A mediados de los años noventa, un grupo de activistas feministas radicadas en Boloña empezó a viajar a países divididos por la guerra con la intención de apoyar a las mujeres que vivían allí. Este grupo llamó a su programa Women Visiting Difficult Places (Mujeres que visitan lugares difíciles) y empezó a utilizar el término politica transversale para describir tanto su propia práctica de cruzar fronteras, como los esfuerzos que veían que hacían las mujeres de estas zonas en conflicto para trabajar de modo cooperativo atravesando las divisorias de los conflictos. Posteriormente, en su libro Gender and Nation, publicado en 1997, Nira Yuval-Davis tradujo este término como transversal politics y lo introdujo en el ámbito anglosajón (Yuval-Davis 1997: 125 y sig.)
Al año siguiente, teniendo en cuenta estas fuentes, retomé este concepto en el momento de poner por escrito la investigación sobre tres organizaciones de mujeres en contextos de conflicto armado etnonacional. Cada una de ellas —Bat Shalom, norte de Israel; Women’s Support Network, en Belfast, Irlanda del Norte, y Media Women’s Therapy Centre, en el centro de Bosnia-Herzegovina— representaba una alianza a través de las diferencias nacionales1. En aquel momento, las mujeres de estas tres organizaciones no utilizaban el término política transversal para describir su actividad. Entonces escribí que mi objetivo había sido intentar “llenar de contenido el contenedor política transversal. Quería ver qué comportaba exactamente el hecho de hacerlo” (Cockburn 1998: 9). Por último, mi proyecto se convirtió en un constante cruzar fronteras de un lado a otro, puesto que recogíamos financiación que permitiese a las representantes de cada organización visitar a las otras para que, aplicando a fondo sus habilidades comunicativas, se ayudasen mutuamente para entender los retos que implica trabajar en los contextos particulares atravesando las líneas del conflicto. Este proceso de investigación-acción culminó en enero de 1999 con un congreso que llevaba por título Transversal Politics and Translating Practices (Política transversal y prácticas de traducción) y que se celebró en el Gresham College de Londres. Durante este encuentro, las mujeres de las organizaciones de los estudios de caso de Irlanda del Norte, Bosnia e Israel y Palestina pudieron comparar experiencias no solo entre ellas, sino también con otras mujeres que participaban en el activismo entre comunidades en el Reino Unido2.
La política transversal es un modelo de política feminista que toma en consideración la diferencia nacional sin caer en la trampa de la política de la identidad
Así pues, queda claro que hacia finales de los años noventa se había desarrollado, entre determinadas mujeres feministas con preocupaciones políticas y teóricas acerca de los conflictos violentos en relación a las identidades de género y etnonacionales, una práctica que hasta entonces había estado buscando un nombre. Lynette Hunter y yo misma entendimos que esta práctica consistía en “cruzar (y redibujar) creativamente las fronteras que marcan diferencias politizadas significativas”. Sobre el término política transversal dijimos: “Parece como si hubiéramos caído, pam, encima de un significado que ha estado esperando un significante” (Cockburn y Hunter 1999: 88).3.
La práctica de la política transversal
¿Qué conlleva exactamente la práctica de la política transversal? Inspirándose en los informes de las activistas italianas, Nira Yuval-Davis la ha sintetizado como “una modalidad de política de coalición que reconoce las posiciones diferenciales de los individuos y las colectividades que estén implicadas en ella, así como los sistemas de valor subyacentes de sus luchas” (Yuval-Davis 1997: 25). En otra parte del mismo texto la describe como “un modelo de política feminista que toma en consideración la diferencia nacional y otras formas de diferencia entre las mujeres sin caer en la trampa de la política de la identidad” (ibíd: 5). Además, afirma que se “basa en un conocimiento adquirido a través de un diálogo realizado por personas con distintas posiciones”, y añade que la política transversal debería marcar “las directrices políticas para todo activismo político, ya sea en la base o bien en los centros de poder estatales y supraestatales” (ibíd: 92).
Tomaré como ejemplo las actividades de Women’s Support Network en Belfast, una de las tres organizaciones que estudié en el proyecto The Space Between Us (El espacio entre nosotras) (Cockburn 1998). Observando cómo mantenían su difícil alianza a través de las diferencias conflictivas de “nombre” en una situación de conflicto armado, me di cuenta de que había diversas estrategias en juego.
