Cuando se habla de la Resolución del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (RCSNU) 1325, a menudo se utiliza la palabra “referente”. Ello es debido a que la aprobación de la resolución, en 2000, fue vista como un hito para las activistas de los derechos de la mujer, muchas de los cuales habían defendido, durante años, que los temas de género debían ser tomados en serio en todas las iniciativas de promoción de la paz. La Resolución 1325, la primera de las siete1 resoluciones relativas a mujeres, paz y seguridad, fue una de las primeras que la sociedad civil concibió y por la que hizo lobby. Y, si bien el género y los derechos de las mujeres habían sido temas de debate en la ONU desde hacía mucho tiempo, antes del año 2000 nunca se habían considerado lo suficientemente relevantes para ser debatidos en el Consejo de Seguridad. Todavía recuerdo cuando oí hablar por primera vez de la 1325. Pensé que era milagroso que aquellas brillantes feministas hubieran convencido a la más alta autoridad de las Naciones Unidas en materia de seguridad internacional de que los derechos de las mujeres eran importantes para la paz y la seguridad.
Pero incluso entre los que defienden la 1325 (y sus resoluciones hermanas) y siguen instando a que se acelere su implementación, existen reservas. Los preparativos para la Revisión de Alto Nivel de las Naciones Unidas de la resolución sobre mujeres, paz y seguridad de este pasado mes han suscitado mucha reflexión, durante el último año, en la que podría llamarse “comunidad de mujeres, paz y seguridad”. Para algunas, la cuestión es, sencillamente, que los Gobiernos no se han movido con suficiente rapidez para poder cumplir sus compromisos o no se han tomado suficientemente en serio las resoluciones. Para otras, los problemas son de naturaleza más profunda: el lenguaje de las resoluciones no es el adecuado o simplemente no es lo bastante radical para reflejar las críticas feministas a los actuales enfoques de la comunidad internacional relativos al mantenimiento de la paz y la seguridad.
En mi trabajo como asesora en cuestiones de género para una organización internacional dedicada a la consolidación de la paz, tengo contacto con muchas activistas, tanto en países afectados por conflictos violentos como en contextos de paz. La mayoría de ellas están de acuerdo en que la 1325 ha sido un importante contrapunto a las ideas convencionales sobre lo que es importante a la hora de resolver un conflicto y construir la paz. Como señala Carron Mann, directora de políticas de Women for Women International UK, “el marco de trabajo de mujeres, paz y seguridad cuestiona los conceptos ‘tradicionales’ de conflicto, que están fuertemente masculinizados y focalizados en el armamento y los recursos. En estos conceptos, las mujeres son civiles atrapadas en el fuego cruzado, que idealmente deberían ser protegidas, pero, entre las que, inevitablemente, se producen víctimas. Este concepto ‘tradicional’ refleja unos sistemas de patriarcado más amplios, que, de manera similar, deshumanizan, subyugan y maltratan a las mujeres tanto dentro como fuera del conflicto”.
A las mujeres que sufren violencia y opresión en sus vidas cotidianas, las resoluciones de las Naciones Unidas pueden parecer un concepto remoto
A pesar de la celebración de la 1325 y de la enorme cantidad de incidencia que ha girado en torno a la misma, existen limitaciones en el modo en que se ha incorporado al trabajo de las organizaciones de mujeres que trabajan por la paz. Por ejemplo, si bien se ha hecho mucho lobby frente a las Naciones Unidas y los Gobiernos nacionales, a menudo, las resoluciones han tenido menos impacto a nivel local. Mann apunta que “para el activismo de base, la 1325 no ha sido una herramienta útil. Trabajamos con mujeres marginadas en países afectados por conflictos, muchas de las cuales están confinadas en sus casas y carecen de conexiones con redes o grupos de mujeres. Hay poco activismo ‘de base’ alrededor de la 1325 en las comunidades”. Isabelle Geuskens, directora ejecutiva de la organización holandesa Women Peacemakers Program, está de acuerdo: “Habitualmente, las expertas en mujeres, paz y seguridad tienen los conocimientos, pero no siempre están bien conectados con las mujeres de base. A menudo les cuesta llegar a las personas a nivel de comunidad y movilizarlas, lo cual es importante para crear un grupo de apoyo que pueda impulsar el cambio de abajo arriba. Para mí, el futuro de la 1325 está en invertir en competencias y espacios sociales de movilización”.
En efecto, a las mujeres que sufren violencia y opresión en sus vidas cotidianas, las resoluciones de las Naciones Unidas pueden parecer un concepto remoto. En 2008, cuando trabajaba en los Territorios Palestinos Ocupados, entrevisté a una serie de mujeres de diferentes organizaciones y filiaciones políticas sobre su activismo. Cuando pregunté a una mujer acerca de cómo afectaba la 1325 a su trabajo, me respondió: “Conozco la resolución 1325 sobre mujeres en conflictos y guerras. En realidad, no nos ha ayudado. Solo es una resolución”. Para los palestinos, como para muchos otras poblaciones que se sienten abandonadas por la comunidad internacional, se han aprobado innumerables leyes y políticas que pretenden garantizar sus derechos, pero que, en la práctica, sirven de poco. Por ello, no constituye una sorpresa que, para ellos, la 1325 sea una cruel ficción.
