Tribuna
Libia después de Gadafi
Bichara Khader
Tras la huida de Ben Ali de Túnez y la dimisión forzada del presidente egipcio Mubarak, la caída del régimen libio toma un giro abyecto porque Gadafi cae herido y es finalmente ejecutado. Los libios se han alegrado de este final trágico de un tirano lunático, caprichoso y megalómano. Yo, en cambio, hubiera preferido que fuese capturado y conducido ante los tribunales de justicia de su país para rendir cuentas de su calamitosa gestión de un país rico en hombres y recursos, para levantar el secreto sobre los capitales libios depositados en el extranjero y para revelar, por último, muchos secretos bastante comprometedores para algunos dirigentes occidentales, sobre todo para aquellos que se han presentado como los modelos de la legalidad internacional y los justicieros militarizados.
El Consejo Nacional de la transición ha heredado un país desgarrado por los ataques aéreos y los bombardeos salvajes, una economía debilitada por el clientelismo y la depredación, y una sociedad desestructurada por las divisiones tribales y regionales. Sobre todo, ha recibido como legado un Estado hecho trizas, sin instituciones eficaces, sin justicia independiente, sin partidos políticos, ni sindicatos, ni organizaciones profesionales. Ya que Gadafi, en sus delirios de grandeza, modeló una Libia a su medida, que se convirtió en la «Jamahiriya», con comités populares consagrados al culto del Jefe, cuyo Libro Verde fue lectura obligatoria en todas las escuelas y la biblia de todo un país. Peor aún, el propio país se convirtió en un feudo familiar cuyos recursos eran acaparados por el jefe y sus herederos biológicos preparados para sucederle.
A diferencia de los tunecinos o de los egipcios que tienen que cambiar el régimen, el gobierno provisional libio tiene que reconstruir un país devastado, desnaturalizado y empobrecido. En última instancia es una ventaja: es mejor construir un edificio nuevo que restaurar una vivienda vieja. No obstante, la labor es titánica.
El gobierno provisional ha de poner en marcha instituciones capaces de superar las divisiones tribales y regionales, velando con todo por mantener ciertos equilibrios necesarios, aunque sin favoritismos. La reconciliación nacional no debe poner trabas a la justicia transicional. Para reconstruir un país sobre bases nuevas, el olvido y el perdón son indispensables. Las milicias han de ser desarmadas. El nuevo ejército y el nuevo cuerpo de policía han de estar compuestos en buena parte por jóvenes. La puesta en marcha de los servicios públicos exige una experiencia a la que puede contribuir la comunidad internacional. No obstante, lo fundamental es la reconstrucción de una cultura ciudadana.
Construir un país con instituciones que funcionen exigirá tiempo. Pero hay que evitar que cunda el desencanto entre los libios y hay que dar respuesta a la impaciencia de los jóvenes. Es por ello por lo que parece de suma importancia la rápida celebración de comicios para elegir una asamblea constituyente. El gobierno provisional debe durar lo menos posible: sería una mala señal.
Son muchos los peligros que acechan a la Libia del mañana: el retorno de los demonios del regionalismo y del tribalismo, la incapacidad del nuevo ejército y del nuevo cuerpo de policía para asegurar las fronteras exteriores y garantizar la estabilidad interna, la competición entre milicias, la vuelta a prácticas clientelistas, el reparto desigual de las riquezas petroleras, las divergencias respecto a la naturaleza misma del Estado (centralizado, descentralizado) o del modelo parlamentario (¿presidencial?, ¿parlamentario?, ¿mixto?).
Libia es un país sunita conservador y no hay escisiones entre sunitas y chiitas. En las próximas elecciones, los islamistas pragmáticos obtendrán un buen resultado, como en los países vecinos. En cambio, los islamistas radicales serán muy minoritarios. El país no tiene conflictos importantes con sus vecinos, pero sus fronteras del Sur son porosas. Libia ha de dotarse de medios de vigilancia sofisticados, pero no forzosamente de un ejército equipado con armamento muy pesado.
Son muchos los desafíos a los que se enfrenta Libia, pero el territorio es muy extenso (tres veces mayor que Francia) y contiene importantes reservas petrolíferas. El país goza del privilegio de poseer más de 1200 kilómetros de costas y numerosos restos de antiguas civilizaciones que pueden transformarlo rápidamente en un destino turístico de primer orden. En resumen, es un país al que no le faltan ni voluntad ni recursos. Lo que le falta todavía es una democracia consolidada. De ello depende el futuro de Libia.