Tribuna

Una memoria incluyente en el caso vasco

Carlos Martín Beristain
Médico y doctor en psicología, trabaja en programas de atención a víctimas de la violencia política y es autor de numerosas obras sobre el tema
Carlos Martín Beristain

Carlos Martín Beristain

En el caso del País Vasco, los debates y las experiencias sobre la construcción de una memoria de las víctimas cruzan las discusiones políticas y los espacios sociales. En los últimos años se ha dado un proceso de reconocimiento a las víctimas de la violencia de ETA que habían tenido una falta de apoyo social, por parte de las instituciones y de distintos sectores sociales. El reconocimiento a otras víctimas de grupos de extrema derecha o agentes del Estado sin embargo, ha sido siempre postergado, alegando que no era el tiempo o que sería utilizado para que algunos igualasen al Estado con ETA o tratasen de manipular el dolor o no respetar a las víctimas. Por otra parte, numerosos actos de reconocimiento local se han dado por parte de ayuntamientos e instituciones, especialmente desde 2005 hasta la actualidad, lo cual muestra una evolución positiva del clima social.

En dichos contextos también se han hecho evidentes las dificultades de superar los conflictos por la representación y la memoria de víctimas de diferentes causantes (ETA, GAL, agentes del Estado), y el riesgo de utilización política de dichas memorias. Sin embargo, en los últimos tiempos se están dando intentos de abrir un espacio para una memoria incluyente, a través de varios informes encargados por el Parlamento vasco e iniciativas parlamentarias que aún están por desarrollar.

Una memoria incluyente sería aquella en la que se recogen y reconocen las diferentes violaciones de derechos humanos y una crítica moral a las mismas, mostrando un respeto por el dolor y dignidad de las víctimas causadas por distintos perpetradores. Para que ello sea posible se necesita separar el reconocimiento de las víctimas de la discusión de los procesos de victimización. Es decir, las víctimas tienen que tener el mismo derecho a la verdad, justicia o reparación, independientemente de quienes fueran los autores, sin entrar para ello en valoraciones políticas sobre la justificación del dolor o de los responsables.

Una memoria incluyente se asienta en una base común de respeto por los derechos humanos más allá de las diferencias políticas. Para ello se necesita empatía y cruzar las fronteras de la solidaridad. Superar memorias defensivas de la propia identidad, de quienes han visto o reconocido el dolor de las víctimas que sienten cercanas, mientras han negado el de otras o las han justificado con argumentos políticos o valoraciones despectivas. Todo ello atañe a la sociedad vasca y española en general. Sin embargo, además de conflictos por la memoria, también se han dado experiencias positivas de encuentro entre víctimas de diferente signo. Esto muestra el sentido de empatía entre personas que han sufrido hechos o situaciones similares que incluyen el dolor y la marginación, el ataque a su dignidad o la impunidad, pero también una capacidad de solidaridad por encima de las diferencias políticas.

Desde el punto de vista de la superación de las fracturas producidas por la violencia, una memoria incluyente puede ser una herramienta importante, aunque puede tener diferentes manifestaciones y/o grados de compromiso. Puede darse con la aceptación plural de las diferentes víctimas y su derecho a un reconocimiento y memoria. O como actos de reconocimiento mutuo entre víctimas de diferentes "lados" o sensibilidades políticas. En otros casos puede ser parte de una expresión simbólica compartida. Todo ello son posibles manifestaciones de un proceso que aún está por hacer. Y los procesos no se pueden forzar, aunque se necesitan espacios que faciliten estos pasos y personas que sean capaces de darlos. Durante muchos años la respuesta dominante frente a estas iniciativas y posibilidades de encuentro ha sido: aún no es el tiempo. Pero como esa clarividencia de las palabras de Casaldáliga: es tarde, pero es todo el tiempo que tenemos a mano para hacer el futuro, es tarde, pero será amanecer si insistimos un poco1. Y el tiempo para esa memoria ya está aquí. Una memoria que no se enfoque solo en saldar una deuda, sino en su contribución a la reconstrucción de la convivencia.


1. Pedro Casaldàliga, El tiempo y la espera, Santander, Editorial Sal Terrae, 1986. Volver