TRIBUNA

La prohibición de las armas nucleares

Richard Moyes
Socio Director, Article 36

Ricahrd Moyes

La actitud de la comunidad internacional ante la existencia de armas nucleares está experimentando una transformación. El renovado interés en las catastróficas consecuencias humanitarias que causaría la utilización de armas nucleares está favoreciendo el surgimiento de nuevas alianzas entre Estados, organizaciones internacionales y sociedad civil, esta última bajo el paraguas de la Campaña Internacional para la Abolición de las Armas Nucleares (ICAN, por sus siglas en inglés). En estas nuevas alianzas, forjadas a partir del horror que suscitan las implicaciones a medio y largo plazo de la detonación de armas nucleares, se hallan las bases de un movimiento que avanza hacia un tratado que prohíba las armas nucleares y provea el marco para su eliminación.

El uso de un arma nuclear en un área densamente poblada mataría de inmediato a decenas, por no decir centenares, de miles de personas: madres, padres e hijos. Otros cientos de miles quedarían vivos, pero heridos, en un entorno devastado y tóxico, en el que la capacidad para prestarles asistencia sería claramente insuficiente frente a la abrumadora demanda. Más allá de los efectos directos —luz cegadora, calor abrasador, presión aplastante de la onda expansiva y radiación venenosa—, una detonación nuclear ocasionaría también la paralización de las comunicaciones y la destrucción de las infraestructuras de las que depende la sociedad. Y, si una única detonación nuclear causaría daños inmediatos y a largo plazo de un alcance inaceptable, el uso de múltiples armas nucleares entrañaría, además, el riesgo de que se produjeran cambios atmosféricos tales que la producción mundial de alimentos se viera afectada y murieran de hambre personas que viven en áreas alejadas de la zona de conflicto.

Los días 4 y 5 de marzo de 2013, se reunieron en Oslo (Noruega) representantes de 127 países, junto a organizaciones internacionales y miembros de la sociedad civil, de ICAN, para analizar estos hechos. En su resumen, el Presidente concluía que:

  • Es poco probable que cualquier Estado u organismo internacional sea capaz de afrontar adecuadamente la emergencia humanitaria inmediata causada por la detonación de un arma nuclear y proporcionar suficiente asistencia a los afectados. Además, quizá no sería posible dotarse de las capacidades necesarias, aunque se intentara.
  • La experiencia histórica de utilización y realización de pruebas de armas nucleares ha demostrado sus efectos devastadores inmediatos y a largo plazo. Las circunstancias políticas han cambiado, pero el potencial destructor de las armas nucleares sigue ahí.
  • Los efectos de la detonación de un arma nuclear, independientemente de su causa, no quedarían confinados dentro de unas fronteras nacionales, sino que afectarían de manera significativa a Estados y personas a nivel regional e incluso mundial.

En el marco de estas conclusiones, el Gobierno de México anunció que organizaría una conferencia de seguimiento de Oslo (probablemente a principios de 2014) y otros Estados manifestaron también su voluntad de albergar futuras reuniones.

Si bien "organizar más reuniones" no representa, en sí mismo, un cambio de rumbo respecto a lo que es usual en el mundo de la diplomacia, el contenido, el tono y la composición del encuentro de Oslo constituyeron una sorprendente ruptura respecto a los más o menos moribundos debates sobre armas nucleares que tienen lugar habitualmente.

La decisión tomada por los cinco Estados poseedores de armamento nuclear y miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU (los P5) de boicotear la reunión posibilitó que una serie de delegaciones de otros Estados reconocieran que se trataba de una cuestión humanitaria sobre la que tenían derecho a opinar y frente a la cual tenían la responsabilidad de buscar soluciones. El boicot de los P5 se entiende como resultado, en primera instancia, de los ruegos de Francia, que deseaba una justificación colectiva para su ausencia. Pero las afirmaciones del Reino Unido y otros países en el sentido de que la reunión de Oslo constituía una "distracción" aparecieron como ciertamente insensibles, teniendo en cuenta el tema que se trataba y el material que se presentaba. Cuesta entender que el análisis detallado de los mecanismos que podrían causar miles de muertos y heridos pueda verse como una distracción respecto al pensamiento serio sobre cómo deberíamos considerar estas armas. Habiendo adoptado una postura común contra la participación en Oslo, resulta muy improbable que estos Estados participen en otros encuentros posteriores que sigan esta línea de trabajo.

Aunque, a primera vista, la no participación de estos Estados poseedores de armamento nuclear puede parecer un problema, en realidad resulta beneficioso para el proceso porque facilita el empoderamiento de otros países, un empoderamiento que es vital para cambiar las leyes internacionales relativas a las armas nucleares. Durante demasiado tiempo, todo el poder de negociación se ha dado a los Estados que se aferran a estas armas (pese a sus compromisos retóricos en sentido contrario). El actual movimiento, que va en aumento, está construido a partir de una consideración basada en hechos sobre la amenaza humanitaria que suponen las armas nucleares y su audacia estriba en que rechaza convertirse en rehén de los Estados poseedores de armamento nuclear.

La ONG con sede en el Reino Unido Article 36 ha sugerido tres "marcos" clave para un tratado de prohibición de las armas nucleares. Primero, un tratado de prohibición de las armas nucleares no entraría en contradicción con los instrumentos internacionales ya existentes relativos a las armas nucleares, sino que los complementaría. No se trata de rechazar o protestar contra los progresos alcanzados en otros foros. Segundo, el tratado debería también complementar, ampliar y reforzar las actuales "Zonas Libres de Armas Nucleares", que hoy cubren unos 115 países. No tendría que ser formalmente dependiente de esas zonas, pero proveería una arquitectura que permitiría que cualquier Estado individual pudiera participar en este rechazo legal de las armas nucleares, incluso si sus vecinos no están preparados para hacerlo. Finalmente, con tratados de prohibición ya en vigor respecto a las armas químicas y biológicas, las armas nucleares son las únicas armas de destrucción masiva que todavía no están completamente ilegalizadas. El proceso resolvería esta anomalía y haría que las armas nucleares fueran claramente ilegales.

Ilegalizar las armas nucleares determinaría, a su vez, de qué modo se debate sobre ellas y cómo son consideradas en el mundo. Afectaría a la manera en que los Estados que formaran parte de este tratado podrían invertir o colaborar en la fabricación, almacenaje o uso por parte de terceros de armas nucleares. Y lo que es más importante, reforzaría aún más el estigma contra estas armas, cambiando el marco en que tiene lugar el debate internacional acerca de ellas, aumentando considerablemente la presión en favor del desarme y haciendo que se replantearan las actuales decisiones de "modernización" en una serie de Estados poseedores de armamento nuclear. Y serviría para reafirmar que la comunidad internacional no se ha relajado, aceptando la amenaza que suponen estas armas, sino que continúa viendo las armas nucleares como un horror inaceptable en manos de unos pocos.