Diásporas constructoras de paz

Segunda y tercera generación, agentes esenciales para la construcción de paz 

Durante las últimas décadas, la investigación ha mostrado que las diásporas pueden desempeñar un papel importante en las iniciativas de construcción de paz. Utilizando estudios de caso desde Irlanda del Norte hasta Sri Lanka, los académicos han argumentado que las diásporas muestran voluntad de actuación mediante envíos de dinero o actuando como puentes sociales y culturales entre su país de origen y el país de acogida. Por ejemplo, las diásporas pueden llegar a participar en iniciativas de presión y activismo, o contribuir a través de la transferencia de experiencias y conocimientos. Gracias a sus amplias redes nacionales y transnacionales, también pueden contribuir a la reconciliación y  la prevención de conflictos.[1]

Este trabajo de concienciación sobre la función de las diásporas en los procesos de paz y conflicto las ha hecho visibles en escenarios de construcción de paz. Los responsables políticos y otros actores han empezado a prestar atención a las cuestiones relacionadas con la condición de víctima y la justicia incluyendo a los miembros de la diáspora en su agenda, de forma práctica o discursiva. Aunque durante mucho tiempo los estudios sobre las iniciativas de construcción de paz han tenido en cuenta a los miembros de la diáspora de primera generación que migraron principalmente por causas relacionadas con conflictos, el papel que pueden tener las llamadas segunda y tercera generación de la diáspora en gran medida se ha subestimado. Si bien se ha centrado la atención en la llamada primera generación —los migrantes que han llegado a un nuevo país de acogida—, sus hijos y nietos parecen estar menos interesados en las cuestiones relacionadas con el país de origen de sus padres. Así, pues, participan en menor medida, si es que lo hacen, en las esferas política y cívica de su tierra ancestral.

Las diásporas pueden participar en iniciativas de presión y activismo, y contribuir a la reconciliación y la prevención de conflictos gracias a sus amplias redes nacionales y transnacionales

Los estudios han mostrado que la segunda y la tercera generación siguen interesándose por los acontecimientos del lugar de origen de sus padres. Sin embargo, lo hacen en menor grado que sus padres y, significativamente, de una forma diferente.[2] Los descendientes de la primera generación están integrados en los espacios sociales que trascienden mucho más allá de las esferas políticas y nacionales de sus países de nacimiento. Esto significa que se familiarizan con la tierra natal de sus ancestros a través de relaciones de parentesco existentes, de narrativas y de información de los acontecimientos del país de origen en los medios de comunicación. En ocasiones, los hijos de los migrantes pueden incluso tener doble nacionalidad y participar directamente a través de esa condición en los espacios políticos e institucionales del país de origen de sus padres.

Hay distintos factores, como las redes preexistentes, los vínculos familiares o las estructuras asociativas a las que tienen acceso los miembros de la segunda y la tercera generación debido a la migración de sus padres, que favorecen sus iniciativas de construcción de paz. Además, los miembros de la segunda generación, a menudo más familiarizados con los espacios y las herramientas virtuales, pueden recurrir a medios tecnológicos para ser políticamente activos en el lugar de origen de sus padres. No es excepcional que la segunda y, hasta cierto punto, la tercera generación, también se identifiquen parcialmente con la etnia de sus padres, al tiempo que se identifican como ciudadanos de su país de nacimiento.

Durante mucho tiempo los estudios sobre construcción de paz han tenido en cuenta a los miembros de la diáspora de primera generación, y el papel que pueden tener las segundas y terceras generaciones se ha subestimado

Los conflictos obligan a la gente a migrar. La formación de diásporas suele producirse después del desplazamiento debido a la falta de condiciones de seguridad para las personas en el país de origen. Sin embargo, en otros casos, los acontecimientos políticos en el país de origen generan motivaciones para la movilización política en dicho lugar. Normalmente la primera generación lidera la política de la diáspora y forma la mayoría de las redes de la diáspora, que más adelante heredan o transforman las siguientes generaciones.

