Hace más de 70 años, con la voluntad de reconstruir un mundo nuevo sobre los escombros de la II Guerra Mundial, los gobiernos entonces existentes se reunieron en San Francisco para firmar la Carta de las Naciones Unidas. Todos ellos –“nosotros, los pueblos de las naciones unidas”– se mostraron resueltos, entre otras cosas, a preservar el mundo del flagelo de la guerra, a reafirmar la fe en los derechos fundamentales, en la dignidad y el valor de la persona humana y a promover el progreso social y elevar el nivel de vida dentro de un concepto más amplio de libertad. A estos compromisos fundacionales, les siguieron la Declaración Universal de los Derechos Humanos y un conjunto de tratados y convenciones internacionales a los que los Estados se han ido adhiriendo progresivamente, aceptando de esta manera obligaciones en materia de derechos humanos.
Si bien este marco normativo no siempre se ha respetado, hasta ahora las violaciones de los derechos humanos como mínimo se intentaban disimular ante la opinión pública y la comunidad internacional. Últimamente, sin embargo, se van multiplicando las voces de representantes políticos –también de países supuestamente democráticos– que las justifican o incluso las promueven, haciendo tambalear todo un sistema de derechos y garantías que ha costado siglos construir. No es casual que en pocos meses hasta tres países –Ucrania, Francia y Turquía– hayan derogado (temporalmente) el Convenio Europeo de Derechos Humanos.
Los acuerdos de la UE con terceros países en materia de refugio e inmigración, los discursos xenófobos en los medios de comunicación y en programas de partidos políticos cada vez más votados, el menosprecio a la vida humana en las puertas de nuestras fortalezas, los ataques al medio ambiente, el laissez faire ante graves abusos cometidos por transnacionales, el comercio de armas que no se controla o el recorte de nuestras libertades en nombre de una seguridad militarizada son una preocupante muestra de la decadencia que nos aleja de los ideales que tenían que marcar el camino iniciado en 1945.
En medio de tanto esperpento, la ciudad de Madrid ofreció hace unas semanas un pequeño oasis de intercambio, de diálogo, de creatividad y de esperanza
En medio de tanto esperpento, la ciudad de Madrid ofreció hace unas semanas un pequeño oasis de intercambio, de diálogo, de creatividad y de esperanza. Convocados por las alcaldesas de Madrid, Manuela Carmena, y de París, Anne Hidalgo, representantes de muchos municipios, grandes y pequeños, de todo el mundo, y una nutrida representación de organizaciones del tejido social participaron en el Foro Mundial sobre las Violencias Urbanas y Educación para la Convivencia y la Paz celebrado en Madrid los días 19 a 21 de abril de 2017. Cerca de 3.500 personas de unos setenta países no faltaron a la cita.
Este encuentro permitió, por una parte, oír discursos y reflexiones que se alejan de las funestas tendencias anteriormente mencionadas. Discursos y reflexiones que nos hablan de solidaridad, sostenibilidad, democracia, justicia social, igualdad de género, que nos recuerdan que en el centro de todas las prioridades hay que poner la dignidad de los seres humanos, de todos, sin ningún tipo de discriminación. Con los tiempos que corren, organizar citas internacionales con la participación de representantes institucionales de alto nivel y la repercusión mediática como la que tuvo el Foro de Madrid, es primordial. Sin ningún tipo de duda, iniciativas de este tipo contribuyen a poner en valor estos principios, a darles visibilidad y a ponerlos en la agenda política.
Por otra parte, el Foro fue una magnífica ocasión para que alcaldes y alcaldesas de muchas ciudades enviaran al mundo este mensaje: frente a la cultura de la violencia, nosotras, las ciudades, apostamos por la cultura de la paz. Si los gobiernos no se ponen de acuerdo para resolver los conflictos internacionales de manera pacífica, si no se implican lo suficiente para mejorar las condiciones de vida de las personas, luchar contra la corrupción, proteger el medio ambiente y educar para la paz, nosotros, desde nuestras alcaldías, seguiremos avanzando.
