En estos años de renovados esfuerzos en Euskal Herria por avanzar hacia la paz y la normalización política, entre mujeres vascas de distintos sectores existe la conciencia de que la definición de unas nuevas bases de convivencia debe pasar por la denuncia de las vulneraciones de los derechos humanos de las mujeres en el contexto de la violencia pasada y presente, para poder hablar de una paz justa y con equidad de género. Sin embargo, se trata de una reivindicación aún poco articulada colectivamente, poco conocida y comprendida en su pertinencia e, incluso, en algunos casos, rechazada. La incomprensión y el rechazo vienen de la mano de una interpretación de la realidad en la que, de manera general, no se percibe ninguna conexión entre el llamado “conflicto vasco” y las relaciones de género en nuestra sociedad.
La incapacidad para ver esta conexión no se da solo aquí, sino que es un rasgo característico de la gran mayoría de análisis socio-políticos que se realizan sobre los conflictos violentos en cualquier parte del mundo. Hace décadas que el feminismo ha criticado la exclusión del género como una de las variables fundamentales en el análisis de los conflictos. Desde la perspectiva de las Relaciones Internacionales, Cynthia Enloe, por ejemplo, señala que los debates priorizados por la comunidad académica y política forman parte de las narrativas dominantes que ignoran las respuestas alternativas que ofrece el género en la caracterización y explicación de los conflictos 1 .
Frente a ello, leer la realidad desde una mirada feminista supone tener en cuenta las relaciones de género como una dinámica relevante de los conflictos, así como también de su transformación. En esa línea, forma parte de los logros del feminismo haber generado un consenso internacional –cristalizado en la Resolución 1325 de las Naciones Unidas– sobre algo que debería resultar una obviedad: que los hombres y las mujeres se ven afectados de forma diferente por la violencia colectiva, que hay consecuencias de los conflictos que son específicos de género, y que es necesaria la participación de las mujeres en todo proceso de paz.
Leer la realidad desde una mirad feminista supone tener en cuenta las relaciones de género como una dinámica relevante de los conflictos y su transformación
En Euskal Herria, nos falta aún recorrido en la reflexión sobre la participación socio-política de las mujeres en la historia reciente de nuestro país. Cuando las mujeres han sido visibilizadas en el conflicto, lo han sido fundamentalmente como familiares (madres, esposas o novias, hermanas, hijas…) de víctimas directas de la violencia 2 . En algunos casos han tenido notoriedad mujeres integrantes de ETA, sobre cuya opción y participación en la violencia se ha realizado algunos estudios en el pasado y en la actualidad. Asimismo, contadas mujeres miembros de distintos partidos políticos han tenido cierto lugar en un escenario político-institucional dominado por los hombres y muy masculinizado en sus formas, lenguajes, dinámicas y aspectos simbólicos. Es menor el reconocimiento social e institucional de las mujeres vascas como víctimas directas de la violencia de motivación política (asesinadas, heridas, secuestradas, torturadas, violentadas sexualmente, perseguidas, detenidas, encarceladas…), así como en calidad de sujetas políticas en lucha por la paz y por una salida dialogada del conflicto.
Por un lado, conocer la verdad sobre las vulneraciones de derechos humanos de las mujeres en Euskal Herria, ya sea como víctimas directas e indirectas, requiere de datos cuantitativos desagregados por sexo, para tener la dimensión real de lo vivido por ellas, así como de datos cualitativos que profundicen en los niveles y ámbitos de la afectación de la violencia, cuyos impactos, además de físicos, son también de tipo psicológico, familiar, afectivo, social y económico. Se trata de una cuestión relevante en la medida en que, como he mencionado, la experiencia de violencia difiere de mujeres a hombres debido a que la organización patriarcal de la sociedad determina condiciones de vida materiales y simbólicas distintas –y desiguales– para unas y otros.
Por otro lado, como sujetas políticas a favor de la paz en Euskal Herria, en el pasado y en el presente la presencia de mujeres ha sido muy numerosa en asociaciones, plataformas y movimientos de base que han trabajado por el final de la violencia. Con todo, se trata de espacios mixtos en los que la dimensión de género del conflicto no ha sido un eje de análisis y en los que no se han dado confluencias con colectivos del movimiento feminista.