Las generaciones futuras no son inmunes a los conflictos del lugar de origen y también se ven afectadas por conflictos actuales o anteriores de formas distintas. A través de revivir el pasado y de mecanismos de acceso a la posmemoria, algunos miembros de las comunidades de la diáspora pueden heredar traumas culturales y la voluntad de actuar en favor de la construcción de  paz y la justicia, tratando de corregir los errores que afectaron a las trayectorias vitales de sus antepasados[3]. Pueden haber formado identidades híbridas y desarrollado lealtades a múltiples contextos. Esta postura transnacional conlleva oportunidades y desafíos a la hora de involucrarse en asuntos políticos en contextos tanto del país de acogida como del de origen. Esta transnacionalidad no solo da forma a las experiencias vividas por la segunda y la tercera generación, sino que también puede apreciarse en sus esfuerzos por participar en la construcción de paz en su lugar de origen. Antes de profundizar en ejemplos concretos trataremos brevemente los factores que propician y obstaculizan estos esfuerzos.

Factores que configuran la participación transnacional de las diásporas

A menudo la política de la diáspora se ha abordado a través de la relación triádica entre el país de origen, el país de acogida y la diáspora. Según este punto de vista, uno de los principales factores que determinan las posibilidades de las diásporas de movilizarse y participar en los asuntos de su lugar de origen, incluyendo iniciativas de construcción de  paz, son las estructuras de oportunidad política e institucional tanto del país de origen como del país de acogida, que hacen referencia a los derechos políticos y sociales legales de los miembros de la diáspora, incluidos los de sus descendientes, las leyes de ciudadanía y las políticas sociales.

La diáspora puede participar en los procesos políticos del país de origen mediante el voto a distancia si conserva su ciudadanía de origen y siempre que este sea legalmente posible para los antiguos residentes que mantienen la nacionalidad. Turquía es un ejemplo de ello. Los miembros de la diáspora pudieron votar en las elecciones presidenciales de 2014 y en las elecciones parlamentarias de 2015. En las elecciones de 2023, los integrantes de la diáspora turca conformaban un electorado de 400.000 personas en Francia y alcanzaban la impresionante cifra de 1,5 millones en Alemania.

Además, las estructuras de oportunidad discursivas —es decir, la forma en que los miembros de la diáspora pueden difundir su mensaje en la esfera pública y cómo pueden moldear el discurso público para recabar apoyos— también pueden tener consecuencias en la configuración de las posibilidades que tienen los miembros de la diáspora y sus descendientes de participar en los asuntos políticos de su tierra ancestral. Encontramos un ejemplo de ello en la diáspora kurda en Europa, que difundió con éxito su mensaje en el espacio mediático europeo durante el ataque del ISIS a la pequeña ciudad kurda de Kobane, en Siria, durante el invierno de 2014 y 2015. En particular, la narrativa de las guerrilleras kurdas que combatían a los terroristas del ISIS fue potente y se utilizó para presionar a los gobiernos europeos en busca de apoyo.[4]

Distintos factores favorecen las iniciativas de construcción de paz de las diásporas, como las redes preexistentes, los vínculos familiares o las estructuras asociativas a las que tienen acceso los miembros de la segunda y la tercera generación

Las relaciones bilaterales y diplomáticas entre el lugar de origen y el país de establecimiento son un factor que configura la participación transnacional de los miembros de la diáspora y que hace que sea posible o imposible. Uno de los ejemplos más recientes procede de la diáspora rusa, en particular, de aquellos miembros que se oponen al gobierno actual. El espacio de participación en la esfera política rusa se ha visto aún más limitado por los obstáculos de las relaciones diplomáticas entre Rusia y los países en los que se ha formado la diáspora rusa. Se ha sugerido que tiene sentido añadir la «comunidad global», es decir, los actores internacionales de diferentes grupos, a esta relación triádica entre el lugar de origen, el país de acogida y la diáspora.[5] Por último, la dimensión transnacional también es un aspecto fundamental que debe incluirse, ya que la acción de los miembros de la diáspora se basa en redes, afiliaciones, prácticas y narrativas transnacionales, ya sean preexistentes o de nueva creación. Las redes y las asociaciones transnacionales de la diáspora son un factor que puede promover de forma significativa la participación en los procesos políticos de la tierra de los ancestros o, en su defecto, impedirla.

