En profundidad
Los pueblos indígenas de Colombia ante el proceso de Paz
Weildler Guerra Curvelo
La escena ocurre en el corazón de la Sierra Nevada de Santa Marta, en Colombia. Una anciana indígena, Ana Teresa Alberto, ve fluir las menguadas aguas de un río milenario y recuerda con nostalgia cómo en su juventud esta corriente no la podía cruzar una mujer sola. Ahora la atraviesa sin ayuda un niño de seis años… "a mayor violencia menos agua", concluye con resignación.
En el territorio de Colombia se encuentra una población indígena de 1, 37 millones de personas que representa algo más del 3 % de la población nacional estimada en 46 millones de personas. Son grupos heterogéneos desde sus distintas formas de subsistencia que comprenden, horticultores, cazadores, pescadores y recolectores, pastoralistas, agricultores, artesanos y comerciantes. Gran parte de ellos distribuidos en zonas periféricas distantes del centro del país y se asientan en selvas tropicales amazónicas, escarpadas montañas andinas, llanuras interfluviales, áreas costeras sobre el Pacifico y territorios semidesérticos sobre el Caribe. Durante más de medio siglo han visto desfilar por sus territorios a grupos armados de diferentes ideologías. Década tras década pasan como cambiantes cohortes romanas dejando dolor y devastación a su paso. Es una violencia sin fin y no un parto del que emerja un nuevo orden económico y político más justo, sino que se asemeja a una enfermedad crónica, lacerante, incurable y socialmente estéril.
Años de colonización, de tala de sus bosques para la siembra de cultivos ilícitos, de explotaciones mineras legales e ilegales, de expansión de monocultivos como la palma africana y construcciones de presas de generación eléctrica han generado variadas formas de violencia que no solo van contra los cuerpos humanos sino contra el paisaje. Por ello, pero también porque como sujetos sociales tienen su propias representaciones simbólicas acerca de su entorno físico y concepciones diferentes acerca del ideario occidental del "desarrollo", la mayoría de los miembros de los pueblos amerindios establece una directa asociación entre modificaciones ambientales y alteraciones sociales. De esta manera el conflicto armado en Colombia es percibido por los indígenas como algo que va más allá del mero enfrentamiento armado entre seres humanos.
Entre los temas centrales de las demandas indígenas se encuentran tanto la defensa de sus territorios y sus recursos naturales como la autonomía de sus autoridades tradicionales para ejercer control social dentro de ellos. Algunos territorios indígenas han sido considerados vitales corredores estratégicos por los grupos en contienda. En ellos se reclutan menores para la guerra, se plantan minas, se establecen laboratorios para el procesamiento de drogas y se trasportan armas que alimentan la guerra. Los frecuentes enfrentamientos y bombardeos afectan a la población civil que ha pedido la desmilitarización de sus resguardos con base en el artículo 30 de la Declaración de la Naciones Unidas sobre Pueblos Indígenas, el cual condiciona el desarrollo de operaciones militares en sus territorios a que se hayan acordado libremente o que los indígenas los hayan solicitado.
Los actos persistentes de discriminación, violencia paramilitar, extracción inconsulta de sus recursos, perdida de tierras y exclusión social han erosionado la legitimidad del estado ante estas agrupaciones humanas. Si bien las organizaciones indígenas desconfían de los partidos políticos y de los activistas religiosos por la división que suelen crear en el seno de sus comunidades, también es cierto que los grupos insurgentes carecen de su apoyo. Los voceros indígenas señalan que una práctica recurrente de dichos grupos es tratar de capitalizar en su favor las movilizaciones sociales de la población civil y presentarlas como un resultado del conflicto armado. En una carta dirigida a Timochenko, comandante de las FARC, las autoridades indígenas del norte del Cauca le dicen con firmeza "No estamos en orillas diferentes del mismo río. En realidad estamos en dos ríos distintos; puede que ambos desemboquen en el mismo mar, pero pensamos que el de ustedes difícilmente llegará al de un país más justo".
Los Pueblos Indígenas han sufrido como pocos colombianos las actuaciones violentas contra sus miembros por parte de todas las facciones armadas. Una cosa es la retórica de los comandantes guerrilleros y otra el cruel accionar de sus mandos medios y sus milicianos. La recurrencia inútil a la violencia ha creado una especie de burocratización de la guerra que facilita la tramitación fácil, indolente e impersonal de las muertes. "La guerra es así", se justifican los guerrilleros, "pero la vida no tiene por qué ser así" responden los indígenas.
Los Pueblos Indígenas de Colombia han reiterado su voluntad de apoyar todo esfuerzo dirigido a lograr un proceso de paz que se desarrolle mediante el dialogo, cuente con la participación de la sociedad civil y se dé dentro del respeto al derecho internacional humanitario. La paz, de lograrse, debe propiciar un país en el que impere una visión pluridimensional de colombianidad que incorpore en su modelo social y económico los principios de solidaridad y reciprocidad. Como muchos colombianos, comparten la idea de mantener el optimismo moral entendido como una fe inquebrantable en la humanidad a pesar de sus errores.
La milenaria experiencia de estos Pueblos en la solución de conflictos podría hacer invaluables aportaciones a la búsqueda de la paz. Se encuentran convencidos, como las artesanas wayuu, de que la estética es un principio rector de las transacciones humanas. En consecuencia, la paz deberá tejerse con la aplicación y destreza con que se elabora una preciosa mochila y deberá ser tan armónica como un delicado collar. Apoyados en sus ancestrales bastones saben que estos representan también la legitimidad y verticalidad de la justicia. Una justicia restaurativa basada más en la búsqueda de la verdad y la reconstrucción de los nexos sociales rotos por la prolongada violencia que en la mera punición o la venganza.