El 15 de marzo de 2016, más de trescientos constructores de paz de los movimientos de base se reunieron en la plaza pública de El Carmen de Bolívar, Colombia. Como representantes democráticamente elegidos de movimientos afrodescendientes, indígenas, feministas, LGBTQ y juveniles, estos líderes sociales se sentaron con autoridades estatales, actores del sector privado y representantes de ONG locales para “firmar la paz” en Montes de María, uno de los territorios más afectados por el conflicto armado interno en Colombia. Esta acción política simbólica fue organizada por una coalición con una amplia base, el Espacio Regional de Construcción de Paz de los Montes de María. En vista de las noticias según las cuales las negociaciones formales de paz entre el gobierno de Colombia y las FARC se estaban estancando en La Habana, Cuba, la “firma de paz” simbólica en Montes de María generó una gran atención nacional e internacional y recabó apoyos para las frágiles negociaciones de paz.
La “firma de paz” en Montes de María conllevó un doble mensaje: primero, la acción demostró que una ciudadanía organizada y activa tiene el poder y la capacidad de firmar un compromiso para construir una paz duradera y estable en Colombia, con o sin proceso oficial avalado por el estado. Al reunirse en una plaza pública, previamente marcada y simbólicamente representada como lugar de guerra, los miembros del Espacio Regional reivindicaron su territorio, no como lugar de violencia, sino como uno de paz. Segundo, la acción política simbólica sirvió para recordar a los negociadores de élite en La Habana que los esfuerzos de los movimientos de base para la construcción de paz son centrales en la legitimización y la implementación de acuerdos nacionales. Mientras iban desfilando, uno por uno, firmando con su nombre en un cartel, colgado en la plaza –Firmamos la paz en Montes de María–, reivindicaron su titularidad sobre los acuerdos de paz, dieron visibilidad a su presencia y su trabajo en favor de la paz, dentro de un contexto habitualmente dominado por imágenes de negociadores de élite, sentados en una mesa, y reclamaron su participación activa en el proceso.
Unos meses más tarde, las FARC y el gobierno colombiano firmaron los acuerdos de paz, marcando el fin político de una guerra que había durado más de medio siglo. No obstante, a pesar del logro “histórico”, los ciudadanos colombianos rechazaron los acuerdos por un ajustadísimo margen a través de un referéndum popular el 2 de octubre. En el periodo que siguió al plebiscito, el Espacio Regional volvió a organizar una campaña mediática para hacer circular imágenes de su propia firma de paz del 15 de marzo. A pesar de la incertidumbre política, reiteraron y siguieron comprometidos con la construcción de la paz “desde y para el territorio”. Como las movilizaciones masivas se produjeron por todo el territorio colombiano, las imágenes y declaraciones de Montes de María circularon por todo el país, poniendo presión política en la oposición para apoyar los acuerdos de paz negociados. Un mes más tarde, el Congreso firmó y ratificó un acuerdo revisado y final.
El discurso del “posconflicto” traiciona tanto las maneras en las que se construye la paz en medio de la guerra, como los efectos de la violencia que se extienden en el periodo de posguerra
¿Qué factores y condiciones permiten a las coaliciones de construcción de paz, como el Espacio Regional, cultivar la capacidad de responder de manera constructiva con acciones metódicas ante contratiempos, luchas, retos imprevistos e incluso peligros de muerte? La respuesta a esta pregunta requiere un horizonte temporal mucho más amplio que aquel que se centre en un espectacular evento único como la firma de un acuerdo de paz. Efectivamente, el trabajo del Espacio Regional en los Montes de María empezó mucho antes de las declaraciones de una “nueva era posconflicto”. Durante las últimas décadas, miembros del Espacio Regional habían dedicado sus vidas a la labor diaria de la construcción de paz, trabajando para crear espacios de recuperación, incluso en medio de la guerra. El discurso del “posconflicto” traiciona tanto las maneras en las que se construye la paz en medio de la guerra, como los efectos de la violencia que se extienden en el periodo de posguerra. Un hecho muy alarmante es que, en Colombia, más de 400 líderes sociales han sido asesinados desde la firma de los acuerdos de paz. El lenguaje temporal y direccional de “posconflicto” sugiere de manera errónea que los conflictos operan dentro de un marco lineal, y que la reconciliación sigue etapas progresivas y secuenciales, una vez que se declara “terminado” el conflicto.
Sin embargo, el Espacio Regional nos proporciona una comprensión alternativa de recuperación –no como línea secuencial, sino como círculo–. Durante los últimos años, miembros de esta iniciativa se han reunido cada mes para entablar un diálogo abierto. Estos sostenidos diálogos circulares mensuales han ayudado a profundizar y ampliar procesos de construcción de relaciones en un marco de profunda desconfianza causada por medio siglo de guerra. La misión global del Espacio Regional es fomentar «diálogos improbables entre diferentes y re-encuentros entre iguales en desencuentro».