La segunda y la tercera generación están más integradas y familiarizadas con las estructuras de oportunidad política e institucional de su país de nacimiento, el país de acogida de sus padres. Sus padres, en cambio, podrían estar más familiarizados con las estructuras del país de origen. Del mismo modo, las iniciativas de construcción de paz de la segunda y la tercera generación pueden diferir significativamente de las de sus padres y abuelos. Por lo tanto, es crucial no abordarlas desde las mismas perspectivas analíticas. De hecho, existe el riesgo de pasar por alto algunos aspectos clave, como se analizará a continuación.

El impacto de las iniciativas de construcción de paz de la segunda y la tercera generación

A través de la circulación de la diáspora abordamos la participación transnacional de segunda y tercera generación, incluso en las iniciativas de construcción de paz. Mediante este concepto, nos referimos a compromisos y acciones transnacionales a través de los cuales los descendientes de migrantes pretenden mejorar las condiciones del lugar de origen de sus padres, ya sea a distancia (tanto en línea como fuera de línea) o in situ. Sus acciones pueden efectuarse a través de medios institucionales o no e incluyen también la migración temporal y las visitas de corta duración; los envíos económicos, sociales y «políticos» (como el voto a distancia); los grupos de presión; la prestación de apoyo logístico en situaciones de crisis políticas; y el activismo político en línea, como los blogs, las campañas de sensibilización, etc.

A través de revivir el pasado, las personas de la diáspora pueden heredar traumas culturales y la voluntad de actuar en favor de la construcción de paz y la justicia, tratando de corregir los errores que afectaron a las trayectorias vitales de sus antepasados

Especialmente durante los procesos de paz y las fases posteriores a los conflictos, el interés de los miembros de la diáspora de segunda generación por los asuntos del país de origen puede reactivarse debido a acontecimientos políticos significativos, y su activismo transnacional puede hacerse más visible y sostenido. Los miembros de la diáspora inactivos que no participaban activamente en la política de la diáspora podrían preferir hacerlo en momentos críticos. En estos casos, existen ventanas de oportunidad para que ejerzan influencia en los procesos de toma de decisiones en su país de origen y en el país de acogida. Para que la segunda generación pueda contribuir a la construcción de paz, debemos comprender que hay varios factores en juego.

En primer lugar, uno de los factores es el panorama político del país. Tomando como ejemplo la guerra de Rusia en Ucrania, que ha dado lugar a la formación de nuevos movimientos de diáspora de ambos países, los planteamientos de los Estados son muy diferentes y están abiertos a la influencia de la diáspora en ambos casos. Cuando la atmósfera política es más abierta, los miembros de la diáspora de segunda generación pueden comprometerse con los actores del país de origen implicados en iniciativas de construcción de paz y colaborar en proyectos dispuestos a aportar un cambio positivo.

La segunda generación tiene el potencial de contribuir a la sociedad civil nacional y transnacional y de movilizar el apoyo de la agenda de paz que o bien está radicada en el país de origen o bien es alentada por el activismo transnacional. El enfoque del lugar de origen hacia la diáspora, concretamente hacia las nuevas generaciones de la diáspora, resulta crucial en estos casos. ¿Se les acepta como actores legítimos en los procesos de construcción de paz? ¿Se les relega a un segundo plano y se les limita a espectadores de estos procesos emprendidos por los actores del país de origen, o se acepta su acción y se les percibe como una voz legítima? Esto depende del tipo de conflicto, de las expectativas de los actores del país de origen respecto a la diáspora y de la influencia que esta pueda tener en los procesos políticos, entre otros factores.

Especialmente durante los procesos de paz y el postconflicto, el interés de las segundas generaciones por los asuntos del país de origen puede reactivarse y su activismo transnacional puede hacerse más visible y sostenido

En segundo lugar, es fundamental la buena disposición de la segunda generación a contribuir a un cambio positivo en el país de origen. No obstante, esto no es suficiente para hacer contribuciones significativas, ya que a veces tienen que hacer frente a dificultades a pesar de su voluntad y su influencia. La construcción de paz suele producirse durante transiciones políticas que, por lo general, están cargadas de inestabilidad política. El panorama político del país de origen puede estar marcado por la tensión, la rivalidad política y la desconfianza. Y la desconfianza y las divisiones entre los diferentes grupos étnicos, religiosos o sociales pueden suponer desafíos para las iniciativas de reconciliación. Superar las enemistades históricas y fomentar la confianza es un proceso complejo y que conlleva mucho tiempo.

