Resulta casi inimaginable comprender la Sudáfrica actual sin tener en cuenta el papel formativo que el concepto «reconciliación» ha tenido en su configuración. Unas veces explícitamente invocada, otras asumida de manera implícita, su presencia tiene todavía un gran peso en los debates públicos y privados acerca de cómo la sociedad sudafricana ha evolucionado durante los veinticuatro años transcurridos desde la transición política de 1994.
En una sociedad que sigue dividida, las opiniones sobre estos debates continúan divergiendo. Sin embargo, pocos discutirían el hecho de que el país afronta retos importantes. Algunos, incluso, podrían llegar a considerar la coyuntura actual como un punto de inflexión. De cara al exterior, la Sudáfrica posterior al apartheid puede mostrar signos de una democracia política vibrante, pero sus instituciones se ven cada vez más frenadas por las presiones de expectativas no cumplidas. La pobreza sigue afectando de manera desproporcionada a la mayoría negra; los niveles de desigualdad —tanto en relación con los ingresos como con al acceso a servicios esenciales— se encuentran entre los más elevados del mundo; el sistema educativo es inestable; y las grandes cifras de desempleo alcanzan dimensiones especialmente devastadoras para los jóvenes negros. Para ellos y para sus padres, la libertad política no se traduce en una liberación económica, y cada vez más, se cuestionan los principios fundacionales que forzaron la transición de los años 90. Uno de estos es la noción de «reconciliación» —o al menos la manera en que se ha concebido durante los años de transición hasta la década del 2000.
¿Cómo llegó a ocupar una posición tan central en el discurso político del país el concepto de reconciliación? La respuesta breve se puede formular así: pragmatismo en ausencia de vencedores claros —los sudafricanos blancos seguían dominando la economía, aunque ya no controlaran el terreno de juego político. La versión un poco más extensa también puede incluir una referencia a la dificultad que habría supuesto una sociedad no-reconciliada y dividida para consensuar estrategias que deshicieran los legados del colonialismo y el apartheid. Como resultado, la élite política del país —compuesta por un nuevo orden, encarnado principalmente por el gobierno del Congreso Nacional Africano (ANC), elegido recientemente, y uno más antiguo, representado por el ex Partido Nacional (NP), que gobernó la Sudáfrica del apartheid desde 1948— debía llegar a un acuerdo a mediados de los años 90 sobre cómo abordar el pasado del país sin comprometer la estabilidad de su futuro, en el marco de lo que, en aquella época, todavía era una paz frágil.
La Sudáfrica posterior al apartheid puede mostrar los signos de una democracia política vibrante, pero sus instituciones se ven cada vez más frenadas por las presiones de expectativas no cumplidas
La Comisión de Verdad y Reconciliación (TRC, por sus siglas en inglés) se convirtió en una institución fundamental durante este periodo de transición. Encargada de la investigación de violaciones graves de los derechos humanos cometidos durante el mandato político entre 1962 y 1994, la TRC priorizó la reconciliación, pero partiendo de la idea de que esta solo podía materializarse después de que la familia y los amigos de las víctimas conocieran la verdad sobre el destino de sus seres queridos. Para superar el obstáculo que suponía la destrucción de pruebas durante los últimos días del apartheid, la Ley de Promoción de la Unidad Nacional y la Reconciliación de 1995 tenía prevista la posibilidad de amnistiar a los autores que —a ojos de los comisarios de la Comisión— facilitasen la revelación completa de sus actos. La Comisión comenzó sus audiencias en 1996 y, al finalizar su trabajo en 2002 con la publicación del informe final, sus procesos y conclusiones fueron cuestionados por diversos partidos políticos, incluyendo la ANC y el NP en el transcurso de su existencia. Evidentemente, la TRC no buscaba ganarse el favor de ninguna fuerza política particular en aquel momento.
Al margen de una unidad con pocos efectivos dentro del Departamento de Justicia Nacional, la tarea de la Comisión fue rescindida después de la presentación del informe final, sin que se hubiera establecido ninguna medida significativa para hacer un seguimiento y una actuación sobre el alcance general de sus recomendaciones, relacionadas con cuestiones como la promoción de la reconciliación, la justicia y la memorialización. El año 2000, después de que la Comisión completara las audiencias públicas, algunos de sus antiguos miembros crearon el Instituto para la Justicia y la Reconciliación (IJR) como un think tank sin ánimo de lucro que persiguiera estos objetivos fuera del contexto gubernamental. Para seguir observando la nación sudafricana, para comprender cómo los sudafricanos concibieron la reconciliación fuera del proceso de la TRC, y para medir cómo evolucionó este concepto después, la IJR creó el Barómetro de la Reconciliación Sudafricana (SARB, por su siglas en inglés).