Las mujeres de Network vieron que era necesario reconocer las injusticias cometidas hacia todas las partes en conflicto. Había que admitir los errores, pero sin atribuir una culpa colectiva
En primer lugar, ellas llevaban a cabo lo que al final llamé trabajo de identidad. Más que negar o disimular las diferencias históricas, culturales, religiosas y políticas significativas que había entre ellas (entre católicas / republicanas y protestantes / unionistas), las reconocían y afirmaban, aunque se esforzaban por no “sacar conclusiones” de “nombres” adjudicados, puesto que de estos se deducía con demasiada precipitación un sentido del yo de cada mujer. En vez de esto, retrasaban el momento de poner el tema de la identidad en el “centro” de sus consideraciones, de modo que seguían abiertas a escuchar, durante un periodo de tiempo, la explicación que la “otra” daba sobre “ella misma”, fuese una mujer o un grupo. Así, hablar de una “protestante” podría representar hablar de una mujer practicante o, por el contrario, de una mujer laica de la comunidad protestante. Posiblemente es un nombre al que se siente “asociada” o que ha corroborado de forma activa cultural o políticamente.
En segundo lugar, las mujeres tenían tendencia a trascender la dicotomización y la polarización entre los grupos de identidad conflictiva primaria para resaltar una multiplicidad de diferenciaciones. De este modo, una “católica” no solo podía “ser” una nacionalista, sino que también podía ser “del sur” de Irlanda, “del norte” o incluso de la Gran Bretaña. Por otro lado, en Belfast vivían otras “minorías étnicas”, como por ejemplo la de los inmigrantes chinos y las comunidades africanas. Las mujeres incluyeron estos dos grupos en su reflexión sobre la comunidad.
En tercer lugar, las participantes de Women’s Support Network realizaron un trabajo cuidadoso para establecer qué valores tenían en común, porque consideraron que solo sobre esta base pueden trascenderse las diferencias. Estos valores podían ser la noviolencia, quizás, o la igualdad. Sin duda, uno era la justicia: las mujeres de Network vieron que era necesario reconocer las injusticias cometidas hacia todas las partes en conflicto, y particularmente las injusticias que en ese momento hacían difícil la resolución pacífica. Había que admitir los errores, pero sin atribuir una culpa colectiva: no hacer sentir culpable por el “nombre”.
En cuarto lugar, las mujeres, de forma inteligente, limitaron la agenda de sus alianzas de trabajo a temas que en sus circunstancias pudieran ser acordados en cualquier momento.
Y, para terminar, observé que habían desarrollado procesos de grupo cualificados, formas de relacionarse, de hablar y de escribir, especialmente cuando estaban en juego decisiones y estrategias que facilitaban la expresión clara y confiada de las diferencias y, al mismo tiempo, la negociación cuidadosa de las identidades y los valores. Ninguna de estas estrategias era fácil de seguir, y las mujeres de Women’s Support Networ no siempre lograron la cohesión que buscaban. Sin embargo, las mujeres que participaban eran abiertamente conscientes de lo que estaban intentando hacer, también cuando no lo conseguían.
Valores, poder y los usos de la imaginación
Tanto la práctica como la teoría de la política transversal, progresista por definición (o sea, no “conservadora”), están fundamentadas en una noción de cambio evolutivo. Y quizás, más que en otras formas de política, el potencial de cambio se entiende no como algo que depende de unos procesos históricos generales sino más bien como parte de la sensación subjetiva de uno mismo. Marie Mulholland es una feminista, nacionalista, republicana, colega y amiga a quien tuve el privilegio de observar “haciendo” política transversal dentro de Women’s Support Network en Irlanda del Norte. Le pregunté cómo se mantenía en una relación de trabajo, no solo con mujeres de distinto “nombre” (protestante, católica), sino de nombres caracterizados por diferenciales de poder (dominante, dominado) y, aunque con algunos valores compartidos, que promueven unas aspiraciones políticas concretas profundamente opuestas. Su respuesta fue que era posible, y solo posible, porque ella y ellas podían creer que en un tiempo futuro, más allá de un horizonte percibido de manera tenue, tanto ella como ellas llegarían a ser diferentes. Creo que lo que quería decir es que, una vez superadas las posiciones actuales, es probable que tengan un punto de vista y una perspectiva sutilmente diferente; es probable que hayan dado nuevos significados las unas a las otras; en unas y otras se habrá configurado un sentido ligeramente nuevo de sí mismas. Por lo tanto, la política transversal es una política que se conjuga en futuro perfecto, “habremos llegado a ser”, que imagina un punto en el futuro desde donde cualquier persona habrá mirado atrás y habrá visto que el cambio ha tenido lugar. Pero también contiene un prudente condicional: si. Nosotras “podríamos haber llegado a ser”.
