Reorientando la seguridad desde el feminismo

¿Qué significa pensar poscolonialmente sobre la seguridad?

Si bien se cuestiona la definición de «poscolonial», «pensar poscolonialmente» no tiene por qué cuestionarse. Este concepto implica tener en cuenta la huella que el colonialismo ha dejado en los colonizadores, los colonizados y el resto de individuos. Es cierto que esta huella se experimenta y se entiende de maneras muy diferentes en función del poder que se ejerza. Aquellos que disfrutan de una posición más ventajosa en la distribución del poder en la política mundial (entendida en términos militares, económicos o de ideación) han tenido, a lo largo de los años, más oportunidades de eludir la huella colonial. Para reflexionar sobre la política mundial y poder tener en cuenta esta huella, necesitamos una conciencia; y esta conciencia es, precisamente, lo que yo llamo “pensar poscolonialmente”.

¿Qué entiendo por huella colonial? La desglosaré en tres dimensiones: explotación material, «definir y vencerás» y «decir saber». Por último, concluiré poniendo de relieve cómo el pensamiento poscolonial importa en la práctica política.

La dimensión material es quizás más fácil de distinguir tal como la inmortalizó Frantz Fanon: «Europa es literalmente la creación del Tercer Mundo.»1 Cuando se lee teniendo en cuenta las frases precedentes, es evidente que enfatiza lo material:

En términos concretos, Europa se ha inflado de manera desmesurada con el oro y las materias primas de territorios coloniales como América Latina, China y África. La actual torre de opulencia de Europa apuntaba hacia estos continentes que, durante siglos, fueron el punto de partida de cargamentos de diamantes, petróleo, seda y algodón, madera y productos exóticos dirigidos a esta misma Europa. Europa es, literalmente, la creación del Tercer Mundo.2

La huella colonial se puede desglosar en tres dimensiones: explotación material, «define y vencerás» y «decir saber»

Sin embargo, la dimensión material es a la vez la más fácil y la más difícil de discernir. Esto se debe a que algunos tienden a reducir la huella del colonialismo solo a esta usurpación material. Esta reducción implica retratos simplistas que confunden pensar poscolonialmente con excusarse de determinados fracasos contemporáneos haciendo referencia a su pasado colonial. Si bien no se trata de subestimar la importancia de prestar atención al ámbito material, es necesario destacar que centrarse únicamente en este punto conlleva el riesgo de socavar el esfuerzo de pensar poscolonialmente. La huella que el colonialismo ha dejado en la política mundial tiene más de una dimensión y no se circunscribe únicamente a la historia.

Es imprescindible subrayar que pensar poscolonialmente va más allá de destacar relaciones pasadas de explotación material entre el colonizador y el colonizado, por muy importante que sea esta tarea. También trata del «presente colonial», que hace referencia a «las constelaciones de poder, conocimiento y geografía que […] siguen colonizando vidas en todo el mundo».3 Por poner un ejemplo, pensar poscolonialmente nos permite ver los vínculos entre la economía mundial del café y el genocidio de Ruanda de 1994 de una manera que nos aleja de las suposiciones del determinismo cultural o de las explicaciones sobre la violencia que se centran en las consecuencias de las estrategias coloniales de «divide y vencerás». Pensar poscolonialmente sobre el genocidio de Ruanda nos anima a estudiar las «relaciones económicas y materiales estructuradas [que] hacen posibles las condiciones para el genocidio», en el sentido de que:

Las prácticas coloniales (anteriores y posteriores a la independencia) institucionalizadas en los donantes de ayuda extranjera, los mercados de productos básicos y las instituciones de préstamos internacionales constituyeron la base económica y material sobre la que una mezcla letal de ideología étnica; exportaciones de armas; apoyo militar extranjero; democratización forzada; un ejército invasor; unas instituciones internacionales impotentes; una radio que esparcía el odio; la manipulación de las élites; la complicidad individual y la inestabilidad regional, crearon un nexo de relaciones sociales precarias, perversas y, en última instancia, genocidas.4

Reducir la huella del colonialismo a la esfera material solo permite retratos simplistas

