Hemos vivido, aquí y en todo el mundo, un 2017 intenso, lleno de noticias impactantes y relevantes. Quizás, por eso, y por el poco eco que siempre tienen los temas de paz y, aún menos, cuando son en clave positiva, ha pasado desapercibido que 2017 ha sido un año muy importante para la larga y difícil –pero inevitable– tarea de construir y consolidar la paz. Cuando, un día en el futuro próximo, consigamos un mundo sin armas nucleares, miraremos atrás e identificaremos un año clave: 2017.
El 10 de diciembre de 2017, exactamente 20 años después de que la activista norteamericana Jody Williams recogiera el Premio Nobel de la Paz para la campaña contra las minas antipersona, dos mujeres más, la sueca Beatrice Fihn y la superviviente (‘hibakusha’) de la bomba de Hiroshima Setsuko Thurlow, recogían el Premio Nobel de la Paz por la campaña contra las armas nucleares.
ICAN: una aspiración antigua, una campaña joven
Los éxitos no vienen solos. La lucha contra las armas nucleares, viene de lejos. De muy lejos. Ya a raíz de las terribles explosiones de Hiroshima y Nagasaki surgieron científicos, intelectuales, ciudadanos y activistas que reclamaron al mundo que pusiera fin a la locura suicida del desarrollo armamentístico nuclear.
A pesar de todo, ha hecho falta el fin de la Guerra Fría, un nuevo contexto internacional, un nuevo ciclo de movilización social y la experiencia organizativa y comunicativa acumulada por las campañas contra las minas y las bombas de dispersión para poder enfocar un nuevo planteamiento: una campaña joven y nueva (ICAN), nacida el año 2007; una evidencia contrastada –la preocupación por el desastre humanitario que supondría la explosión, hoy, de un arma nuclear– y una estrategia bien definida: conseguir un tratado de prohibición de las armas nucleares.
Cuando, un día en el futuro próximo, consigamos un mundo sin armas nucleares, miraremos atrás e identificaremos un año clave: 2017
Si la primera obligación de todo gobierno es proteger su ciudadanía y promover su bienestar, es absolutamente injustificado mantener el arsenal de armas nucleares. Efectivamente, los Estados deberían trabajar para su prohibición definitiva. Y, de paso, ahorrarse los 100.000 millones de dólares que, cada año, se pierden únicamente para el mantenimiento de los arsenales existentes.
Así lo entendieron las Naciones Unidas cuando, después de la Segunda Guerra Mundial y las experiencias traumáticas de las bombas de Hiroshima y Nagasaki, fijaron como una de sus prioridades el fin de las armas nucleares. El Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP), de 1968, parecía apuntar muy tímidamente hacia este objetivo. Pero han pasado casi 50 años y se ha demostrado que el TNP ha servido para consolidar –y legitimar– el estatus de privilegio de las potencias nucleares. Las potencias nucleares, acogiéndose al TNP, han puesto el grito en el cielo cuando algún otro país ha querido acceder a las armas nucleares. Pero se han olvidado del TNP cuando les tocaba avanzar en su propio desarme nuclear.
Un impacto inasumible: el de las armas nucleares
El mundo conoce, porque pasó y está bien documentado, el trágico impacto humanitario de las bombas nucleares de Hiroshima y Nagasaki. Pero el mundo, al menos buena parte de su gente, ignora que, hoy, tenemos casi 15.000 armas nucleares y que algunas potencias nucleares (tanto las oficiales como las oficiosas) trabajan para modernizar y ampliar su arsenal. Y todo el mundo desconoce, porque por suerte no lo han sufrido, la terrible devastación que supondría el uso de un arma nuclear hoy, ya no digamos una guerra nuclear. Claro está, las armas nucleares de hoy tienen una capacidad destructiva muy superior a las bombas nucleares que conocemos. Por eso, numerosas organizaciones humanitarias alertan de que no dispondríamos de bastante capacidad para hacer frente a los graves impactos que supondría una explosión (buscada o por accidente) de un arma nuclear.