Las élites políticas del país de origen pueden percibir a las diásporas como una amenaza para la seguridad o una fuente de inestabilidad. Además, las diásporas pueden percibirse como disidentes o como personas que abandonaron el país en conflicto, por lo que puede cuestionarse su legitimidad durante la transición política. Existe literatura que muestra que las intervenciones de la diáspora a veces no son bien recibidas por las élites políticas ni por las personas que han permanecido en el país de origen.[6] Las personas que permanecieron en el país en tiempos de adversidad podrían cuestionar las intervenciones de la diáspora y no considerar sus acciones como orgánicas para la sociedad que dejaron atrás. Además, las percepciones de la diáspora sobre la paz pueden diferir de las percepciones locales. Este ha sido el caso de Chipre, en que los jóvenes chipriotas de la diáspora y los de la isla discrepan sobre la definición de un futuro pacífico para Chipre.[7]

La segunda generación, que no tiene la experiencia previa de sus ancestros, podría sentirse doblemente marginada por estos planteamientos. En algunos casos, las élites políticas del lugar de origen pueden esgrimir la cuestión de la «doble lealtad». La lealtad de los miembros de la diáspora de segunda generación hacia su tierra ancestral puede cuestionarse al estar inmersos tanto en el contexto del país de residencia como en el de origen. También puede haber barreras legales y políticas que dificulten las acciones de las segundas generaciones. En algunos casos, puede que no tengan la ciudadanía del país natal de sus padres o que no tengan derecho a votar o a presentarse a las elecciones.

Cuando el entorno político es más abierto, la diáspora de segunda generación puede comprometerse con los actores del país de origen implicados en iniciativas de construcción de paz y colaborar en proyectos para aportar un cambio positivo

En tercer lugar, la capacidad de la segunda generación para participar en procesos de paz, coexistencia y diálogo puede caracterizarse por el panorama político del país de acogida. Estudios previos muestran que las diásporas no son homogéneas y pueden reproducir la dinámica política y las escisiones étnicas/religiosas/ideológicas de su país de origen en sus nuevos países. Estas fragmentaciones dentro de los grupos de la diáspora también pueden verse transformadas por factores espaciales y temporales en el espacio transnacional, y podrían producirse nuevas divisiones en los países de residencia. A los miembros de la segunda generación interesados en la política podría resultarles difícil alinearse con las organizaciones de la diáspora, ya que a veces no encuentran sentido a tales fragmentaciones. En otros casos, las investigaciones muestran que las decisiones de sus padres les influyen mucho y desarrollan lealtades hacia las orientaciones políticas y las pautas de movilización de sus antepasados.[8]

Por último, además de estos factores inherentes, resulta esencial cómo aborda el país de acogida la implicación de la diáspora en la política de su lugar de origen. En algunos casos, estos compromisos transnacionales son fomentados por los actores gubernamentales del país de acogida. Vemos iniciativas en que los partidos políticos, los laboratorios de ideas y las organizaciones de la sociedad civil del país de origen organizan talleres y conferencias para animar a la diáspora a actuar como puentes entre los dos contextos y para fomentar cambios positivos. En otros casos, en los que se criminaliza y estigmatiza a una de las partes del conflicto, observamos que estas etiquetas o bien disuaden a la segunda generación de participar o evitan que mantengan debates abiertos sobre los propios conceptos de paz y reconciliación. La implicación de los jóvenes de la diáspora en movimientos como los LTTE (Tigres de Liberación del Eelam Tamil) y el PKK (Partido de los Trabajadores del Kurdistán), incluso en tiempos de acciones de construcción de  paz, ha provocado altercados indeseados para los jóvenes tamiles y kurdos en sus países de nacimiento, como Canadá, Francia o Alemania, ya que estos grupos han sido criminalizados y designados como organizaciones terroristas por organismos internacionales.[9]

Construcción de paz transnacional de la segunda y la tercera generación

La participación transnacional de la segunda y la tercera generación en iniciativas de construcción de paz solo se produce en ocasiones. El país de origen debe tener un panorama político y social abierto a la participación y la élite política y las poblaciones locales deben aceptar las intervenciones de la diáspora como legítimas. Asimismo, los miembros de la diáspora de segunda y tercera generación deben encontrar canales para realizar dichas intervenciones. Las fragmentaciones dentro de la diáspora y la estigmatización de su movimiento político o de sus grupos étnicos/religiosos/ideológicos no solo en el contexto del lugar de origen sino también en el país de acogida podrían perjudicar sus verdaderos esfuerzos de participación.