Sin embargo, las estrategias de «divide y vencerás» de las colonias se entenderían mejor como políticas de «definir para gobernar», tal como propuso Mahmood Mamdani.5 Es decir, cuando se afirma que determinados grupos se han enfrentado durante siglos o que se les ha manipulado para que se opongan entre sí («dividir y vencer»), se habla de una situación que, en realidad, es el producto de las políticas de «definir para gobernar», en la medida en que las identidades fueron (re)definidas y (re)configuradas durante el dominio colonial: «el nativo era clasificado y reclasificado en respuesta a las necesidades políticas imperantes, pero siempre con el lenguaje de la diferencia cultural y la tolerancia cosmopolita».6 Para seguir con el caso de Ruanda, por ejemplo, los colonizadores del siglo XIX convirtieron «los significantes políticos y económicos» en «identidades étnicas para facilitar la extracción de la riqueza del reino [de Ruanda]».7 Pensar poscolonialmente, pues, nos ayuda a discernir de qué manera los colonizadores fueron capaces de (re)definir los pueblos, (re)configurar sus identidades comunitarias y decidir quién merecía cada tipo de tratamiento; asimismo, nos permite estudiar cómo las políticas de «definir para gobernar» siguen teniendo implicaciones en las dinámicas contemporáneas. Pensar poscolonialmente sobre el genocidio de Ruanda de 1994 nos facilita ver los vínculos entre la manera de estructurar el comercio de café (que es otro residuo colonial) y la (re)formulación colonial de las identidades comunitarias.

Que algunos actores hayan sido capaces de definir a otros (decirles quiénes son y qué tipo de trato se merecen) nos lleva a la tercera dimensión de la huella que ha dejado el colonialismo: pretender que se conoce. De las tres, esta dimensión es la más difícil de discernir. Sin embargo, es la más importante, ya que justifica las otras dos y a menudo excluye la pregunta que encabeza este ensayo. Me gustaría profundizar.

Pensar poscolonialmente consiste en rechazar el eurocentrismo y hacer un llamado a ampliar las perspectivas existentes

¿Qué significa pensar poscolonialmente sobre algo? Hay quien responderá «poca cosa», sin reflexionar demasiado. La afirmación de que no hay que pensar poscolonialmente, hecha con tanta seguridad, adopta al menos dos formas: «podemos decir que sabemos porque producimos un conocimiento universal» y «sabemos, porque aspiramos a producir un conocimiento no localista». La diferencia entre ambas no es intrascendente.

La primera respuesta («sabemos, ya que producimos un conocimiento universal») no refleja las limitaciones eurocéntricas de la producción de conocimiento. Por limitaciones eurocéntricas se entiende la situacionalidad del conocimiento, es decir, que el conocimiento no es independiente de donde se produce ni de quien lo produce. En el siglo XIX y principios del XX, el conocimiento era producido por personas e instituciones de Europa Occidental, una región que tenía una relación colonial con gran parte del resto de mundo. Lo que algunos consideran «saber universal» no se escapa de estas relaciones de poder y sus ecos contemporáneos.

La última respuesta («sabemos, ya que aspiramos a producir un conocimiento no localista») es consciente de su eurocentrismo y reflexiona sobre él. En cuanto al saber, el término «localismo» señala las limitaciones impuestas por las preocupaciones estrictamente localistas de cada uno en la producción del conocimiento. El eurocentrismo no es solo otra forma de localismo, sino que va más allá, en virtud del poder que el cuerpo de conocimiento eurocéntrico ha ejercido desde el siglo XIX. Los que insisten en la necesidad de un conocimiento no solo no eurocéntrico, sino también no localista, temen que pensar poscolonialmente equivalga al relativismo cultural, es decir, a la presunción de que solo los miembros de cada cultura concreta están autorizados a hablar de su cultura, por lo que los diferentes argumentos no se pueden evaluar comparativamente. Sin embargo, tal y como ha afirmado Uma Narayan,8 «el compromiso con la naturaleza contextual del conocimiento no nos exige afirmar que aquellos que no habitan estos contextos nunca podrán tener ningún conocimiento sobre ellos» ni que la comunicación es imposible. Más bien, equivale a un intento de hacer que el conocimiento sea menos excluyente. Como Siba Grovogui9 ha defendido: «la creencia en la posibilidad de vivir más allá de la polis ha existido en todo el mundo a lo largo de la historia, junto con la ambición de desarrollar los instrumentos morales correspondientes».

