TRIBUNA

¿En busca de una resolución al conflicto palestino?

Ricard González
Periodista y politólogo

Ricard González

Para marcar distancias con su predecesor, George Bush, el entonces senador Barack Obama insistió durante la campaña presidencial de 2008 que llevar la paz a Tierra Santa sería uno de sus grandes objetivos desde el primer día de su presidencia. Y cumplió con su promesa, impulsando enseguida el relanzamiento de las conversaciones de paz. Sin embargo, no fue capaz de acompañar con hechos su propósito de aportar una visión más equilibrada al conflicto. Netanyahu se negó a cumplir la condición de congelar la construcción de nuevos asentamientos. El presidente se lo consintió, y perdió su credibilidad como mediador a ojos de Mahmud Abbas, dando al traste la posibilidad de entrar en una negociación sustantiva sobre los ejes del conflicto.

Desde entonces, en lugar de buscar una solución final, la Casa Blanca se ha limitado a manejar el conflicto para evitar un estallido de violencia. Y todo ello, sin moverse un centímetro de la ya tradicional posición estadounidense de respaldo incondicional al Estado hebreo, una postura que no está claro si responde a su visión del conflicto o a un ejercicio de pragmatismo. Consumido rápidamente su capital político por la crisis económica, y acosado por las acusaciones republicanas de tibieza en la defensa de Israel, Obama ha adoptado a menudo una posición defensiva en este asunto.

Así las cosas, la gran pregunta es si durante su segundo mandato Obama va a recuperar la ambición de los inicios de su presidencia, e intentará pasar a la historia como el artífice de la consecución de la escurridiza solución al conflicto de Oriente Medio. En estos momentos, con un Mahmud Abbas completamente deslegitimado, y tras la victoria del halcón Netanyahu en las elecciones legislativas en Israel, la perspectiva de un acuerdo de paz parece una auténtica quimera.

Sin embargo, al menos a nivel retórico, el presidente estadounidense se ha implicado en el avispero palestino-israelí. El pasado mes de marzo, realizó su primera visita a Israel y a los territorios ocupados desde su elección en 2008. Entre renovadas promesas de amistad eterna entre EEUU e Israel, su visita fue bien acogida entre la ciudadanía israelí. No sólo lo reflejaron los medios de comunicación, sino que una encuesta detectaba un crecimiento importante entre los israelíes que ven al inquilino de la Casa Blanca como un mediador honesto. Así pues, atesora al inicio de su segundo mandato un mayor capital político en el Estado hebreo. No puede decirse lo mismo del lado palestino.

El flamante secretario de Estado, John Kerry, también ha dedicado parte de sus energías desde que asumió su nuevo cargo, sucediendo a Hillary Clinton, en relanzar las conversaciones de paz entre el gobierno israelí y el líder de la Autoridad Nacional Palestina. Las negociaciones se encuentran estancadas desde hace más de tres años a causa de la negativa de Netanyahu ante la demanda de congelar la construcción de asentamientos. Ante el fracaso de su anterior intento negociador, esta vez Washington pretende aparcar la cuestión de los asentamientos, presionando a los líderes palestinos para iniciar las conversaciones con una nueva concesión. Y es que, desde hace años, para los líderes palestinos esa era una precondición irrevocable.

Nadie en la región parece creer que la iniciativa tenga ningún viso de éxito. Probablemente, el sentimiento es compartido en el Departamento de Estado. El gesto más bien se interpreta como la voluntad de mostrar que la administración al menos lo ha intentado, confiando que por minúscula que sea, la esperanza de un acuerdo puede evitar una nueva conflagración como la ocurrida en Gaza a finales del año pasado.

Por si las constantes del conflicto no lo hicieran ya intratable desde hace décadas, su evolución durante los últimos años aún dificulta más la empresa. La progresiva derechización del mapa político israelí, la agria división intra-palestina, y el incremento de los colonos pone en duda incluso que los parámetros de resolución del conflicto, basados en la creación de dos Estados, sean aún viables. De hecho, poco a poco, va creciendo el apoyo a la solución de un sólo Estado, si bien aún es minoritaria.

La primavera árabe también ha alterado la ecuación del conflicto, lo que puede llevar al replanteamiento del mismo por parte de la comunidad internacional. El ascenso al poder del islamismo moderado en Egipto ha permitido a Hamás romper el aislamiento internacional impulsado por Washington. Habrá que ver hasta dónde llegan las muestras de solidaridad de los países árabes con los palestinos en este nuevo tiempo político, y si ello fuerza a Israel a modificar su estrategia, basada en un enfoque militar del litigio.