“Aunque sabemos que tras la pérdida, el agudo estado de duelo disminuirá, también sabemos que continuaremos inconsolables y nunca encontraremos sustituto. No importa el modo en que tratemos de llenar el hueco, porque aunque consigamos llenarlo, siempre será otra cosa. Y de hecho así es como debe ser.”
(Freud, 1927)
Viktor Ullman, músico que fue recluido en el guetto de Theresienstadt durante el régimen nazi, que asoló de dolor Europa entera, y murió en Auschwitz, señalaba que la capacidad de crear es paralela a la capacidad de sobrevivir. No conseguiremos borrar las huellas, hacer desaparecer las heridas, como Freud señala, pero el arte puede conseguir, allí donde el mundo y el ser está fragmentado, se siente incoherente y desorganizado, establecer un orden y una serenidad formal, trasladarnos a un tiempo diferente del cotidiano, que ayude a integrar el dolor.
Cuando nos acercamos al arte realizado en períodos tan duros y difíciles como los que mencionamos, nos resulta llamativo cómo alguien puede hacer arte en esos momentos. Sin embargo, Ullman nos demostró, al igual que muchas personas que crearon y ayudaron a crear en estos escenarios, como Friedl Dicker-Vandais –pionera en Arteterapia– Charlotte Delbo y tantos otros, que el arte nos ayuda a mantener la dignidad como sujetos cuando la realidad se empeña en convertirnos en objetos desechables, y cómo el proceso creador nos puede devolver la capacidad de tener de nuevo un nombre y el control en situaciones donde hemos sido violentados. Observar el trabajo realizado por Friedl Dicker-Vandais en Theresienstadt, con las criaturas traumatizadas, solas y desgajadas de su ámbito familiar, estudiar el método que utiliza para que se conviertan en observadoras de la realidad, conocedoras de su entorno, dueñas de sus percepciones, a la par que capaces de exteriorizar los miedos, las angustias y el terror que les invade, es comprobar cómo el ámbito del arte puede ser un espacio seguro donde volver a sentirse humano. Donde pensar de nuevo que pueden ser queridas, que pueden volver a amar.
Qué es el trauma
El trauma es, por definición, como señala Van der Kolk (2015, 2) insoportable e intolerable. El común denominador del trauma psicológico es el sentimiento de “miedo intenso, fragilidad, pérdida de control y amenaza de aniquilación”1. En este sentido, el trauma es extraordinario, no porque ocurra raramente, sino porque sobrepasa la normal capacidad de adaptación a la vida. El ser humano queda abocado a un sentimiento sin lenguaje, preverbal. Su cuerpo hace síntoma, revive el terror, la rabia o la impotencia, así como desencadena el impulso de lucha o huida, de acción o paralización, en modos y sentimientos imposibles de comprender y difíciles de articular (Van der Kolk, 2015, 48). Su cuerpo llevará la cuenta –como el título de la obra de Van der Kolk– probablemente, el resto de su existencia.
El trauma psicológico es pues una aflicción definida por la falta de control sobre la situación, a través de una carencia absoluta de poder sobre las circunstancias que le rodean. En el momento del trauma, la víctima se encuentra absolutamente vulnerable, en poder de una fuerza que le sobrepasa. Cuando esta fuerza es natural, hablamos de desastres. Cuando la fuerza la llevan a cabo otros seres humanos, hablamos de atrocidades. Los eventos traumáticos sobrepasan los sistemas normales de cuidado que son los que ofrecen a las personas sentimientos de control, vínculo y significado vital.
El arte nos ayuda a mantener la dignidad como sujetos cuando la realidad se empeña en convertirnos en objetos desechables
De acuerdo con diversos autores y especialistas (Hermann, 1992; Van der Kolk, 1994) podemos afirmar que el estudio sistemático del trauma depende del apoyo de la sociedad donde nace y las correspondientes instancias institucionales y políticas. El estudio del trauma derivado de la confrontación bélica sólo se convierte en estudio posible cuando existe un contexto que legitima y escucha a ese dolor. El estudio del trauma sexual sólo se convierte en legítimo cuando existe un contexto que se opone y desafía la subordinación de mujeres y niños en este ámbito y en la sociedad. De este modo y de acuerdo con Judith Hermann (1992), sólo aparecen avances cuando existe un movimiento social –y legal– suficientemente fuerte para legitimar y dar acogida a la alianza entre investigadores y pacientes que contrarresten los procesos comunes de silencio y negación. La represión, la disociación y la negación son fenómenos que ocurren tanto en la conciencia individual como en la conciencia social (J. Hermann, 1992). Es decir, mientras la sociedad en cuyo seno el trauma se ha producido no legitima y reconoce a la víctima, no penaliza el hecho traumático, la curación difícilmente es posible, porque niega de hecho que esta se produzca.
Así, las huellas de este suceso doloroso impiden al ser humano ser feliz de nuevo. Parte de sus efectos, sobre todo cuando el suceso doloroso se debe a una violencia interpersonal –sea un abuso sexual, violencia física o psíquica, guerra, etc.– tiene que ver con consecuencias físicas –un sistema de alarma siempre activado, ansiedad, estrés, rigidez– así como con hondas huellas psíquicas: incapacidad de abordar el suceso o abordarlo de forma automática sin involucrarse, olvido selectivo, disociación, incapacidad de hacer nuevas relaciones personales basadas en la confianza, etc. El ser que ha pasado por una experiencia traumática sin resolver, sin integrar o elaborar, queda a merced de sus efectos y estos se transmitirán probablemente de modo intergeneracional.
