Guerra de religión, limpieza étnico-religiosa, riesgo de partición del país… Los medios de comunicación presentan la crisis centroafricana en estos términos. Y, aunque no puede negarse que en los últimos meses se han producido masacres de personas en base a su pertenencia religiosa, reducir el conflicto centroafricano a unos enfrentamientos interreligiosos constituye una visión maniquea que oculta los aspectos esenciales del problema. Una bipolarización que desvía la atención del mundo sobre los orígenes y los autores e instigadores del drama centroafricano, responsables de miles de muertes que, lamentablemente, aún escapan a la justicia.
¿Por dónde hay que empezar para explicar lo que está ocurriendo en la República Centroafricana (RCA)? Porque antes de este conflicto, muy poca gente estaba al corriente de la existencia de este país.
A mediados del siglo XX, el territorio de Ubangui-Chari formaba parte del África Ecuatorial Francesa y el diputado Barthélemy Boganda era su representante en la Asamblea Nacional de Francia. Boganda decidió fundar la República Centroafricana, que él mismo proclamó el 1 de diciembre de 1958. Pero perdió la vida en un misterioso accidente de avión el 29 de marzo de 1959. David Dacko le sucedió a la cabeza de la RCA, que obtuvo su independencia el 13 de agosto de 1960.
Posteriormente, este pequeño Estado de África Central empezó a ser objeto de la atención de los medios de comunicación a raíz de llegada al poder de Jean-Bedel Bokassa. Antiguo oficial del ejército francés, Bokassa -que había regresado a su país natal para formar el ejército nacional- organizó, en la noche del 31 de diciembre al 1 de enero de 1966, el llamado golpe de Estado de San Silvestre. Una vez convertido en presidente, en un primer momento fue protegido por Francia, que toleró todos sus caprichos hasta su coronación como emperador del Imperio Centroafricano. Pero Bokassa era cada vez más molesto por sus múltiples extravagancias y finalmente fue derrocado mediante la operación Barracuda del ejército francés, el 21 de septiembre de 1979. David Dacko fue puesto de nuevo al mando de la República Centroafricana, pero no logró que el país saliera de la crisis y se vio obligado a entregar el poder al ejército en septiembre de 1981.
El general André Kolingba, rodeado del Comité Militar para la Recuperación Nacional, se hizo entonces con el poder. Instauró el partido único, su partido: la Agrupación Democrática Centroafricana; y siguió un decenio de calma, durante el cual el país asistió a la llegada de miles de refugiados procedentes del vecino Chad, asolado por la guerra civil. Entre los dos países había una gran cercanía y algunos centroafricanos del norte se mezclaban con los chadianos del sur. Los grandes comerciantes chadianos empezaron a convertirse el pulmón de la economía centroafricana.
André Kolingba era uno de los jefes de Estado que no se librarían del discurso de François Miterrand de La Baule de 1990. Sometido al nuevo camino trazado por el presidente francés —multipartidismo, democracia, elecciones—, Kolingba perdió los comicios de 1993, en los que Ange Felix Patassé fue elegido presidente de la República.
Reducir el conflicto centroafricano a unos enfrentamientos interreligiosos constituye una visión maniquea que oculta los aspectos esenciales del problema
Los inicios del conflicto
Tan pronto como fue elegido presidente, Patassé se empeñó en revisar todos los acuerdos, incluidos los acuerdos de defensa con Francia. Ahora bien, los “Barracuda” (nombre dado a los militares franceses desde la operación Barracuda) poseían grandes bases militares en la RCA y participaban en la lucha contra los cazadores furtivos y otros salteadores de caminos venidos del Sahel y de Sudán.
Los verdaderos problemas comenzaron entonces. La RCA es un país de 623.000 km2, poblado por 4 millones y medio de habitantes, que dispone de riquezas muy codiciadas en su subsuelo. Los militares franceses, que con su presencia velaban por la seguridad del territorio, habían partido al vecino Chad y Patassé disponía de un ejército de unos 2.000 soldados, la mayor parte de los cuales seguían siendo fieles al general derrotado. Bajo el régimen de Patassé se produjeron varios motines. Hubo también dos golpes de Estado fracasados y, finalmente, uno exitoso, el 15 de marzo de 2003, protagonizado por François Bozizé, antiguo jefe del Estado Mayor de Patassé que contaba con el apoyo de Chad. Tres años antes, el 1 de diciembre de 1990, Idriss Déby había logrado dar un golpe de Estado contra Hissein Habré en el vecino Chad.
Durante los motines del ejército, bajo el régimen de Patassé, los centroafricanos conocieron la MISAB (Misión de Seguimiento de los Acuerdos de Bangui), que se transformó después en la MINURCA (Misión de las Naciones Unidas en la República Centroafricana) y que terminó por abandonar el país.
Bozizé, Séleka y los anti-Balaka
François Bozizé creó su propio partido político (KNK) y organizó elecciones en 2005, dos años después de su golpe de Estado. Pese a su incapacidad para conducir el país a buen puerto, ganó unas segundas elecciones el 23 de enero de 2011.
Para hacerse con el poder, Bozizé se había servido de los mercenarios “Zakawa”, chadianos en la República Centroafricana. En lugar de pagarles y librar al país de estos bandidos dispuestos a disparar a la mínima ocasión, los mantuvo con él e incorporó a muchos de ellos al ejército nacional. Su guardia personal estaba también formada por estos elementos que, durante mucho tiempo, se habían dedicado a guerrear en el vecino Chad. Eran más afines a los comerciantes chadianos y a otros centroafricanos de origen chadiano y cometían frecuentes abusos de los que era víctima la otra parte de la población. La frustración dio paso a las pequeñas tensiones entre las dos comunidades.
