Hoy en día, en un mundo desigual y con necesidades extremas, la ciencia se hace indispensable en el trabajo por la paz y por todo aquello que hace falta para poder cuidar de todas las personas, presentes y futuras. Porque, como bien dice el economista Herman Daly, lo que ahora nos hace falta es un planteamiento ético y ecológico radical, que nos lleva a un gran reto: este siglo, si queremos sobrevivir como especie, tendremos que hacer compatible un fuerte crecimiento del nivel de desarrollo humano a escala planetaria con una reducción de recursos en los países ricos. No es una tarea fácil, pero es lo que requiere cualquier planteamiento de equilibrio ecológico. Por suerte, la ciencia y la tecnología nos dan y nos pueden dar recursos para erradicar el hambre y la pobreza, para mejorar la atención sanitaria, suprimir la injusticia energética y alcanzar el resto de objetivos de desarrollo sostenible de la ONU. Herramientas para el aprovechamiento del agua, sistemas de acceso a la energía verde, nuevos medios para hacer frente a las enfermedades y soluciones para muchos otros problemas. Es cierto que se puede argumentar que la ciencia también está detrás de los grandes avances en armamento y sistemas de destrucción, pero es que muchas herramientas de la ciencia y la tecnología son de doble uso. Los drones, por ejemplo, pueden salvar vidas en rescates en la montaña y también matar personas a distancia. Hemos aprendido a fabricar herramientas maravillosas, pero nosotros somos los únicos responsables de su uso. Tenemos y tendremos herramientas muy poderosas para construir la paz, únicamente hace falta que decidamos usarlas para objetivos éticos, de paz y de cuidado de las personas y no para destruir. Porque sólo nosotros somos los responsables.
La ciencia nos permite inventar sistemas que sitúan a la persona en el centro de los objetivos pero, además, la actitud científica ante la vida puede ser una herramienta muy poderosa para la construcción de la paz. Es lo que querría comentar en los próximos párrafos, haciendo algunas reflexiones personales sobre estos aspectos.
Hace un año y medio, el cirujano y escritor Atul Gawande empezó el discurso de graduación a los estudiantes del Instituto de Tecnología de California diciéndoles que «si las cosas se han hecho bien, ahora todos os habréis convertido en científicos». Lo dijo a un grupo heterogéneo de tecnólogos, historiadores, filólogos y graduados en varias carreras de cariz humanístico. Ante la sorpresa de todos, aclaró que la ciencia no es una carrera, sino un compromiso con una manera sistemática de pensar y de explicar el universo a través de pruebas y evidencias que se basan en la observación de los hechos.
Tenemos y tendremos herramientas muy poderosas para construir la paz, únicamente hace falta que decidamos usarlas para objetivos éticos, de paz y de cuidado de las personas y no para destruir
En primer lugar, la ciencia es una vacuna contra la vanidad. Nos hace tomar conciencia del hecho de que todo, incluidos nosotros, es limitado, y nos dice que las ansias infinitas son un mito. Los experimentos, y el hecho de medir y cuantificar, nos hablan constantemente de los límites. Einstein decía que los humanos no somos más que seres limitados en el espacio y el tiempo, y el filósofo Javier Gomá explica que la aceptación de la limitación consustancial a nuestra finitud es lo que nos predispone para asumir los límites éticos y cívicos que acaban modelando nuestro yo frente a los otros. Porque buena parte de la violencia y de las guerras se basan en planteamientos que hablan de poder, de codicia y de ilusorias ausencias de límites, mientras que la conciencia de la propia limitación es incompatible con el afán de acumular, con la violencia y con la práctica de la guerra. Somos parte de la naturaleza, y sabemos que la naturaleza y la Tierra son limitadas. La ciencia nos ayuda a entender que tenemos que limitar nuestros deseos instintivos de poder y que tenemos que cuidar este gran ecosistema limitado que incluye a todas las personas del mundo. Y estos límites y restricciones que descubrimos con la ciencia nos pueden ayudar a construir la paz.
