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Perspectivas de futuro para el Afpak

Ricard González
Periodista y politólogo
Ricard González

Ricard González

Los días posteriores a los atentados del 11-S, a medida que se fue confirmando la autoría de Al-Qaida, todos los ojos en la Casa Blanca y el Pentágono se dirigieron a Afganistán. Diez años después, la guerra de Afganistán se ha convertido en la más larga de la historia de Estados Unidos, y aún no está nada claro que la primera potencia mundial pueda salir de ella de forma victoriosa. Entre otras cosas, porque el conflicto afgano es un verdadero rompecabezas en que también participan sus vecinos, y muy especialmente Pakistán. Por eso, y para economizar el lenguaje, en el Departamento de Estado norteamericano se conoce la política hacia estos dos países como "Afpak".

Después de una década de enviar miles de soldados y riadas de millones de dólares a Afganistán, una mayoría del pueblo norteamericano está absolutamente harta del conflicto y solicita una retirada acelerada. Dentro del Partido Demócrata, y movidos por el estancamiento de la economía y la tasa de paro, son muchas las voces que apuntan la necesidad de invertir en Estados Unidos los cerca de 120.000 millones de dólares anuales abocados a la construcción del estado-nación afgano. Con la cobertura que proporciona la muerte de Bin Laden, la captura del cual constituía la lógica inicial de la invasión, incluso una buena parte del Partido Republicano postula abandonar el país asiático lo antes posible.

El presidente Obama, siempre atento a las encuestas y a la realidad política del país, ya ha diseñado un plan de retirada, que se inició formalmente el pasado mes de julio y que se prolongará hasta finales de 2014. El plan se inspira en el aplicado a Irak, país del que, en teoría, retirará Washington todas sus tropas a finales de este año. La idea es ir transfiriendo el control de la seguridad de las provincias afganas al ejército nacional de forma progresiva y de acuerdo con la mejora de su capacidad.

Desde su llegada a la Casa Blanca, Obama ha sido consciente de la imposibilidad de obtener una victoria militar sobre los talibanes, ya que su imbricación en el tejido social y político afgano obliga a una solución política. Precisamente la escalada militar decretada por Obama, pasando de los casi 35.000 soldados norteamericanos desplegados en el país asiático en 2008 a los 100.000 actuales, tenía como objetivo forzar a los talibanes a la mesa de negociación desde una posición de debilidad.

De momento, la estrategia no parece que esté dando frutos. Ciertamente, el movimiento talibán ha visto cómo caían muchos de sus líderes y cuadros medios. No obstante, no ha tenido demasiados problemas para sustituirlos con nuevos reclutas. Además, consciente del calendario de retirada de Estados Unidos, su estrategia más lógica es esperar a hacer cualquier movimiento en 2014, cuando el gobierno afgano estará en posición de mayor debilidad.

En este escenario, un actor clave es Pakistán, ya que no sólo dio apoyo al movimiento talibán en sus inicios, sino que nunca ha cerrado del todo el contacto con sus líderes. Por ejemplo, Estados Unidos considera que la red de la tribu de los Haqqani, que controla buena parte del este del país, está directamente a sueldo del ISI, el todopoderoso servicio de inteligencia pakistaní. El apoyo de Islamabad a los talibanes se basa en el temor a quedar rodeado por aliados de la India, el gran enemigo, que tiene muy buenas relaciones con el presidente afgano, Hamid Karzai, y en general con los señores de la guerra de la Alianza del Norte. Por eso, con su apoyo a los talibanes, Pakistán quiere garantizar que éstos tengan un papel político relevante en el futuro de Afganistán.

La difícil ecuación de las negociaciones de paz se ha complicado todavía más después de la operación que se saldó con la muerte de Bin Laden, ya que ha situado las relaciones entre Washington e Islamabad en el punto más bajo de las últimas décadas. Ahora bien, en el matrimonio de conveniencia que forman los gobernantes de estos dos países, parece difícil que ninguno pida un divorcio, ya que su necesidad mutua es demasiado grande y ninguno de los dos quiere que Pakistán caiga en manos de los islamistas. Hay que tener bien presente que Pakistán es el único país musulmán que posee la bomba atómica.

De cara a 2015, se abren dos posibles escenarios para Afganistán. Uno de ellos pasa por la consecución de un acuerdo nacional, patrocinado por Estados Unidos y Pakistán, entre el régimen de Karzai y sus líderes talibanes, según el cual el movimiento fundamentalista se integraría en el sistema político, posiblemente con algún cambio en la Constitución actual.

El escenario alternativo implica una continuación de la guerra actual pero con el ejército afgano asumiendo el peso más importante en detrimento de la OTAN, y con la posible presencia de un pequeño contingente militar occidental en tareas de asistencia. Así las cosas, la gran duda sería si el régimen de Karzai podría sostenerse por sí mismo. Es demasiado pronto para poder responder a esta pregunta, pero una opción posible sería la balcanización del país, de acuerdo con su distribución étnica, ya que el apoyo de los talibanes es sólido sobre todo en aquellas áreas con mayoría de etnia pashtún.