Sin duda, la reconciliación es algo excepcional; la paz, también. Entender la reconciliación sólo en función de un término definido etimológicamente nos llevaría a aceptarla como algo ordinario y habitual. Sin embargo, la reconciliación es mucho más; significa algo más que volver a unir: habría que considerarla un proceso complejo que traslada a la sociedad desde el final de la guerra hasta la paz. El final de la guerra es un punto en que finalizan todos los conflictos violentos, mientras que la paz es una realidad opuesta, consistente en la ausencia de cualquier tipo de violencia. Por lo tanto, poner fin al conflicto violento mediante un alto el fuego, un tratado de paz o el sometimiento del enemigo conduce a una paz que es, sólo, una paz negativa. La reconciliación es un proceso que podría transformar la paz negativa en una paz verdadera, completa. De esta manera, aunque se podría analizar la reconciliación en el sentido de volver a reunir a dos personas, el presente artículo se centrará en la reconciliación como fenómeno social.
Para comprender qué es la reconciliación, es importante entender qué no es. No se puede equiparar a la tolerancia, debido su carácter pasivo: “te tolero, no quiero deshacerme de ti, pero no me hace nada que alguien más lo haga”. Pasar tiempo con personas del otro bando es positivo y puede contribuir a la construcción de la paz, pero no llega a ser una reconciliación; en especial, si acto seguido volvemos a nuestras burbujas de confort, sin ningún cambio. Reconciliar no significa unir, ni significa convertirse en lo mismo que el otro ni, tampoco, dejar de estar en conflicto; de hecho, es legítimo que haya oposición, y una percepción diferente de la realidad. Por otra parte, reconciliar tampoco significa olvidar. Finalmente, la reconciliación no se circunscribe a un sistema jurídico, con juicios, veredictos o castigos, aunque sí que puede tener relación.
Entender la reconciliación como un proceso hacia la paz es correcto. Sin embargo, es mucho más complicado entenderla como un proceso hasta la paz, porque define la reconciliación como una imposibilidad. Sin embargo, al mismo tiempo, abre la puerta a la auténtica motivación para alcanzar una verdadera paz. La reconciliación no tendría que ser un proceso externo y colateral, sino un proceso más interno, parte de nosotros, con la participación activa de todo el mundo, comprometiéndose, intentando vivir con ella y viviéndola. Es la única manera de reconocer la imposibilidad de la reconciliación y de poder trabajar para alcanzar el imposible. En un ámbito muy personal, sólo nos estaremos reconciliando si decidimos de una manera firme y honesta que queremos la paz con los otros y la paz para los otros y si trabajamos activamente para alcanzar este objetivo. Si consideramos la reconciliación como algo ordinario, nos condenamos y condenamos a nuestra comunidad al círculo vicioso de la paz negativa y la violencia oculta. La reconciliación no consiste, pues, en aceptar, sino en emprender; consiste en ser valiente, tomar riesgos y estar preparados para someternos al cambio, a aceptar que nos cambiarán.
Normalmente, la reconciliación tiene lugar entre dos o más bandos. En el caso de Bosnia y Herzegovina podemos, incluso, hablar de tres bandos, identificados como los grupos étnicos bosnio, serbio y croata. En estas tres entidades tiene un papel muy importante la filiación religiosa: la mayoría de los bosnios se declaran musulmanes; la mayoría de los serbios, cristianos ortodoxos; y la mayoría de los croatas, católicos. Desde los acuerdos de Dayton en 1995, la convivencia de estos grupos en Bosnia y Herzegovina se rige por una paz negativa, con el consiguiente sufrimiento por parte de la población; a pesar de la ausencia de conflicto armado, les falta una paz verdadera, una paz positiva.