No solo hay que replantearse el contenido de las narraciones sobre otras partes del mundo, sino también los conceptos y las categorías a través de los cuales se cuentan

Para recapitular, pensar poscolonialmente en la tercera dimensión de la huella que ha dejado el colonialismo, el “decir saber”, consiste en rechazar el eurocentrismo y hacer un llamado a ampliar las perspectivas existentes para «explicar la multiplicidad de lenguajes políticos y lenguajes éticos a partir de los cuales los individuos y las comunidades en situaciones diferentes derivan sus nociones de humanidad común y de justicia social».10 Si se considera que pensar poscolonialmente conlleva justificar el relativismo cultural, se subestiman las contribuciones que ha hecho este cuerpo de pensamiento. Dicho esto, aquellos que “dicen saber” a menudo no conocen estas contribuciones «como consecuencia de la falta de métodos para indexarlas y catalogarlas junto a formas de pensamiento comparables y concurrentes».11

Pero entonces, ¿cómo abordar esta tercera dimensión que justifica a las otras dos? No basta con escribir narrativas alternativas sobre la «no-Europa», porque lo que falta no son narraciones sobre otros lugares, sino sobre las relaciones entre sí, analizadas poscolonialmente. Porque no solo hay que replantearse el contenido de las narraciones sobre otras partes del mundo, sino también los conceptos y las categorías a través de los cuales se cuentan. A lo largo de los años, la aparente ausencia de experiencias no europeas en las narrativas principales ha sido constitutiva tanto de la disciplina como de los sujetos y objetos de la seguridad en diferentes partes del mundo. Tal como ocurre con la producción de conocimiento con perspectiva de género, no solo se trata de incrementar el número de mujeres que aportan, sino también de cambiar «la naturaleza misma de estas actividades y su comprensión de sí mismas».12 Pensar poscolonialmente representaría un remedio en la medida que los estudiantes de política mundial aprendieran a desafiar el eurocentrismo no solo reflexionando sobre el foco empírico de sus narraciones o su lugar particular, sino también poniendo en cuestión la pretensión de conovimiento de algunos, basada en haber definido previamente «la idea de lo que es una explicación y de qué no lo es».13

Cuando las inseguridades se entienden como «las repercusiones de Europa», la autorreflexión y otras políticas de compromiso no solo son posibles, sino necesarias

Habiendo identificado tres dimensiones de la huella que el colonialismo ha dejado en todos los estudiosos de la política mundial, permítanme destacar una vía de influencia del pensamiento poscolonial en la política de seguridad. El hecho de no pensar poscolonialmente nubla la toma de decisiones significativamente. A menudo los problemas que se producen «más allá de Europa» se presentan como «anteriores a Europa».14 No hace falta decir que aquí «Europa» no denota una mera entidad geográfica, sino una pretensión particular de conocimiento sobre la política mundial. Es decir, la consideración de lo que sucede «más allá de Europa» como si fuera «antes de Europa» también se podría aplicar a otras partes del mundo, incluida, entre otras, Norteamérica.

Otros lugares del mundo se representan a menudo como «antes de Europa» no solo económicamente (como es habitual en estos debates), sino también normativamente, ya que se consideran portadores de valores que pertenecen a un mundo pasado que «Europa» ya ha dejado atrás. Pensar poscolonialmente, a su vez, nos permite comprender cómo los acontecimientos definidos como «antes de Europa» son al mismo tiempo las repercusiones de «Europa» en cuanto a su pasado o presente colonial. Un caso que nos ocupa son las experiencias diferenciales con el «sistema internacional de soberanía» en Europa Occidental y África a lo largo del siglo XX. Mientras que «un régimen contribuyó a la ’resiliencia’ de los ’casi-Estados’ europeos, otro ayudó a socavar la soberanía de las entidades africanas y, posteriormente, contribuyó a la ’quiebra’ de varios estados africanos», subraya Grovogui:15

El régimen de soberanía aplicado por las potencias europeas en Bélgica, desde su inicio en 1830 hasta la actualidad, contrastaba mucho con el que se aplicaba en el Congo desde la Conferencia de Berlín de 1884 hasta el final del dominio colonial belga en el país africano en 1960. Lo mismo ocurría con Suiza y Zaire en la época posterior a la Segunda Guerra Mundial.

