Editorial
La fuerza de las personas: retirar el consentimiento a los gobernantes siempre que haga falta
Plaza Tahrir. El Cairo. Foto: Maria Fanlo
Este primer número de Por la Paz está dedicado, monográficamente, a un tema vinculado con la noviolencia y la desobediencia civil. Este año la elección estaba cantada: los mensajes y voces de las plazas públicas y su relación con las prácticas noviolentas.
2011 fue, como bien sintetiza la portada resumen de Time, el año de los manifestantes, de las personas que protestaron, el año en que por todas partes (países árabes, Rusia, India, España, Europa, Estados Unidos…) se llenaron las plazas para pedir, con voces plurales y de múltiples formas, democracia, libertad, dignidad, fin de la corrupción, transparencia, participación en la toma de decisiones. Las peticiones concretas sobre la democracia, la libertad, la dignidad, variaron en función del contexto, del país y de los actores, pero se observa, desde el estudio de los movimientos sociales (Sidney Tarrow, por ejemplo) y desde la crónica periodística, algunos rasgos comunes. Al comentar las primeras manifestaciones, muchos hablaron de primavera (recordando la Praga de 1968), otros, con mayor acierto, de la revuelta de los pueblos, aludiendo a los movimientos casi espontáneos surgidos por toda Europa en 1848 pidiendo cambios de régimen. En el caso concreto del mundo árabe, ha ganado presencia la propuesta de Jean Pierre Filiu, quien habla de "revolución árabe", dado que lo que comenzó en Túnez en 2010 es un largo proceso de cambio social, que dará la vuelta a las sociedades y los sistemas políticos del Magreb y del Mashrek, un proceso que durará años. Y, naturalmente, vaivenes, retrocesos, derrotas, contradicciones y sorpresas.
En todo caso, algunas cosas han quedado claras: los árabes no son la excepción, y exigen como todo el mundo libertad y democracia; no son solo personas de religión musulmana; hay que mirarlos como lo que han demostrado ser, personas que se rebelan en defensa de sus derechos. Y si ampliamos la mirada al resto de voces que se oyen en todas las ágoras del mundo, veremos el poder de la gente, la fuerza de las personas. En todo caso, lo realmente importante es que se oyeron voces poderosas en todas las plazas públicas pidiendo cambios, mostrando la fuerza de la gente, el poder de las personas. Un poder que, como muestran los artículos de nuestro monográfico, se articula en torno a la retirada del consentimiento a los gobernantes, a decir basta (el célebre kifaya de los egipcios gritado desde 2004). Hace siglos, Étienne de la Boétie, también él entonces poco más que un adolescente, había iniciado un camino cuando, en su Discurso de la servitud voluntaria, indicó: "Solo quiero entender cómo puede ser que tantos hombres, tantas villas, tantas ciudades y tantas naciones soporten a veces a un tirano solo que no tiene más poder que el que ellos mismos le otorgan…". A partir de él, sabemos que las relaciones de dominación y servilismo no se basan únicamente en la coerción y en el abuso de la fuerza; dependen también de nuestro consentimiento. Dicho de otro modo, al menos parcialmente, la condición servil de los pueblos es voluntaria. Y, si es voluntaria, también la acción colectiva puede acabar con ella y provocar la caída del tirano haciendo oír su voz, mostrando las contradicciones, ridiculizando al gobernante, erosionando la base de legitimación de su poder. Por eso resultó tan útil el libro de Gene Sharp, De la dictadura a la democracia (véase "Para saber más"), que explica justamente basándose en el estudio clásico de los años setenta, las formas de acción política noviolenta a lo largo de la historia.
Hemos hablado de rasgos comunes. Me limitaré a apuntar cinco de ellos. Primero, gran parte de las revueltas fueron pacíficas, es decir, sin violencia, noviolentas en el sentido literal del término. Segundo, se optó por tácticas y estrategias de desobediencia civil, de retirada del consentimiento, pacíficas y con dos componentes que se reforzaban mutuamente y que tenían un impacto multiplicador: eran escalables (efecto parecido al de una bola de nieve que comienza a rodar y se va haciendo grande; cuanta más gente sigue una propuesta, una consigna, más se engrandece la protesta y más seguidores atrae); eran imaginativas y corrosivas, empleando el poder deslegitimador del humor y del sarcasmo1. Tercero, mostraron el poder de los jóvenes, los grandes perdedores de las crisis económicas y de las tiranías, un poder que multiplicó la indignación derivada de la falta de oportunidades a pesar de su educación y formación. Cuarto, puso de manifiesto que las redes sociales y las nuevas herramientas de comunicación, lo que en inglés llaman con acertada expresión "social media" funcionan, cumplen una tarea, al tener un efecto de multiplicación y amplificación de las voces. Y quinto, que, contra lo que algunos teóricos habían dicho, movimientos sociales y revueltas sin liderazgos claros, sin grandes partidos políticos detrás, a veces pueden alcanzar el éxito, al menos parcial.
Por tanto, más allá de los resultados concretos, a corto plazo, de las revueltas en las plazas públicas, una cosa ha quedado clara: el poder de las personas, la capacidad de gestionar conflictos sin recurrir a la violencia. No siempre es fácil, no siempre tiene éxito, pero las voces y mensajes de las plazas nos muestran con claridad, una vez más, que nuestros clásicos tenían razón. La fuerza de la resistencia no armada y de la acción noviolenta depende de combinar el poder del rechazo, de la retirada del consentimiento, y del nuevo poder (apoderamiento) que otorga el hecho de actuar juntos.
1 Habrá que estudiar el papel del humor en la revolución árabe, visualizado en la prensa, en las paredes, en las redes sociales, en las octavillas y fanzines.Volver