La primera imagen que me viene a la mente cuando pienso en las mujeres que vivieron bajo constantes bombardeos en Sarajevo durante el sitio de 1992-95 es lo elegantes y dignas que se mostraban. Fue la primera vez que hablé con amigos sobre cómo el hecho de ser feministas podía permitirnos también discutir sobre hasta qué punto el uso de los estereotipos forja las mujeres hacia el modelo de mujer de portada de revista. En este caso, ir vestidas para matar significaba exactamente lo contrario de ser violentas: como civiles, sitiadas, sin agua, electricidad ni comida, la única “arma” de que disponían esas mujeres era tener el mejor aspecto posible. La única arma era no ser combativas. La fotografía de Meliha Varešanović tomada por Tom Stoddart en 1993, en el momento álgido del asedio y de los bombardeos, y que ilustra este artículo, es el mejor ejemplo de esta imagen. Parece que acabe de salir de una pasarela, maravillosa, elegante y orgullosa. Se convirtió en icono, en los medios de comunicación internacionales, del espíritu y el estilo de las mujeres de Sarajevo, que desafiaban a la guerra. Meliha recuerda: “Además del desafío reflejado en esa fotografía, si se mira más profundamente, puede verse tristeza, porque en aquel año murió mi madre. Fue una pérdida trágica, me produjo una pena y un abatimiento enormes. Estuve a punto de perder la esperanza, pero me acordé de mi madre, que decía que en la vida siempre hemos de andar con la cabeza alta, seguir adelante y con dignidad” 1. Tener un aspecto respetable era importante para muchas mujeres. La directora de la asociación cultural y artística “CRVENA”, Danijela Dugandzic, recuerda que cuando ella, su difunta madre y su hermana dejaron la asediada Sarajevo, prácticamente no tenían dinero. Su madre las llevó a la peluquería; se hicieron los cortes más actuales y luego lo mostraron comiendo pizza en un famoso restaurante de una capital europea, donde pagaron con las últimas monedas que les quedaban.
Antes de salir a las calles de Sarajevo, las mujeres siempre se cambiaban la ropa interior y los vestidos, porque los constantes bombardeos implicaban que había una alta probabilidad de caer herida o muerta. “Estar limpia y pulcra para el caso de que termináramos en el servicio de urgencias de un hospital”. Cuidar ese aspecto, el de aparecer presentable, es casi impensable en cualquier otra situación, cuando una mujer sale de casa.
Las mujeres que viven en ciudades bombardeadas terminan siendo heroínas de la paz, mientras que los hombres son valorados por las batallas que ganan
Pese a que la mayoría de mujeres no combaten en primera línea, muchas mujeres mueren víctimas de bombardeos en los conflictos, en los que el número de civiles muertos va en aumento desde la Segunda Guerra Mundial. El sitio y bombardeo de Sarajevo también empezó con la muerte de dos mujeres, Suada Dilberovic y Olga Sucic, que participaban en las manifestaciones en favor de la paz y contra la guerra en abril de 1992. Fueron asesinadas en un puente que hoy lleva su nombre. Las mujeres que viven en ciudades bombardeadas terminan siendo heroínas de la paz, mientras que los hombres son valorados por las batallas que ganan.
Se oye hablar de muchas mujeres que viven en ciudades bombardeadas únicamente en relación con su papel tradicional como madres, mujeres bellas y bien vestidas. U2 hizo una conexión por video en directo con la asediada Sarajevo durante uno de sus conciertos y mostró un concurso de Miss Sarajevo, en que las participantes portaban el letrero “No dejéis que nos maten”. Eran imágenes y mensajes importantes, pero también estaban todas esas mujeres que ejercían de médicas, enfermeras, intérpretes y políticas, tratando de trabajar en condiciones imposibles, bajo los bombardeos, que nunca salieron en las noticias y cuyas imágenes nunca se convirtieron en el icono de una mujer desafiando los bombardeos en una ciudad asediada.
La vida cotidiana y el cuidado de una familia bajo el bombardeo constante hacen a las mujeres de la asediada Sarajevo merecedoras de un diploma de administración de empresas y otro de magia. Cocinar sin electricidad y con escasos recursos alternativos para el calentamiento era una dificultad. Encontrar alimentos y, una vez encontrados, poder pagarlos, significaba, muchas veces, hacer comidas a partir de la nada. Además, preparar comida significaba usar agua, cuyo suministro había sido cortado y que debía ser llevada a las casas en recipientes, arrastrados en carritos improvisados, a menudo desde lejos. Se necesitaba traer agua para asearse, cocinar y para lavar la ropa. Tengo una amiga que aún hoy no puede soportar oír el sonido del agua saliendo de un grifo abierto y que nadie usa. Otra amiga, Kika Babic-Svetlin, una arquitecta que actualmente trabaja para la Agencia para la Igualdad de Género de Bosnia y Herzegovina, dio a luz a su hijo Leon durante la guerra y recuerda lo complicado que era criar a un bebé sin disponer de los artículos para bebés “habituales”. Los pañales de algodón debían ser lavados, para lo cual bajaba al río Miljacka, cerca de Dariva, y los lavaba a mano en el agua, “vigilando todo el rato si empezaba otro bombardeo o si estaba en el punto de mira de un francotirador”.
