La preocupación por los conflictos lingüísticos, por su prevención y resolución tiene una larga tradición en la reflexión teórica y en la investigación sobre política en Europa. Las razones no son difíciles de entender. Desde la primera mitad del siglo XX, cuando las corrientes liberales ligan su suerte a los movimientos nacionales, las relaciones y los conflictos entre las comunidades lingüísticas se han mantenido durante más de un siglo en el centro de la política y de la geopolítica de Europa. Las dos guerras mundiales se originaron a partir de conflictos de raíz lingüístico-territorial. Hoy, sin embargo, la política lingüística y la gestión política de la diversidad lingüística ya no se encuentran entre los temas centrales de la ciencia política contemporánea. Después de un breve resurgimiento del interés en los años 70, causado por el «renacimiento étnico» y el nacimiento de los movimientos micro-nacionalistas y regionalistas en Europa Occidental y Canadá, el pluralismo lingüístico ha cesado, con pocas excepciones, de atraer la atención de los politólogos.
La visión dominante hoy de la relación entre unidad lingüística y cohesión política es similar a la que, en el debate que se produjo después de 1871 en torno a la disputa entre la Tercera República francesa y el Segundo Reich alemán por Alsacia-Lorena, se definió como posición «francesa» o «jacobina». La unidad lingüística no es una condición previa para la supervivencia de las comunidades políticas antiguas y nuevas, sino que depende de factores políticos y constitucionales. Incluso cuando los esfuerzos de state-building i democracy-building parecen encontrar un obstáculo en la fragmentación lingüística, como todavía ocurre hoy en día en la Europa ex-soviética o en Oriente Medio, la contraposición entre las comunidades lingüísticas es vista como una máscara, utilizada por «empresarios políticos» para cubrir intereses y conflictos de raíz económica, geopolítica o religiosa.
En ningún otro caso la disminución de la importancia (real o percibida) de los conflictos político-lingüísticos se puede discernir con tanta claridad como en Sudáfrica. En los años de las guerras mundiales, la Unión de Sudáfrica nacida a principios del siglo XX como consecuencia de la guerra anglo-bóer era generalmente descrita como un caso clásico de «nación bilingüe», surgida del compromiso entre los diferentes grupos lingüísticos (neerlandés / afrikaans e inglés), similar a los que surgieron en Bélgica, Suiza y Canadá (Deutsch 1953). En los años 60 y 70, con el inicio de la movilización de la población negra contra el sistema segregacionista y el surgimiento de nuevas teorías sobre el national development y el nation-building en el mundo poscolonial, Sudáfrica había sido reinterpretada como un ejemplo de «sociedad plural» o «dividida» en el que los factores raciales y étnicos se entrelazaban con el pluralismo lingüístico.
En la visión de la ANC, el movimiento de liberación que lideró la lucha contra el apartheid y de donde han salido todos los presidentes desde 1994, el pluralismo lingüístico es considerado un problema.
La base de la legitimidad del proyecto del grand apartheid, iniciado después de la proclamación de la independencia del imperio británico en 1961, se fundamentaba en la hipótesis de la existencia, dentro de la common society sudafricana, de diferentes «naciones» definidas a partir de las diferentes lenguas: no sólo las dos comunidades de origen europeo, sino también los nueve grupos lingüísticos en que se dividía a nivel de lengua materna (o lengua L1) la mayoría africana, que los misioneros cristianos habían ayudado a delinear en sus esfuerzos por alfabetizar y evangelizar a los pueblos nativos. Un mosaico lingüístico todavía visible en los censos de la Sudáfrica post-apartheid, que muestran que el grupo lingüístico L1 más amplio no llega al 23% de la población (2011).
Sin embargo, en la nueva Sudáfrica los conflictos lingüísticos parecen haber desaparecido. Desde 1994, el debate político, tanto dentro como fuera del país, gira casi exclusivamente en torno a la cuestión de la desigualdad económica y de su asociación con las divisiones raciales heredadas de la era del apartheid. Es cierto que el principio de la defensa del valor de la diversidad lingüística ha encontrado un lugar en la nueva Constitución, que eleva formalmente las once lenguas reconocidas como oficiales en la Sudáfrica del apartheid (inglés, afrikaans y nueve lenguas bantúes: zulú, xhosa, sotho meridional y septentrional, tswana, tsonga, swati, venta y ndebele) al rango de lenguas oficiales, en un plano de absoluta igualdad. Sin embargo, las reglas formales que protegen el multilingüismo en realidad representan una concesión del Congreso Nacional Africano al Partido Nacional del último presidente blanco De Klerk durante las negociaciones que permitieron la transición pacífica del régimen segregacionista (1990-1993). En la visión de la ANC, el movimiento de liberación que lideró la lucha contra el apartheid y de donde han salido todos los presidentes desde 1994, el pluralismo lingüístico es considerado como un problema.