Si la primera obligación de todo gobierno es proteger su ciudadanía y promover su bienestar, es absolutamente injustificado mantener el arsenal de armas nucleares
No hablamos sólo de numerosas muertes, sino también de contaminación radiactiva, de impactos negativos para el medio ambiente (incrementando las amenazas climáticas a las que hoy en día nos enfrentamos) y para la agricultura (cosa que agravaría las situaciones de pobreza y malnutrición existentes en el mundo).
La apuesta de las potencias nucleares para mantener, por encima de todo, el absurdo privilegio de poder destruir la vida, pone en riesgo la salud y la supervivencia de este planeta. Por este motivo, la ciudadanía, la comunidad científica, muchos países, la campaña ICAN, Cruz Roja internacional, los Alcaldes por la Paz, etc. no podían quedar impasibles. Por eso se han movilizado durante estos últimos 10 años en acciones de denuncia, jornadas de análisis, informes científicos, actividades de sensibilización, espacios de incidencia o foros diplomáticos alertando de las graves consecuencias humanitarias de las armas nucleares y, en consecuencia, reclamando su prohibición.
Avanzar cuando no parece posible
La campaña contra las armas nucleares es de las difíciles. Lograr la prohibición de las minas y las bombas de dispersión costó mucho: vencer inercias sociales, superar intereses económicos, transformar las razones de Estado. Pero ciertamente eran armas que no eran centrales en las políticas de defensa de los países que disponían de ellas. Conseguir la prohibición de las armas más crueles e indiscriminadas existentes, las nucleares, es un reto mucho mayor. Ha hecho falta vencer muchas resistencias. A pesar de todo, en julio de 2017, 122 países aprobaban el Tratado de Prohibición de las Armas Nucleares y en septiembre se abría el periodo de firmas y ratificaciones (hoy, tenemos 56 países firmantes y 5 ratificaciones). Calculamos que, a finales de 2018, el Tratado tendrá las suficientes ratificaciones (50) para poder entrar en vigor.
Es el primer paso, serio, que permite avistar un mundo sin armas nucleares y que descoloca e incomoda a las potencias nucleares
Ciertamente, faltan las potencias nucleares. ¿Eso hace inviable o despreciable el acuerdo conseguido? En absoluto. Es el primer paso, serio, que permite avistar un mundo sin armas nucleares. Y es el primer paso, firme y valiente, que descoloca e incomoda a las potencias nucleares. Siempre que habían querido no avanzar, vetaban y frenaban cualquier progreso. Ahora, no han sabido ni han podido evitar el nacimiento de este Tratado. Por primera vez en la historia de las armas nucleares, la esperanza y la razón han podido más que el miedo y la inercia.
También, en nuestra casa, hemos podido comprobar que las cosas más difíciles se pueden cambiar. De todas las campañas de desarme y control de armas impulsadas desde Cataluña y España, ésta parecía la más difícil: la que tenía menos resonancia, la que contaba con menos seguimiento, la que despertaba menor interés. Y, a pesar de todo, y en la convulsa situación política actual, la comunidad científica, la ciudadanía, el Ayuntamiento de Barcelona, el Parlamento de Cataluña y el Congreso de los Diputados de España han reclamado al Estado español que se sume en el camino del desarme nuclear. De momento, el Gobierno del Estado –como todo el resto de países miembros de la OTAN y todas las potencias nucleares– se ha negado a sumarse a la ola de cambio. Pero, hoy, están solos. Y hace falta que la ciudadanía les haga llegar un clamor contundente y diáfano: un mundo seguro no puede pasar por la irresponsabilidad de mantener un arsenal de destrucción como el de las armas nucleares.
Porque como dijo la directora de ICAN Beatrice Fihn en Oslo, el pasado diciembre: “El fin es inevitable. ¿Pero este fin será el de las armas nucleares o el nuestro? Hace falta que escojamos uno de los dos”.
Fotografía : International Campaign to Abolish Nuclear Weapons
© Generalitat de Catalunya