Además, la falta de acciones institucionales inherentes a la diáspora o el país de origen pueden hacer más complicado que la segunda y la tercera generación tengan un impacto significativo en los procesos. El activismo transnacional podría aportar cierta visibilidad y demostrar el respaldo en la construcción de paz. El liderazgo de la diáspora y unas redes amplias y duraderas con los actores del país de origen resultan vitales para que la diáspora tenga una participación continuada en la transformación positiva. Crear confianza y establecer este tipo de relaciones requiere una inversión a largo plazo por parte de las diásporas, en los contextos tanto de los países de origen como los de acogida.

Las diásporas no pueden contribuir a la construcción de paz en el país de origen sin colaborar con los actores locales

Los conflictos armados o los enfrentamientos violentos entre grupos de la diáspora son poco frecuentes, pero hay ejemplos de ello. Los recientes choques violentos entre musulmanes e hindúes en Leicester (Reino Unido) no pueden interpretarse al margen de la política india y de la retórica de los políticos del país de origen hacia cada grupo. De un modo parecido, la escalada de conflictos en el país de origen podría incitar encuentros violentos en la diáspora, como ha demostrado el reciente ejemplo de Nagorno Karabaj. Jóvenes de la diáspora armenia, turca y azerí se agredieron los unos a los otros en actos de protesta en Francia y Estados Unidos.

Las diásporas pueden no ser actores en la mesa de negociación ni encabezar las acciones de construcción de paz en el país de origen. El enfoque tradicional de resolución o gestión del conflicto podría considerar que su función es mínima. No obstante, las diásporas tienen mucho que aportar si abordamos la construcción de paz desde una óptica de transformación del conflicto. La participación de la diáspora en la consolidación de la paz puede adoptar muchas formas y es un proceso a largo plazo. El activismo transnacional que incluye la defensa, la búsqueda de la justicia y la movilización en pro de los derechos humanos, por ejemplo, contribuye a crear conciencia en el país y en el extranjero y demuestra la voluntad de lograr la paz y la justicia.

Las diásporas no pueden contribuir a la construcción de paz en el país de origen sin colaborar con los actores locales. Sin embargo, es esencial subrayar que estas acciones no deben limitarse a las fronteras de la tierra natal. En la era de las diásporas, observamos que la dinámica de los conflictos se recrea en el espacio transnacional y las tensiones entre grupos «contrarios» se trasladan o siguen (re)produciéndose en el contexto del país de origen. Por lo tanto, las iniciativas de construcción de paz deben transnacionalizarse para abordar también las reivindicaciones de los grupos de la diáspora. Por último, sugerimos que la juventud de la diáspora también puede contribuir a un cambio positivo en los paisajes de la diáspora y abordar la dinámica de los conflictos. Las iniciativas de construcción de paz en la época contemporánea no pueden ser un intercambio unidireccional entre las diásporas y los países de origen; también deben entenderse desde una óptica transnacional.


[1] Véanse los estudios de Bush (2008), Orjuela (2008) y Cochrane y colaboradores (2009).

[2] Véanse los estudios de Hess y Korf (2014), Baser (2015), Karabegović (2018), Toivanen y Baser (2020) y Toivanen (2021).

[3] Véanse los estudios de Karabegović (2018), Müller-Suleymanova (2023) y Baser y Toivanen (2024).

[4] Véase Toivanen (2021).

[5] Véase el estudio de Birka (2022).

[6] Véase Baser y Toivanen (2019) y Galipo (2018).

[7] Véase el estudio de Dizdaroğlu (2023).

[8] Véase el estudio de Toivanen (2021) y Baser (2015).

[9] Véanse los estudios de Hess y Korf (2014) y Toivanen (2021).

Este artículo ha sido traducido del original, en inglés.

Fotografía

Juana Sánchez, exiliada colombiana en Barcelona, protagonista del documental Para volverte a ver, producido por el ICIP y Mandorla Films. Autor: ICIP.