El SARB es una encuesta nacional de opinión pública que mide las actitudes de los ciudadanos respecto a la reconciliación, la transformación y la unidad nacional entre una muestra representativa a nivel nacional de adultos sudafricanos. Como primera encuesta de este tipo, y una de las pocas encuestas sociales dedicadas a la reconciliación a nivel mundial, el Barómetro se ha convertido en un catalizador importante del debate público, un recurso informativo y político para los responsables de tomar decisiones, y una base de datos para académicos, preocupados por saber hasta qué punto los sudafricanos han procesado el pasado brutal del país. Sigue siendo la vara de medir para estos asuntos en Sudáfrica, y ha inspirado y abierto el camino para instrumentos de medida similares en otros lugares.
Al margen de la Comisión de la Verdad, para comprender cómo los sudafricanos conciben la reconciliación y cómo evoluciona el concepto se ha creado una encuesta nacional
La encuesta se realiza bianualmente (anteriormente era anual) a través de entrevistas presenciales con sudafricanos adultos que escogen la lengua en que, y utiliza un diseño de muestras aleatorias con estratificación polietápico, basado en un marco de muestreo obtenido de Estadísticas Sudáfrica (StatsSA). La muestra final se pondera utilizando las estimaciones de población más recientes de StatsSA, para garantizar que los datos continúan siendo representativos de la población adulta sudafricana. La encuesta utiliza un cuestionario que incluye respuestas sí / no y escalas de medida. La mayoría de preguntas se presentan en forma de escala Likert de cinco puntos. Algunas permiten la opción Otros como categoría de respuesta, mediante la cual las entrevistas otorgan una opción alternativa a la proporcionada.
Vista la densidad conceptual del concepto de «reconciliación», el proyecto es plenamente consciente de la dificultad y las limitaciones que comporta. Por tanto, no se pretende que la encuesta sea capaz de capturar todos los matices de los significados del concepto, sino que trata de medir los aspectos que son cuantificables. Para evitar el reduccionismo, no se usa una única definición de la palabra reconciliación. En cambio, reconoce la diferencia de énfasis que diversos académicos y observadores utilizan en la descripción de este fenómeno. Además, también acepta que este énfasis puede variar en función de los contextos únicos en que se produce la reconciliación.
Desde su creación, la encuesta pasó por dos fases. De 2003 a 2013, se centró en la medida de seis variables clave (seguridad humana, cultura política, relaciones políticas transversales, relaciones raciales, confrontación histórica y diálogo), y para cada una de ellas desarrolló una serie de indicadores. Estas variables representaron una síntesis de las percepciones que obtuvo el IJR a partir de una serie de ejercicios de grupo de concentración nacional el año 2001, con el objetivo de evaluar las expectativas que los sudafricanos comunes tenían del concepto «reconciliación». Conscientes del efecto que el tiempo puede tener sobre la fiabilidad de nuestra encuesta, este proceso se repitió en 2011. Siguiendo este ejercicio, resultó evidente que era necesario reformular las variables básicas para dar un protagonismo más grande a cuestiones como la justicia socioeconómica o los aspectos más psicológicos y relacionales de la reconciliación. Este proceso concluyó en 2015 con un conjunto reformulado de variables relativas a las relaciones de poder, la cultura política democrática, el legado del apartheid, la reconciliación racial, el progreso en la reconciliación y las percepciones del cambio social.
No es necesario mirar más allá de los medios tradicionales y las redes sociales sudafricanas para darse cuenta de que el país todavía es una sociedad dividida. Casi todos los problemas del país se interpretan desde una óptica racial, frecuentemente generando insultos o ira. Casi todos los problemas deben interpretarse a través de una óptica racial, a menudo dando pie a insultos y rabia. Si este fuera el único indicador para medir el estado de las relaciones sociales en Sudáfrica, habría motivos claros para el desánimo. A través de sus conclusiones, los resultados del SARB confirman gran parte de la desconfianza y la tensión de las que es testigo el observador casual. Sin embargo, también proporciona una imagen mucho más matizada, y apunta determinadas áreas de la política que pueden influir en el cambio y, sobre todo, en un deseo continuo de unidad nacional que sustituya los cismas existentes que impregnan la sociedad.