Los debates sobre la responsabilidad más allá de las fronteras podrían desplazarse atendiendo nuestra complicidad en el mantenimiento de nuestro «presente colonial»

Pensar poscolonialmente sobre estos casos es importante para la práctica política, porque la manera de entender el problema configura el pensamiento sobre las posibles soluciones. Cuando los problemas de seguridad en otra parte del mundo se entienden como «antes de Europa», la solución propuesta resulta conveniente para aquellos que viven en un mundo tan atrasado; es decir, implica respuestas violentas (como la guerra de Irak de 2003 o la intervención de Libia en 2011).16

Sin embargo, cuando estas inseguridades se entienden como «las repercusiones de Europa», la autorreflexión y otras políticas de compromiso no solo son posibles, sino que también son necesarias. Como se evidencia en el análisis sobre el pensamiento poscolonial del genocidio de 1994 en Ruanda, el objetivo sería desvelar «como lo que se entiende generalmente como un ’conflicto étnico’ local, se puede describir al mismo tiempo como un síntoma sobredeterminado de una reestructuración neoliberal especialmente violenta de la economía capitalista mundial».17 En consecuencia, los debates sobre la responsabilidad más allá de las fronteras podrían alejarse de un análisis centrado simplemente en el pasado colonial o la posibilidad de una intervención humanitaria y desplazarse, pues, hacia un análisis de nuestra complicidad en el mantenimiento de nuestro «presente colonial».

1. Fanon, Frantz (1963) The Wretched of the Earth. Nueva York: Groove Weidenfeld.

2. Ibíd., pág. 58.

3. Gregory, Derek (2004) The colonial present. Nueva York: Wiley.

4. Kamola, Isaac A. (2007) “The global coffee economy and the production of genocide in Rwanda”, Third World Quarterly 28 (3): 571-592.

5. Mamdani, Mahmood (2012) define and rule: Native as Political Identity. Cambridge, Masachusetts: Harvard University Press.

6. Ibíd., pág. 29.

7. Ibíd., Kamola, pág. 577.

8. Narayan, Uma (2004) “The Project of Feminist Epistemology: Perspective from” En The feminist standpoint theory reader: Intellectual and political controversies, editado por Sandra Harding, 213-224. Nueva York: Routledge.

9. Grovogui, Siba N. (2005) “The New Cosmopolitanisms: Subtexts, Pretexts and Context of Ethics”, International Relations 19 (1): 103-113.

10. Ibíd., págs. 113 y 105.

11. Ibíd., pág. 106.

12. Ibíd., Narayan, pág. 312.

13. Seth, Sanjay (2014) “The Politics of knowledge: Or, how to stop being eurocentric”, History Compass 12 (4): 311-320.

14. McGrane, Bernard (1989) Beyond Anthropology: Society and the Other, Nueva York: Columbia University Press.

15. Grovogui, Siba N. (2002) “Regimes of sovereignty: International morality and the African condition”, European Journal of International Relations 8 (3): 315-338.

16. Jabri, Vivienne (2013) The Postcolonial Subject: Claiming Politics/governing Others in Late Modernity, Londres: Routledge.

17. Ibíd., Kamola pág. 573.

SOBRE LA AUTORA
Pinar Bilgin es catedrática de Relaciones Internacionales en la Universidad de Bilkent (Turquía) y se especializó en estudios de seguridad crítica. Es autora de Regional Security in the Middle East: A Critical Perspective (2005; 2ª ed. 2019), The International in Security, Security in the International (2016) y coeditora de Routledge Handbook of International Political Sociology (con Xavier Guillaume, 2017) y Asia in International Relations: Unthinking Imperial Power Relations (con L.H.M. Ling, 2017).

Esta es una versión traducida del artículo publicado originalmente en inglés.

Fotografía: Rosa de los vientos representada sobre el pavimento situado frente al Monumento a los Descubrimientos en Lisboa, Portugal.