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La explotación de los recursos naturales: peligro para las culturas indígenas

Jordi Noè
AlterNativa Intercanvi amb Pobles Indígenes

Jordi Noè

En octubre de 2003 la UNESCO aprobaba la Convención para la salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial considerando la importancia de este patrimonio como crisol de la diversidad cultural y garante del desarrollo sostenible. En septiembre de 2007 se aprobaba la Declaración de las Naciones Unidas sobre los derechos de los pueblos indígenas que, entre otros, reconoce el derecho de los pueblos y personas indígenas a mantener y proteger sus lugares religiosos y culturales; a manifestar, enseñar, practicar y revitalizar sus tradiciones y prácticas culturales y espirituales.

Si entendemos a quién protegen estos acuerdos y este reconocimiento de derechos tendremos claro que no estamos sopesando su importancia por el número de población que son ni por los km2 que ocupan, sino por la importancia intrínseca que significa la diversidad cultural que ostentan estos pueblos.

El pasado julio, el Relator especial sobre los derechos de los pueblos indígenas presentaba un informe donde afirmaba que "La carrera mundial para extraer y explotar minerales y combustibles fósiles (petróleo, gas y carbón), junto con el hecho de que gran parte de lo que queda de estos recursos naturales se encuentra en tierras de pueblos indígenas, está aumentando y generalizando los efectos de las industrias extractivas en la vida de los pueblos indígenas."1 Si añadimos a esta cita las grandes obras de infraestructura (hidroeléctricas, redes de carreteras, megaparques eólicos), minas de oro a cielo abierto, de cobre, coltan ... tendremos, en cierta medida, la foto de la alta y creciente conflictividad socioambiental en territorios indígenas.

¿Y, quién hay detrás de los megaproyectos y la extracción de recursos? Grandes empresas transnacionales (ETN) el objetivo único de las cuales es la maximización de beneficios y la acumulación. Las ETN negocian con estados democráticos débiles, dominados por oligarquías enquistadas, estados que funcionan bajo un único e incuestionable modelo de crecimiento económico de acumulación capitalista. Estas ETN suplantan las funciones del estado en las zonas rurales donde actúan ofreciendo servicios públicos que no existían o eran muy deficientes: agua potable, servicios sanitarios, transporte de emergencia, aportaciones a los presupuestos municipales... Así cooptan las autoridades locales y destruyen el tejido y las redes sociales existentes creando, incluso, nuevas organizaciones afines2.

Numerosos ejemplos nos muestran que la destrucción y contaminación del medioambiente y el entorno natural causan efectos devastadores sobre las formas de vida y reproducción social y cultural de los pueblos indígenas. 40 años de explotación petrolera en la cuenca del río Pastaza del Perú han llevado a declarar la emergencia ambiental en la zona donde viven Quitxues, Achuar, Shapra y Kandozi; en Guatemala vuelven los peores tiempos de criminalización, persecución y militarización desde los Acuerdos de Paz; la brutal deforestación en Borneo pone en peligro a los Kayan, Kenyah y Penan; la alarmante situación de los pigmeos en la rica zona en minerales del lago Kivu en la República Democrática del Congo. En todos estos casos y en muchos otros se ven amenazadas sus prácticas espirituales, las formas de organización social, la pervivencia de sus cosmovisiones. Cosmovisiones que se sitúan en su entorno natural pero no sólo como lugar físico sino también espiritual. La referencia a lugares donde viven seres que no por el hecho de ser invisibles para el ojo humano son menos reales cuando forman parte de su cosmovisión y sirven para interpretar hechos cotidianos y administrar la vida en comunidad.

En este sentido, dejamos de lado por un momento los evidentes y denunciados efectos nocivos sobre el medioambiente y la salud debidos a la explotación de los recursos naturales. Centrémonos en aquello que, de forma singular, nos hace formar parte de una comunidad y de un entorno natural donde convivimos y reproducimos nuestras vidas y relaciones sociales. Así nos encontraremos con el patrimonio cultural inmaterial, un reflejo de la identidad cultural y social de cualquier pueblo. Y es el rico y diverso patrimonio cultural de los pueblos indígenas, en la mayoría de los casos vinculado estrechamente con la tierra y el territorio como si de una sola cosa se tratara, el que resulta irremediablemente destruido por la explotación de los recursos naturales.

Sin embargo, no seamos ingenuos pensando que los pueblos indígenas renuncian a las comodidades, a los avances tecnológicos o a los bienes materiales. Pero se encuentran ante un modelo de crecimiento económico ilimitado, donde los recursos naturales y energéticos son esenciales, dónde ser parte del 1% rico es tan difícil como no acabar siendo el más pobre del 99% restante. La experiencia les dice que mejor quedarse como están, si pueden, y enfrentarse a los proyectos extractivistas que parecen dioses, pues sólo comportan promesas incumplidas y calamidades. Y en estos casos va muy bien la práctica de algunos pueblos amazónicos que si a un Dios por el cual han hecho sacrificios no es condescendiente con ellos, se le mata y se adora a otro; ¡aquél no servía!. Y en esta concatenación de hechos y realidades encontramos estrategias políticas continentales surgidos de los pueblos indígenas que refuerzan, reencuentran y reinventan la esencia de relación armónica con la naturaleza y el territorio, apostando por proyectos de sociedades y de estados que optan no por vivir con más sino por vivir bien3. Tan simple y tan claro.



1 Informe del Relator Especial sobre los derechos de los pueblos indígenas presentado en el 24º período de sesiones del Consejo de Derechos Humanos. A/HRC/24/41, 1 de julio de 2013. Estudio sobre las industrias extractivas y los pueblos indígenas.

2 Un ejemplo de ello es el informe: CAMPANARIO BAQUÉ, Y. y GARCÍA HIERRO, P.: El caso de la empresa española Repsol. CODPI, 2013 consultable en www.codpi.org

3ARKONADA, K. (coord.): Transiciones hacia el Vivir Bien. Icaria, 2012.