La recuperación no surge de un evento único, sino a través de un proceso dinámico, indeterminado y continuo de construcción de la paz
La coalición trabaja de manera simultánea para reforzar las alianzas y la capacidad de acción colectiva de movimientos de base en favor de la paz, igual que para reconstruir la confianza por encima de las líneas de enemistad. Miembros del Espacio Regional abogan por el cambio a través de compromisos directos y continuos con actores “improbables” que tienen una gran influencia en la región, entre ellos el estado, el sector privado, corporaciones multinacionales y ONG, muchos de ellos responsables del daño y la violencia que ha sufrido la región. Con un compromiso de proximidad y permanencia, el Espacio Regional ha creado un espacio donde actores improbables se reúnen por encima de las diferencias. Los diálogos mensuales alteran las relaciones desiguales de poder, construidas a través de la falsa distinción entre “expertos” y “destinatarios”, a través de la construcción de una agenda colectiva, creada por consenso entre movimientos de base. Trabajando de esta manera, el Espacio Regional ha construido una plataforma capaz de responder de manera creativa a ‒más que reaccionar en contra de‒ retos inesperados, como negociaciones de paz estancadas, el rechazo popular de los acuerdos de paz, los chocantes asesinatos de líderes sociales en Colombia y cambiantes administraciones presidenciales. La recuperación, aquí, no surge de un evento único, sino a través de un proceso dinámico, indeterminado y continuo de construcción de la paz.
Los diálogos mensuales permiten al Espacio Regional resistir a las “corrientes de la coyuntura” y mantener el rumbo en su compromiso con la construcción de paz, sensible a las prioridades compartidas de sus comunidades. Los diálogos proporcionan un espacio de confianza abierto donde la gente puede expresar sus quejas y su sensación de profunda pérdida, a la vez que imaginar, nombrar y construir activamente sus futuros deseados. Este horizonte temporal multigeneracional capacita a los miembros del Espacio Regional para contactar tanto con el pasado como con el futuro, uniendo la memoria con la imaginación. La sanación colectiva responde más a una teoría auditiva que secuencial.
Tenemos que encontrar maneras para recentrar las experiencias vividas por las comunidades locales, y trabajar para construir contenedores seguros, capaces de mantener unidas a una multitud de voces, por encima de las diferencias
La metáfora del cuenco cantor tibetano capta el proceso de sanación social del Espacio Regional. Hecho de un recipiente de pared fina de latón, el cuenco tibetano tiene una larga historia que se remonta fundamentalmente hasta la meditación budista y las prácticas de sanación. Cuando las baquetas, con sus puntas recubiertas de fieltro, recorren el círculo del borde, producen vibraciones. El cuenco crea un recipiente para contener estas vibraciones, permitiendo que interactúen y generen fricciones que, finalmente, dan lugar a sonidos. Para que las vibraciones interactúen y produzcan un sonido, tienen que mantener su proximidad. El sonido se produce gracias a movimientos multidireccionales, circulares e iterativos. Igual que el cuenco tibetano, el Espacio Regional participa en un proceso permanente de diálogos circulares iterativos y continuos. La repetición de las reuniones mensuales no carece de rumbo, sino que forma parte de un proceso metódico, multidireccional que busca profundizar y ampliar las condiciones necesarias para el cambio y la recuperación. A medida que voces diferentes –experiencias vividas, quejas, preocupaciones, propuestas y esperanzas– circulan e interactúan, también resuenan hacia un marco más ancho, cerrando el abismo entre procesos a nivel de comunidades y un cambio social más amplio. El sonido se expande, se aleja, toca y rodea el espacio a su alcance. El sonido no surge de una única vibración, sino de múltiples y diversas vibraciones que interactúan, produciendo fricciones generativas. Es importante recordar que el sonido no se puede sostener a través de un evento único, sino que requiere atención y cuidado continuo. Una comprensión oral de la recuperación como proceso multidireccional, permanente, indeterminado y continuo vincula la recuperación individual con la reconciliación colectiva. La sanación social no surge de proyectos de corto plazo, jerárquicos y delimitados con fechas de caducidad, sino que requiere un compromiso con procesos permanentes de relaciones y construcción de confianza, que permiten a las comunidades estar alertas y sensibles a la violencia de la vida diaria.
Como académicos y profesionales de la paz, los retos urgentes a los que se enfrenta nuestro mundo exigen que descentremos los enfoques delimitados y de corto plazo hacia la paz, que centran toda su atención en eventos únicos y espectaculares. En cambio, tenemos que encontrar maneras para recentrar las experiencias vividas por las comunidades locales, y trabajar para construir contenedores seguros, capaces de mantener unidas a una multitud de voces, por encima de las diferencias. La sanación social requiere que cultivemos, cuidemos y alimentemos de manera continua la tierra que produce prácticas diarias de vida, haciendo que la resistencia, resiliencia y florecimiento humano se produzcan simultáneamente, más que en orden secuencial.
Nota de la autora
La investigación para este artículo ha sido posible gracias al generoso apoyo de Fulbright, USAID, el Kroc Institute for International Peace Studies y el Kellogg Institute for International Studies. Mi trabajo actual tiene el apoyo del programa Jennings Randolph Peace Scholars 2018-2019 del United States Institute of Peace. Estoy particularmente agradecida a los socios colombianos, incluyendo Sembrandopaz, el Espacio Regional de Construcción de Paz de Montes de María, el Proceso Pacífico de Reconciliación e Integración de la Alta Montaña y los Jóvenes Provocadores de Paz.
Fotografía : Campaña por el sí a la paz en Colombia / Andrés Fernández Sáchez
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