No es necesario mirar más allá de los medios tradicionales y las redes sociales sudafricanas para darse cuenta de que el país todavía es una sociedad dividida. Casi todos los problemas deben interpretarse a través de una óptica racial
Aquí es donde hay que destacar la gran utilidad de herramientas como el SARB. Se trata de un instrumento de medida independiente y empíricamente sólido que mira más allá de los titulares y que hace preguntas directas y pertinentes a una muestra representativa de sudafricanos sobre las perspectivas de una sociedad más inclusiva, así como de los obstáculos que se interponen. Pretende comprender las actitudes que sustentan las expresiones cotidianas de intolerancia y resaltar las herramientas potenciales del cambio. Lo que hace que sea particularmente útil es el carácter longitudinal, que permite que tanto los legisladores como los académicos puedan hacer un seguimiento del cambio a lo largo del tiempo, y triangular las conclusiones con acontecimientos o periodos particulares que podrían haber impactado en la manera en que cada uno interpreta su propio posicionamiento en la sociedad sudafricana, así como sus relaciones con los otros.
Todo ello nos ha permitido discernir una serie de temas recurrentes, que incluyen:
1. La desigualdad como fuente primaria de división social: Entre otras cosas, el SARB solicita a los encuestados que indiquen las divisiones sociales del país que consideren más importantes. En las encuestas sucesivas desde 2005, la fuente primaria de división social más mencionada es la desigualdad económica, mientras que la raza habitualmente aparece en posiciones más alejadas en la lista. Aunque esto no implica que la clase haya «sustituido» a la raza como obstáculo primario para la reconciliación nacional —los dos siguen en gran medida superpuestos—, igualmente continúa siendo una observación interesante, teniendo en cuenta la expansión rápida del carácter de la desigualdad de los ingresos, no solo entre grupos, sino también dentro de los grupos.
2. Contacto y socialización intergrupales: Partiendo de los vestigios de la geografía y la planificación urbanística de la época del apartheid sudafricano, los habitantes todavía interactúan y socializan principalmente con personas de sus propias categorías raciales, históricamente definidas. Los niveles de contacto son más elevados entre las personas que se encuentran en la llamada economía formal y tienen lugar en los «espacios legislados», como el lugar de trabajo, donde medidas como la discriminación positiva obligan a los empresarios a fomentar una mano de obra más diversa y racialmente representativa, y a los espacios comerciales, que se han visto integrados activamente desde 1994.
3. Cuestiones de confianza: En una sociedad profundamente dividida, las instituciones políticas pueden jugar un papel importante en la unificación, a través de la ejecución competente y equitativa de los respectivos mandatos. Sudáfrica ha sido testigo de una precipitada disminución de la confianza pública en las instituciones clave, desde mediados de la década del 2000. Gran parte de esta caída puede explicarse por los problemas para prestar servicios gubernamentales, derivados de la crisis económica mundial, y, por tanto, por la reducción de los ingresos fiscales del país durante la segunda mitad de la década anterior. Sin embargo, la misma parte de culpa debería atribuirse al imprudente despilfarro de los recursos, como se ha visto con la proliferación de la corrupción bajo la administración del expresidente Jacob Zuma.
Conclusiones como las anteriores destacan y sirven como herramienta única para informar y formar el debate público sobre cuestiones en torno a la sociedad, y ayudan a identificar áreas clave para el diálogo, la discusión, el lobbying, la defensa y el cambio. El valor del proyecto SARB hasta el momento y, en el futuro, se encuentra en la capacidad de seguir empíricamente el cambio y el matiz en los discursos en relación con la reconciliación y la cohesión social. Aunque las sociedades son complejas y su desarrollo no es muy lineal, instrumentos como el SARB permiten al IJR destilar el desarrollo de las tendencias, pero también a los actores y acontecimientos que podrían provocar disrupciones en ese sistema. La presentación y las respuestas a sus conclusiones, en su entorno, permiten al IJR contribuir a la configuración de una sociedad más equitativa e inclusiva.
Fotografía : UN Photo/Milton Grant
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