El proceso creador es un modo de dar sentido y crear narrativas; nos permite expresar organizadamente el material interno de nuestras vivencias
La memoria del trauma no se constituye como una historia coherente donde los aspectos de la experiencia están fusionados en una narrativa y de forma integrada en la dimensión vital e íntima del tiempo subjetivo, sino que las rememoraciones del trauma se constituyen en fragmentos separados de la conciencia que no han podido ser integrados y permanecen desconectados de la historia global de la vida de la persona. Esta condición fragmentaria implica, en vez de ello, una falta de control de parte de la víctima, que confiere a los recuerdos traumáticos un carácter invasivo que continuará torturando a las víctimas durante un tiempo indefinido. El tiempo del trauma queda congelado en la psique humana. Un tiempo detenido, inamovible, aterrador, que vuelve, una y otra vez, a través de pensamientos intrusivos y pesadillas nocturnas.
El proceso creador en el trabajo del trauma
Desde hace unos años, la neurociencia ha comenzado a mostrarnos lo que artistas sabíamos de modo práctico: que el lenguaje simbólico puede ayudar en ocasiones, más allá del lenguaje analítico y discursivo, a expresar lo inexpresable. Teóricos de la talla de Van der Kolk, Hermann, Lusebrick o Cozolino (Van der Kolk, 1994; Hermann, 1997; Cozolino, 2014) han mostrado cómo la memoria emocional, dentro del hemisferio derecho de nuestro cerebro, que alberga los efectos del trauma, desconectados del pensamiento discursivo, puede ser activada a través de la imagen, lo sensorial, lo simbólico, y recuperar, a través de los procesos creadores, un modo de integrar en el cuerpo, y en la mente, un suceso doloroso.
El proceso creador es un modo de dar sentido y crear narrativas. En tanto que proceso de estructuración, el proceso creador nos permite expresar organizadamente –a través de estructuras formales relacionadas con el color, la intensidad, las líneas, planos o marcas en la arcilla, la piedra u otro elemento– el material interno de nuestras vivencias. En el trauma, el ejercicio del proceso creador en entornos terapéuticos permite que las imágenes relacionadas con estos episodios, y que se han quedado ancladas en el sujeto, imposibilitándole en muchos casos la elaboración de los mismos, puedan ir emergiendo muy gradualmente y experimentar de modo seguro los recuerdos corporales y emocionales y así, puedan ser integrados en el aquí y ahora, de modo que los trazados neuronales kinestésicos y emocionales puedan aprender nuevos modos (Siegel, 1999, en Riley, 186).
El arte ha sido siempre un altavoz de las heridas; permite exteriorizar y compartir el dolor, abrir ventanas
En un proceso de interiorización-exteriorización y nueva interiorización, el proceso creador acompañado permite y promueve el caos interior y con él las imágenes, sonidos, huellas corporales, olores, que han quedado ancladas en la memoria emocional, para organizarlo y exteriorizarlo. Partiendo de la proyección de las imágenes y memorias emocionales, en un espacio seguro, el proceso creador promueve la transformación y el reajuste exterior de ese material y una nueva internalización o aceptación, esta vez donde el sujeto ha tenido el control sobre la situación y donde sus emociones pueden comenzar a ser comprendidas y articuladas, allá donde el trauma le impidió sentirse seguro o tener la capacidad de decidir o siquiera de comprender. La capacidad del proceso creador de exteriorizar lo internalizado permite no sólo ponerlo fuera y observarlo, sino comprender y reorganizar aquello que sucedió, convirtiéndolo en una narrativa que nos ayude a seguir viviendo.
En su dimensión social, el arte –unido a su componente de comunicación– permite exteriorizar y compartir el dolor, abrir las ventanas, enseñar las heridas. Las obras realizadas tanto de forma individual como participativa, donde las personas han mostrado imágenes, rostros, frases, nombres, fechas, sonidos, de la pérdida y la destrucción, ayudan, a modo de ritual comunitario, a darle forma y a reconocer socialmente el dolor, elemento fundamental en los procesos de integración del trauma. El reconocimiento social de la agresión a través de la obra colectiva, la condena social, se erige como un elemento profundamente reparador y necesario de la víctima, donde el ser puede vincularse de nuevo con la comunidad. El arte ha sido siempre un altavoz de las heridas, allá donde el Estado se ha negado a reconocerlas y ha ayudado a visualizar lo que la sociedad trataba de ocultar: las mujeres violadas o asesinadas, los seres desaparecidos, torturados, han sido el contenido de gran parte del arte que se ha mostrado al público, abriendo las entrañas y las heridas de una conciencia a veces podrida.
El arte, vinculado a los procesos transicionales del cuidado y el vínculo se ofrece como una herramienta simbólica donde dejar posar, en el ambiente por fin seguro, todos los miedos que quedaron apresados en un momento de nuestras vidas. El arte, como espacio potencial entre nosotros y el mundo, puede renovar la capacidad de estar vivos y hacernos pensar que podemos comenzar de nuevo.
Os ruego
haced cualquier cosa
aprended un paso
un baile
cualquier cosa que os justifique
que os dé el derecho
de estar vestidos de vuestra piel, de vuestro pelo
aprended a caminar y a reír
porque sería demasiado idiota
al final/ que hayan muerto tantos
y que vivieses sin hacer nada de tu vida.
Charlotte Delbo2
1. De acuerdo con el Comprehensive Textbook of Psychiatry.
2. Je vous en supplie/ faites quelque chose/ apprenez un pas/ une danse/ quelque chose qui vous justifie/ qui vous donne le droit/ d’être habillés de votre peau de votre poil/ apprenez à marcher et à rire/ parce que ce serait trop bête/à la fin/ que tant soient morts/ et que vous viviez/ sans rien faire de votre vie.
Fotografía : Veterans Health
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