La violencia de motivación política ha ido remitiendo pero no ha habido un cese de las expresiones violentas y discriminatorias contra las mujeres
Como iniciativa propia de mujeres, una experiencia que adquirió especial eco mediático y considerable apoyo social fue la Plataforma Ahotsak (2006), constituida por mujeres de los principales partidos políticos en ese momento (con excepción del Partido Popular), y a la que se sumaron después otras de distintos sectores, como sindicatos, universidades y movimiento feminista. De Ahotsak resultó un consenso alrededor de varias premisas centrales: a) la paz como exigencia colectiva y prioridad política; b) la legitimidad de todos los proyectos políticos sin excepción; c) el compromiso de respeto por la decisión de la sociedad vasca en cuanto a la transformación, cambio o mantenimiento del actual marco jurídico-político, y, como propuesta específica del movimiento feminista, d) la afirmación del derecho de las mujeres a participar en todos los espacios de decisión relacionados con la resolución del conflicto 3 .
Este último acuerdo es un principio de acción central que ha sustentado iniciativas posteriores como Emagune 4 , que surge en 2014 como lugar de encuentro entre mujeres de la Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea y de otros sectores de la sociedad vasca, participando a título individual, con el objetivo de abrir un espacio de reflexión en torno a las aportaciones que podemos hacer en la nueva coyuntura tras el cese definitivo de la actividad armada de ETA en 2011.
En Emagune el feminismo es valorado como un instrumento fundamental de análisis y de transformación social, debido a que nos ayuda a cuestionar los referentes impuestos, reafirmarnos, identificar opresiones, solidarizarnos entre mujeres, y dar sentido a lo que pensamos y experimentamos. De ahí que lo consideremos como una perspectiva necesaria en la interpretación del conflicto y de lo que implica vivir en una sociedad democrática y en paz.
Emagune es un nuevo esfuerzo de mujeres vascas para avanzar hacia un diagnóstico más amplio y poliédrico del “conflicto vasco”. Durante décadas, este ha centrado prácticamente toda la atención política y social, y ha tendido a relegar a un segundo plano otras situaciones conflictivas que también generan violencia y que, sin embargo, no han sido abordadas de la misma forma ni consideradas tan relevantes.
El feminismo nos ayuda a cuestionar referentes impuestos, reafirmarnos, identificar opresiones, solidarizarnos entre mujeres y dar sentido a lo que pensamos
En el camino de ampliación y complejización del diagnóstico, un aspecto destacado de la reflexión conjunta es que las desigualdades de género continúan siendo una constante en nuestra sociedad. Mientras que la violencia de motivación política ha ido remitiendo en los últimos años, no ha habido un cese de las expresiones violentas y discriminatorias contra las mujeres. El machismo es así un factor que no solo ha determinado la experiencia del conflicto de las mujeres vascas, independientemente de cuáles hayan sido sus ámbitos de participación en el mismo, sino que se mantiene en la actualidad como un obstáculo y amenaza fundamental para la paz y la convivencia.
Esto nos coloca en la necesidad de buscar los vínculos y continuidades entre la violencia contra las mujeres asociada al conflicto político, y la violencia que de manera general relacionamos con las desigualdades de género y el machismo. Se trata de una línea de pensamiento que lleva aparejado el convencimiento de que consolidar la paz y la convivencia pasa por una profundización democrática en todos los ámbitos de relación (interpersonal, comunitario, laboral, político-institucional…), y que una efectiva participación de las mujeres vascas guarda relación directa con la redistribución de poder en nuestra sociedad.
Desde mi perspectiva, para esa profundización democrática y redistribución de poder, toda iniciativa de mujeres vascas por la paz tendrá algún impacto e interés estratégico en la medida en que contribuya a reforzar el movimiento feminista como sujeto político en la toma de decisiones sobre el conflicto, sus consecuencias y la construcción de una sociedad sin violencia en su sentido más amplio.
1. Enloe, Cynthia (2005): “What if Patriarchy is ‘the Big Picture’? An Afterword”, en Mazurana, Dyan, Angela Raven-Roberts y Jane Partart (eds.): Gender, Conflict and Peacekeeping, Rowman&Littlefield Publishers, Lanhan, 280-283.
2. Ya sea de víctimas de ETA, de las Fuerzas de Seguridad del Estado y de grupos parapoliciales y de extrema derecha. Véase el detalle de los distintos actores que han sido responsables de hechos de violencia en el Informe-base de vulneraciones de derechos humanos en el caso vasco (1960-2013), realizado por encargo de la Secretaría General de Paz y Convivencia del Gobierno Vasco. Se trata de un informe preliminar que recoge datos cuantitativos y que está cargado de referencias a la necesidad de una mayor investigación.
3.La ruptura de la tregua en 2006 volvió a tensionar las relaciones entre los partidos políticos y agudizó la presión para la vuelta a posturas inmovilistas con relación al conflicto. A pesar de su relevancia, progresivamente la experiencia y los acuerdos de Ahotsak perdieron protagonismo político y mediático.
4.Emagune significa lugar o espacio de mujeres.
Photography : Raphael Tsavkko Garcia
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