento tremendos. Sostenía -y yo también lo sostengo- que uno de los absurdos más enormes es la violencia. Es un absurdo y también un pecado, porque todo lo que es imposición no respeta y no tiene en cuenta al otro. Instrumentaliza, subordina y mata el otro.
Usted no vivió la Primera Guerra Mundial pero su relación con el pacifismo viene de lejos. ¿Cuándo empezó?
Yo vengo de los movimientos pacifistas de los años 1950-60. De hecho, mi historia empieza con la Segunda Guerra Mundial, cuando nace Pax Christi, un movimiento pacifista de personas de todo tipo de creencias, unidas por la persecución nazi. El año 1956 fui llamado como consiliario del movimiento y empecé a tener un papel destacado. Pax Christi era un movimiento confesional pero libre, no institucional, no jerárquico, no católico desde arriba sino desde las bases, y con una voluntad clara de construir ciudadanos miembros de la comunidad internacional, a partir de unas bases sólidas de democracia y libertad.
Soy antiguerra, antiejército y antiarmamento, porque creo que el mundo se construye desde el bien, la verdad y la justicia por medios pacíficos
¿Qué es para usted ser pacifista?
Yo soy antiguerra, antiejército y antiarmamento. Porque creo, desde la filosofía gandhiana y desde el pensamiento místico de Martin Luther King y también desde el Evangelio, que el mundo se construye desde el bien, la verdad y la justicia por medios pacíficos. ¡Quién para la construcción de la paz utiliza medios que no son pacíficos, como por ejemplo la guerra, cae en una contradicción flagrante!
¿Cómo le afectó en su pensamiento el hecho de conocer la guerra?
La guerra la viví personalmente. Era un adolescente el año 1936 cuando caían las bombas sobre mi pueblo. Fui instruido en la escuela pública sobre qué debíamos hacer en caso de un bombardeo y mientras te lo explicaban pensabas que aquello era música celestial, ¡pero caray! Cuando el día 2 de abril de 1937 yo miraba hacia el cielo – un cielo luminoso como hoy- y vi unos aviones que avanzaban y de repente empiezan a desprender como unas luces, unas chispas que silban y bajan… y en éstas oigo unos chasquidos y una polvareda, unos gritos y chillidos… Yo tenía 9 o 10 años y eso me quedó dentro. Era la negación, la muerte, el infierno. ¡Y oía a las mujeres que decían «que se acabe eso! ¡Que se acabe la guerra»! Este grito lo llevo dentro casi como un constitutivo antropológico.
¿Es también a partir de la guerra que usted llega al hecho religioso?
Yo, hasta el año 1939, de religión cero. Aquel año me obligaron a hacer la primera comunión vestido de pequeño falangista, con cañones y ametralladores al lado. Toda la formación religiosa que tenía hasta entonces era esa. Pero a partir de 1939, como no había escuela, mi padre -creyente, republicano y anticlerical, como yo también habría sido porque no había otra alternativa honesta- me llevó a los Capuchinos de Les Borges. Al día siguiente de pasar las tropas franquistas, los Capuchinos abrieron las puertas.
Las religiones no son siempre fuente de paz. La Iglesia como institución a veces se cree con poder. Y el poder mata
¿Qué significó estudiar en el convento de los Capuchinos?
Fue un choque desde el punto de vista ambiental y escolar, metodológico, de seriedad, de trabajo y de aplicación. Yo era algo más que una medianía y la prueba es que en 1942, después de tres años, quedé el primero de la escuela. Allí hice un proceso de reconversión de mí mismo, un proceso educativo: hacer emerger aquello que hay en ti gracias a los medios que te ponen al alcance. Y gracias a la relación humana y bonita que encontré entre alumnos y maestros llegó el elemento creyente. No fue un proceso ideológico, conceptual o filosófico. Pero a partir de aquí vino una vocación de la que no estoy descontento, todo lo contrario: he encontrado ‘el sentido’, lo que a uno lo gratifica, lo que te hace sentir útil y servicial.
¿Teniendo en cuenta su conocimiento de las diferentes espiritualidades, cree que la religión es siempre fuente de paz?
No. Porque la religión – no la fe- como institución y como organización trata de institucionalizar y normalizar una experiencia humana, espiritual y divina. Pretende explicar cosas inexplicables, como es la experiencia sobrenatural del absoluto de Dios. No digo que las religiones sean inútiles, pero la Iglesia tendría que estar siempre al servicio, a la búsqueda, con temblor. Pero a veces se cree con poder. Y el poder mata.
¿En su opinión, puede haber una contradicción entre la Iglesia como institución y como espiritualidad?
Por supuesto. Porque está el Estado del Vaticano, unos Estados Pontificios, unas potencialidades mediáticas y económicas como el Opus… eso choca frontalmente con la creencia y con la espiritualidad. Hay un teólogo que yo quiero mucho, Karl Barth, que dice que la religión explicada de esta manera es pecado.
¿Y usted lo comparte?
Sí. Es aquella religión que no se interroga y no se pone en causa ella misma, que no se sabe situar y que a veces pone trabas. La Inquisición, por ejemplo, es una traba. ¿Cómo se puede poner a la hoguera alguien que piensa diferente? Ahora bien, eso no quiere decir que no se pueda construir la paz desde la religión, porque la vocación del cristiano es precisamente construir la paz. Y construir la paz quiere decir colaborar y dialogar con todo el mundo, sin adjetivos. La paz es la paz y es la paz de todo el mundo. No se deben poner fronteras al diálogo, se tiene que dialogar con todo el mundo, ¡si es necesario con el demonio!
Construir la paz quiere decir colaborar y dialogar con todo el mundo, sin adjetivos ni fronteras
¿Qué papel juega aquí el ecumenismo?
Fuera del mundo cristiano, hay otros grupos que vinculan ecumenismo y paz, como la fe Bahai. ¿Los conoce?
Fuera del mundo cristiano, hay otros grupos que vinculan ecumenismo y paz, como la fe Bahai. ¿Los conoce?
Sí, tengo amigos. Los Bahai nacieron en Irán, en unas condiciones de persecución y son un intento de ecumenismo a partir de la raíz islámica. Pertenecen a un movimiento de espiritualidad -no a una religión- según el cual Dios es padre de todos, la humanidad es una sola familia y nuestro trabajo es la paz y el diálogo. También están los Brahma Kumaris, por ejemplo, que son parecidos pero de origen hindú, con vocación universal, de fraternidad y noviolencia.
Teniendo en cuenta los conflictos y las guerras del siglo XX, ¿cree que el pacifismo religioso ha luchado lo suficiente por la construcción de la paz?
No. Da la impresión que uno no se lo acaba de creer. Personas como Jean Goss, Lanza del Vasto, Lluís Maria Xirinacs o Martin Luther King no son frecuentes. Yo espiritualmente estoy radicalizado en este sentido, en la lucha por la paz, pero cuesta crear una cultura de la paz y unas relaciones fundamentadas en la construcción de la paz. Cuesta hacer pensar que la conciliación y la paz están por encima de los intereses de uno mismo.
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