Algunos países, a pesar de que experimentan inestabilidad y violencia graves, no son descritos como zonas de conflicto y la 1325 no se considera aplicable a sus contextos
En algunos contextos, las barreras que dificultan el uso de la 1325 como herramienta de incidencia surgen a partir de la manera de interpretar la resolución. Por ejemplo, pese al hecho de que la 1325 insta a todos los Estados miembros de la ONU a aumentar la participación de las mujeres en la toma de decisiones sobre la prevención, gestión y resolución de los conflictos, suele interpretarse implícitamente que esta disposición se refiere sólo a países que sufren conflictos armados o que salen de ellos. La naturaleza de los conflictos actuales es realmente transnacional: las guerras civiles, como las de Siria, Libia y Sudán del Sur, involucran no solo a sus Gobiernos y grupos rebeldes nacionales, sino también a poderes globales y regionales como los Estados Unidos, la Unión Europea, China, Rusia y Arabia Saudí. Pero estos países -incluso los que disponen de Planes de Acción Nacionales relativos a mujeres, paz y seguridad- raramente consideran que la mayor participación de mujeres en su política exterior y de defensa sea una prioridad bajo la 1325.
Algunos países, a pesar de que experimentan inestabilidad y violencia graves, no son descritos como zonas de conflicto y, por tanto, a menudo la 1325 no se considera aplicable a sus contextos. En Egipto, por ejemplo, las activistas han optado, en gran medida, por no usar la 1325 como herramienta de incidencia. Dalia Abdel Hameed, responsable de Género y Derechos de las Mujeres en el Egyptian Institute for Personal Rights, se pregunta: “Si se observa la situación actual en Egipto, ¿es una situación de posconflicto? ¿De posrevolución? ¿De poslevantamiento? Es muy complicado describirla. Entre 2011 y 2013 fuimos testigos de choques violentos y de enormes protestas y manifestaciones. En la actualidad no sucede todo esto, pero aún resulta difícil decir que la violencia ya ha terminado. La opresión es omnipresente, pero sus formas son diferentes: a muchos de los grupos revolucionarios se les ha aplicado mano dura y hay un clima más generalizado de opresión. La gente trata de convencernos de que utilicemos la 1325 en Egipto, pero el uso de la resolución requiere, antes que nada, tener un régimen civil y no uno militar, lo cual no es el caso en Egipto”.
Para algunas activistas, el obstáculo que dificulta el uso de la 1325 en su activismo no solo está en su interpretación, sino en el propio contenido de la resolución. Las disposiciones que establecen las resoluciones relativas a mujeres, paz y seguridad son un importante paso adelante y, en algunos contextos, han supuesto cambios reales para las vidas de las mujeres, pero también es cierto que se quedan cortas en el rediseño radical de la seguridad internacional que buscan muchas feministas. En este sentido, el objetivo no es sólo incrementar la participación de las mujeres en los sistemas existentes para la resolución de conflictos, sino promover enfoques de seguridad menos militarizados y menos masculinizados que, ya de entrada, ayuden a evitar que los conflictos estallen.
Pese a que las activistas en el ámbito de mujeres, la paz y la seguridad han tratado de usar la 1325 para promover la desmilitarización, el propio texto de la resolución es menos ambicioso. Como señala Isabelle Geuskens: “Como activistas, teníamos una visión de cómo veíamos la paz y, en 2000, cuando obtuvimos esta resolución, tal vez simplemente proyectamos todos nuestros deseos en ella. La buena incidencia significa, a veces, tomar una herramienta y usarla de modo creativo. Pero parece haber muchas limitaciones en términos de cuánto de lo que realmente queremos puede conseguirse mediante la resolución y, por tanto, hemos de repensar cómo reivindicar las partes más radicales de nuestra visión”.
El objetivo no es sólo incrementar la participación de las mujeres en los sistemas existentes, sino promover enfoques de seguridad menos militarizados y menos masculinizados
El problema es que, instando a los líderes mundiales a que incorporen a las mujeres y sus preocupaciones en el sistema internacional militarizado actual, estamos permitiendo que el sistema se apropie de nosotras. De acuerdo con Geuskens: “En el pasado, hemos oído las fuertes voces de los movimientos de mujeres que redefinían el significado de seguridad, cuestionando la militarización y la carrera armamentística. Pero mucha de la energía dedicada a la 1325 se ha centrado en trabajar dentro de los sistemas de poder, hasta el punto de que algunas personas en la comunidad de mujeres, paz y seguridad se sentirían muy incómodas si les plantearan temas como el militarismo y la necesidad de trabajar por el desarme”.
Pero a pesar de estos recelos, la mayoría de las activistas por la paz siguen estando de acuerdo en la importancia de usar la 1325 como punto de partida para poner sobre la mesa la cuestión de las mujeres y todo aquello que las concierne. “Por supuesto que no deseo echarlo todo por tierra porque haya aspectos que no me gustan” -señala Geuskens- “aún recuerdo cómo era no tener la 1325. Ha ayudado a que las mujeres tuvieran una voz. Aunque, a menudo, las mujeres siguen siendo ignoradas, los argumentos usados para justificar su exclusión son cada vez más escasos”. La revisión de octubre de 2015 brinda una oportunidad crucial, tanto para plantear cuestiones críticas relativas a las deficiencias del marco de trabajo sobre mujeres, paz y seguridad y a cómo lo hemos usado, como para instar a los líderes mundiales a cumplir sus compromisos e implementar íntegramente las resoluciones.
1. Este articulo ha sido escrito con anterioridad a la aprobación de la Resolución 2242 de las Naciones Unidas, de manera que actualmente son ocho las resoluciones temáticas sobre Mujeres, Paz y Seguridad.
Fotografia : The Institute for Inclusive Security
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