En diez años de poder, Bozizé se limitó a hacer proteger su sillón por medio de las fuerzas extranjeras, incumplió su promesa de reestructurar el ejército y nunca logró formar un ejército republicano. Tras enemistarse con Idriss Déby y sin el apoyo de Francia, Bozizé recurrió a Jacob Zuma y las fuerzas sudafricanas para protegerse. Mostró su ambición de explotar el petróleo que se encuentra en la misma cuenca que el de Chad, se conchabó con China y confió a la India la explotación del cemento.
¡Entonces apareció Séleka! Michel Djotodja, Nourradine Ahmat, Mohamed Daffane y otros señores de la guerra que habían ayudado a Bozizé a hacerse con el poder reclamaban su parte del pastel. Se recuerdan aún las declaraciones de Abakar Sabone en el diálogo político inclusivo organizado por François Bozizé: «Hace 50 años que los cristianos dirigen este país y los resultados son catastróficos,han fracasado, hay que dar la oportunidad a un musulmán de tomar las riendas del país».
En la RCA no hay una guerra de religión, sino cálculos para retomar o mantener el poder
Los Séleka – fuerzas rebeldes islámicas- encontraron su caballo de batalla: la minoría musulmana estaba marginada. Djotodja necesitó el apoyo de los islamistas para accedier al trono y, una vez conseguido el poder por medio de las armas, demostró claramente su incapacidad para instaurar un Estado de derecho, como todos los anteriores gobiernos centroafricanos. En los nueve meses que estuvo en el poder, los Séleka cometieron abusos sobre la población civil y Djotodja fue obligado a dimitir por la comunidad internacional.
Por su parte, las milicias anti-Balaka tienen su origen en el grupo de autodefensa formado —mucho antes de que llegara Séleka— por los habitantes de las aldeas a fin de proteger sus escasos bienes del pillaje de los bandidos llamados “Zaraguinas”. Más adelante, ante los numerosos abusos perpetrados por los miembros de Séleka, los anti-Balaka se radicalizaron para enfrentarse a sus verdugos mediante arma blanca. Finalmente, este grupo de autodefensa fue recuperado por el antiguo régimen de Bozizé y transformado en asesino sistemático de musulmanes. Estas milicias adoptan el juego de los señores de la guerra: hacer creer a los no musulmanes que los islamistas pretenden tomar su país por la fuerza y que deben luchar para expulsarlos.
¿Una guerra de religión?
Bozizé echó a Patassé con el apoyo de combatientes venidos de Chad y, de la misma manera, Djotodja ha echado a Bozizé hacia el vecino Camerún. En este momento, Bozizé se juega el todo por el todo: quiere volver sea como sea. En realidad, solo le interesan dos cosas: retomar el poder y descargar el odio que siente hacia aquellos que lo expulsaron de su trono, y para conseguirlo está dispuesto a todo. Bozizé y Seleka no luchan ni por los musulmanes ni por los cristianos, sino por el poder. En la República Centroafricana hay ateos, animistas, etc. Se puede no ser musulmán sin ser cristiano. No hay una guerra de religión en la RCA, sino cálculos para tener el apoyo necesario para retomar o mantener el poder, cálculos relativos a los contratos de explotación de las riquezas del subsuelo. Antes de ser derrocado por Bozizé con el apoyo de Chad y la bendición de Francia, Patassé firmó un contrato de explotación del petróleo con el hombre de negocios americano y propietario de la RSM Petroleum, Jack Grynberg. Este contrato venció el 23 de noviembre de 2004. Bozizé debía renegociarlo, pero decidió subir las apuestas y buscar al mejor postor. También estaba el contrato de explotación del uranio de Bakouma. En este asunto tan complejo, casi imposible de explicar en pocas líneas, los que pagan el pato son, una vez más, los pueblos francés y centroafricano. 1.800 millones de euros del contribuyente francés fueron desembolsados para la compra de las minas de Bakouma, que estaba en manos de la sociedad canadiense Uramin. Pero entonces, el Gobierno de Bozizé consideró que este acuerdo sigiloso entre las sociedades Areva y Uramin era ilegal. Se acudió a la justicia y intervino el alcalde de Levallois Perret, Patrice Balkani, que habría cobrado hasta 5 millones de dólares de comisión por haber actuado de intermediario en las negociaciones.
Hoy, a pesar del embargo del Proceso de Kimberly, las milicias continúan explotando las minas de diamantes y de oro en las zonas que controlan. Hacen transitar estas piedras por los países vecinos y llegan a venderlas. Las milicias siguen estando fuertemente armadas y mantienen a la población como rehén. Muchos centroafricanos subsisten aún en campos de refugiados en la capital y otros, en el interior del país, han huido de las hostilidades y viven como animales en la sabana, esperando desesperadamente que llegue el desarme y la vuelta a la normalidad para poder regresar a sus casas. Mientras tanto, los señores de la guerra, aparte de haber recibido algunas advertencias y la amenaza de la congelación de sus bienes por parte de Francia, están en libertad y recorren tranquilamente los países africanos. Estas personas siguen armando, financiando y empujando a sus hombres a cometer masacres, utilizándolos como medio de presión para seguir manejando el país o para recuperar el poder.
*Johnny Vianney Bissakonou publicarà en breve un libro sobre la temàtica de este articulo
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