Como ocurre en el resto del África postcolonial, a los ojos de la élite indígena la lengua de la antigua potencia colonial representa la puerta de entrada al conocimiento de los blancos y de la modernidad y una herramienta indispensable para evitar la aparición de fracturas y alineamientos «tribales» o etno-regionales dentro del país. La corriente favorable a la promoción del multilingüismo sudafricano ha siempre sido minoritaria en el interior de la ANC. No es una coincidencia que su partidario más conocido e influyente, el sociolingüista Neville Alexander, haya tratado de vincular la visión de un proyecto multilingüe sudafricano (nunca realizado) a la armonización de las nueve lenguas bantúes en sólo dos estándares (Alexander 1998). Por tanto, no puede sorprender que desde 1994 la antigua lengua imperial se haya establecido rápidamente, en los hechos, como el idioma principal de la administración pública, el sistema educativo, los medios de comunicación y la economía.
A favor de la afirmación del inglés (hablado como L1 por menos del 10% de la población, pero cada vez más popular como lingua franca) también han jugado factores externos. Así, la plena reintegración de la economía sudafricana en los circuitos mundiales, que tuvo lugar mientras el fin del conflicto entre Oriente y Occidente permitía el despegue del proceso de globalización de los mercados, ha dado al inglés un valor económico fundamental, como una de las infraestructuras que conectan a las ciudades de Sudáfrica con los centros de la economía mundial y hacen de puerta de enlace entre el «primer mundo» y el continente africano. Además, los medios de comunicación y los mercados internacionales siempre han calificado cualquier intento de limitar el avance del inglés como un remanente del antiguo régimen y como un paso peligroso que amenazaba con hacer estallar las divisiones étnicas en el interior de la mayoría negra.
Sin embargo, algunas de las tensiones relacionadas con las diferencias lingüísticas también han conseguido hacerse un lugar en el debate público en Sudáfrica. En este sentido, un conflicto de intereses entre los diferentes grupos lingüísticos se ha manifestado en el debate que se ha abierto en torno a la cuestión de la lengua de enseñanza en las universidades sudafricanas. La «deracialización» del acceso a las universidades más cualificadas, que anteriormente estaban reservadas a los blancos, ha alimentado un impulso para la adopción del inglés como única lengua vehicular en todas las universidades del país, incluidas las universidades de habla afrikaans (Historically Afrikaans Universities, HAU). Justificada por el gobierno en el marco de las políticas de Black Economic Empowerment, este impulso también ha sido apoyado por los encargados de gestionar las universidades más cualificadas del país, preocupados por integrar a sus universidades en los circuitos de movilidad de los estudiantes nacionales e internacionales más preparados y capaces de hacer gasto, independientemente de la apertura real de la enseñanza universitaria a la población previamente desfavorecida. A pesar del descenso del «voto étnico» para las partidos afrikáner, el proyecto de anglización de las universidades ha estimulado el surgimiento de un movimiento de opinión en defensa de la identidad lingüística de las HAU (Giliomee y Schlemmer, 2005; Brink 2006; De Kadt 2006).
En Sudáfrica, la capacidad de dominar el inglés podría remplazar en el futuro a la raza como barrera y como símbolo de identidad
Un segundo debate tiene que ver con los efectos que el uso cada vez mayor del inglés en los medios de comunicación, la educación y la vida económica estaría teniendo sobre la brecha entre ricos y pobres que se ha abierto en la mayoría africana después de 1994 (Kamwangamalu 2004). Como sucede en otros países del global south, el acceso al conocimiento de la antigua lengua colonial podría transformarse en un privilegio social. Así, se consolidarían las diferencias económicas entre la élite, que tiene la capacidad de iniciar a sus hijos en el aprendizaje de una lengua sustancialmente «extranjera», y las masas desfavorecidas, que tienen arraigada su vida social en la lengua materna local. Según algunos, lejos de funcionar como una herramienta de desarrollo y como un canal de comunicación y de movilidad entre los sectores y las zonas geográficas «privilegiadas» y «desfavorecidas», la capacidad de dominar el inglés podría remplazar en el futuro a la raza como barrera y como símbolo de identidad para el acceso a la «Sudáfrica privilegiada», enfatizando peligrosamente la alienación de las élites políticas y económicas de las masas que están llamadas a representar.
Alexander, N. (1998), “The Political Economy of the Harmonization of the Nguni and Sotho Languages”, Lexikos 8: 269-275.
Brink, Chris. 2006. No lesser place. The taaldebat at Stellenbosch. Stellenbosch: SUN Press.
De Kadt, Julia (2006). “Language development in South Africa – past and present”. In Vic Webb and du Plessis, Theodorus. (eds.). The politics of language in South Africa. Pretoria: Van Schaik Publishers: 40–56.
Deutsch, K.W. (1953), Nationalism and Social Communication. An Inquiry into the Foundations of Nationality, New York, Wiley.
Giliomee, Herman and Schlemmer, Lawrence (2005), ‘n Vaste plek vir Afrikaans. Taaluitdagings op kampus. Stellenbosch: SUN Press.
Kamwangamalu, Nkonko M. (2004), “The language policy / language economics interface and mother-tongue education in post-apartheid South Africa”, in Kamwangamalu, Nkonko M. and Timothy Reagan (eds.), South Africa. Special issue of Language Problems & Language Planning, 28:2: 131–146.
Fotografía : Robert Cutts / CC BY / Desaturada. – Afrikaanse Taalmonument, monumento en Sudáfrica dedicado al afrikaans –
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