La política transversal debe implicar un desplazamiento, en el sentido de colocarse en el punto de vista de “la otra”
La creencia que tú y yo dentro de diez años seremos diferentes y que nuestras circunstancias permitirán otras prácticas, pide imaginación. Por lo tanto, no podemos hacer política transversal, ni siquiera los primeros pasos, sin lanzarnos a tientas. Nuestra política no solo tiene que permitir espacio para ello, sino también generar de forma activa vuelos de fantasía, sueños de posibilidades. El hecho de atravesar, pues, no solo es hacia los lados, también consiste en atravesar hacia el futuro (el tuyo y el de ella).
Este reconocimiento de la movilidad de la imaginación ayuda a superar una contradicción aparente en la política transversal. Las activistas italianas, y las que han adoptado su lenguaje, hablan de “arraigar” y “desplazarse”. La política transversal tiene que implicar, en primer lugar, un arraigo en la subjetividad de una misma. Es decir, en el sentido de reconocer completamente y reflexivamente, sentirnos bien con la percepción que tenemos de nosotras mismas y entender su relación con los nombres que las otras nos dan. A su vez, esto debe implicar un desplazamiento, para ver desde la perspectiva de “la otra” en el sentido, a mi entender, de ponerse en el yo encarnado de la otra, colocándose en el punto de vista de la otra (en su piel), escuchando con atención la explicación que ella da de sí misma, viendo con sus ojos. Aunque esto evidentemente nunca ha sido una posibilidad “real”. Sería simplista pretender “ir a vivir como una de ellas”, porque nosotras no lo podemos hacer sin negar nuestras propias identificaciones. Las identidades, las pertenencias, son más intratables y peligrosas de lo que esto da a entender. Las diferencias que trata la política transversal son diferencias en nombre de las cuales matamos, torturamos y morimos, en las periferias británicas, en las calles de Irlanda, en los pueblos de Bosnia y en los campos de refugiados palestinos. Pero la imaginación nos puede permitir viajar: en el espacio (entre puntos de vista) y en el tiempo (entre momentos en una trayectoria).
Entonces la imaginación se convierte en sí misma en una práctica política. En efecto, el imaginario puede ser la baza, el comodín de la baraja. Quizás el potencial de los grupos pequeños que crean y practican su política transversal, como por ejemplo Women’s Support Network (Belfast), Medica (Bòsnia) y Bat Shalom (Israel y Palestina), es liberar la imaginación y provocar nuevas posibilidades para ponerlas en juego más extensamente. Quizás ellas pueden cambiar el sentido popular de lo que es posible y levantar la mirada de los políticos más allá de sus horizontes limitados, de modo que los mandatos políticos fallidos sean apartados y reescritos y se abran nuevas vías hacia la paz.
1. El libro The Space Between Us: Negotiating Gender and National Identities in Conflict fue mi informe sobre un proyecto previo de investigación-acción. Incluía estudios de prácticas comunicativas dentro de cada organización y teorizaba sobre cómo llevan estas organizaciones las identidades conflictivas y la “ubicación” en el “espacio” social en el que habían elegido conscientemente vivir juntas (Cockburn 1998).
2. Las actas tuvieron como resultado un número temático de la revista Soundings (Cockburn i Hunter 1999). En uno de los artículos, “What is ‘transversal politics’?”, Nira Yuval-Davis explicaba sucintamente este concepto (Yuval-Davis 1999).
3. Seguí investigando sobre el concepto de política transversal. En los años 1999 y 2000, con unas colegas bosnianas, exploré las dificultades con las que se habían encontrado los proyectos interétnicos de un grupo de mujeres de la Bosnia-Herzegovina de posguerra, y su contribución potencial a un movimiento de mujeres emergente y a la búsqueda de la democracia en el nuevo estado (Cockburn 2001). Posteriormente observé la política transversal en acción en una iniciativa entre dos comunidades de mujeres a través de la línea divisoria que separa la población greco-chipriota de la turca en la isla de Chipre (Cockburn 2004).
Fotografía : Cynthia Cockburn – Mujeres judías y palestinas del Proyecto Bat Shalom, residentes en Irlanda del Norte, cooperan por la igualdad de derechos de las mujeres palestinas en Israel y por la justicia y la creación de un estado palestino en los territorios ocupados –
© Generalitat de Catalunya