Reconciliar no significa unir, ni significa convertirse en lo mismo que el otro, ni tampoco dejar de estar en conflicto
En este contexto, es obvio con quien hay que reconciliarse, pero también hay que saber qué se hizo mal. La respuesta se esconde detrás de, como mínimo, seis siglos de historia. En este sentido, es muy difícil debatir sobre el pasado y, todavía más, buscar la verdad, de manera que me centraré sólo en la actual proyección del pasado. Lo cierto es que cada uno de estos tres grupos considera que es o ha sido víctima de uno de los otros grupos, al menos una vez en la historia: cada grupo ha sido perpetrador y culpable, al menos, una vez. Además, de acuerdo con la percepción actual, las fronteras de estos grupos étnicos y religiosos son muy fluidas, de manera que se resucitan diferentes imperios, reinos, estados, naciones o nacionalidades, con todos sus pecados pasados, sean atribuidos a los bosnios, serbios o croatas. Durante los últimos seis siglos se han sucedido los periodos de guerra y “ausencia de guerra”, pero en realidad nunca ha habido un periodo de paz verdadera. Mientras que los periodos de guerra sirvieron para sacar a la palestra todo el odio y la animosidad, los periodos de ausencia de guerra resultaban excelentes para cultivar, desarrollar y rehacer la carga negativa; y, cada vez, de una manera más oscura, temible, sangrante e inhumana.
¿Ha llegado el momento de poner fin? ¡A la fuerza! La civilización ha alcanzado una fase en que hay que hacerlo. Desde la Segunda Guerra Mundial se han ido desarrollando los estudios de paz, a la vez que el enfoque interdisciplinario del problema han mejorado las oportunidades de reconciliación; todo eso, en el contexto de un mundo con suficientes armas como para destruir el planeta varias veces. Sobran, pues, los argumentos para abolir cualquier tipo de guerra. Si entendemos la reconciliación como un proceso hasta la paz y que comporta tomar medidas, nos corresponde la responsabilidad de ser activos y llevar a cabo la reconciliación en Bosnia y Herzegovina.
Alcanzar la paz en Bosnia y Herzegovina comporta un combate quijotesco constante contra los molinos; o quizás no. Si hay que luchar contra molinos, es que hay algo que gira; y gira porque hay viento. Según un proverbio chino, “cuando sopla un viento de cambio, algunas personas construyen muros y, otros, molinos”: es decir, en lugar de luchar contra los molinos, podemos construir los nuestros y aprovechar el mismo viento para inducir un cambio.
En Bosnia y Herzegovina, equiparar a los bandos equivaldría a dejar de presentar tu grupo como la principal víctima y el otro como el culpable
A cada bando le gusta considerarse víctima de uno de los otros, en lugar de considerarse todos víctimas de la guerra. En este sentido, equiparar a los bandos equivaldría a dejar de presentar tu grupo como la principal víctima y el otro como el principal culpable. Todo intento de aceptar la responsabilidad de tu grupo se enfrenta a la amenazadora advertencia siguiente: “No compares sus atrocidades con las nuestras”. Bosnia y Herzegovina sufrió centenares de pequeñas guerras durante la década de 1990, en diferentes lugares, con diferentes bandos implicados y con diferentes objetivos. A lo largo del territorio la historia es diferente y, en función del lugar y del periodo de la guerra, cada bando había combatido a uno de los otros dos. Homicidios, torturas, violaciones, exilio, amenazas: todo eso forma parte de la memoria de cada habitante de Bosnia y Herzegovina, directamente o a través de los relatos de otras personas. El peso de la violencia del pasado carga el presente de miedo y desconfianza, generalmente hacia el otro grupo. La realidad está bloqueada por frases como “perdona, pero no olvides” o “no podemos dejar que nos vuelva a pasar”: se considera los otros como una amenaza potencial; si no inmediatamente, si en un futuro próximo.
Además, la limpieza étnica hizo que muchas comunidades se convirtieran en mono étnicas, separadas las unas de las otras, de manera que se generaba un caldo de cultivo inmejorable para los relatos nacionalistas; unos relatos que representan los otros como malvados, seres venidos de otro mundo y con mutaciones genéticas, tiranos evidentes o infiltrados astutos que esperan la oportunidad de atacar. De esta manera, se produce una segregación obvia en línea con estos relatos, con la consiguiente deshumanización de los otros.
La salud mental también es un problema. Además del trauma de la guerra, las personas pasan por el trauma de baja intensidad de vivir bajo una paz negativa. La apatía, combinada con una indefensión aprendida, elimina cualquier motivación de cambio. El sistema político tripartito sólo funciona como catalizador de la segregación y la violencia, de manera que no ayuda a los individuos a cambiar las cosas y transformar la paz negativa en una paz verdadera.