Hoy Sahida tiene el mismo aspecto que Meliha, de la que hablábamos al principio. Alta y orgullosa, lleva un collar de perlas y un abrigo de color rosa y nadie podría imaginar que, hace veinte años, andaba por las callejuelas embarradas de Sarajevo tratando de protegerse de los bombardeos.
En todos los conflictos, en todo el mundo, las mujeres sustituyen a los hombres que han dejado sus empleos para convertirse en soldados. Algunas de ellas han de aceptar ocupaciones totalmente nuevas, mientras que otras han de familiarizarse con habilidades para las que no están preparadas. Sahida Kotur, una trabajadora manual de la fábrica militar PRETIS antes de la guerra, único sostén de la familia, puso en marcha un nuevo negocio durante la guerra. Aprendió a tejer y se dedicó a recoger viejos jerséis en el barrio, deshacerlos y tejer otros nuevos. Los transportaba en grandes bolsas que acarreaba a la espalda de un extremo a otro de Sarajevo, bajo los bombardeos, y los intercambiaba por cigarrillos con miembros del ejército. Los cigarrillos los intercambiaba, a su vez, por comida y viejos jerséis. Insiste en llevar zapatillas y zapatos para esconder los dedos de los pies. Los bombardeos la convirtieron en una refugiada dentro de su ciudad. Huyó de su casa y no tenía nada que ponerse. Le dieron unos zapatos demasiado pequeños, que deformaron sus pies y sus dedos, por lo que ella prefiere no mostrarlos.
Los bombardeos llegan a su fin, se firman tratados de paz, pero la guerra permanece para siempre en forma de bombardeos en nuestro interior
Muchas médicas trabajaban sin electricidad ni agua, sin equipamiento médico adecuado ni medicamentos. Jasmina Gutic, una experta ginecóloga y catedrática, recuerda que tenían que sacar a los bebés del sótano del hospital después de los partos para poder ver si estaban bien. Los partos se hacían con lámparas de aceite y todos los recién nacidos salían con sus naricitas negras del aceite quemado. La también catedrática y doctora Vanesa Beslagic, radióloga, tenía que hacer diagnósticos con equipamiento que no podía ser reparado y, a veces, ni encendido. Otra doctora, la desaparecida profesora universitaria de fisioterapia Nada Zjuzin, explicó que a menudo, al igual que muchas colegas, se quedaba en el hospital durante varios días porque era demasiado peligroso ir a casa debido a los bombardeos. Y Amela Kuskunovic, hoy radióloga y política, mira hacia arriba cuando le pregunto cómo fue ser una joven doctora durante la guerra. Trabajaba en un servicio de urgencias al que llevaban a todos los heridos. Estuve allí una vez y pensé que había tanta sangre que nunca lograrían limpiarla.
Como feminista, me avergüenza decir que no estuve junto a estas inteligentes, valientes y hermosas mujeres de Sarajevo. Había sufrido bombardeos en dos ocasiones y no supe cómo afrontarlo cuando ocurrió en mi ciudad, sino huyendo, tras medio año. Era una chica joven a la que despertaba el sonido de los bombardeos y la visión de aviones volando bajo en los cielos de Bagdad en 1980, mientras mi padre trataba de convencerme de que eran pájaros volando. Unos días más tarde, pude observar el fuego antiaéreo desde la azotea de nuestra casa e hice prometer a mi padre que tendría unos fuegos artificiales iguales en mi boda. En 1989 estaba ejerciendo mi primer trabajo cuando los misiles tierra-tierra iraquíes alcanzaron Teherán y hui a las montañas vecinas. En Sarajevo terminé teniendo ataques de pánico durante los bombardeos, sofocando mi propio miedo.
No tuve fuegos artificiales en mi boda y aún hoy me cuesta estar cerca de ellos. Mis compañeros de estudio en Inglaterra recuerdan una anécdota que sucedió durante los fuegos artificiales de «Guy Fawkes». Había llegado a Inglaterra huyendo de los bombardeos de Sarajevo. Era mi primer mes y, estando en mi habitación de estudiante, oí ruido de bombardeo. Entonces oí fuego y fuego antiaéreo. Estaba tan contrariada de que la guerra hubiera empezado también en Inglaterra que empecé a hacer las maletas para volver a Sarajevo. Pensé: «Si hemos de estar en guerra, vale más estar en casa». Ya estaba en las escaleras, con mi maleta, cuando los otros estudiantes me vieron y me explicaron que no era ninguna guerra sino simples fuegos artificiales.
1. Klix.ba, entrevista a Meliha Varesanovic, consultada el 27.12.2015.
Photography: © Milomir Kovačević Strašni
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