En segundo lugar, la actitud científica implica cuestionar todas las verdades y dogmas y sólo aceptar los hechos objetivos como pruebas. Un buen científico duda incluso de lo que él mismo está proponiendo. El pensamiento crítico de la ciencia es un buen detector y destructor de verdades paralelas y alternativas y del peligro de los mitos que tan bien nos plantea el físico Carlo Rovelli en sus “siete lecciones breves de física”. En eso de dudar de todo, la ciencia es muy próxima a la filosofía, y, aunque emplean métodos diferentes, las dos intentan cuestionarse las afirmaciones. Ante una frase como “el terrorismo da miedo y, por lo tanto, nos tenemos que defender”, tal vez lo cierto es que [creemos que] nos tenemos que defender [para mantener nuestro nivel de riqueza] y eso acaba fomentando un terrorismo que nos da miedo. La ciencia nos ayuda a demostrar que la relación de causalidad es la segunda y no la primera y a desmitificar el fenómeno del miedo. Porque la ciencia es una coraza contra las falacias, mentiras interesadas y falsas “verdades”, y una manera de encontrar los intereses que estas esconden. Intereses que muchas veces fomentan la violencia y que nos quieren alejar de la paz.
La ciencia es una coraza contra las falacias, mentiras interesadas y falsas “verdades”
En tercer lugar, la ética científica, con una visión global e inclusiva basada en la evidencia de que todos los humanos son agregados biológicos limitados y efímeros que formamos parte de la naturaleza nos explica que los objetivos son siempre anteriores a las herramientas y que todas las personas tienen los mismos derechos y la misma dignidad. La ciencia es universal e igualitaria. He visto grupos de científicos de países en conflicto, colaborando en proyectos de investigación y publicando los resultados de manera abierta y accesible a todo el mundo. Por eso, desde la perspectiva de la igualdad biológica y de derechos entre todas las personas, la actitud científica desconfía de soluciones dirigidas a unos pocos y siempre se pregunta para qué y para quién son las soluciones que se proponen. ¿Son para resolver necesidades humanas (actuales y futuras) a nivel global, o favorecen objetivos ocultos que acaban en grandes beneficios para unos pocos? ¿Son herramientas de poder y de acumulación, o son herramientas para la justicia global y la paz?
Finalmente, sabemos que la ciencia nos puede ayudar a decidir de manera más objetiva, en base a las evidencias, los datos y las probabilidades. ¿Cuál es la probabilidad de que lo que leamos en el diario o encontremos en internet y en las redes sociales sea falso? ¿Cuál es la probabilidad de que lo que escuchamos en los anuncios publicitarios sea cierto? ¿Cuál es la probabilidad de que lo que escuchamos en una determinada televisión sea una pretendida verdad alternativa? ¿Cuál es la probabilidad de que este año yo sea víctima de un ataque terrorista, y cuál es la de que sufra un accidente o un ataque cardiaco? La ciencia nos puede dar respuestas cuantificadas para todas estas preguntas. Pero incluso, si no tenemos tiempo de hacer una estimación esmerada, la actitud científica comporta hacerse las preguntas, pensar en cuáles podrían ser las respuestas y las probabilidades, buscar evidencias (por ejemplo, contrastando con otras fuentes y sobre todo asegurándose de su fiabilidad), y, finalmente, tomar una decisión, que muy seguro estará entonces fundamentada en principios éticos y de paz.
La actitud científica comporta hacerse preguntas buscar evidencias y tomar una decisión fundamentada en principios éticos y de paz
Claro está que la ciencia no es la única disciplina que nos da recursos para separar constantemente lo que es real de los mitos y falacias que nos explican, para detectar aquello que puede ser pernicioso para mucha gente y para las futuras generaciones, y en definitiva para construir la paz. Lo hacen muchas disciplinas creativas que ayudan a pensar críticamente, como la filosofía, la literatura, el arte y otras. Todo es complementario y todo ayuda. De hecho, el filósofo Emilio Lledó nos explica la evolución de la idea de bienestar en los griegos y muestra cómo estos pasaron de un concepto basado en el “bientener” (tener poder, objetos, esclavos) al de “bienser”, basado en valores como el equilibrio, la sensatez y la alegría. Este camino hacia el bienser es la puerta de entrada al mundo de la ética basada en la dignidad de todas las personas, que hace más de dos mil años que estamos buscando. Pero la ciencia es un factor muy importante en este camino hacia la paz porque, además, nos proporciona herramientas efectivas para acceder a la energía y al agua, para curar enfermedades, para alimentar a todo el mundo y para muchas más cosas. Ya lo decía el pintor Antonio López: “La cosa se pondrá seria. Habría que escuchar a los hombres de ciencia más que a los banqueros. Así tiene que ser por el bien de todos”.
Fotografía: Mine Kafon: ekenitr
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