Estos problemas y obstáculos para la reconciliación están presentes en otras partes del mundo; con nombres propios diferentes, sí, pero una historia bastante similar detrás. Si analizamos estos hechos, nos damos cuenta de que la reconciliación se vuelve imposible. Al mismo tiempo, si la situación no cambia, el futuro nos llevará a más conflictos y más guerras. Por lo tanto, tenemos la responsabilidad de actuar y crear una sociedad mejor para nuestros hijos.
La reconciliación no se hará sola, sino que requiere acción y esfuerzo. Comprender y aceptar la imposibilidad de la reconciliación nos obligará a trazar caminos diferentes y ser creativos
Se considera que los jóvenes son los protagonistas más potentes de la reconciliación: son lo bastante valientes para dar un paso adelante e intentar algo de diferente; no les importa fracasar; y siempre les queda bastante motivación para volver a intentarlo. Entre los jóvenes, la esperanza gana al miedo y, aunque hayan oído las historias de sus padres, no han sufrido el trauma de la violencia directa. Finalmente, cuando ven los errores de las autoridades, sea la autoridad familiar o del grupo étnico o religioso, en algunos casos no dudarán a desobedecerla o, incluso, enfrentarse. Asimismo, son lo bastante creativos para diseñar sus “molinos” y crear así un mundo mejor.
Aunque la reconciliación es necesaria en varios ámbitos y con varios grupos de personas, en la juventud de Bosnia y Herzegovina tiene un contexto favorable. Si se anima a los jóvenes a intentar algo que vaya más allá de lo ordinario, lo harán; tienen curiosidad y están dispuestos a emprender acciones aunque su comunidad les intente disuadir. Al hacerlo, descubren la banalidad de esta prohibición y, detrás de las cortinas de la desconfianza, encuentran personas que les son muy parecidas, con los mismos problemas, deseos y miedos; y tienen en común la realidad de los jóvenes. Un encuentro de este tipo, aunque pueda parecer banal, marca la diferencia. ¿Por otra parte, saben cómo preguntar “por qué”?, ya sea por su pensamiento crítico, por pura curiosidad o tan sólo por un deseo de desafiar los otros. Así, cuando intentan responder esta pregunta, “¿por qué?”, entran en una dinámica que los puede hacer más fuertes y más sabios; solos o con ayuda, pueden aprender mucho.
Los procesos de reconciliación con gente joven pueden ser indirectos, consistentes en pasar tiempo juntos, o bien directos, por medio de actividades sobre el pasado, la puesta en común de memorias dolorosas y la búsqueda de la verdad. En todo caso, conducen a la comprensión mutua, a la vez que se identifican las experiencias personales con los relatos de los otros. Al avanzar paso a paso hacia la reconciliación, es vital identificar en el otro a la víctima del círculo vicioso del odio y desconfianza, no el monstruo que relataban los cuentos de la infancia. Si un joven puede escuchar y comprender al otro bando, se genera un vínculo, lo cual representa un paso de gigante hacia la coexistencia y la reconciliación.
Vivir sin una paz verdadera comporta sufrimiento, de manera que esta paz tendría que ser el objetivo de todo el mundo. No obstante, no es suficiente con considerar la paz como un mero objetivo. Para garantizar una situación mejor para la próxima generación todo el mundo tiene que trabajar activamente en la reconciliación: no llegará sola, sino que requiere acción y esfuerzo. Comprender y asumir la imposibilidad de la reconciliación nos obligará a trazar caminos diferentes, ser imaginativos y creativos, construir “molinos” nuevos. Cuando luchamos por la paz, una paz más allá de aquello ordinario, hay que ser valientes, estar preparados para dar un paso adelante, para transformar las cosas y que las cosas nos transformen, para triunfar, fracasar y volver a probarlo. Hace falta que creamos, que lo vivamos; sólo entonces estaremos preparados para una verdadera reconciliación. Es difícil, ciertamente, pero vale la pena.
Fotografía: Fotografía de la exposición “Living on the Edge” de Marco Ansaloni y Angelo Attanasio, producida por el ICIP. Autor: Marco Ansaloni
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