En profundidad

Artículos Centrales

Balance de una década de lucha contra el terror

Rafael Grasa
Presidente del ICIP y profesor de Relaciones Internacionales de la UAB
Rafael Grasa

Rafael Grasa

Una década después del 11 de septiembre, lo que más ha cambiado en el mundo, al menos por causa directa de los atentados, han sido las políticas internas, exteriores y de seguridad internacional de Estados Unidos, aunque arrastraron otras modificaciones parciales –internas y externas- en el resto de regiones y estados. Hoy por hoy, cuando algunos –pocos- de los cambios han sido nuevamente alterados, en particular a partir de la llegada de Obama a la presidencia, y cuando se prepara la salida definitiva de las tropas de Irak y de Afganistán, hay que hacer balance de lo ocurrido.

La dirección y velocidad del cambio quedó clara en la rueda de prensa del presidente Bush del 17 de septiembre, en que ya no se habló de "cruzada" sino que se declaró una guerra total contra el terror, sin ninguna regla que respetar, en palabras textuales del presidente, más allá de las fronteras, pero también en el interior del país. La primera respuesta de Estados Unidos fue atacar el Afganistán de los talibanes, en una operación que inicialmente consiguió incluso el apoyo de juristas tan críticos con las intervenciones norteamericanas como Richard Falk. La intervención, sin embargo, comenzó a complicarse en seguida: empezaron las acciones indiscriminadas (en palabras de los expertos, incumpliendo el derecho humanitario y de guerra), persistieron las víctimas civiles, y, sobre todo, no se consiguió capturar a Bin Laden en las montañas de Tora Bora a finales de 2001. Desde muy pronto, pues, Estados Unidos se enfrentó en Afganistán a tres problemas, aún en parte presentes: a) instaurar un nuevo régimen político, de confianza para Occidente y a la vez eficaz y al que traspasar la política de seguridad; b) proseguir la lucha contra los talibanes y Al-Qaeda, con un creciente impacto regional, en particular en Pakistán, pero también en Irak y en Oriente Medio; c) rodear y eliminar a Bin Laden y, posteriormente, hacer frente a la evolución más complicada, la aparición de franquicias por todo el mundo mediante varios apoyos locales, con gran capacidad de atentar (Boko Haram, fundado en 2002 y "dormido" hasta 2009, fue capaz de golpear la sede local de Naciones Unidas en Nigeria a finales de agosto de 2011).

Al mismo tiempo, se pusieron en marcha grandes cambios en políticas internas, situando a la seguridad muy por encima de la libertad. Poco después, se visualizó un "eje del mal", de geometría variable, inicialmente formado por Afganistán, Irán, Irak y Corea del Norte. En conjunto, se generaron cambios sustantivos en la política exterior, de seguridad y de defensa: unilateralismo, menosprecio del derecho internacional, doctrina de "ataques preventivos", incremento del gasto militar, recuperación de las operaciones encubiertas y los asesinatos selectivos y preparación para nuevas guerras (intervención en Irak, 2003). El fundamento, una idea bastante repetida: hay que combatir por todas partes el terrorismo y a los terroristas, con medidas básicamente policiales y militares.

El resultado final, una década después: dos grandes cambios en Estados Unidos, y en parte, en el resto del mundo, doblegados por el atentado de Madrid y el intento de Londres.

Primero, en política interna, un claro retroceso de las libertades para favorecer la lucha contra el terrorismo: listas "generosas", a menudo discutibles, de grupos potencialmente terroristas; creación de espacios de excepción para eludir las garantías del estado de derecho (Guantánamo); invasión de la vida privada y de las comunicaciones de los ciudadanos, a menudo sin control de las autoridades judiciales; restricciones en los derechos civiles básicos; relativización de la prohibición internacional de recurrir a tratos degradantes o a la tortura; apoyo a gobiernos corruptos y dictatoriales para asegurar la "estabilidad" y "luchar" contra el terrorismo; políticas de restricción de movimientos o de prevención basadas en definición de perfiles de riesgo, que han favorecido prejuicios y discriminaciones. En Estados Unidos es donde se ha ido más lejos, pero ningún país ha quedado al margen, como muestran los intentos de regímenes autocráticos de incluir a todos sus opositores en las listas de terroristas, el apoyo a gobiernos corruptos o las restricciones de los derechos civiles en muchos países de la Unión Europea. Hay diferencias entre Estados Unidos y Europa, sí, pero más cuantitativas que cualitativas.

Segundo, en la política exterior, de seguridad y de defensa: menosprecio de las Naciones Unidas y unilateralismo, estrategias agresivas y escalada en las operaciones militares, incremento del gasto militar (Estados Unidos ha más que duplicado su presupuesto), apoyos a regímenes corruptos y dictatoriales, y, recurso a posteriori –después de las intervenciones unilaterales- a la OTAN para las operaciones de estabilización... Aquí las diferencias entre Europa y Estados Unidos son mayores, en parte por el carácter de "potencia civil" de la Unión Europea y por las restricciones presupuestarias vinculadas al proceso de construcción de la unión económica y monetaria.

Diez años después, las cosas han comenzado a cambiar, aunque, antes y con más intensidad en Estados Unidos que en Europa, coincidiendo con la presidencia Obama. Hay que destacar concretamente una nueva estrategia de seguridad internacional que abandona los ataques preventivos y, sobre todo, que sostiene que combatir el terrorismo implica también combatir las raíces que nutren sus intentos de legitimación, por un lado. Por otro, la redefinición a la baja del alcance de la "lucha contra el terror": basta con eliminar a Osama Bin Laden, lo que facilita el proceso de retirada de los contingente de Irak y Afganistán sin que parezca una derrota, un horizonte previsto para 2014, aunque las elecciones presidenciales de 2012 parecen afectar claramente a las operaciones en curso.

Quedan todavía, sin embargo, muchas cosas por resolver, como el menosprecio del derecho internacional, evidente al matar a Bin Laden extrajudicialmente y extraterritorialmente invocando que se ha "hecho justicia", el incremento constante del gasto militar, el cierre de Guantánamo y, entre otros, la revocación de diversas restricciones a las libertades civiles.

Sin embargo, a mi parecer, haría falta hacer hincapié en la reflexión este 11 de septiembre, una década después, sobre dos hechos. Primero, la poca eficacia a corto plazo de la tarea de la lucha contra el terror, como muestra la poca estabilidad de la situación militar en Afganistán (14 ataques de media al día por parte de los rebeldes durante 2011, con un récord de 32 el pasado 15 de agosto) y la proliferación de grupos paramilitares en la región y cierta recuperación de franquicias de Al-Qaeda como "Al-Qaeda en Mesopotamia". Segundo, la inquietud derivada del hecho de que, globalmente, Estados Unidos está cambiando las estrategias de lucha contra el terror con más firmeza y más rápidamente que los estados europeos.

¿Se aprovechará el aniversario para mostrar cambios simbólicos? ¿Para cuándo, por ejemplo, la eliminación o el cambio sustantivo de la naturaleza de las listas terroristas en la Unión Europea?