Tribuna

El Pulgarcito cumple veinte años de paz

Manuel Montobbio
Doctor en Ciencias Políticas y diplomático
Manuel Montobbio

Manuel Montobbio

Inició este año con el veinte aniversario de la foto del abrazo entre el Presidente Cristiani y los miembros de la Comandancia General del FMLN tras la firma de los Acuerdos de Paz de El Salvador y concluirá este quince de diciembre con el de la foto de la destrucción y entrega definitiva de las armas con que concluyó la desmovilización del FMLN. Veinte años de ese momento crucial de la metamorfosis del Pulgarcito que invitan a preguntarse por el legado de ese proceso de paz que la hizo posible y sus lecciones para la construcción de la paz, o para la paz en construcción. Pues la paz está siempre en construcción, hay en ella procesos de paz, mas es en sí misma un proceso. Un proceso de erradicación de la violencia en las tres dimensiones que de ella señala Galtung: directa, estructural – entendida como ausencia de democracia y desarrollo – y cultural.

Y tal vez se desprenda de esa distinción una de las principales paradojas y al tiempo lecciones de este El Salvador en democracia y en desarrollo y sin embargo azotado por la violencia del crimen organizado. Sólo la superación de la violencia estructural, la democracia y la perspectiva del desarrollo, hizo posible la de la violencia directa como vía de acción política; requirió la obtención de la paz negativa la construcción de la paz positiva. Mas es la violencia cultural, aquella que hace del recurso a ésta algo normal en la acción social, la que resulta más difícil de erradicar, la que requiere más tiempo, más educación, superación de traumas y hábitos; lo que en buena medida explica la pervivencia de la violencia, no ya como vía de acción política – al contrario, combatida por ésta – sino como vía de acción colectiva con fines ilícitos. Afronta así El Salvador de hoy el reto de su superación, que es en buena medida de superación de la violencia cultural, de construcción de la paz en las mentes, los corazones y las almas. Podría decirse que ello era en parte inevitable secuela de normalidad de la violencia que llevó a la guerra y la alimentó; mas lejos de contemplarse como fracaso, procede contemplar ésta como último reto de construcción de la paz, difícilmente abordable sin la superación de la violencia estructural que trajo la paz, que estos años ha consolidado para no volver.

Legado o lección conceptual de la paz; mas también operativo y paradigmático, pues ONUSAL – la Misión de Naciones Unidas para la verificación e impulso de los Acuerdos de paz en El Salvador – constituye la que vino a inaugurar y convertirse en referente de la segunda generación de misiones de paz – verificadoras no sólo del cese al fuego y la desmovilización, sino también de las transformaciones políticas y socioeconómicas que constituyen el contenido de la paz; y la experiencia del proceso salvadoreño se constituirá en inspiración fundamental para la formulación de Un programa de paz, que Boutros-Ghali presentará en 1992, reflejando los paradigmas y conceptos referenciales con los que desde entonces contemplamos los procesos de paz.

Legado en el imaginario colectivo, en el intangible que supone, frente a una Historia previa de confrontación fratricida, el valor simbólico, referencial, fundacional, de la posibilidad del acuerdo entre salvadoreños: y de ahí que, más allá de su contenido, los Acuerdos de Paz se conviertan en necesario referente de construcción nacional, pacto fundacional de El Salvador contemporáneo, de todos y para todos.

Legado, en lo sustantivo, de la instauración democrática. Pues si bien, como he señalado en mi libro La metamorfosis del Pulgarcito. Transición política y proceso de paz en El Salvador, puede en el cómo el proceso salvadoreño ser contemplado, en el plano internacional, como proceso de paz, y en el plano nacional, según la perspectiva, como proceso de transición democrática, revolucionario o de paso del estado de naturaleza al contrato social; confluyen el qué esos procesos en el proceso, caminos en el durante, en un único punto de llegada: un régimen político sustancialmente diferente al existente antes del "golpe de los capitanes" del 15 de Octubre 1979 que da inicio al conflicto al que los Acuerdos pusieron fin. Un régimen democrático desde una perspectiva poliárquica. Pues tal es en lo sustancial el después, el hoy en que éstos se han trasladado del papel a la realidad. Democracia sin embargo en consolidación, que plantea, mirando al futuro, a sus actores tanto el reto de ésta, la de sí mismos y el sistema de partidos, como el de la eficacia. Pues los ciudadanos no demandan sólo a su sistema político que sea democrático, sino que resuelva efectivamente sus necesidades. Que democracia signifique en definitiva desarrollo y gobernabilidad.

Consolidación en la que el hecho de que estos veinte años en paz se celebren con un FMLN en el Gobierno como fruto de un proceso electoral constituye un hito y al tiempo una lección del proceso de paz. Hito de consolidación democrática, pues, como señala Morlino, puede darse ésta definitivamente cuando el partido que hizo la transición desde el Gobierno cede éste democráticamente en unas elecciones, y los ciudadanos y los partidos experimentan la alternancia, cuenta el sistema político al menos con una alternativa de gobernabilidad. Legado y lección para futuros procesos de paz, al mostrársenos el salvadoreño no sólo como uno de los procesos de paz cuyos Acuerdos las Naciones Unidas han considerado enteramente ejecutados, sino también como el único en que un antiguo movimiento insurgente que ha cambiado las balas por los votos ha llegado al poder por la fuerza de éstos en aplicación de las reglas del juego político que ha contribuido a alumbrar con la negociación de la paz. Al mostrarnos la posibilidad de esa alquimia, esa metamorfosis de balas en votos, como uno de los frutos y al tiempo rasgos de la metamorfosis del Pulgarcito.

La metamorfosis del Pulgarcito de veinte años atrás al Pulgarcito de hoy, desde la que contemplar al mirar hacia delante el camino por recorrer, los retos que nos plantea el futuro. Y sentir que si pudimos podemos. Que se hace camino al andar, y en el camino andamos. Que el futuro es posible, y está por escribir.