TRIBUNA
La psicología de Corea del Norte
Francesc Pont
Más allá de los análisis a los que nos tienen acostumbrados periodistas, analistas y académicos expertos en Corea del Norte, la psicología del comportamiento nos puede ayudar a entender mejor qué hay detrás de las palabras de régimen de Pyongyang y, al fin y al cabo, qué es podemos esperar de él y cuál es el mejor camino para la paz. Y es que a menudo parecemos olvidar que los norcoreanos, tanto la gente corriente como los líderes, son personas con sentimientos, motivaciones y procesos psicológicos como los nuestros.
El régimen norcoreano se ha distinguido históricamente por saber sobrevivir entre grandes potencias, jugando con sus desavenencias para sacarles el máximo provecho, muchas veces a través de una «diplomacia de la confrontación» llena de provocaciones verbales y militares que, aunque a simple vista puede parecer irracional, está muy lejos de serlo. Precisamente una de las principales características de esta particular estrategia es la capacidad para llamar la atención de la opinión pública internacional, algo que Pyongyang está consiguiendo con creces: nunca había habido tantas personas buscando información sobre Corea del Norte ni sus amenazas habían capitalizado las cabeceras de las noticias internacionales de diarios, radios y televisiones durante tanto tiempo.
Varios estudios empíricos han demostrado que el cerebro humano incorpora un mecanismo diseñado para dar prioridad a las malas noticias: es lo que normalmente se llama instinto de supervivencia. De hecho, el cerebro humano responde rápidamente ante amenazas puramente simbólicas: las palabras más cargadas emocionalmente atraen más rápidamente la atención. Es decir, el cerebro humano responde más rápidamente y con más intensidad al concepto retórico de «guerra» que al de «paz». Aunque la amenaza no sea real, el solo hecho de recordar las cualidades negativas del concepto ya activa todas las alarmas. Corea del Norte, un país pequeño y pobre, ha perseguido históricamente esta notoriedad a través del miedo para extraer concesiones de las grandes potencias que la rodean.
La actuación de Corea del Norte tiene una segunda vertiente que también es de gran utilidad para el régimen. Los humanos tenemos grandes dificultades para centrarnos en dos tareas a la vez: es decir, si nos concentramos en un problema, la prioridad que le daremos al resto menguará. Los dirigentes norcoreanos son plenamente conscientes de que, con la histeria generada por la actual escalada de tensión, consiguen desviar la atención de un tema que siempre debería tener la máxima prioridad: los derechos humanos en el interior del país y las pésimas condiciones de vida de una gran parte de la población.
Después de presenciar con preocupación los acontecimientos de la primavera árabe, la elite dirigente sabe que la mejor manera de evitar una hipotética propagación es evitando tanto la intervención de fuerzas extranjeras –razón por la cual el régimen ha desarrollado un programa nuclear- como que los norcoreanos se vean expuestos a influencias del exterior, algo que seria mucho más probable si la comunidad internacional centrase su atención permanentemente en la situación en el interior del país. Desviar la atención, tanto fuera como dentro del país, es una de las máximas prioridades del régimen: de hecho, esta dialéctica de confrontación normalmente va dirigida exclusivamente al público norcoreano. El hecho de generar la percepción de que hay conflictos latentes con fuerzas enemigas externas es una magnífica manera de minimizar el conflicto interno y de unir un pueblo fuertemente adoctrinado en un discurso ultra nacionalista tras una causa común.
Esta doble vertiente estratégica nos conduce necesariamente al cálculo racional que hacen los principales actores del régimen norcoreano, una elite política y militar que tiene como principal objetivo seguir controlando la nación durante el máximo tiempo posible. Volviendo a la psicología del comportamiento humano, sabemos que nuestros cerebros también están programados para dar mucha más importancia a las pérdidas y a los fracasos que a los éxitos y a las ganancias. Hay una clara asimetría entre la intensidad de la motivación para evitar pérdidas y los riesgos que estamos dispuestos a asumir para maximizar los beneficios. Esta animadversión a las pérdidas es una poderosa fuerza conservadora que favorece que los cambios sean mínimos y que hace que personas e instituciones tiendan a preservar el status quo. Dicho de otra manera, lo que el régimen de Pyongyang realmente quiere es la paz, no un conflicto en el que el riesgo de perder sea demasiado grande para asumirlo.
A pesar de todo, Corea del Norte ya no es sólo el hijo malcriado que llora y grita mucho pero que, al fin y al cabo, no deja de ser un niño entre adultos: desgraciadamente, gracias a la capacidad nuclear y balística que posee, ha pasado a ser un adolescente rebelde, bastante más peligroso que antes. Los días en que la comunidad internacional podía ahogar al régimen a base de sanciones y aislamiento, convirtiéndole en una paria internacional, pueden haber pasado a la historia. Abandonar la diplomacia podría resultar extremadamente peligroso y contraproducente para todos los implicados.
La receta, pues, pasa necesariamente por el diálogo y la negociación. Si Corea del Sur, China, Japón y Estados Unidos quieren garantizar la estabilidad y la paz en el noreste de Asia y, a la vez promover el cambio económico, social y perceptual dentro de las fronteras de Corea del Norte, deben optar por una política que fomente la apertura progresiva del régimen, aunque esto implique hacer concesiones que inicialmente resulten difíciles de tragar.
John Gottman, psicólogo experto en relaciones de pareja, nos da las claves de la convivencia entre humanos: para tener éxito a largo plazo, cualquier relación debería centrarse más en evitar los acontecimientos negativos que en buscar los positivos. Según sus cálculos, para que una relación resulte estable y saludable, las interacciones positivas deberían de ser al menos cinco veces más numerosas que las negativas. Ha llegado la hora, por lo tanto, de negociar un tratado de paz multilateral, con Estados Unidos a primera fila, y de generar un clima que maximice las interacciones positivas entre las partes actualmente en conflicto.