Es esperanzador que las máximas autoridades municipales apelen a la cultura de la paz para resolver los conflictos
Y es muy alentador que alcaldes y alcaldesas se comprometan en este sentido, porque es precisamente en los entornos urbanos donde las expresiones de violencia se hacen más palpables. Por violencia, no nos referimos únicamente a los niveles de criminalidad. Además de los ataques físicos contra las personas, de las violencias interpersonales, también nos referimos a las violencias más estructurales como las desigualdades, la pobreza, las carencias en el acceso a la vivienda, la educación o la salud, la falta de oportunidades laborales, la corrupción, la discriminación, etc. También hay que tener presentes las violencias más simbólicas (o culturales) que perpetúan las violencias estructurales y/o directas: aquellos mensajes más o menos subliminales todavía muy presentes en el lenguaje, costumbres, medios de comunicación, espacios de entretenimiento, opinión pública, que crean y agudizan prejuicios, exclusiones y marginaciones.
Ante estas múltiples situaciones de violencias, es esperanzador que las máximas autoridades municipales se detengan a reflexionar y se marquen como propósito dar una respuesta integral que no se base exclusivamente en medidas “securitizadoras”, sino que apelen a la cultura de la paz para resolver los conflictos y promuevan la educación para la convivencia.
Los debates del Foro fueron de una gran utilidad para abordar desde la experiencia directa, las conflictividades que aparecen dentro de las ciudades, en toda su diversidad: desde los retos que se viven en Montreal (Canadá), una ciudad de 4 millones de habitantes, a cómo se gestiona la acogida de refugiados en una localidad relativamente pequeña como Ventimiglia (Italia), pasando por los estallidos de violencia que intenta gestionar la alcaldesa de Bangangté (Camerún) con todas sus limitaciones competenciales.
También sirvieron para dar a conocer diferentes iniciativas, llevadas a cabo por instituciones públicas u organizaciones de la sociedad civil, que han mostrado resultados positivos. Y si bien no hay fórmula universal para fomentar la buena convivencia y construir paz en zonas urbanas, el Foro –con sus escenarios formales y los informales– sirvió para dar publicidad y conocer más de cerca proyectos que funcionan y que se pueden adaptar y aplicar en otros lugares. Porque si las ciudades son espacios de conflictos que pueden derivar en violencia, también son espacios de encuentro, de acogida, de creatividad, de conocimiento, de crecimiento personal y colectivo, de ocio, de cultura, que nos pueden hacer avanzar hacia un mundo más justo y sostenible. Hace falta saber identificarlos y fomentarlos.
Si las ciudades son espacios de conflictos que pueden derivar en violencia, también son espacios de encuentro, de acogida, de creatividad, que nos pueden hacer avanzar hacia un mundo más justo y sostenible
Siguiendo este hilo, en el Foro no faltó el teatro, la danza, la música… porque el arte también se reivindicó como herramienta de transformación social, especialmente el arte urbano. Lo argumentó magníficamente el filósofo y bailarín Miguel Ballarín y lo ilustró el amigo Jeihhco de Casa Kolacho, de Medellín, que consiguió mover un auditorio entero a ritmo de rap.
Los detractores de iniciativas como estas pueden ver ingenuidad o incluso demagogia en todo proyecto político que aspira a la construcción de paz. Sin embargo, poner sobre la mesa problemas graves que afectan al bienestar y a la vida de millones de personas y tratar de encontrar soluciones es precisamente lo que tienen que hacer los dirigentes políticos, ya sean de ámbito estatal, regional o local. Crear espacios de diálogo, de intercambio de experiencias, de creación de alianzas, para afrontarlos de acuerdo con unos principios que nos unen a toda la humanidad no es ninguna excentricidad. En cambio, lo que sí que se tiene que pedir a los y las dirigentes es coherencia y ejemplaridad entre el discurso y la práctica. A pesar de la lucidez, solidaridad y sensibilidad expresadas durante el Foro por sus respectivas alcaldesas, Madrid y París, como tantas otras ciudades, no están exentas de desahucios, exclusiones, violencia de género, abusos policiales o racismo. Una hoja de ruta para mantenerse firmes en los compromisos, a la espera de ir concretando una agenda política de paz para los municipios, puede ser la declaración final del Foro: el documento “Compromiso de Madrid de Ciudades de Paz”.
Tres días de Foro ciertamente no son suficientes para hacer cambiar el mal rumbo que llevamos, pero da alas a todas aquellas personas que están trabajando para la paz y los derechos humanos, en situaciones a menudo muy adversas. Abre la puerta a que más municipios se sientan interpelados por la necesidad de abordar los conflictos urbanos desde la cultura de paz. La noticia que de aquí dos años se organizará otra cita mundial como ésta es muy buena. Ojalá se sumen más gobiernos locales y puedan asistir más organizaciones de la sociedad civil. Nos hacen falta capitales de paz por todo el planeta.
Fotografía : UCLG
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